5. Bienvenida

—¡Usted ha perdido la cabeza! —exclama Roxanne cuando se atreve a dar un paso hacia atrás—. Le dije que me diera tiempo de arreglar mis cosas. ¿Por qué se aparece por aquí? ¿Quién se cree que es?!

La respuesta de Paul no se deja pasar. 

—Soy su jefe. Horas era lo que necesitaba —responde Paul desde el otro lado—. Súbase a mi auto. No perderé el vuelo por usted. 

Roxanne se queda sin habla. Piensa en Mia, en su hermano, y hasta de este…mendigo trabajo con ese señor barrigón que no hacía sino humillarla cada vez más. 

—Necesito hablar con mi hermana, no puedo irme así sin más sin despedirme. O me deja hacerlo o no hay trato. 

Paul se toma el tiempo de mirarla. Finalmente se quita los lentes y unos ojos azules relucen bajo la luz del sol de esa mañana.

—Le doy cuatro horas. 

Se vuelve a introducir al auto como si nada hubiese pasado, dejando a Roxanne sin habla y con una reacción como si fuese visto un fantasma. 

Por la misma rabia tira el café al suelo y se lleva el plástico hacia su casa, porque 

tiene que marcharse enfurecida hacia su vecindario. ¡Deja el café del Quentin en otro lado!

Dorothea la saluda y hace lo posible para sonreírle. Al menos le ha dejado un alivio porque ella siempre emana amor. Era lo que necesitaba en esos momentos. 

Se quita los tacones y al girarse, su hermana está sentada en el sofá de la sala. 

Roxanne parpadea un par de veces, pero luego frunce el ceño y se acerca a ella. 

—¿Qué sucede? —Mia le pregunta al dejar de comer su manzana. 

Roxanne la señala con la punta del tacón.

—¿En dónde estabas, Mia? ¿Por qué no llegaste anoche? ¡Creí que algo te había pasado! 

Mia la ignora un momento, suspirando. 

—¡Respondeme! —exige Roxanne.

—Estaba con unas amigas, después de ver que te habías marchado, aproveche…

—Sabes que no me gusta que estés con esas amistades.

—¡Yo soy grande y me sé cuidar!

—Y yo soy más grande que tú y sé cómo se mueve el mundo.

—Entonces si sabes tanto, doña perfecta, ¿Por qué Brooke no está con nosotras?

Es un golpe bajo para Roxanne, quien traga saliva y tartamudea. Pero vuelve a su firmeza y tira los tacones al mueble. 

—No digas eso nunca más, Mia —Roxanne la rodea para buscar un vaso de agua—. ¿Por lo menos fuiste a trabajar hoy?

—Obvio que sí —contesta Mia de mala gana—. Soy bastante responsable con mis cosas y ésta enfermedad a mí no me va a impedir ni trabajar ni salir con mis amigas. 

Roxanne coloca las manos en el mesón de la mesa, tratando de pensar en lo que habría que deparar en su pequeña familia cuando se digne en decir el contrato que ha hecho con el hombre menos esperado de esta tierra. 

—¿Qué querías decirme? Dorothea me dijo que viniera rápido cuando llegue.

—Estaba preocupada por ti. No puedes decirme que no me preocupe porque eso haré todo el tiempo sino me responde el maldito teléfono ni me dices nada.

—Roxanne —remeda Mía cuando se levanta. Se cruza de brazos—. Ese bebé te está poniendo mucho más gruñona. 

Roxanne abre la boca con incredulidad y se dirige hacia Mia para mover su dedo enfrente de ella. 

—Deja a mi bebé en paz. Sabes muy bien que a veces te pones insoportable pero eso no es lo que vengo a decirte —Roxanne se tira al mueble y suspira—. Tengo que salir del país unas cuantas…semanas, pero no te preocupes. Te dejaré bastante dinero para que estés bien y lo más importante, un doctor para que esté pendiente de tus medicinas y tratamientos.

Mia se cruza de brazos pero su expresión radica en la sorpresa. 

—¡Me dejas sola!

—¡No digas eso!

—¡No quiero oírte! 

Roxanne se siente mal al saber de eso y se apresura a tomarla en sus brazos.

—Esto es para nosotros, entiende. Me salió una oportunidad para poder cubrir todos los gastos necesarios. Entiende, Mia. 

—¿A dónde te irás?

—Iré a Francia. A París. 

Mia da un jadeo, negando. 

Un toque en la puerta las aleja. Al abrir lo primero que nota es al chófer que había visto esa mañana. Sí, la había seguido desde hace un par de horas ya. 

—Señorita, es hora de irnos.

—Sólo deme un momento, debo preparar mis maletas. 

Se voltea hacia Mia, que ya no tiene una expresión incrédula sino triste. Abre sus brazos para rodearla. 

—Te prometo que todo esto cambiará. Y hago esto por ustedes tres. Brooke y Andrew estarán con nosotras pronto, por eso hago esto. 

Mia la ve con tristeza.

—¿Por qué mamá nos dejó? ¿Por qué?

—No pienses en eso —Roxanne la aprieta con suavidad —. Yo estoy aquí y es lo único que importa. Te llamaré día y noche así que ten ese teléfono a la mano, y cuídate mucho, sé que eres una mujer fuerte. Lo más probable es que regrese antes, es tema de negocios y trabajo.

Mia es distante pero asiente. 

Roxanne besa su mejilla.

—Nada te faltará, hermana. Esto lo hago por ambas. 

—Entonces cuídate —Mia corresponde al último abrazo con suavidad—. Confío en ti. Cuida también a ese bebé, no quiero que tus arranques de ira también los sienta él o ella.

—Mi bebé estará bien —sonríe diminutamente—, Y yo en ti, pequeña. Por favor, cuídate. ¿Sí?

Le da un último abrazo antes de comenzar a arreglar su ropa. 

Horas después, al llegar al aeropuerto privado, donde la primera avioneta está quizás esperando a su último pasajero.

—¿En dónde está el señor Fournier? —le pregunta al chófer. 

—Espera por usted la avioneta, señorita. Sígame —habla el chófer con claro acento francés.

Se adentra a la avioneta y la dirigen hacia el copiloto. Su expresión está atestada de impresión al notar al piloto del avión

Observa a Paul con lentes negros manteniendo sus manos en los controles del avión.

—¿Qué? ¿Usted va a pilotear esta cosa? —pregunta Roxanne cuando ya está asegurada en su asiento. Mira hacia al frente y el vértigo es gigantesco—. Dios mio.

—¿Y a quién esperaba? —es lo que escucha. 

Roxanne traga saliva. Aprieta sus manos cuando siente ya el movimiento del avión sobre la pista. Pero eso no es lo que toma su interés. Sino la voz grave de su ahora jefe. 

—Espero que sepa antes que nada que no tolero trabajos ineptos e inexactos. A la primera vez que observe un error, la despido. El contrato es de tres meses. En esos tres meses haga su mejor esfuerzo, porque no recibirá ni paga ni lo que me pidió —Paul finalmente comienza a pilotear como si fuese lo más normal del mundo—, bienvenida a París señorita Smith. 

Roxanne abre la boca.

¿¡En qué se había metido!? 

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