Capítulo 3 - Amenaza

La familia de mi difunto esposo desde ayer cuando la noticia se hizo pública y luego nos vimos en la fiscalía han sido una tortura. Hoy era el sepelio. Menos mal se quedaron en su casa en Bogotá. No deseaba tener que atenderlos, nunca nos llevamos bien y no lo haremos ahora.

Con mi suegra… Esa mujer era la peor madre del mundo, no me extraña que fuera la culpable de criar a un hombre como él. Fue un completo farsante. Cuando Orlando me fue infiel a los cinco meses de mi supuesto feliz matrimonio, la susodicha se puso de su lado y prácticamente me dijo que tenía que aceptarlo de ese modo, porque era quien me tenía viviendo como reina.

Desde que nací mi padre me ha criado como su princesa, no fueron esas las razones por las cuales permanecí con él. En fin. Esa señora y yo no compaginamos. A él le gustaban las mujeres, y al momento de casarse se le olvidó que debía respetarme, yo era su esposa. De ahí en adelante fue un calvario el matrimonio.

Nada más debes fingir unos días mientras que ellos están aquí. El despertador sonó, aunque ya me había despertado. De nuevo ese recuerdo… La conversación con mi madre horas antes de su accidente. No fui con ellos a la Mesa, por mis trabajos de la universidad, estaba en los parciales del tercer semestre de carrera.

Me salvé porque mi madre se fue con el de manera rápida por su enojo con mi padre. Yo me quedé con papá; habían tenido una fuerte discusión con mi madre, nunca habían peleado de esa manera. Por eso me salvé.

—Hija, ¿tu padre?

—No lo sé mamá, ya sabes lo mucho que trabaja. Anoche cenamos y luego me encerré en la habitación. ¿Sigues enojado con él?

—Ya sabes cómo se pone mamá cuando pelea con papá. —Javier intervino—. Aunque la discusión de hace ocho días, fue apoteósica.  

—A mi regreso hablo con los dos de algo muy importante y una decisión que tomé, una verdad a confesar.

—¿Sobre papá?

—Sobre mi vida, hija. Hay situaciones insostenibles. Y esta semana lejos me ayudó a pensar.

—¿Sigues creyendo que papá te es infiel? Solo trabaja mucho, mamá.

—No hablaremos por teléfono.

—Ha estado muy misteriosa, ya te darás cuenta. —volvió a intervenir Javier.

—Espero contar con ustedes dos para la decisión que tomé, y espero me perdonen.

Eso sonó a divorcio. Mi padre era dueño de varias empresas de mensajería internacional. Llevan casados más de veinte años, no son la pareja perfecta, pero jamás he visto las infidelidades que mi madre suele decir de un par de años para acá.

El sepelio era a las nueve de la mañana y los medios de comunicación me tendrán en la mira. Así que a fingir. Al poner los pies en el piso solo encontré una pantufla. «Canela». Caminé por la amplia habitación. Desde que me notificaron que los bienes, él me los heredó a mí… Eso será un gran problema.

—Canela…

Tabata ingresó para darme mi café. Luego me bañé, busqué la vestimenta adecuada para el sepelio de mi esposo. Saqué un vestido negro con esferas pequeñas blancas, tacones, bolso y gafas negras. Lástima que no podía utilizar mi labial rojo. —Sería… ¿Y por qué no podía usarlo? Me vale un carajo lo que digan.

Tomé el labial rojo vivo y le di vida a mis labios. Una vez arreglada me apliqué perfume, fui al comedor, pero solo volví a tonar café. El teléfono de la casa sonó. Ese debe ser mi padre, es enemigo del celular.

—Señora, Agudelo. —Una de las empleadas me seguía llamando por el apellido de Orlando—. Su padre.

—Gracias. —Manuela me entregó el teléfono—. Buenos días, papá.

—Hola, hija.

Desde la muerte de mi madre y hermano nos volvimos muy unidos. Solo nos tenemos el uno al otro. Cariño, ¿deseas que pase por ti para ir al sepelio?

» Sería buena idea, así no ves a tu suegra sola.

