Capítulo 5 - Instinto

Había seguido mi instinto. —En un lugar seguro dejé escondido el celular de la agencia, ellos podían mirar donde estamos si lo deseaban—. Regresé y seguí al teniente en mi auto. Las manos me temblaban por la impotencia. Su vivienda no quedaba muy lejos de la comandancia. En diez minutos podía regresar y continuar con mi trabajo. Tomé fotos de la vivienda. Ya sabía que ese hijo de puta estaba libre.

¿Le habrán dado casa por cárcel? ¿Qué debía hacer? Si me ponía al frente del tipo lo moleré a golpes. —La imagen de mis hijos, la sonrisa preciosa de Elkin cuando lo correteaba por el apartamento… Esos momentos me los arrebataron de por vida—, esa escoria los mató.

Bajé del auto, miré el edificio, no tenía ni puta idea del número del apartamento y era de siete pisos. Espero sacar algo de información con el vigilante. A mitad de calle una fuerte explosión me desconcertó. El cuerpo de un hombre salió volando por el impacto desde el segundo piso envuelto en llamas. Por sus gritos antes de caer supe que seguía con vida antes del impacto contra el piso.

Corrí hacia el hombre, me quité la chaqueta para ayudarle a apagar el fuego, al hacerlo… ¡Oh sorpresa!, si el quemado era el teniente Zapata. Seguía respirando. Me puse la chaqueta de nuevo, cubrí mi rostro con la capucha y cargué al herido.

—Te quieren muerto. Pero yo te necesito vivo.

Lo dejé en la parte trasera, seguía con vida e inconsciente por el golpe. Le puse mi chaqueta encima. La gente se aglomeró para mirar lo ocurrido en el edificio que ahora se veía en llamas. La gente llamaba y los habitantes de los otros apartamentos salían corriendo. Miré por el retrovisor mientras me alejaba.

» Intentaron borrarte, cabrón. —Debes saber mucho. Ahora, ¿qué hago? ¡Daniela!

Llamé a mi hermana del teléfono viejo, de ese mismo es que me comunico con mi familia, así los mantengo alejados de mi caótica vida. Este acontecimiento debía mantenerlo confidencial, por ahora no lo podía saber la agencia.

—Debe ser de vida o muerte.

—No empieces. Sabes que vivo trabajando.

—Ese es el problema. —Va a empezar con su sermón—. ¿Dejamos de ser familia?

—Sabes que no es así y ahora te necesito.

—Yaro…

—Daniela… Tengo al hijo de puta que mandó al abismo a Fabiola y a mis hijos.

—¿Qué? Pero si estaba preso.

—¡Yo también creía lo mismo! Luego te explico, lo cierto es que lo intentaron matar. Volaron el puto apartamento donde vivía y ahora se encuentra quemado, con vida, pero inconsciente en el asiento trasero de mi carro.

—¿Y qué pretendes?

—Tú y tu marido tiene una clínica, eres la subdirectora. ¿Debo ser más explícito? Nadie debe saber que se encuentra ahí.

—Ingresa al parqueadero privado, ahí te espero con un equipo.

Veinte minutos más tarde los paramédicos atendían al teniente. Mi hermana me abrazó. —Ya no me conectaba con los gestos de afecto, después del accidente no era el mismo.

» Mamá te extraña, guapetón. —Hace mucho no me decía así. Su mirada estaba llena de lástima—. Mírame. —estaba de puntas sobre sus pies. Era una mujer alta, pero le sacaba veinte centímetros—. Eres atractivo, no una gran belleza, pero sí mejor que muchos. Con un cuerpo ejercitado, unos ojos miel envidiables. Puedes tener a la mujer que desees. Yaro, han pasado siete años.  

—Saben a lo que me dedico. —suspiró al ver mi cambio de conversación—. Daniela, no lo registren, van a buscar en todos los hospitales a pacientes con quemaduras. Él salía del comando de la policía sin vigilancia, sin el dispositivo que le dan a un recluso que tiene casa por cárcel. Y si lo intentaron matar. Algo me dice que hay un puto tigre encerrado ante lo que ocurrió con la muerte de mi familia o con alguien que también pereció en ese supuesto accidente… —La familia de Salomé. ¡Mierda!

—Debo registrarlo, pero no se ingresará como paciente con quemaduras. Me encargaré de modificar los datos. Debe servir de algo ser la esposa del dueño. Yaro. Papá…

—Lo sé, mamá me llamó la semana pasada. Te prometo ir a visitarlo en esta semana.

—Solo te queremos de vuelta, Marian se va a graduar.

—Lo sé. —Me dio un puño en el brazo.

—El soporte económico es importante, pero ellos quieren ver a su hijo y hermano. Mis hijas quieren ver a su tío. Le pagas la carrera a nuestra hermanita, pagas todos los servicios públicos de la casa. Pero nuestros padres te necesitan.   

—Hablo con ellos.

—Esporádicamente. No vives en China sino en Colombia. Ellos se encuentran en Zipaquirá. Un pueblo cerca de la ciudad. Soy una cirujana, esposa, madre y, aun así, saco tiempo para verlos cada ocho días.

—Me voy.

—¡En vez de alejarte, deberías de apoyarte en nosotros!

—Tengo trabajo Daniela, te llamaré o vendré más tarde para que me des el reporte. Trata de mantenerlo con vida.

