Un ligero escalofrío

POV de Rodrigo

Freno intempestivamente, al ver el reflejo de alguien atravesarse de forma inesperada frente a mi coche. El sonido de los neumáticos rechinando sobre el pavimento resuena en mis oídos. Por suerte, alcanzo a detener el auto y evitar a tiempo, un desastre

Bajo apresuradamente de mi coche. Los nervios se apoderan de mí con rapidez. En mi mente se debaten dos pensamientos: por un lado, he atropellado a alguien, y por el otro, la delicada situación de salud de mi abuelo. ¡Mi viejo se me está muriendo!

Me dirijo hacia la parte delantera de mi coche. La incredulidad me invade al ver que es ella. Es la misma mujer que estuvo en mi oficina minutos atrás. Me apresuro a levantarla entre mis brazos, ella permanece inconsciente. Por lo poco que alcanzo a ver, no está sangrando. Aún así, me preocupa que pueda estar lastimada.

Con dificultad logro abrir la puerta de mi coche, la siento en el puesto delantero, mientras verifico su pulso y la reviso.

—¡Joder! —exclamo al ver que sí está herida, hay rastros de sangre en sus manos.— Despierta por favor, despierta —golpeo su rostro intentando reanimarla. Lentamente ella abre los ojos, se ve algo aturdida.

Sin pensarlo mucho, cierro la puerta del copiloto y corro al otro lado del coche, entro al auto y enciendo el motor. Conduzco a una velocidad prudencial, sin dejar de mirarla, atento a su reacción.

—Abre los ojos, joder —murmuro con preocupación.

De pronto, ella comienza a reaccionar, su mirada refleja confusión, pánico tal vez desconcierto.

—¿Qué me pasó? —se incorpora en el asiento mientras palpa con sus manos sus piernas, su pecho, su rostro. Luego dirige su mirada hacia mí y me interroga con asombro.— ¿A dónde me llevas? —cuestiona— Detén el coche o comienzo a gritar. —se asoma por la ventana y grita con exasperación— Auxilio, ayúdenme, me quiere secuestrar.

Freno el coche de golpe. La tomo de la muñeca, ejerciendo presión y sosteniéndola con fuerza:

—¿Te has vuelto loca? —La confronto. Ella me mira asustada.— Sólo estoy tratando de ayudarte, te atravesaste frente a mi coche, por poco te atropello y aún cuando intento llevarte a un médico, ¿te atreves a acusarme de secuestro? —frunzo el entrecejo.— Tu acusación es injusticia. —increpo.

—Fue tu culpa —Me replica— venías a alta velocidad a pesar de saber que es una vía pública.

Su respuesta provoca de inmediato mi enojo, algo que pocas personas, logran generar en mí.

¿Cómo puede ser tan desconsiderada? Me pregunto a mí mismo. En ese momento, la ira aumenta dentro de mí.

—Baja ahora mismo de mi auto —Le ordeno con severidad.

La veo tragarse el miedo, y un golpe de compasión me invade. Me detengo un segundo, observando su expresión de desconcierto.

—Bien, como desees —responde con rebeldía, luchando contra sus lágrimas. Abre la puerta del coche y se dilata en bajar.

—Baja rápido —Le repito en un tono de voz menos áspero.— Tengo una emergencia que resolver.

—No puedo quedarme aquí —afirma.— Mi esposo está con su amante en el restaurante. —dice con voz trémula mientras cierra los ojos por un segundo, como si intentara encontrar la fuerza dentro de sí misma para enfrentar su realidad.

—Cierra la puerta y ponte el cinturón —Le ordeno con firmeza. Ella obedece y se coloca el cinturón de seguridad.

Pongo en marcha mi auto, conduciendo a toda velocidad. En tanto, ella se distrae viendo los árboles y los coches que pasan delante y frente a nosotros. Se queda en silencio, acariciando la palma de su mano.

—¿Cómo te llamas? —Finalmente le pregunto, pero antes de que ella responda, le advierto.— ¡Y no me mientas! —Ahora es ella, quien frunce el ceño.

—Ofelia —contesta con parquedad.

—Lindo nombre —digo y ella sonríe tímidamente.

Los hoyuelos que se forma en sus mejillas le dan cierto toque inocente.

—¿Y tú? —pregunta encogiéndose de hombros.

—Rodrigo. —Le respondo de la misma manera.

