Caterine sonrió apenas Rosa abrió la puerta y se acercó a abrazarla, mientras la saludaba con entusiasmo.—Rosa, te presento a nuestro equipo de mudanza —dijo, dando un paso hacia atrás—. Estos son Angelo y Gino —continuó, mientras señala a sus primos—. A Ugo y al señor Fioravanti, por supuesto, ya los conoces.Los ojos de Rosa se abrieron con sorpresa al posarse en el último mencionado. Era evidente que apenas se había dado cuenta de su presencia. Caterine podía imaginar las preguntas que pasaban por su mente. Ella misma no terminaba de entender por qué Corleone había decidido ayudarlas.Cuando Ugo le preguntó si podía venir con él, había considerado decirle que no, pero eso habría implicado dar explicaciones que no quería dar.—Evidentemente, ellos son el músculo, y nosotras el cerebro —bromeó, tratando de aligerar el ambiente. —Si tú eres el cerebro, entonces estamos perdidos —comentó Angelo con una sonrisa burlona.—Muy gracioso —replicó ella, sin dejar de sonreír—. Bueno, si qu
Corleone empezaba a ponerse nervioso, una sensación poco habitual para él. Estaba acostumbrado a lidiar con todo tipo de personas en los juzgados y mantenerse tranquilo, pero desde que Caterine irrumpió en su organizada y práctica vida, había empezado a actuar diferente.Habían pasado unos quince minutos desde que la dejaron a ella y a Rosa dentro del departamento, y ninguna había salido aún. La posibilidad de que algo le sucediera a Caterine lo inquietaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.—Ella tiene esto bajo control —dijo Angelo.Corleone giró la cabeza. Angelo estaba a su lado, apoyado contra el auto con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada al frente.No entendía cómo él había adivinado lo que estaba pensando. Estaba seguro de que no había dejado entrever ninguna emoción.—Caterine, quiero decir —aclaró Angelo—. Su padre la preparó para enfrentarse a todo tipo de idiotas. Podría darle una paliza al tipo de adentro antes de que él se diera cuenta de lo que está suc
—Estás muy callada —comentó Angelo.Caterine apartó la vista de la ventana y lo miró.—Solo estoy agotada —respondió. Estiró los brazos y fingió un bostezo para dar más credibilidad a sus palabras.—¿Pasó algo entre tú y el juez? —preguntó Angelo, obviamente sin tragarse su mentira.—¿Quién? ¿Corleone? No. ¿Por qué lo preguntas? —respondió demasiado rápido, mientras el recuerdo del beso que habían compartido le cruzaba la mente.El remordimiento no la había abandonado desde entonces, al punto de hacerla considerar renunciar a su trabajo. Había intentado mantenerse alejada de él y se había prometido no volver ceder a sus deseos, pero, como ya había comprobado, Corleone ejercía sobre ella una atracción a la que le resultaba casi imposible resistirse.Angelo se giró hacia ella y sus ojos se encontraron brevemente antes de que él regresara la vista a la carretera.—Te noté nerviosa después de ir al baño, y cuando él apareció minutos más tarde, deduje que tenía algo que ver. Lo observé dura
Caterine irrumpió en la oficina de Corleone sin molestarse en anunciarse. No tenía tiempo para formalidades y, francamente, tampoco tenía ganas. Él levantó la mirada apenas un instante antes de volver a concentrarse en los documentos que sostenía, como si su presencia no fuera más que un leve contratiempo. Eso no ayudó a mejorar su humor.Después de pasar otra noche sin dormir, había llegado a la decisión de no renunciar. Le gustaba su trabajo, lo disfrutaba, y no iba a permitir que Corleone se lo arrebatara. Tal vez ese era precisamente su propósito, empujarla al límite hasta que tirara la toalla. Después de todo, él nunca la había querido en la empresa, aunque jamás tuvo razones reales para ello.Si ese era el caso, se llevaría una sorpresa. Porque ella no iba a ceder tan fácil. Sus padres no habían criado a una desertora.—Señorita Vitale, buenos días. Tome asiento, por favor. —La voz de Corleone era cortés, pero desprovista de emoción.Él ordenó los papeles en sus manos antes de f