—Me encantaría papá. Gracias por tu inmenso apoyo.

—De camino paso por ti y sabes que nadie tocará a mi princesa.  

—Te conozco, ya debes estar por llegar. Y tengo que decirte algo importante, anoche el abogado de Orlando llamó, confirmó que era la única heredera.

—Vas a necesitar mucho de mi compañía. Esa víbora no se quedará quiera.

—Te amo, papá.

—Y yo igual.

Por la distancia tenía un margen de unos quince minutos. Mi padre viene de Cajicá. Desde el accidente se radicó en la finca y desde ahí maneja los negocios. Rara vez viaja a Bogotá. Desde mi boda yo vivo en Chía. En una cárcel lujosa.

—Deberías de venir a la finca unos días. ¿Te parece?

—Es la mejor propuesta, me llevo a la señora Tabata y a Canela.

—A la destructora de chanclas. —Me eché a reír—. Cada que la traes debo comprar un par de nuevo.

—No eres el único, yo ya me di por vencida. Te espero, papá.  

Le notifiqué a la señora Tabata que a mi regreso nos iríamos a pasar unos días a la finca de mi padre. No quería lidiar con los periodistas que estaban en la puerta de mi casa a la espera de unas declaraciones de mi parte, Rigoberto me pidió no hablar con nadie.

—¿Le empaco ropa para ocho días, señora?

—Para ambas. Y no olvides la cama y las chanclas de Canela.

El chofer de mi padre inclinó un poco la cabeza y se ofreció a ser mi escolta para llegar al carro de papá. Una lluvia de fotos mientras llegaba al carro.

—Señora Salomé, ¿Quién pudo matar a su esposo? —continué caminando—. Dicen que él murió una vez usted lo visitó en la cárcel. —No dije nada—. ¿Usted mató a su esposo? —Me detuve antes de que Ramón me abriera la puerta.

—No permitiré una calumnia en mi contra. Investiguen ustedes en vez de estar importunando en una situación como esta. Mi esposo acaba de morir, ¿y usted me levanta una calumnia? ¿De qué noticiero es?

Vi el logo en su chaqueta y era del gran medio de comunicación, que en Colombia era una plaga de periodistas vendidos y lambiscones de los políticos.

» Espere a mis abogados, señor.   

—Es lo que dicen.

—¡Investiguen! Si fuera sospechosa la policía ya me tuviera detenida, ¿no lo había pensado? Hagan su trabajo en vez de estar buscando chismes faranduleros. Limítense a investigar, busquen la verdad. ¿No es ese su juramento de periodistas?

Ingresé iracunda al carro de mi padre, al verlo vi que reprobó mi comportamiento.

—No era necesario. —Las manos me temblaban.

—¡Insinuó que lo había matado! No voy a tolerar una calumnia, no lo amaba desde hace mucho, pero no lo maté.  

—Murieron los cuatro al mismo tiempo, y ustedes los visitaron horas previas. —Esa mirada afilada me escrutó.

—Era la visita conyugal y Orlando me pidió que lo visitara.

—¿Te acostaste con tu esposo en una cárcel?

—Es mi vida íntima y no la hablaré contigo, papá.

Mientras el carro andaba, le mandé unos mensajes al abogado, lo puse al tanto del percance, quedó de ir a presentarse en el canal de los medios de comunicación y presentar una querella o demanda si era el caso. Al llegar al lugar donde velaban a mi esposo ya estaba su familia llorándolo.

—Pronto acabará la farsa, hija.

—Gracias por estar conmigo y apoyarme.

—Siempre mi cielo. Eres lo único que me queda.

Sus ojos café claros como los míos eran lo único real que tenía en este momento de mi farsa vida. Ya deseaba dejar atrás todo este embrollo y desgastante matrimonio. El ser la única heredera pareciera que fuera un castigo.  

» Onely, Lía Luz y Amira, ¿cómo están? Hoy no las he llamado.

—En lo mismo que yo. Sin embargo, sus padres decidieron sepultar a sus hijos en sus ciudades de nacimiento. Por eso no se encuentran aquí.

