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¿Tienes los diamantes?

POV DE CONSTANZA.

Llego a casa a altas horas de la noche. Remuevo a la mujer que duerme en la cama, esta se levanta y estrega los ojos, para seguido gruñir.

—Hoy tardaste más de lo debido.

—Lo sé, pero valió la pena.

—¿Por qué valió la pena? —sonrío al recordar esos momentos— Cons, no me digas que te lo cogiste —asiento con una sonrisa y ella se asquea—, eres una m*****a perra, tanto te picaba que no pudiste a esperar el regreso de Patric.

—No me importa el tal Patric. Quiero que cuando regrese y sepa que no soy una doncella, se largue por donde vino. No quiero casarme, ¿entiendes? Menos con el hijo de un miserable igual o peor que mi padre.

—El hombre que te cogiste es igual o peor que tu padre —recrimina, Wendy.

—Lo sé. Pero solo será sexo, solo eso.

—¿Sabes lo que te hará tu padre si se entera?

—No se enterará, porque tú no se lo dirás, ¿verdad?

—Cons, nos pueden descubrir. Cualquier noche tu padre ingresará.

—Nunca más lo hará —aseguro. Desde esa noche que entró con ese doctor cuando apenas cruzaba los catorce y me lastimaron para que dejara de pensar en hombres a tan temprana edad, mi padre prometió nunca más ingresar y, desde entonces, no lo ha hecho. Cada vez que me solicita y estoy en mi habitación, me espera a fuera y desde ahí me habla.

Mi padre asesinó al chico que me gustaba. Lo mató delante de mis narices, después, me encerró en esta habitación, trajo un médico para que me enseñara lo doloroso que era intimar. Destruyeron mi virginidad, para que aprendiera a controlar mis hormonas. Quería que me hiciera fuerte, a punto de daños, hizo que mi corazón dejara de sentir. Desde entonces, mi corazón no ha vuelto a sentir, mi cuerpo no reaccionó a nadie más, hasta ahora que lo conocí.

Ander Cooper, ha despertado nuevamente esa necesidad de experimentar los peligros. Sé que es peligroso enredarme con alguien como él, no solo por lo que se dice de su persona, sino, porque me comprometieron con el hijo de otro narco, el cual no conozco, porque estudia y vive en otro lado. Pero en dos años más termina sus estudios y vendrá, a tomar posesión de lo que le pertenece, incluida yo.

Pero para cuando regrese, me he de haber divertido con otro. A su salud, maldito imbécil.

Tengo que decir, que Ander Cooper es un excelente amante. Basta ver su cuerpo, su rostro, para saber que es una bestia y, me encantan las bestias. Es el tipo de hombre que imaginé tener mis aventuras sexuales y, no me falló.

Siento que Ander Cooper arrastra algo, algo más que su gran pene. Y yo lo voy a descubrir, quizás sea mi escape a esta vida de m****a. Es que, en su jodida discoteca no se vende droga.

¿Cómo es posible que un narcotraficante no venda droga en sus negocios? Eso es un gran error que Ander no se ha dado cuenta que comete. Si mi padre o alguien más se dan cuenta de eso, seguro que dudarán. Seguro que llegarán al fondo de quien en realidad es Ander Cooper. Pero antes que eso suceda, yo lo sabré.

Me levanto antes del mediodía, me doy una ducha y me alisto para bajar. En el comedor no está nadie. La empleada dijo que mi padre salió a resolver algunos problemas con una mercancía. Tory lo ha acompañado, lo que significa que estoy sola en casa. Pero en el día no puedo desaparecer, porque podrían darse cuenta. Mi padre odia que salga sola. Aunque no lo hago sola, siempre con mis dos hombres de confianza que tengo. Los cuales juraron con sangre serme fiel, solo a mí. ellos fingen acatar reglas de mi padre y hermanos, pero al final del día son las mías que cumplen.

