ardiente noche.

Y sí que me la hizo levantar. Esta mujer, no tenía que esforzarse para ponérmela dura. Solo con verla, con sentirla, hacía que todos mis pensamientos se llenaran de perversidad. Estaba desnuda, su piel contra la mía, sus pezones rosaban sobre la tela de mi camiseta. Nos miramos a los ojos mientras a unos cuantos cubículos del nuestro, una pareja se follaba aburridamente.

—Se escucha bueno —dice y me rio, porque se nota que no sabe lo que es bueno— ¿De qué se ríe?

—Ella habla mucho, y si habla es porque el tipo es demasiado lento.

—Ah, ¿sí? Supongo que usted es bien rápido. Seguramente termina en cuestión de minutos.

La tengo bien arrimada, con las manos casi fundida en la pared, mi cuerpo afirmado al suyo, mis labios solo a centímetros de los suyos.

—Pueda… solo hay una forma de que lo compruebe —digo mirando desde muy cerca mientras bajo una mano por su delineada silueta hasta llegar a su cadera, la ajusto una vez que la mano le ruedo hacia su trasero.

Siento como su respiración se exaspera, más cuando hundo mi rostro en su cuello y musito con voz ronca—, tiene una piel muy suave, señorita Morris —digo cuando deslizo mi mano por debajo de su nalga.

Tiembla, lo sé, pero no me detiene, no me pide que pare, por eso me atrevo a llevar mi dedo hasta su abertura. Jadea. Levanto la mirada y le sonrío—, está muy húmeda, supongo que es porque recién se bañó —le suelto las manos para que me empuje y evite que continúe, sin embargo, se queda ahí, con las manos aun elevadas, segundos después las baja hasta depositarlas en mis hombros. Una la sube lentamente por mi cuello, mientras tanto le elevo la pierna al nivel de mi cadera, sin pedir permiso, sin esperar una aprobación deslizo mi mano por su pelvis hasta tocar con la punta de mi dedo su clítoris.

Se estremece, entierra sus dedos en mis cabellos, acerca su rostro al mío con la intención de besarme, pero la hago hacia atrás evitando el contacto de sus labios, mientras tanto, mi dedo juega ahí abajo.

Le miro, me mira. Veo sus ojos brillar, su respiración acelerarse, empuña mi muñeca, pero no hace por quitarla. Su boca se abre apenas y… jadea, seguido tiembla, se estremece mientras su vagina se contrae. Sus uñas se clavan en mis hombros, su boca busca la mía, pero la evado acercándola a su oreja y susurro.

—Si quiere más, ya sabe dónde encontrarme —muerdo el lóbulo de su oreja, suelto una ráfaga de aire deposito un beso debajo de su oreja.

Me alejo, sin mirarla a ver salgo por otro lado donde no me encuentre con Alfred Morris.

Esa misma noche abandono Dallas para resolver unos pendientes en Washington. Llego a casa de mis padrinos, los cuales son como mis padres. Mi madrina se levanta a recibirme con un fuerte abrazo.

—Michi, porque tanto tiempo lejos de casa, cada vez estás más y más distanciados de nosotros.

—Perdona, madrina, pero el trabajo cada vez es más exigido.

—Solo quiero que te cuides, cariño.

—Lo haré —miro alrededor, y no veo a mi padrino.

—Está en su habitación, cada día está más perdido, dice muchas estupideces.

Subo a ver a mi padrino. Me alegra encontrarlo en sus cinco sentidos. La mujer que cuida de él nos deja solos.

—¿Dónde has estado, Michael? No te he visto varias semanas, creo que meses.

—Solo un mes, padrino. He estado ocupado.

—Dile que no te den tanto trabajo, sé que eres bueno en lo que haces, pero deberías no volar tanto.

—Es lo que amo, padrino.

Para ellos, soy un piloto, y sí, me gradué en eso, pero después de conseguir mi profesión y ejercerla, sin informarles a ellos realicé una capacitación para formar parte de los departamentos policiales, lo realicé en otro departamento, donde mi padrino no pudiera saberlo, ya que él era un policía retirado y cuando le dije que quería seguir los pasos de mi padre, se negó a que lo hiciera. Dijo que era un trabajo muy peligroso, el cual terminó con la vida de mi padre y de muchos colegas suyos, y no quería lo mismo para mí. Sin embargo, lo hice, llevo diez años ocultándole que trabajo para el departamento de seguridad de Dallas, y este secreto lo guardaré por siempre.

Ellos ya son muy mayores, no quiero darles preocupaciones. Nunca tuvieron hijos, soy lo más cerca de un hijo para ellos, me quieren como si hubiera salido de sus entrañas y el sentimiento es recíproco, porque ellos son lo más cerca a un familiar que tengo. Mi padrino, fue el maestro de mi padre, su lazo se hizo muy fuerte cuando empezaron a trabajar juntos, pero lastimosamente el día que padre murió, él se encontraba en combate, porque a mi padre lo asesinaron en casa. ¿Por qué lo asesinaron? Es lo que voy a descubrir.