Las miradas acusadoras de la familia de Orlando eran afiladas navajas, pero más que dolor, era por rabia. Todo quedó a mi nombre. Aquí no bajaré la cabeza. No tengo la culpa de que Orlando no los incluyera. No teníamos el mejor matrimonio y desde hace meses no teníamos sexo hasta la visita conyugal… fue un nefasto día.

Escuchamos al sacerdote, luego caminar hasta el lugar donde lo sepultaron. Los llantos de otros. Yo no pude derramar una gota de lágrima, sé que era acusada y por mi rojo en la boca hablaran mucho.

Comencé a sentirme observada, miré a todos lados, desde lejos se veían los periodistas, había mucha gente. Cualquiera podía estar mirándome. Tomé el brazo de mi padre. Lo sepultaron, su hermano habló del gran hermano que era y a mí me llegaron las imágenes de… —La piel se me erizó por el asco y otra vez las ganas de bañarme me invadieron.

—¿Te encuentras bien, hija?

—Que se acabe esta farsa.

—Salomé. —llegó mi suegra—. En nuestra casa en los Rosales estaremos recibiendo a los amigos de mi hijo.

—Bien por usted. Yo me voy con mi padre. —La mujer se puso roja—. Que tenga un buen día, señora Magali.

—¡Eres una desconsiderada! —dijo entre dientes—. Como ahora eres la dueña de las empresas de mi hijo.

—Lamento que su hijo no le dejara más de lo que le dio en vida. Referente a las empresas, una vez la policía, realice las investigaciones, venderé todo. No quiero nada de su hijo, sin embargo, no se me da la gana de dárselo a usted.

—Eres una… —Mi padre se puso a mi lado.

—Usted y solo usted es la culpable del hijo podrido que trajo al mundo. —Me le acerqué—. No verá ni un solo peso del violador de su hijo. —Le susurré, sus ojos comprendieron mi odio hacia Orlando.  

Me despedí. —volví a mirar a todos lados, era incómoda la sensación de ser observada—. Antes de subir al auto con mi padre, sonó el celular y decía número desconocido.

—Buenos días.

—Matamos a su marido, si abres la boca, mataremos uno a uno a sus familiares, comenzando por su padre. —miré a papá—. Lo que le haya entregado su esposo a cuidar. Entréguelo.

Terminó la llamada y miré a todos lados. ¿Por qué me amenazan? —Volvió a sonar mi celular y era Onely desde el chat de las cuatro.

—Hola, chicas.

—Me acaban de llamar de un teléfono desconocido. ¡Me amenazaron con matar a mis padres!

—¡Ve, mirá! A mí también me llamaron. —Era Lía—. Y me piden que no revele lo que Guillermo, mi flamante esposo me dio a guardar. ¿De qué carajos hablan?

—No pues. ¿Nos tienen en la mira ahora? A mí me dijeron lo mismo. —Amira suspiró—. Aparte de qué tengo a los hijos de su madre, de los periodistas respirándome en la nuca. Pues, irán a acabar hasta con la casa de Pomelo, porque no tengo ni idea de qué pendejada están diciendo. Samuel ni me determinaba.

—Debemos de informarle esto a la policía —dije.

—Así parece.

—La pesadilla continuará —Onely habló—. Tanto estrés me está dando muchas ganas de comer.

—¿Cuándo no tienes ganas de comer? No puedes subir un kilo más.

—Amira no empieces. Nos vemos en unos días. Me quedaré con mi familia, la brisa de Santa Marta me alejará de la vida infernal que me espera a mi regreso a Bogotá.

Al subir al auto mi padre esperaba una explicación.

—No lo sé. Pero no dejas de escuchar conversaciones ajenas.

—Salomé. Ten cuidado. Desde que entraste a la universidad cambiaste, comprendo que fue por tu madre. Pero trata de alejarte de ese mundo de drogas que dejó tu marido.

No le dije nada. En este momento no tenía cabeza para nada más que pensar en la amenaza que recibí.

—¿A dónde señor?

—A policía Ramón. Debo poner en conocimiento de la llamada que acabo de recibir.     

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