En la noche llega mi padre muy furioso, insulta a Tory, lo llama inútil. Este se ve golpeado. Apenas mi padre le ordena desaparezca, se va, lanzando una mirada de odio. Espero el día, que Tory lo asesine, quizás yo pueda ayudar.

—Tú —dice al dirigirse a mí—. Este fin de semana, viajaremos —asiento.

Me usa como la perra seductora para distraer a cualquier empleado de los lugares donde vamos a robar. Oro, diamantes. Eso es lo que nos ha enseñado a ser Alfred Morris, a ser unos malditos ladrones, unos asquerosos ser humanos como ellos. He querido escapar, irme lejos, pero sé que me encontrará, me lastimará las piernas y me traerá arrastra desde los cabellos. Nunca, nunca seré libre, al menos mientras él viva.

Fin de semana llega, nos preparamos para viajar y en tres semanas estamos listos para ingresar a la tienda de diamantes que asaltaremos esta semana. Llevo un vestido rojo que arrastra por el suelo, es ajustado hasta la cintura dejando lucir mis grandes pechos. En mis brazos contengo un abrigo de piel de oso, el cual cubre de mis codos hacia abajo dejando mis hombros descubiertos.

Me acerco al vendedor con Tory, quien finge comprarme un diamante. Cada vez que me toca actuar con mi hermano como si fuéramos parejas me da asco y repugnancia. Solo a un enfermo como mi padre, se le ocurre que actúe de esta forma con mi propio hermano. Algunas veces, hasta hemos tenido que unir nuestros labios para que crean que somos una pareja. Eso es, tremendamente asqueroso, pero esta es la vida que me tocó y, debo llevarla de la mejor manera.

Pronto aparecen los demás, apuntando con un arma para robar, mientras nosotros con Tory levantamos las manos fingiendo no ser del equipo.

De repente, los hombres de mi padre comenzaron a disparar rompiendo el cristal de los diamantes. Sin pensarlo dos veces, me lanzo al suelo tratando de protegerme de los disparos. Desde mi posición puedo ver cómo mis compañeros corren en todas direcciones, buscando una vía de escape.

Rápidamente, me levanto y con la adrenalina a flor de piel alzo el encaje de mi vestido y echo a correr. Siento los pasos de alguien más detrás de mí y al mirar por encima del hombro veo que se trata de un policía.

Sin perder un segundo acelero el paso. Llego a una valla que se impone frente a mí sin dejarme otra opción que detenerme y enfrentarme al oficial. Finjo que ya me tiene y cuando el policía se acerca para esposarme lo codeo con fuerza en la nariz, hago un giro y vuelvo a golpearlo, esta vez tirándolo al suelo, pateo su arma, seguido, como una araña escalo la valla con agilidad y una vez arriba golpeo al policía con la punta de mis tacones que nuevamente se había acercado a detenerme.

Sin mirar atrás, salto al otro lado de la valla y echo a correr de nuevo mientras las balas detonaban en mis pies. Logro esquivar los disparos hasta salir del callejón y perderme entre la multitud. Finalmente, llego al coche que nos esperaba y subo rápidamente, sintiendo el corazón latir con fuerza.

Una vez dentro del vehículo puedo recuperar el aliento y mirar a mis cómplices. Todos tenemos la adrenalina a flor de piel, pero sabemos que nuestra huida no ha terminado aún. Tenemos que llegar a un lugar seguro lo antes posible.

El conductor arranca el coche y nos alejamos del caos que habíamos creado. Mientras nos deslizábamos entre las calles observo por la ventana cómo los transeúntes corren aterrorizados y las sirenas de la policía se acercan cada vez más.

Finalmente, llegamos a un antiguo almacén abandonado que se había acondicionado como un escondite seguro. Todos bajamos del vehículo, algunos con heridas leves, pero afortunadamente sin gravedad. Nos reagrupamos en el interior mientras uno de los hombres de mi padre revisa los sacos repletos de joyas y dinero que hemos conseguido.

—¿Tienes los diamantes? —le pregunta mi padre a Tory.

