Un año antes.
Casa de la familia Ortega.
18:00 de la tarde.
—Eres una hija de puta —espetó molesto mientras daba otra patada a mi vientre —. Deberías desaparecer y no molestar —otra patada.
Este era mi día a día. Ya no tenía fuerzas para poder defenderme o tan siquiera suplicar que dejara de pegarme golpes.
Si lo hacía me daban más, así era Rupert Ortega, el marido de la señora Adelina Ortega.
"Mi familia".
—Si te digo que hagas algo lo haces, y cuando acabes te encierras -me cogió del cabello haciendo que lo mirase —. ¿Has entendido? —Asentí —Respóndeme.
—Si —respondí muy débil debido al dolor y al nudo en mi garganta.
—¿Sí, qué?
—Sí señor.
Me soltó bruscamente del cabello haciendo que mi cabeza diera contra el suelo. Ahoge un grito y lo vi salir.
Me abracé a mi misma aún estando en el suelo y allí pasaron las horas.
Prefería que me dieran golpes, así estaba encerrada hasta que los golpes desaparecieran. Era un dolor muy fuerte, aunque no más intenso que el que sentía en el pecho.
Miré hacia la ventana, la noche estaba cayendo, en el cielo solo se podía apreciar la luna, no había estrellas, solo un cielo muy oscuro.
Miré a mi alrededor, todo estaba sucio; un colchón en el suelo y no había ningún mueble. Miré mis manos todas sucias y dañadas.
¿Cómo podría salir de aquí?
Soñaba con el momento de salir y ser feliz, de vivir una vida feliz, sin malos tratos, con una sonrisa en los labios que no fuera fingida.
Pero para qué engañarme, nunca tendría esa vida, nunca sería feliz, en esta casa viviría para siempre.
Me levanté para mirar por la ventana, tenía rejas así que era imposible poder escapar.
Me volví a sentar en el suelo con la mirada fija en la puerta. Esta se fue abriendo poco a poco dejando ver al hijo menor de la familia.
Alonso... Ese chico que cada vez que discutía con su novia abusaba de mí. Sus ojos marrones rojos de seguramente la droga que ingería cada poco, su cabello mojado, sus manos apretadas en un puño. Se fue acercando poco a poco hasta llegar a mí y cogerme del cabello.
—¿Estás lista perra sucia? —El odio en su voz era muy intenso.
Llevaba cuatro meses con esa familia y nada de lo que había vivido era bueno. No tenía ni un recuerdo bueno en mi vida.
Las manos de Alonso viajaban por todo mi cuerpo, sus besos sucios y mojados tocaban toda mi piel. Quería huir, salir de ahí, quitarme a ese hombre de encima.
—Abre las piernas perra.
Me cogió del cuello apretando y dejándome casi sin aire. Me abrió él las piernas y penetró con fuerza, cerré los ojos fuerte y en ese momento quise morirme.
Cuando acabó se subió el pantalón y ahí me dejó tendida en el suelo con mucho dolor. Me abracé a mi misma sintiendo las lágrimas bajar por mis ojos y mi corazón latir muy fuerte.
Cerré los ojos rezando por no volver a despertarme nunca más. Pero las voces de la familia me hicieron abrirlos de golpe.
La puerta se abrió y apareció en ella Adelina.—Ponte esto, en unas horas nos vamos —me tiró la ropa y salió.
Consistía en: un pantalón vaquero, una camisa corta -tanto de mangas como de cintura. Dejaba ver mi abdomen - era de color blanco, unas zapatillas blancas y una goma para atarme el cabello.
Miré la ropa unos minutos y al sentir los pasos de alguien comenzó a vestirme rápido. Cuando la puerta se abrió solo me faltaba poner la camisa.
—Te quiero abajo en diez minutos.
Miré a la señora y asentí. Me recogí el pelo y unos minutos después salí.
La familia me miró con desprecio.
—Limpia la cocina, hoy viene nuestro hijo mayor.
¿Hijo mayor? ¿Hay más enfermos como ellos?
Las ganas de gritar comenzaron a hacerse muy grandes, el miedo comenzó a surcar todo mi cuerpo. Me quedé quieta durante unos segundos, el señor Rupert me tiró un cojín haciendo que diera unos pasos hacia atrás.
—¡Acaba! —Fui hacia la cocina y comencé a limpiar.
Al sacar los cubiertos del lavavajillas vi un cuchillo afilado, miré mis muñecas y sollocé en bajo.
¿Lo haría?
—¿Qué haces? —Habló la mujer al verme.
Solté el cuchillo rápido, dejándolo encima de la encimera y negué.
—N-nada —seguí limpiando.
La mujer seguía mirándome, su mirada estaba puesta encima de mí, sentía que ni pestañeaba, me temblaban las manos al coger los cubiertos.
