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Elizabeth relató de a poco los años de dolor y sufrimiento, aferrada a una valentía de la que no quería volver a soltarse, lo que ese canalla le había hecho durante años, provocando que el salón de la mansión Torrealba estuviese rebosado de sollozos, nostalgia y apoyo indudable. — Mi niña, mi niña — se lamentó su abuela. No podía creer que su adorada nieta hubiese pasado por algo así, dentro de su propia casa, y que ninguno lo hubiera sospechado — ¿Por qué jamás nos dijiste nada? No lo habríamos permitido. Elizabeth bajó la mirada, avergonzada. — No tienes por qué contarnos nada más ahora, mi cielo. Ha sido muy fuerte lo que has vivido — añadió Julia, pues ya suficiente habían tenido con aquella horrible confesión —. Solo deja que tu madre te estreche esta noche en sus brazos y te dé consuelo. Ella asintió. No había nada que deseara más en ese momento que el cariño de su propia familia. Se arrepentía tanto no haber acudido antes a ellos. Santos, por su lado, no podía ni quería ace
Elizabeth había decidido ir a la cocina por un par de nuevas bebidas. La compañía y el cariño que estaba recibiendo por parte de su familia en ese momento, la hizo sentirse querida y protegida, descubriendo que no estaba sola, que nunca lo estuvo… pero entonces pasó frente a la puerta del despacho de la mansión y escuchó su propia en el interior. No fue hasta que abrió la puerta cuando descubrió lo que ocurría. Un hombre escalofrío recorrió su cuerpo entero, y unas terribles náuseas la invadieron. Leonas y Santos se habían quedado lívidos por largos instantes, pero no fue hasta que el primero notó a Elizabeth allí cuando apagó el aparato. Santos cerró los ojos. — Beth… — mencionó, completamente abatido. Ella negó y retrocedió un paso, horrorizada, asqueada… completamente avergonzada. Se había atrevido. ¡Renato se había atrevido! ¡La había expuesto de la forma más horrible en la que se podía exponer a una persona! ¡Había enviado a su familia aquel asqueroso video en el que él y su
Desde que Elizabeth había tomado aquella necesaria decisión para poder reencontrarse consigo misma, se dedicó entera a su hija y familia. El proceso no estaba siendo fácil. Raquel preguntaba por su padre a pesar del poco e insignificante cariño que este le había dado durante años. Ella solo era una niña buscando un poco de afecto. El trámite de divorcio comenzó el día siguiente después de la llegada de aquel video. Elizabeth tuvo que hacer acopio de toda su entereza para tomar esa férrea e inalterable decisión, y aunque Renato no se presentó a la cita programada con el juez, pues parecía que al infeliz se lo había tragado la tierra, ella no desistió, y el apoyo de su familia fue fundamental y no la dejaron sola en cada paso que estaba dispuesta a dar. La denuncia por maltrato la inició a la par. Fue un momento doloroso a la hora de relatar lo vivido, y aunque muchas veces se quebró, estaba siendo increíblemente fuerte, como jamás lo había sido… como jamás él se lo había permitido.
