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Pasión desenfrenada
Pasión desenfrenada
Por: Alexyta
Fiesta de cumpleaños.

POV DE MICHAEL.

Regresamos al pasado. A años atrás, para ser exactos dos, cuando me llegó una invitación al cumpleaños número veintidós de Constanza Morris. Apenas llevaba un año de sociedad con su padre, creo que el tiempo necesario para haber realizado una exhaustiva investigación donde encontraron mis negocios tan ilegales como los suyos, o donde vieran que nuestra sociedad les dio el doble de ganancia.

Es por eso por lo que estoy aquí, cruzando el umbral del grande portón de la mansión Morris, el lugar que está infectado de ratas.

Camino por el camino de adoquine, iluminado cada maldito centímetro, adornado con árboles y flores bien podadas.

Llego a la entrada, donde me reciben dos hombres corpulentos, los cuales dan miedo con ese porte, pero en una pelea, estoy seguro de que son los primeros en derribarse.

Ingreso, con dos hombres detrás de mí, a los cuales dejaron ingresar luego de una exhaustiva revisión.

Camino por el salón, con la mirada en frente, pero de reojo observando a mi alrededor. La máscara cubre parte de mi rostro, pero no evita que mis ojos detallen el lugar, las personas que se encuentran dentro. Las miradas van hacia mí, los cuchicheos se hacen más menudo. Se preguntarán quien es ese extraño, pues es la primera vez que hago acto de presencia en esta podrida sociedad de narcos.

Aflojo un poco el nudo de la corbata, porque siento que me ahogo. Tengo ganas de esposar a todos los que se encuentran aquí, pero eso sería arruinar una operación en la que he venido trabajando años. Veinte años. Veinte años desde que me propuse encontrar a los desgraciados que asesinaron a mis padres.

Era solo un niño de siete años cuando me arrebataron a mis padres. Mi padrino, el mejor amigo de mi padre, y su esposa, me recogieron, me dieron un hogar, pero nunca pudieron quitarme de la cabeza esas escenas tan perturbadoras que se quedaron grabadas desde esa noche, cuando entraron a casa y destrozaron todo, incluyendo a mi familia.

De apoco la gente se aglomera, van llegando cada vez más y más personas. No creo que todos estén involucrados en este tipo de negocios, sino, que, son parte del teatro de estos miserables para en caso de una intervención policial, poder escapar.

Sigo siendo la comidilla de todos los que están presenten. Esta gente es muy desconfiada. Ver a un extraño en medio de esta celebración, les resulta muy anormal y, estoy seguro de que ya están buscando información sobre quien se esconde detrás de esta máscara.

Me paro en una de las ventanas, observo la parte trasera. Veo hombres caminando sobre el grueso muro, otros recorriendo el jardín silenciosamente. Están bien resguardado, es imposible que alguien que quisiera hacerles daño, podría ingresar y acabar con ellos. Antes de llegar a la mansión, serían acribillados.

Lo que no entiendo es. Como esos hombres están dispuestos a dar la vida por estas ratas. Es sorprendente cuanta cantidad de humanos son capaces de proteger a tan desagradables personas.

A mi espalda, un estallido de aplausos se escucha. El algavaro se hace más fuerte. Me veo obligado a apagar el puro y girarme para ver qué es lo que ha levantado el ánimo de las personas. Me giro, lentamente para encontrarme a una figura femenina vestida de ángel, descendiendo desde el techo. Mientras desciende, nuestras miradas se cruzan. La observo a los ojos y, pierdo su contacto cuando toca el suelo.

Camino hacia el círculo de personas. Voy apartando a estas hasta quedar delante. Le veo abrir sus brazos, elevarse de nuevo, dar una vuelta y descender de cabeza. Desciende cerca de mí, se detiene en frente de mi rostro. Sus ojos, tienen un maldito color azul que en medio de la noche aún se pueden apreciar.

Se queda colgando unos segundos de cabeza, mirándome fijamente, cautivándome con su mirada. Segundos después se eleva, más bien la elevan, porque cuelga de unas cuerdas delgadas las cuales deben ser manipuladas por alguien más, porque de ángel, esa perra no tiene nada. Si es la hija de un maldito narcotraficante, no debe ser ninguna santita.

Cae de nuevo de pie, se suelta de las cuerdas y da un espectáculo que levanta más de una polla, incluida la mía. Es poca la ropa que lleva, si se puede decir ropa, ya que solo tiene unos pedazos de cartón cubriendo sus pezones, unas tiras que rodean su torso y una corta, pero bien corta falda llena de plumas que de vez en cuando se sube, dejando ver ese esponjoso trasero.

Aflojo un poco más la corbata, porque siento que me ahogo, con el calor que ha empezado a hacer.

Cierra el espectáculo con una abierta de piernas en el suelo e, inmediatamente el público estalla en aplausos, por consiguiente, el padre sale de entre la multitud, orgulloso de su cría. La sangre me empieza arder, porque tengo frente a mí al asesino de mis padres. Mis fracciones se tensan, siento la necesidad de llevar la mano a la navaja que tengo escondida, la cual podría lanzar directo al corazón de ese infeliz. No fallaría, tengo años practicando y, al momento de lanzarla se le clavaría en todo el centro, sin darle posibilidad de sobrevivir. Pero la voz en mi oído me dice que me controle.

—Ander, tienes que calmarte —me dice Xavier por el micrófono.

¿Cómo se puede calmar cuando se está frente al asesino de tus padres? ¿De qué manera lo haces cuando puedes asesinarlo en un segundo?

Cuando hay mucho en juego. Me dice mi conciencia. Cuando tienes mucho que perder si lo matas en este mismo instante.