—¿Qué tenías pensado hacer con ese cuchillo? —Su voz autoritaria me hizo dejar de moverme.
—Na-nada, guardarlo. Ha-hago lo que me pedís —bajé la cabeza mirando el tenedor y la cuchara en mi mano.
—Que no te vuelva a ver hacer eso —dicho eso salió de la cocina.
Recogí todo lo más rápido que pude para descansar un poco. Desde hacía unas semanas mi corazón se solía acelerar más de lo normal y me hacía sentir muy mal.
Miré hacia la puerta de la cocina y suspiré al no ver a nadie en el salón.
—Mesen hoy vendrá tu nueva familia. No hables, no te muevas, no los mires. Ojalá te cojan y te saquen de aquí —habló la señora Fril.
Era una cuidadora del orfanato, también era la profesora de ética.
Irónico pues esa mujer de ética tenía muy poco -por no decir que no tenía nada-.
—Entendido señora —salió pegando un portazo.
Así era mi día a día en el orfanato. Un sin fin de malos tratos y queriéndome morir cada dos por tres.
Aún sufriendo como lo hacia era rara vez la que lloraba, solo lo hacía cuando explotaba, pero podía estar reteniendo todo el dolor durante largos meses, hasta que el corazón y la cabeza ya no me dan para más. Muchas de las personas que están aquí me dicen que soy débil, y, puede que tengan razón, lo mío no es la fortaleza. Lo mío no es mirar hacia otro lado y hacer como que ni he escuchado o sentido todo lo malo que me hacen.
Soy Mesen Andrews y ser débil es mi pasión.
Siempre soñé con ser una chico fuerte, que no se dejaba pisotear por nadie. Pero me enseñaron a callar, si no lo hacía me daban más fuerte y llega un día donde te paras a pensar y dices: «será mejor que te calles y no hagas nada que los haga enfadar».
Esos eran mis pensamientos todos los días.
Esas voces siempre me decían que no lo hiciera, que cuanto más gallita me pusiera peor me iba a ir y tenían razón.Siempre era mejor dejar que las cosas pasarán hasta que llegara el juicio final.
Ese en el que haría pagar a todas las personas que me han hecho daño y no pararía hasta encontrar ese día, el día de mi felicidad y me daría igual pisar a la gente.
¿Me daría igual?
Si.
La gotas de la lluvia caían sobre la luna del coche, el ruido de los truenos le daba ese toque de terror a la noche. Dejaba rodar mis lágrimas por las mejillas, solo miraba por la ventana preguntándome una y otra vez que había hecho mal, que había hecho para merecer eso que estaba viviendo. No encontraba respuesta, solo dolor.La familia Ortega sonreía con malicia cuando me miraban por el retrovisor, bajaba la mirada del miedo, me pegué mucho más a la puerta al tener a Alonso muy cerca de mí.Una idea muy loca pasó por mi cabeza, pero esa idea fue borrada al ver la mano de la mujer pulsar el botón automático para cerrar con seguro la puerta. Grité por dentro de la rabia. Nunca podré escapar de esta realidad tan asquerosa que me toca vivir.Tras casi una hora de viaje llegamos al aeropuerto. La familia salió para darle la bienvenida a su hijo mayor dejándome a mí sola en el coche.Intenté abrir la puerta para escapar pero estaba cerrada. Di un golp
La comida estaba pasando en silencio absoluto, la señora María se había ido hacia otra parte, él y yo estábamos mirando hacia un punto fijo.La comida estaba riquísima, una tortilla de patatas—una típica comida de España—. Sentí la mirada de Roberto en mí, por un momento dejé de comer y miré la mesa.—¿Por qué dejas de comer?—¿Por qué me miras?—Lo escuché reír. Giré la cabeza y sonreí falsamente.—Bien —susurró y desvió la mirada —hoy por la noche te quiero en mi habitación, es la puerta a la izquierda de donde está la tuya —dijo para después levantarse e irse.Las ganas de comer se me habían quitado, el miedo comenzó a recorrer cada centímetro de mi cuerpo, me
Al día siguiente...Me da asco pensar que Roberto lo único que quiere de mí es lo que todos nos imaginamos. Usarme para su beneficio sexual y dejarme a un lado.El lado bueno de toda esta oscuridad es que no me ha obligado, en ese aspecto es mucho mejor que su hermano.Estar en esta casa me ha hecho reflexionar muchísimo. Y es que, por mucho dinero que tengas, aunque seas muy millonario, sigues estando solo, siguen viviendo en un mundo donde al soledad inunda cada parte de tu casa y tu vida.Ese es el caso de Roberto Ortega, un chico muy millonario, con todos los lujos que quiera, pero está solo. Según he escuchado Roberto no se lleva muy bien con sus padres ni con su hermano, solo se ven de muy vez en cuando y cuando lo hacen siempre terminan discutiendo. Roberto a estado solo durante muchísimo tiempo. No sé la razón, y tampoco me importa saberla.—Hija —la voz de Rina me sacó de mis p
Como me había dicho Rina, ahí me encontraba, esperándola en la habitación, estaba todo a oscuras y solo podía ver la poca luz que había por el pasillo.Escuché los ruidos de unos zapatos, pero no eran de mujer, eran de hombre. Me escondí en una esquina, no entró, siguió de largo.La habitación del teléfono...Escuché la voz de Roberto.Roberto: Dame los resultados sin rodeos.¿Qué quieres decir con eso?¿Estoy loco?No entiendo nada.¿Paranoide?Bien, hablaremos mañana.Miré hacia el suelo desconcertada. ¿Estaba loco? ¿Cómo qué estaba loco? No entendía nada. Los pasos se volvieron a escuchar pero esta vez se iban alejando. Estuve esperando a Rina pero en ningún momento apareció. Salí de la habitación para adentrarme en la mía, justo antes de entrar Roberto apareció asustado.—¿Dónde
Una semana... Llevo aquí una semana y ha sido muy difícil. Roberto sigue pidiéndome que le toque, intento no hacerlo...Pero algo dentro de mi quiere hacerlo, desde que vi a Roberto me llamó la atención, hay algo en él que me gusta, pero hay algo más que me da miedo.He estado intentando descubrir cual es el problema que tiene, eso que no puede controlar pero no consigo nada. Rina me dice que me lo contará pero nunca lo hace, cuando le pregunto siempre evade el tema y me pregunta otra cosa.Damián, el mejor amigo de Roberto y yo nos hemos empezado a llevar bien. Es buen hombre comparado con su amigo, siempre que Roberto se me acerca pone alguna excusa para alejarme de él... Se lo agradezco.Ya son bastantes excusas las que a puesto a lo largo de la semana y Roberto comienza a cansarse. Algo que es muy diferente ahora, es que, al menos veo la televisión más de seguido, veo pelíc
Hay un momento justo en la vida donde te das cuenta de que muchas de las cosas que has vivido se te han olvidado, o que no han sido suficiente buenas como para recordarlas, también puede pasar justo al contrario, has vivido tantas cosas malas que por mucho que quieras no se te pueden olvidar, tu mente estará torturándote día tras día con esas situaciones tan macabras que has vivido.—Tienes que limpiar.Patada en el estómago.—Cuando yo te lo digo.Otra más.—Si no me obedeces te echaré a la calle.Otra más.La sangre salía de mi boca, mi cuerpo temblaba por el dolor. Ni siquiera salía una lagrima de mis ojos, mis manos estaban echas puños, clavando así las uñas en la palma. La vista la tenía nublada y no por las lágrimas. Comencé a temblar más y más, las siguientes patadas ya no las sentía, no sentía dolor y eso me gustaba demasiado.Ese día
Damián.La historia de Masen me parece asquerosa. No entiendo como las personas pueden llegar a ser tan insensibles, y con tan poco corazón. Hacer sufrir a una persona día tras día solo porque te gusta, es de estar muy mal mentalmente.Los padres de Roberto no tienen perdón y él tampoco, las guarradas que le ha hecho a la chica a mi lado no tienen perdón de dios.Tenía pensado viajar hasta Italia, serían bastantes horas de viaje, pero contra más lejos mejor. Estoy seguro de que Roberto nos buscaría hasta debajo de las piedras.Llevó conduciendo dieciséis horas solo faltaban cuatro horas para llegar. Allí tenía un departamento, nadie sabía de él, ni siquiera Roberto, era mi lugar de escapada para cuando me encontraba mal y me iba a pasar semanas allí.Llevo hablando con Masen una semana, y simplemente me parece una mujer muy interesante, muy buena persona.
Me giré en el sofá y miré hacia el sofá donde estaba echado Damián. Tenía los brazos por encima de sus ojos, estaba estirado completamente en el sofá.Estaba vestido de chándal, un chándal negro, miré su abdomen subir y bajar con tranquilidad, desvié la mirada hacia la ventana. El cielo estaba negro, las estrellas y la luna lo alumbraban, me senté en el sofá y me acerqué a la ventana, me senté en el duelo mirando al cielo y sonreí.Me daba mucha tranquilidad hacer eso, mirar el cielo en silencio, era magnífico, se sentía muy bien.Pocas cosas en esta vida me daban tranquilidad, pero sorprendentemente mirar al cielo y el chico que estaba tumbado en el sofá me la daban. Ninguna persona me había hecho sentir así, él era el primero.Miré hacia el sofá y vi a Damián mirándome.—¿Estás bien? —Asentí con una sonrisa.—¿Tú?—También —sonrió.Se levantó y se sentó a mi