—No, la policía llegó y…

Coloco los diamantes sobre la mesa. Los tomé apenas el cristal se rompió con unos cuantos disparos que los hombres de papá dieron, luego de eso corrí. Mi padre sonríe y me atrapa mi rostro con sus manos, me da un beso en la frente, el cual me repugna.

Se que tengo ganado el infierno por odiar a mi padre, pero es que un padre como el mío, no se puede querer.

Entro a mi habitación, quito la peluca, las cejas postizas, los labios postizos porque no pienso besar a mi hermano con mis propios labios. Incluso quito el color de mis ojos. Hago una lavada a mi cuerpo, el cual se ve de color moreno, pues es la apariencia que debía llevar para que no se captara mi verdadero rostro en las cámaras. Aunque las cámaras del local eran manejadas por los hombres especializados, no se puede confiar del todo.

Me doy un baño, seguido me preparo para salir. Subimos al coche y nos dirigimos a la avioneta privada. El robo no se realizó en Dallas, sino, en otro condado. Ningún ladrón roba en su mismo barrio. Todos salimos a buscar en otro lado.

Apenas llego me encierro en la habitación, me dejo caer en la cama, centro la mirada en el tejado y pienso en el día de mi muerte. Quizás sea una bala que atraviese mi cabeza, corazón, o perforen todo mi cuerpo. Desde que nací tengo mi destino sentenciado. Desde que nací mi muerte estaba escrita. Morir con una bala o miles, ese es mi destino.

No pedí nacer en esta familia, no pedí ser la hija de un maldito como padre, pero deseo con todas las fuerzas de mi corazón escapar. La única, la única vez que me siento libre es, cuando voy a ese lugar.

Pasada la medianoche escapo de casa como cada vez. Tengo tres semanas que no salgo, porque fueron las tres semanas en las que estuve a fuera. Llego a la discoteca del señor Cooper. Desde el ingreso lo veo con las manos asentadas en las barandas, cuando me ve sonríe y se aleja.

Subo a su suite que se encuentra en el segundo piso.

La puerta está abierta, ingreso, se encuentra de espalda llenando las copas de vino. Es un hombre apuesto, demasiado. Alto, con una gran espalda y unos fuertes brazos, ni que decir ese trasero apretado. Muerdo el labio porque con solo verlo, me enciendo, con solo mirarme mojo. Yo te elegí Ander Cooper, desde el primer momento en que te vi, te elegí.

—Tanto tiempo —me acerca la copa, la agarro y bebo de un solo. El vino ya es como agua. Necesito algo más fuerte, un whisky, tequila, que se yo. Algo que me raspe la garganta. O quizás solo necesite la verga de Ander Cooper en mi garganta.

Arremeto contra sus labios, los cuales desee probar desde la primera vez, pero no me dejó. El miserable sabía que si me besaba no podría resistirse a mí.

Destrozamos nuestras bocas mientras arrancamos las prendas. Ander rueda mi vestido liberando mis senos, seguido ataca mi cuello al mismo tiempo que sus manos suben el vestido. Llega a mis senos, pasa su lengua por el pezón haciéndome estremecer, presiona sus labios y mordisquea con sus dientes haciéndome gritar. Suelta uno y va por el otro.

Mi trasero choca con una mesa, antes de elevarme a este rompe el hilo que cargo y ruje—, la próxima vez no traigas interior —muerde mi oreja, introduce su lengua en esta y mi piel se despeluca. Me eleva en la mesa, abre mis piernas con furia y se introduce entre ellas.

Arremete contra mi boca, baja por mi cuello, se prende de nuevo de mis tetas mientras sostiene mi espalda con las manos.

Jadeo, grito, chillo cuando se vuelve un salvaje. Vuelve a mi boca, se la come con ansiedad. Mientras tantos mis manos ruedan su camisa por esos gruesos brazos, firmes, tan duros como las rocas. Le ruedo hasta sacarla de su cuerpo.