Lo mataría, sí, pero también me matarían a mí. Todo por lo que la organización a trabajado en estos años, se iría al carajo.

Traigo serenidad a mi mente, concentrándome en el propósito de esta noche, el cual es, darme a conocer en persona a Alfred Morris.

Cuando termina el parlamento, alabando a la zorra que tiene al lado, expresando su orgullo por haber hecho parir a su mujer una bruja de en canto, me acerco. Al estar frente a él dice.

—¿Ander Cooper?

Supongo que conoce a todos y, soy el único que le parece extraño.

—El mismo —digo sin apartarle la mirada, aunque de reojos veo a esa cría observándome.

—Después de tantas invitaciones, al fin se ha dignado en venir.

—Soy un hombre muy ocupado y, la verdad es que, no pierdo tiempo en sociedad, cuando puedo ocuparlo en producir más. Mientras otros derrochan en esos tipos de baile, yo me robo sus negocios.

Sonríe, asegurándome que le parezco un tipo muy divertido. Mira a su hija y procede a presentármela.

—Le presento a mi hija, Constanza Morris.

Dirijo la mirada a ella, procedo a tomar su mano sin perder el contacto visual.

—Mucho gusto en conocerla, señorita Constanza —le levanto la mano, dejo un beso sobre su dorso sin despegar la mirada de sus encantadores ojos azules—, dio un espectáculo espectacular —sus comisuras se curvan e inmediatamente retira la mano y procede a agradecerme.

—Gracias, señor Cooper —aun mantenemos las miradas conectadas y, Alfred procede a interrumpirnos.

—Qué le parece si pasamos a la sala especial —la sala donde supongo se reunirá todos los de esta organización—, lugar donde tendrá que quitarse la máscara —lo dice en tono serio.

—No tengo problema —le digo dirigiendo la mirada a él— ¿Por dónde? —me señala por donde ir. Antes de seguir dirijo la mirada a ella y me despido.

Mis dos hombres intentan seguirme, pero les digo que permanezcan en la puerta, porque es obvio que acá, no les dejarán ingresar.

Ingreso, y apenas lo hago retiro mi máscara, porque todos esos caballeros que estaban dentro me quedaron mirando muy extraño.

—Les presento a mi nuevo socio, Ander Cooper, el hombre que en un año de sociedad me ha hecho ganar más de lo que ustedes en cinco años.

No puedo creer que yo haya contribuido a que esta rata que se encuentra a mi lado haya incrementado tantas sus ganancias. Pero es bueno saber que, pronto todo se le irá al carajo.

Observo a cada uno de ellos cuando hablo, grabándome cada jodida fracción de sus rostros, para cuando salga de aquí, poder dibujarlos y agregarlos a la lista de investigación.

Mientras hablo con ellos, me doy cuenta de que no son del todo inteligente y audaz, porque de serlo, yo no estaría aquí escuchando todas las atrocidades de negocios de los que hablan. Estoy que me jalo la polla del aburrimiento. No veo la hora de que esto se termine.

La puerta se abre, no me giro a ver quien ingresó como los demás, ya que estoy de frente a la puerta. Jamás me gusta dar la espalda al lugar de entrada, porque nunca se sabe que intensiones tengan los enemigos con los que comparto.

Veo a un castaño ingresar, me mira con intriga, hasta que su padre hace oficialmente mi presentación como Ander Cooper.

—Soy Tory —dice, pero sin ápice de emoción, más bien, siento su envidia por todo lo que su padre acaba de decir de mí.

La conversación continúa por una media hora más, luego se preparan para ir a la sala de juego, apuestas y tantas cosas, pero decido retirarme.

—¿En serio no quiere ir al área de entrenamiento?

—Agradezco su invitación, pero tengo que marcharme. Hay mucho que hacer —me despido de todos, y salgo, sin mirar atrás, sintiendo sus miradas caer en mi espalda.

Estando a fuera suspiro. Me detengo un segundo y sigo mi camino. En la sala hay cientos de jóvenes, los cuales se divierten con alcohol, droga y sexo— Salgamos pronto de aquí, este lugar apesta.

Antes de llegar a la puerta, una joven tropieza conmigo, la cual me mira y sonríe. Está de más drogada porque empieza a decir incoherencias.

—Oh, cariño, nos volvemos a ver.

Definitivamente no conozco a esa mujer, menos puede reconocerme si alguna vez me vio, ya que tengo máscara, sé que es su estrategia para que me la folle, pero no acostumbro a comer lavazas regaladas. La aparto tirándola a un lado, sigo hasta la salida, cuando siento el aire golpear en mi rostro, respiro, respiro y respiro.

Ya a fuera, estando dentro del auto cierro los ojos y empiezo a dictar los nombres a Xavier, quien me escucha por el micrófono.

—Llévame a una disco, quiero distraerme un rato más.

Ingreso, sentándome en lo alto, agarrando un cuaderno y empezando a dibujar a aquellas personas. La música que suena alto me ayuda a concentrarme. De pronto, levanto la mirada y la veo. Tiene que ser ella, aunque no vi su rostro, aunque no vi su cara, me gravé su silueta y, la mujer que baila sobre el escenario es ella, la perra de Constanza Morris.

—Lleva esto a ya sabes dónde —le digo al hombre a mi lado.

Sin más me levanto, empiezo a descender, hasta llegar abajo. Ella culmina su espectáculo, seguido se lanza de espaldas sobre las manos de todo el grupo de jóvenes que la vitorea. La lanzan y lanzan de brazos en brazos, hasta que llega a mí y no la agarro, la dejo caer.

Se queja. Me mira, con esos impresionantes ojos. ¿Me reconoció?, no lo sé, pero yo a ella sí y, es momento de empezar este juego.

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