Ella se queda pensativa como si mi nombre le resultase conocido.

—¿Sucede algo? ¿Por qué te quedas callada?

—No, nada. —responde y guarda silencio. Luego pregunta con curiosidad:— ¿Hacia dónde nos dirigimos?

—Debo ir a la clínica. —anuncio— Alguien muy importante para mí, está muy mal. —digo mientras piso el acelerador. La sola idea de llegar tarde al hospital y que él… no esté, me llena de angustia y de miedo.

Ofelia se recuesta del asiento y sin decir ni una palabra, observa con aspaviento, la forma en que me adelanto entre los coches que van frente a nosotros. Finalmente, al entrar a la autopista, llevo el motor de 12 cilindros a su máxima potencia.

Minutos más tarde, estamos frente al hospital, estaciono el vehículo y me dispongo a bajar.

—¿Vendrás conmigo? —Le pregunto antes de salir del auto. Ella asiente con su cabeza— Bien, date prisa por favor.

Yo me adelanto a bajar del auto mientras, Ofelia desciende detrás de mí. Rápidamente le tomó ventaja. Al voltear hacia atrás, puedo ver que ella cojea y que le cuesta asentar el pie. Me regreso para ayudarla.

—Apóyate en mi hombro —digo y la rodeo por la cintura.— ¿Te duele mucho? —Le pregunto.

—Un poco —arruga su rostro, lo cual evidencia el dolor que siente— no consigo asentar el pie.

—Bien, no perdamos más tiempo. —Me inclino y la levanto entre mis brazos.— Sujétate de mí.

—¿Qué haces? —interroga dudosa, pero luego termina rodeando mi cuello con sus brazos.

—Un médico debe verte, te llevaré a la sala de emergencia y luego subiré a ver a mi abuelo.

—Gracias. —responde.

—No tienes por qué darlas. Es mi culpa que te hayas lastimado, venía manejando demasiado rápido. —Uso sus mismas palabras y su argumento.

—También fue mi culpa —replica— venía distraída pensando, por eso no te vi.

—¿En qué pensabas? —Me aventuro a indagar— ¿En tu esposo y su amante? —cuestiono.

—No —contesta con indignación.

—¿En qué entonces?

Ofelia guarda silencio y sus mejillas se ruborizan. En ese preciso instante, una de las enfermeras se acerca a nosotros con una silla de ruedas. La bajo y la ayudo a sentarse.

—¿Qué tiene la paciente? —pregunta la mujer.

—Creo que… —Me detengo a pensar en la respuesta que voy a dar, considerando que es un delito el incumplimiento de las normas viales y que podría fácilmente ir a la cárcel. Mas, antes de que yo responda, Ofelia interviene.

—Me lastimé bajando del coche —Se adelanta a decir.

Una sonrisa se dibuja en mis labios. Ella me mira y me da un guiño pícaro.

—¿Es usted el esposo de la paciente? —pregunta la enfermera antes de ingresar con ella al área de emergencia:

Aquella pregunta me descoloca por completo, no sé que responder en aquel momento. Nuevamente Ofelia me mira y sonríe, instándome a responder lo que yo desee:

—Sí, soy su esposo. —afirmo.

—Bien tenga esto y llene la planilla —Me entrega la tabla con el documento de ingreso.

Sin saber nada de Ofelia, excepto su nombre, voy detrás de ella, me inclino un poco y le susurro a su oído.

—¿Cómo puedo llenar esto si no sé nada de ti?

—No te preocupes, sólo imagina que realmente soy tu esposa —Me guiña un ojo por tercera vez— Con respecto a la pregunta que me hiciste… —Hace una pausa breve, luego responde:— pensaba en ti.

Me quedo en medio de la sala, mientras la llevan al cubículo sin entender a qué se refiere. En ese instante caigo en cuenta de la conversación que mantuvimos minutos atrás.

—¡¿Qué?! —murmuro, una risa pícara escapa de mis labios y siento un raro cosquilleo recorriendo mi espalda, haciéndome estremecer desde adentro.

¿Qué me estaba pasando con Ofelia?

El sonido de mi celular me regresa al presente. Tomo la llamada y escucho el llanto ahogado de mi madre.

—Murió, Rodrigo, mi padre ha muerto.

Esta vez, el escalofrío que siento, me hiela la médula de los huesos.

Siento como debajo de mis pies, el mundo se desmorona y caigo en un profundo vacío.

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