El atrapa mi rostro con ambas manos, se come mi boca sin control. Mis labios arden, pero no se zacean.

Abro su pantalón, lo ruedo con todo y bóxer, clavo mis uñas en sus nalgas. Gruñe y bajando sus manos a mi trasero me arrastra hasta él. Su pene puntea mi vientre, hasta que con una mano me alza y me posesiona en la cabeza de su falo.

—Te quiero sentir, niña —me afirma hundiéndose en mi interior de una estocada.

Me aferro a sus hombros y grito de placer. Mis piernas se envuelven en su torso, así me lleva a la cama, caemos a esta juntos, para destrozarnos en ella.

Se gira, me deja arriba, me eleva, me asienta y me entierra su pene hasta el fondo, me sacude con fuerzas.

Quito sus manos de mis caderas, se las coloco sobre la cabeza, me inclino dejando mis tetas cerca de su boca. Sube su cabeza y chupa. Chupa exquisitamente. Sacudo mis caderas de arriba hacia abajo. Me elevo un poco, sacando la mitad de su pene, caigo de nuevo. Repito ese proceso en varias ocasiones. Seguido, me inclino y chupo de sus tetillas. Se suelta de mis manos. Agarra mi cabello, desde la nuca, me levanta y me lleva a su boca. Estrellamos nuestros labios besándonos como dos dementes.

Saco su pene de mi interior y, lo dejo debajo de mí abertura, cubriendo hasta mi clítoris. Me remezo posando las manos en su pecho y en segundos exploto. Jadeo, su maldito nombre, lo que lo descontrola más. Chillo mientras exploto en el éxtasis, mientras lo tengo prendido de una teta, mientras mi vagina se contrae sobre su carne. Me lanzo hacia atrás, toco sus bolas, las presiono mientras él presiona mis tetas.

Tras ese orgasmo me alza para volver a introducirse en mí, seguido se gira, me arrastra y se hunde con fuerza. Su cuerpo sobre el mí me quita el aliento. Es pesado, sus músculos pesan, pero me gusta tenerlo así, más cuando se hunde con ferocidad.

Nuestros sexos chocan, formando un sonido exquisito.

Sale, entra. Es un animal, una bestia, un completo semental que me lleva al mismo infierno. Sale de mí, se sienta, tira de mi brazo, encajo fácilmente sobre sus piernas. Me asienta, hundiéndose de nuevo. Me besa. Agarra mi cabello con las manos, entierra sus dedos en ellos y se eleva en cada embestida. Mi cuerpo salta y cae de nuevo en su pene.

El vestido en el centro de mi cuerpo es un estorbo. Por eso lo saca y lo lanza lejos.

Baja acariciando mi cuello, su lengua limpia el sudor y la sal. Devora mis pezones. Me lanzo hacia atrás asentando las manos en el colchó. Él me ajusta desde las caderas. Me penetra, duro, como animal salvaje.

Levanto mi rostro para ver la visión perfecta de la unión de nuestros sexos. Se detiene, me jala, devora mi boca, respirando gruesamente pregunta.

—¿Usas anticonceptivos? —asiento, seguido se apodera de mis caderas y me ajusta una dos veces.

De pronto me empuja, su pene sale de mi interior, sin perder tiempo me gira, dejándome boca abajo, empieza a recorrer mi espalda, llega a mi nuca y al acariciarla eleva los bellos de mi piel, recorre mi cuello, mi oreja. Giro el rostro para encontrarme con su boca, cuando la encuentro su lengua me invade al mismo momento que me empota. Acelera los movimientos, me da duro, al tenerme en cuatro, mis tetas se sacuden con cada jodida embestida. Cuando se detiene gruñe, fuerte quedándose afirmado. Sus dedos se presionan en mis caderas mientras deja el último líquido en mi interior.

Al rato se escucha una voz—. Mich, Michael, ¿estás aquí?

¿Michael? ¿Quién es Michael? —Ander salta de la cama, me pide que no salga. Envuelve una toalla en su cuerpo y sale.

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