La mañana siguiente, como habían acordado que sería, fueron a visitar la clínica veterinaria. El pobre animal, que en un principio parecía asustado y enfermo, ahora tenía mejor semblante y composición, incluso se irguió imponente y protector al verla. Ana Paula no dudó en acercarse. — Hola, pequeño grandullón — lo saludó con una fresca sonrisa y le acarició el pelaje. El veterinario se sorprendió, pues en más de una ocasión la actitud del felino había sido rebelde, casi agresiva, pero con esa muchacha parecía encantado. Era como si su presencia le transmitiera seguridad, confianza y paz absoluta. — Verás que estarás en un lugar mejor — susurró —. Nadie nunca volverá a lastimarte. Serás libre. Santos la escuchó y admiró con adoración durante la siguiente hora. La vio alimentarlo y jugar con él como si no temiese a que le hiciera algún daño. Una llamada entrante lo sacó de sus cavilaciones. Era su jefe de seguridad. Desde lo encomendado apenas y paraba en la mansión. — Leonas — di
La mañana siguiente, Ana Paula despertó gracias al rumor de varios toquecitos sobre la puerta. Una mucama entró con una amable sonrisa instantes después. — Buenos días, señora. Esto ha llegado para usted — le dijo la mujer, dejando un paquete sobre la mesita del café. Ella se incorporó extrañada. — ¿Para mí? ¿Qué es? ¿Quién lo envió? — ¿Por qué no lo revisa usted misma? — sugirió gentil — Creo que allí tiene una nota. Ana Paula asintió. — Gracias. — Con permiso. Cuando se quedó sola, revisó recelosa el interior del paquete, preguntándose qué podría ser. Pronto sus ojos se iluminaron y una sonrisa de asombro y felicidad partió de la comisura de sus labios. Lápices de colores, muchísimos, tantos que había diferentes tipos de tonos de cada uno de ellos. También había papel especial de dibujo y todo lo necesario para explayar la imaginación. Una pequeña risa la asaltó. Enseguida lo sacó todo, emocionada, incrédula. Por último tomó la nota y la leyó en voz baja, ajena a que sus p
— ¿Tienes más noticias de mi hermano? ¿Está herido? — preguntó Elizabeth a Leonas. Él fue quien le avisó de lo sucedido al enterarse. — Habla, muchacho, por favor. ¿Dónde está mi hijo? — quiso saber Julia, al borde de la angustia. — He perdido comunicación con el helicóptero de camino a la mansión. No puedo rastrearlo. Lo único que puedo asegurarles es que Santos está vivo, así que voy a pedirles que, por favor, mantengan la calma — explicó el jefe de seguridad de los Torrealba, mostrándose tranquilo. — Pero ¿cómo fue que ocurrió algo así? — preguntó la abuela del CEO, ahora más serena, pues lo único que importaba es que su nieto estuviese bien, con vida. — Al parecer, el helicóptero en el que se trasladaría de Río de Janeiro a São Paulo perdió rumbo a causa de un temporal, aún no sé con exactitud. Ana Paula negó con la cabeza, asustada. Las manos de Laura tomaron las suyas, buscando darle calor y consuelo. Pronto el salón de la mansión estaba cubierto por un manto de súplicas y
Santos volvió al mediodía como había prometido. Su familia se había despertado hace un par de horas, así que lo recibieron ansiosas y felices de saber que él de verdad se encontraba bien, aunque estaba lesionado. — Cariño, qué alegría tenerte en casa. Estábamos tan preocupadas. — Estoy bien, madre — le aseguró, recibiendo besos en las mejillas —. ¿Dónde está Ana Paula? Quiero verla. — Está en su habitación. No ha querido descansar nada, así que es probable que la encuentres despierta. — De acuerdo, iré a verla — besó la frente de su madre, abrazó a su abuela y hermana y se dirigió a la habitación de su esposa. Entró sin tocar. Para su sorpresa, ella estaba dormida, pero en una mala posición en el sofá junto a la ventana. Seguro se había quedado profunda a la espera. Negó con una sonrisa, entonces se acercó y pasó sus brazos por debajo de sus piernas. Un leve quejido de dolor hizo que Ana Paula abriera ligeramente los ojos. Al principio creyó que flotaba en una nube, y que estaba
Esa noche, hicieron el amor como si fuese la primera vez que coincidían. La entrega por parte de ambos no solo fue absoluta, sino mágica y enloquecedora. No hubo prisas, tampoco dudas, pues eso había quedado atrás. Él la trató con demasiada dulzura y cariño, también con cuidado. Su embarazo ya estaba avanzado y sabía que podían incomodarla algunas posiciones. — Dime si te duele o incomoda — le pidió en algún momento, clavado en su interior. Su mirada fiera perdida en la suya. Se movía suave y lento, amortiguando todo el peso de su cuerpo con los codos. Ella negó. — Estoy bien… estoy perfecta — admitió en un tono apenas audible, casi rasposo. Su pecho subiendo y bajando. Su aliento entremezclándose con el suyo. — ¿Segura? Si quieres que pare… solo tienes que decírmelo. No quiero lastimarte. — No, ah, Dioooos, no — jadeó largo. Se sentía poseída, hechizada por un ser superior a ella. Él la tomaba de una forma en la que nunca creyó sería posible. Se sentía tan adorada. — Eres perfe