Paso dos semanas extensionales con mis viejitos, los llevo de paseo por la ciudad, recorremos los mismos lugares de siempre, que son los que a ellos más les gusta. Mi padrino suele perder la memoria de vez en cuando. El Alzheimer lo ha atacado, pero con el tratamiento, hemos reducido el avance de la enfermedad, la cual no tiene cura, pero podemos disfrutarlo un poco más.

Me despido de ellos con el mismo sentimiento, con el mismo dolor, pero pronto no tendré que despedirme, porque pronto el asesino de mis padres y toda su descendencia estará donde deben estar y cuando eso ocurra, no me alejaré de ellos, los acompañaré hasta el último día de sus vidas, como ellos me acompañaron en mis días grises.

—Michael —Dreer, quien se encarga del negocio mientras estoy fuera me recibe.

—Ander, no lo olvides.

—Vale, Ander.

—¿Cómo han estados las cosas por aquí? —pregunto al acomodar mi maleta en la pared.

—La hija de Morris ha venido a buscarte —detengo el movimiento de los dedos que soltaban la corbata—, dos veces. No ha preguntado por ti, pero la he visto merodeando tu suite. ¿Picó el anzuelo?

—Tal vez —digo, restándole importancia.

Y vuelvo a meterme en el mundo de la mafia, ese mundo que tanto odio y desprecio. Cada cosa que tengo que hacer para convencer a esos hijos de puta, me revuelve el estómago. Cada momento a su lado, es como un balazo en las bolas, pero hay que aguantar, hay que tragar, hay que soportar para poder llegar a la meta.

Ingreso al salón de una nueva reunión de narcos, con mi casual máscara. Veo como todos se divierten mientras un cantante muy famoso les da un concierto. Hago un recorrido con la mirada, de pronto la escucho detrás.

—Me pregunto a quien busca, el señor Cooper —sobre el hombro la miro. El contacto visual con sus azules ojos me hipnotiza.

—Claramente a usted no —le digo, ella sonríe—, pero usted sí que me ha ido a buscar ¿no es así?

—No me gusta negar lo que hago y, sí, es verdad, lo fui a buscar.

—¿Y se puede saber para qué?

Se queda callada cuando su padre se acerca. Ya soy muy reconocido con está máscara. Soy fácil de encontrar.

—Señor Cooper, le he estado llamando, pero su línea estaba fuera de servicio.

—Tengo negocios en medio de la nada. Hay momentos cruciales en los que me veo obligado a desaparecer.

—Interesante —dice. De todos, es el que menos soporto, pero tengo que aguantarme el asco que me provoca.

—¿Me permite bailar con su hija? —la mira, pero ella no, se mantiene con la mirada en un punto en blanco.

—Por supuesto.

Agradezco, tomo la mano de Costanza y la llevo en medio de la pista. Ella no me mira, mira a su padre que se encuentra a unos metros de nosotros— ¿Y? —le digo, atrayendo su mirada— Me va a decir para que me buscaba —se mantiene en silencio, observándome fijamente, embrujándome con sus ojos azules encantadores. Caray, es una bruja, que hipnotiza y hace desaparecer a todos alrededor.

—Me dijo que fuera, ¿no? —sonrío y con mis dedos hago círculos en su espalda desnuda. Traga grueso cuando me acerco a su oído.

—Ya estoy de regreso —miro su piel, la cual se eriza con mi respiración.

Respiro cuando la música termina. Cuando las parejas se dispersan le suelto la mano y, se aleja hacia su padre. Yo voy hacia el otro lado, pero Tory me detiene. Me mira con irritación y dice.

—Constanza está comprometida con alguien de su edad. No crees que estás demasiado viejo para ella —no le respondo, paso por su costado chocando su hombro.

¿Viejo? Si que lo estoy para ella, pero, eso no me detendrá en mi propósito. Comprometida o no, Constanza Morris será mía.

Pasada la medianoche me paro en el borde de lo alto de la discoteca, observo como la juventud se divierten con alcohol porque droga no permito que se venda en este lugar. No soy un puto mafioso. Entre la multitud aparece ella. Ha venido, está aquí y, Dios sabe lo que pasará.

Le espero en lo alto de la escalera. Cuando llega a dos escalones del último extiendo la mano para ayudarla a subir y llevarla a mi suite privada.

—¿Vino? —asiente. De espaldas a ella llevo la copa de vino, pero de reojo la observo moverse en su sitio. Los espejos me ayudan a mirar en mi espalda. Cuando me giro, con las dos copas en mano conectamos nuestras miradas y, me acomodo frente a ella, separados solo por la mesita de noche, la cual es muy pequeña.

Silencio. Eso es lo que gobierna este ambiente, hasta que decido hablar—. ¿Qué hace una mujer comprometida en la suite de un hombre?

Bebe del vino, levanta la mirada y me mira por el filo de este—. Entretenimiento —dice, dejando la copa en la mesita—, es para eso este lugar… para entretenernos ¿no? —asiento, dejando rodar el último poco de vino.

—¿Más? —cuestiono porque ella se terminó primero que yo. Parece tener un paladar resistente.