—Ya veo que será la única manera de verte más seguido. —Le di un beso escueto en la frente.

—Salúdame a Iván, a las niñas y dudo que me veas más seguido, tengo un trabajo.

—Más te vale darle la cara a mi marido ante lo que estamos haciendo. Ya lo conoces. Y no trabajes tanto. Ojalá llegue la mujer que te devuelva a la vida, porque pareces un muerto viviente.

—Vendré en la noche a hablar con tu marido.  

Llegué al auto, tuve la intención de llamar al mayor… pero era muy pronto, por ahora debía seguir actuando como si el teniente estuviera en la cárcel. ¿Quién querría matarlo? — regresé al parqueadero de la comandancia, apagué el auto, bajé y fui a la maceta donde había dejado el celular. No tenía llamadas perdidas. Solo mensajes de W******p.

El auto del padre de Salomé seguía en el mismo lugar. Al dirigirme al interior me desvié del camino al verla salir con una expresión de enojo. Sonó mi celular.

—Mayor.

—Reporte.

—Está saliendo de la policía. No tengo idea de los motivos por los cuales se encuentra aquí. Voy a averiguar su diligencia, le tomó más de dos horas.

—¿Ha tardado todo ese tiempo?  

—Averiguaré a qué vino.

—Déjame eso a mí. Lo que haya hecho te lo pasaré a tu correo. No la pierdas de vista.

—Señor, ¿para cuándo el operativo?

—En dos días le daremos un susto. Así nos encargaremos de que los busque al ponerlos como la mejor empresa de guardaespaldas. Cuídate muchacho.

—Si señor.

……***……

¡Partida de ineptos! Mi padre estaba dormido en el asiento de atrás. Ramón sonrió al mirarme.

—Ya lo conoce, señorita. —Le acaricié el cabello más gris que castaño—. ¿A dónde?

—A mi casa. Debo pasar por Tabata y Canela.

Definitivamente, debía pasar unos días en la casa de mi padre. Lejos de este infierno.

—Con gusto, señora.

El agente que me atendió me dejó de últimas y cuando lo hizo me dio a entender que no podía salir del país, le dio más importancia a que era sospechosa de asesinato de Orlando que a la llamada de amenaza. Ojalá lo hubiera matado, ganas no me faltaban, estaría feliz de haberlo hecho.

Pero ese muerto no era mío. —El recuerdo de sus manos tapando mi boca mientras a la fuerza me penetraba… hasta ganas de vomitar sentí—. ¡Le agradeceré eternamente al asesino de Orlando el haberlo matado!

Y esto apenas comenzaba, lo mejor era pasar una semana lejos de todos, en compañía de mi padre me sentaría muy bien. Debo recargar pilas para hacerle frente a lo que se venía. Me estaba quedando dormida, ya habíamos salido de Bogotá, sin embargo, el destino me daba una demostración de lo que sería mi vida de ahora en adelante. Unas ráfagas de tiros, perforaron el auto de mi padre…

……***……

      

¡Puta madre! Eran balas de verdad, los vidrios se hicieron añicos y vi sangre. ¡Mierda, y doble m****a! Esta mujer tenía más enemigos de los que suponía. Ese ataque no era el nuestro. Y debía protegerla, necesitaba hacerlo, cuidarla.

Me encontraba a tres autos de ellos. Los impactos eran reales ocasionados por un par de sicarios en moto. Bajé de mi auto y les apunté a los hombres. A uno le di en la muñeca y ya no pudo disparar más y al conductor le disparé en el hombro y en la rodilla. Luego le di varios tiros a la cadena de la moto, ya no podían huir. No podía acercarme, por eso llamé a la línea de atención. Solicité refuerzos y una ambulancia. Luego llamé al mayor.

 —Capitán, le estoy enviando a su correo la denuncia impuesta por la señora Salomé Carvajal. Dice que fue amenazada de muerte y también a su familia.

—Señor, acaban de atacarla.

—¡Nosotros no lo hemos orquestado! Lo tenemos previsto para dentro de dos días.

—Lo sé, un par de sicarios arremetieron a bala el auto de su padre. No puedo acercarme, aunque los autos antes de mí ya los están auxiliando, los sicarios están heridos por mi intervención, para que sepa y hable con balística; las balas de mi arma serán evidencia. Desde lejos los vigilo, parece que el padre de ella se encuentra herido y el chofer no lo han bajado del auto, ella se ve ilesa, aunque no deja de pedir ayuda.

—Ya mismo les envió refuerzos y ambulancia.

—Ya la solicité mayor, pero si usted llama, lo ejecutarán con más premura.

—¡Mierda, Yaro no tengo idea a que nos enfrentamos!

—A la mafia y a la corrupción, señor.  

—Por la denuncia, la quieren a ella y si no la hirieron fue para presionarla. Mantenme al pendiente, trataré de moverme para que, con este hecho real, busquen seguridad.

—¿Cómo lo hará, mayor?

—Influencias, amigos de sus amigos. Ya sabes cómo es esto, nos vemos en la clínica a donde los trasladen.  

La mujer había abandonado todo rastro de prepotencia, ahora se veía vulnerable sosteniendo la cabeza de su padre con las manos temblorosas y manchadas de sangre. Era evidente lo mucho que le importaba. Su mirada me removió algo en el pecho, por alguna razón su dolor se conectó conmigo, surgió en mí ese deseo de protegerla.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP