16. Las mentiras de Jennifer

Al otro día, Steve se levantó con el cuerpo, todo pegajoso de tanto sudar, pero más recuperado.

Al menos la fiebre ya había bajado y la cabeza no dolía como si se la hubiesen abierto a la mitad.

Miró alrededor buscando a Emma.

La recordaba cuidándolo toda la noche, en sus momentos de estar medio dormido.

Steve se pellizcó el puente de la nariz suspirando, arrepentido por haberla hecho pasar tan mal momento.

Como si no tuviese suficiente con cuidar un bebé a todas horas.

Se levantó, estirando todos los músculos adoloridos y caminó hacia el baño, se lavó un poco, cepillándose y se acomodó el nido de cabello negro desordenado que tenía en la cabeza, con algunas canas dispersas por ahí.

Antes de bañarse quería verla, decirle que estaba mejor y agradecerle.

Caminó hacia su habitación y pasó por la puerta corredera semiabierta.

— ¿Emma? – la llamó bajo, con la voz ronca de recién despierto.

Sus pasos lo llevaron a la cuna de su hijo, que dormía plácidamente.

Como siempre, la ternura era
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