Vuelvo a llenar la copa, pero en esta vez llevo el vino a la mesa, porque no quiero estarme parando a cada rato.

—Pero el entretenimiento está abajo, no aquí —digo al extenderle la copa.

Hace círculos en el filo de la copa mientras piensa en su respuesta—. El entretenimiento está en donde quiero que esté.

—Ya, entonces ¿seré su entretenimiento por esta noche? —bebe sin darme respuesta. Se toma todo el vino. Observo su cuello mientras el vino traspasa su garganta. Al finalizar deja la copa en la misita de noche y me mira con una sonrisa.

—Solo si usted quiere.

—¿Y su novio?

—¿Qué hay con él? ¿Acaso le importa mi novio?

—No quisiera herir los sentimientos de terceros, bastará con dañar los suyos —sonríe.

—¿Está seguro de que dañará mis sentimientos?

—Completamente —digo y llevo la copa a mi boca.

—¿Muy seguro? —me inclino hacia ella.

—Una vez que me pruebe, no querrá que nadie más la toque, menos aquel pito corto —enarca una ceja. Mientras me mira, se va quitando la chaqueta.

—¿Hablaremos de mi novio? —le regalo una perversa sonrisa, al mismo tiempo llevo la mano detrás de su nuca, empuño su cabello.

—Sin quejas, sin llanto, sin exigencias ¿estamos?

—¡Estamos! —la miro por un segundo, seguido levanto la pequeña mesa tirándola a un lado, para seguido estrellar mis labios con los de ella. Mientras nos besamos con velocidad, el mueble cae hacia atrás con nuestros cuerpos, pero eso no es impedimento para detenerme y darle a esta niña lo que ha venido a buscar: verga.

Suelto sus labios, bajo por su cuello recorriendo cada centímetro como un demente. Ella se empuja rodando un poco más fuera de la incomodidad del mueble. Se estremece cuando mordisqueo sus costillas. Levanto su pequeño top con todo y sujetador dejando libre sus senos que se expanden por su pecho. Los observo, son grandes, pezones rosados y muy pequeños, pero se ven deliciosos. Me prendo de uno, masajeo el otro mientras presiono sus manos sobre la cabeza y con una pierna me afirmo en su feminidad.

Suelto sus tetas, envuelvo mis dedos en la pretina de su short, el cual ruedo con rapidez hasta sacarlo de sus piernas. Contemplo su silueta como un maldito morboso. Poso mis manos en sus rodillas, las subo por sus muslos, presiono estos y vuelvo a las rodillas, para seguido abrirlas.

Contemplo con morbosidad su abertura, la cual está húmeda y exquisita. Acerco mi cara a sus muslos, mordisqueo cada parte, así voy subiendo, saltándome esa parte, porque sería demasiado darle todo a la primera.

Llego a su boca y me la como con ansiedad y deseo. Mientras, las manos de ella se posan en mi cuello, las siento moverse, suelta los dos primeros botones, seguido la abre dejándome sin botones. La rueda hacia mi espalda. Mientras nos devoramos la boca saca mi camisa.

Joder, que se siente bien piel con piel. Sentir sus pechos debajo de los mío aplastados es exquisitamente delicioso. Masajeo uno y chupo del otro, mientras tanto ella desbotona mi pantalón, envuelve su mano en mi miembro el cual está duro y caliente.

Me alejo de ella, ruedo mis pantalones hasta la rodilla. Mi pene salta cuando lo libero y los ojos de ella se encandilan de deseo. Con mis rodillas separo más sus piernas, meto debajo de sus caderas mis manos, seguido la alzo y me inclino a morder de sus costillas, al llegar a sus senos paso la lengua y con la punta de esta, juego con sus pezones. Se remueve, se estremece, gime, aruña mis brazos.

Mientras forro mi pene nos miramos, seguido la levanto por completo del suelo. Como estoy de rodillas la siento de piernas abierta sobre mi regazo, la elevo un poco y acomodo mi pene en su entrada. Nos miramos, con deseo, con muchas ganas. Al momento que la asiento para hundirme en su interior, abre la boca y sus ojos se llenan de lágrimas.

Joder, esta perra está tan estrecha como si… hubiera tenido mucho tiempo sin relaciones, o algún pene de salchicha la abrió. Virgen no es, porque de serlo no hubiera tocado fondo. Buscos su boca, la cual me como con violencia al mismo tiempo que la destrozo con mis embestidas.

ya la tengo en la cama, poniéndola en barias posiciones, hundiéndome en ella sin restricciones, hasta el fondo, demoliéndola con cada jodido beso. La pongo en cuatro, agarro su suave cabello, hago presión y tiro de ellos, al mismo tiempo que la embisto. La elevo con cada entrada, cae en cada salida. Acelero los movimientos, van más rápido, más potentes, más desquiciados hasta que exploto dentro del condón y su interior.

Salgo de dentro de ella. Cae en la cama, quedándose boca abajo mientras le hago el nudo al condón. Si no girará la cabeza en mi dirección, creería que le quebré el pescuezo.

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