El rey se encontraba en su sala del trono, furioso. La noticia de los rumores que circulaban sobre su hija, la princesa Valeria, había llegado a sus oídos como un torrente imparable. No podía creer lo que escuchaba. ¿Tanto odio le tenían a su hija para deshonrarla de tal manera? Si él no hubiera sabido dónde estaba su hija anoche, si no hubiera sido consciente de que ella había salido y que había conseguido el permiso, habría creído las calumnias. Se sentía como si hubiera matado a su propia hija, deshonrada de esta manera.El rey se levantó de su trono, su rostro enrojecido por la ira. Miró a su alrededor, buscando respuestas en los rostros de sus consejeros y sirvientes. La única certeza que tenía era que las habladurías provenían de su propia hermana, la princesa Verónica. Golpeó la mesa con un puño cerrado, reclamando silencio.—¡Silencio! —gritó, su voz resonando en las paredes del palacio.Preguntó de nuevo, con un tono más grave:—¿Quién ha visto a
El ambiente en el palacio era tenso, y cada rincón parecía resonar con el eco de las palabras del rey. La decisión que había tomado resonaba en la mente de todos los presentes. La princesa Valeria, aunque aliviada por la absolución, sentía que el peso del escándalo aún la seguía. La reputación de su familia había sido manchada, y el camino hacia la restauración de su honor sería largo y difícil.Verónica, por otro lado, estaba atrapada en su propio laberinto de engaños. La ira de su padre la había dejado sin palabras, y la idea de ser desterrada del palacio era un destino que nunca había imaginado. Mientras las lágrimas caían por sus mejillas, se dio cuenta de que sus acciones habían tenido consecuencias devastadoras. No solo había dañado a su hermana, sino que también había puesto en riesgo su propio fu
Tres días después, Aita se quedó sorprendida por lo que le había sucedido a su amiga. No solamente esa misma noche ella había hablado con ella al pesar teniendo su dolor de la muerte de un ser querido, pero como había tomado la iniciativa su hermana, la princesa Verónica, a empañar su nombre, gracias a Dios que ellos estuvieron juntos, su padre pudo testificar y también él, el Duque de Llelewas. Luego de enviar el memorándum al palacio, un sirviente le trajo una carta. Ellos no sabían qué contenía, pero era preciso leerla, ya que debían salvar el honor de la princesa, ya que se había mencionado el nombre del vizconde de Pertong. Ellos tenían que hacer lo posible y habían dicho la verdad.Cuando ella recibió la carta y la leyó, vio que era de Isaac. Él le había invitado a una de sus casas del campo, donde supuestamente ya tod
Isaac había regresado al lado de Aita, quien se encontraba en la feria, con la mirada perdida en las bellas flores que adornaban la bajada de los huertos cercanos.—He avisado a los criados de tu llegada para que atiendan todas tus necesidades —le dijo él con una convicción que la dejó aturdida—. Considera que en unas pocas semanas será tu casa.Aita lo observó, sorprendida. ¿Quién le había dicho que ella había aceptado por completo ese matrimonio? Era una observación generosa, pero no del todo cierta. A diferencia de Isaac, esa tierra no formaba parte del acuerdo; le pertenecía exclusivamente a él.—Más tarde haremos un pícnic —sugirió él, como si hubiera percibido su malestar. Pero, incluso mientras lo decía, su mirada se desvió hacia un caballo que pastaba a lo lejos. Aita sintió una punzada
Isaac la miró por un instante antes de decirle __"¿sabes montar?", murmuró él, sin salir de su asombro. Sin aceptar las riendas, siguió a medio galope por el camino hasta los árboles.__ "Parece que cuando llegas al claro, ahí esperame", le ordenó.Ella asintió con determinación y se lanzó a galopar, dejando atrás el filo del camino. Al llegar al claro, él la alcanzó y se desmontó de un salto, extendiendo los brazos para que ella hiciera lo mismo. __"¿Sabes montar?" le repitió él, sacudiendo la cabeza absolutamente maravillada.Ella volvió a reír ampliamente, maravillada.__ "Te mentí, cuando te dije que daba miedo los caballos, la verdad es que me gusta mucho",__ confesó.Él la tomó en sus brazos, olvidándose de las apariencias, y enterró la cara en su cuello.__ "Eres perfecta, lo sabía al verte al lomo de un caballo", gimió con deleite y la depositó con cuidado en el suelo, sin hacerle daño.__"¿No estás enfadado?",__ preguntó ella. Él cayó encima de ella y la besó en la boca con una
Lo observó respirando profundamente mientras se acomodaba sobre él, separando las piernas para sentarse a horcajadas. Las faldas formaron una cortina alrededor de ellos, pero eso no importaba, no necesitaba ver nada. Lo que deseaba hacer estaba claro en su mente, y no iba a detenerse. La incertidumbre no duró mucho, apenas lo tocó, supo lo que quería. Quería usarlo sin pudor, sin rescato, quería avivar el calor que la consumía por dentro.Se movió contra su carne, buscando más, buscando sentirlo completamente. Se colocó en posición, sintiendo un momento de resistencia, seguido de una sensación de plenitud que la recorrió por completo. Lo montó como a un caballo desbocado, sintiendo la sacudida de sus cuerpos. Presionó sus manos en su pecho, moviéndose con total libertad y desenfreno. Aceleró el ritmo, cayendo hacia adelante para entrelazar sus lenguas en un baile frenético, tan frenético como el que interpretan sus cuerpos.Aitana descubrió que podía endurecer los muslos y controlar l
El sol brillaba con fuerza, disipando la morriña del invierno, y el ambiente se llenaba de un aire festivo. Los hombres del pueblo se habían reunido para celebrar un concurso de tiro con arco, y la emoción era palpable. Se colocaron bancos para la audiencia, y aunque Gaetano no se ofreció para llevar las apuestas, milagrosamente apareció un gran barril de cerveza, que prometía alegrar aún más la jornada.Las sirvientas, que habían logrado escapar de sus tareas diarias, salieron a contemplar el evento. Dolores ocupó su lugar entre las espectadoras, y detrás de ella, Ivonne se cruzó de brazos, mostrando una mezcla de interés y escepticismo. Incluso Miranda, a pesar de los vientos fríos, salió de su recámara bien envuelta en pieles de invierno, consciente de que su atuendo realzaría su belleza.El concurso comenzó con gran alboroto. Los participantes usaban arcos largos, muy apreciados por su precisión, velocidad y la larga trayectoria de las flechas. Cada competidor debía disparar seis
La risa de la multitud aún resonaba en los oídos de Dolores mientras se apartaba del blanco, su corazón latiendo con fuerza. La victoria había sido dulce, y la sensación de haber sorprendido a todos, especialmente a Nicolás, la llenaba de una satisfacción indescriptible. Con las mejillas sonrojadas por la emoción, se volvió hacia él, que la observaba con una mezcla de admiración y asombro.__“¿Así que ahora soy la experta en arquería?”, bromeó, con una sonrisa que iluminaba su rostro. Nicolás, aún atónito, no pudo evitar sonreír ante su entusiasmo.__“Definitivamente, has demostrado ser mucho más de lo que esperaba, milady,” respondió, su tono lleno de complicidad. “No solo has ganado la apuesta, sino que has dejado a todos boquiabiertos.”Dolores sintió un cosquilleo de orgullo al escuchar sus palabras. La conexión entre ellos, que había comenzado como una simple alianza política, se estaba transformando en algo más profundo. Mientras la multitud seguía celebrando, ella se dio cuenta