Damián.
Todo estaba oscuro, escuchaba la voz de Izaro y Alma, solo eran susurros pero con eso me valía para saber que estaban bien.
Todo estaba saliendo a la perfección cuando la luz de la comisaría se fue al completo, los guardias comenzaron a mirar que había sido eso pero no encontraron nada. Abel, la mano derecha de Miguel nos había mandado marchar, también nos dijo que él mismo iría a mi casa a por esas pruebas y fue así como nuestro único plan se fue a la mierda.
Miguel es el jefe de la comisaría, el que estaba al mando de todos los casos. Pero en este en específico él no lo estaba.
Intentábamos contactar con Roberto y Masen pero ninguno contesta las llamadas, María y Claudio tampoco respondían las llamadas, el miedo nos estaba comiendo a los tres. Ya habían pasado más de seis horas desde que salimos de mi casa. Estábamos esperando al taxista pero no llegaba. Decidimos comenzara caminar, Izaro
Roberto.Izaro junto a Alma habían salido, querían comunicarse con su hermano, y estando el móvil de Alma pinchado no podían hacerlo desde esta casa.Masen seguía escuchando y viendo cosas, se había encerrado en un armario y allí se había quedado, no salía ni aunque le rogara. Los padres de ella se veían nerviosos, asustados, con lástima. Realmente no sé si ellos de verdad quieren a Masen, pero están demostrando que si. María ahora estaba preparando algo para comer y Claudio la estaba ayudando. Yo me encontraba sentado justo enfrente del armario donde ella estaba escondida.—¿Masen? ¿Te encuentras bien?Esperé la respuesta pero nunca llegó.Quise abrir el armario pero me detuve. Ella ahí dentro se sentía
Iba a irme para intentar detener la muerte de Masen pero Damián me frenó.—O quitas o al último que me llevo antes de morir serás tú —hablé con rabia y asco.Damián negó mirando con cautela a todos sus lados.—No estoy con ellos Roberto, tengo un plan, te dije eso porque estaba ese hombre, ¿Jusef te dio las pastillas?Asentí mirándolo sin entender.—¿Te las has tomado?—No, todavía no.—Bien, mis hermanos y Jusef están por venir, solo tenemos esta oportunidad para acabar con ellos, debemos hacerlo bien.—¿Cuál es el plan?—Debes acabar con los hombres que están con ella, sacarla de aquí e intentar despertarla, los ataques de ira de Masen nos ayudaran mucho. Dame un pu...No le dejé terminar ya que le lancé el primer puñeta
Por un momento todo mi mundo se volvió muy negro, ver a Masen medio tirarse hizo que mi corazón se parara.Me lancé sobre ella y la empujé lejos, me acerqué a ella y negué.—No puedo dejar que hagas eso Masen, lo siento pero no puedo pequeña.Ella comenzó a llorar, me abrazó fuerte y así nos quedamos durante unos minutos hasta que Claudio carraspeo y nos separamos.—Roberto —susurró antes de que nos levantáramos.—Dime pequeña.—Perdóname, perdóname por favor.—No tengo nada que perdonarte —la di un beso y sonreí —no te dejaré nunca sola pequeña, siempre estaré contigo.Nos levantamos y seguimos a Claudio hasta donde los demás estaban. Masen al ver a Damián corrió hacia él y ambos se abrazaron con fuerza.—¿Estás bien?—Si, estoy bien.<
Pasamos las horas Roberto y yo solos, en esas cuatro paredes encerrados.—Masen —susurró.Levanté un poco la cabeza para mirarlo a los ojos.—Dime.Me miró pero en ningún momento habló.—¿Qué pasa Ro?—Te quería pedir perdón por como te hablé aquella vez, sé que tú y Damián no tenéis nada, no sé que me pasó.Sonreí negando.—No te preocupes, yo también hice las cosas mal.Roberto apartó un mechón de mi cabello hacia detrás de mi oreja y pasó la mano a la espalda para seguir acariciando.—Te perdoné Roberto, si no lo hubiera echo ahora mismo no estaría así contigo, te juro que no sé que me pasó.Él negó sin apartar sus ojos de los míos.—Olvídalo, ahora estamos bien ¿no?<
Al día después pasadas las dos de la tarde, Roberto y yo bajamos a ver a los hermanos, los tres se habían quedado a dormir en los sofás, Roberto despertó a Damián, pero este no se despertó de la mejor forma.—¿Qué pasó? —Preguntó muy alterado —¿se suicidó? —Esta vez preguntó muy preocupado.Giró la cabeza y al verme dio una bocanada de aire para tranquilizarse.—Estás bien —dijo ya más tranquilo.Me senté en un sofá libre y miré a los mejores amigos. Roberto me cogió de la muñeca, me levantó del sofá y se sentó él para luego sentarme encima de él. Damián miró a sus hermanos y sonrió. Fue hacia la cocina y regresó con una cazuela y un cucharon de acero, comenzó dando fuertes golpes a la cazuela, cerré los ojos al escuchar ese ruido tan fuerte.Los hermanos de Damián se levantaron asustados y miraron mal a su hermano.—Ya es hora de que os levantéis, casi las tres de la tarde.
Roberto. Odiaba estar lejos de Masen, odiaba tenerla tan lejos. Y ahora había llegado el momento de despedirme de ella, aunque íbamos a estar en el mismo centro nos iban a separar por grandes paredes de hormigón, hasta el momento de salir de este centro no nos íbamos a ver más. —Pequeña —mi voz se quebró —piensa que durante el tiempo que estemos aquí vamos a aprender a vivir mejor. —No me quiero separar de ti Roberto —me abrazó haciendo que mi mundo se desmoronase. —Yo tampoco lo quiero hacer peluda, pero necesitamos esta ayuda. Ella asintió. —¿Recuerdas nuestro primer beso? —Como olvidarlo. Ambos reímos. —Ese beso fue el mejor que nunca di peluda —acaricié su mejilla —tú fuiste la única en no juzgarme por tener este trastorno, tú fuiste la única que me ayudaba en mis episodios o en mis brotes, me quisiste y me amaste como nadie lo hizo y te juro que pase lo que pase te llevaré en mi cabeza y en mi corazón, me s
¿Cómo se puede vivir con un dolor tan grande? Y no hablo de un dolor físico, de esos que se curan con una pastilla o manteniendo reposo, hablo de ese dolor mental, ese dolor que te hace querer tirarte de un puente, de ese que ni yendo a especialistas de quita.Un dolor que no puedes evadir por mucho que quieras, porque siempre tendrás esas voces que te digan: «naciste para esto, para sufrir, para vivir en tu oscura realidad», y, ¿cómo quitar esas voces? Cada día se hacían más grandes, más fuertes, más altas.Era imposible.Con la llegada del hijo mayor de la familia Ortega, Mesen supo que nunca podría quitarse ese dolor, que por mucho que le costara entender esa era su realidad, vivir con un
Un año antes.Casa de la familia Ortega.18:00 de la tarde.—Eres una hija de puta —espetó molesto mientras daba otra patada a mi vientre —. Deberías desaparecer y no molestar —otra patada.Este era mi día a día. Ya no tenía fuerzas para poder defenderme o tan siquiera suplicar que dejara de pegarme golpes.Si lo hacía me daban más, así era Rupert Ortega, el marido de la señora Adelina Ortega."Mi familia".—Si te digo que hagas algo lo haces, y cuando acabes te encierras -me cogió del cabello haciendo que lo mirase —. ¿Has entendido? —Asentí —Respóndeme.—Si —respondí muy débil debido al dolor y al nudo en mi garganta.—¿Sí, qué?—Sí señor.