Corleone tomó un sorbo de su bebida, mientras escuchaba a su padre hablar sobre sus reuniones con algunos de los miembros más reconocidos del senado. Corleone trataba de prestarle atención, pero apenas seguía la mitad de las cosas que estaba diciendo, asintiendo de vez en cuando para que pareciera que estaba escuchando. La política nunca le había sido indiferente, pero su interés no tenía la misma motivación que la de su padre. Corleone, al igual que cuando se convirtió en abogado y luego en juez, lo hacía con la esperanza de marcar una diferencia. Su verdadera meta era un día formar parte del Senado, para impulsar reformas en las leyes que mejoraran el sistema judicial de su país. No era ningún iluso, sabía que aquello no sería fácil y que tendría que hacer sacrificios en el camino.Su padre, en cambio, no compartía esa visión. La política para él era solo un medio para escalar más alto, para ganar reconocimiento y poder. Aunque debía reconocer su determinación. Como aquella ocasión
Corleone abrió los ojos al escuchar un sonido. Debió haberse quedado dormido en algún momento. Desde la reunión con su padre, apenas dormía por las noches, estaba demasiado enfocado en prepararse mentalmente para lo que se avecinaba.—Lo lamento —dijo Caterine, con un adorable sonrojo pintado en sus mejillas—. No era mi intención despertarlo.Las últimas semanas, Corleone había hecho todo lo posible por ignorarla. Cada vez que ella entraba a su oficina, apenas le dirigía una mirada. Esa había sido la única forma de evitar caer nuevamente en la tentación de besarla, o hacer algo más. Había dado su palabra, y no quería romperla.Pese a ello, no podía evitar ser consciente de ella cada vez que estaba cerca. Su inconfundible aroma, una mezcla sutil de flores y algo más que le resultaba demasiado tentador. El sonido de su voz, que siempre dejaba en evidencia sus emociones.—Solo venía a dejar estos documentos —dijo ella, acercándose a su escritorio mientras él la observaba en silencio.Cat
Corleone quería ir tras Caterine, detenerla antes de que llegara a la salida y arrastrarla de regreso a su oficina. La idea de mantenerla encerrada allí hasta que fuera demasiado tarde para que fuera a su cita cruzó por su mente.Estaba fuera de sí mismo, pero ya no le parecía tan extraño. Caterine lo volvía loco. No podía sacarla de su mente, por más que lo intentara. Después del tiempo que había mantenido el deseo debería haber mitigado… Evidentemente, no era así. Aún seguía sin entender porque ella lo afectaba como ninguna otra persona, pero en unos días sería libre para averiguarlo.Una sonrisa asomó en sus labios. Llevó el pulgar hasta ellos, acariciándolos distraídamente. Todavía podía sentir el sabor de los labios de Caterine en ellos.Debería estar furioso por la forma en que Caterine había reducido el beso a algo sin importancia, pero no podía negar que todo aquello lo entretenía. Ni siquiera su trabajo le había provocado jamás una emoción como la de enfrentarse a Caterine. L
Corleone observó la imponente casa de los Vanucci desde el interior de su auto, tomándose un instante antes de bajar. Se dio cuenta que solo estaba prolongando lo inevitable, así bajó del auto y se dirigió hacia la entrada principal. El ama de llaves lo recibió en la puerta unos segundos después de llamar a la puerta.—Los señores lo esperan en la sala principal —informó la mujer con cortesía.Él asintió en silencio y avanzó por el pasillo, preparándose mentalmente para lo que estaba por venir. Tenía el presentimiento de que no sería nada fácil, pero sus pasos no vacilaron y tampoco consideró echarse para atrás.Antes de llegar, el sonido de las risas de su padre y Edmundo flotó en el aire, mezclándose con el eco de las conversaciones distantes. No necesitó verlos para saber que ambos ya habían sacado sus propias conclusiones sobre el motivo de aquella reunión y estaban entusiasmados.—Buenas noches —saludó al entrar.—Hijo —respondió su padre con una sonrisa, mostrando una inusual cal