Marianne sentía que la voz se le acababa mientras hablaba por aquel teléfono.—¿Qué? Pero... ¿cómo? —dijo Norton sorprendido.—No tengo ni idea, pero tienes que venir... por favor. Él no se encuentra bien y yo... no sé qué hacer.—¡Calma! Voy para allá ahora mismo, ¿están en casa?Marianne asintió aunque él no podía verla.—¡Claro que estamos en casa! ¿¡Dónde más vamos a estar, por dios!? Por favor, date prisa.Marianne colgó la llamada y se apresuró a echar en una bolsa algunas cosas que necesitaba, incluyendo el teléfono.Pocos minutos después Norton entraba como un huracán por aquella puerta, seguido de tres Marshall, y le bastó un solo vistazo para darse cuenta de que Marianne tenía razón para estar asustada.—Lo siento, capitán —dijo Norton—. Vamos a tener que llevarte al hospital.—¡Maldición! —gruñó Gabriel—. ¿Fue ella, verdad? —y todos sabían que se refería a Asli.—Todavía no lo sabemos —respondió Norton—. Vamos a rezar para que esto solo sea una intoxicación alimenticia grav
Gabriel se apresuró a llamar a varios de sus amigos, y pronto Reed, Stela, Lennox y Max estaban junto a ellos.—Bueno, lo primero es que hice una investigación importante sobre el talio con el que te envenenaron —dijo mirando a Gabriel—. Como dato curioso, el talio dejó de usarse en este país como veneno para ratas desde 1986, por la alta toxicidad que tiene. Así que cualquiera que lo haya usado, debe tener una reserva antigua, porque su uso en la actualidad es bastante controlado.—¿Para qué se usa exactamente? —preguntó Lennox.—Para fabricar dispositivos electrónicos, terminales, interruptores, semiconductores...—¡Espera, espera! —Max levantó un dedo y cerró los ojos, como si tratara de acordarse de algo—. Semiconductores... ¡leí eso en alguna parte! —le dieron unos minutos de silencio y Max fue intentando encadenar una idea con otra—. Cuando Marianne fue a esa fiesta de la recaudación de fondos, y se hizo todo el escándalo, yo logré escabullirme y descargar un montón de informaci
Gabriel hizo que Norton entrara a la casa enseguida mientras llamaba a Marianne y le explicaba.—¿Quién fue? —preguntó Marianne intrigada.—¡Tu padre! —respondió Norton—. ¡El enfermo es Hamilt Grey, el padre de Marianne, y hasta ahora eso lo convierte en el principal sospechoso del envenenamiento de Gabriel!Marianne se cubrió la boca con las manos.—¿Mi padre? ¡Tiene que ser una broma! —exclamó—. ¿Mi padre fue quien quiso matarnos? Pero eso... ¡eso no tiene sentido...!—¡Calma, Marianne! —la interrumpió Norton—. Todavía no tenemos todas las pruebas, tu padre es una de las personas que tiene el acceso para hacerlo, pero no estoy muy seguro de que tenga los motivos.Gabriel y Marianne no estaban muy convencidos de que Hamilt Grey había sido quien había intentado envenenarlos, después de todo, él había defendido a Marianne en el juicio contra Astor, así que según Norton la estrategia adecuada era confrontarlo directamente.—¡Me temo que lo único que tenemos contra él por el momento es s
La celebración estaba en pleno apogeo, y Gabriel iba guardando uno a uno todos los regalos. Marianne, que ya estaba un poco cansada, se sentó a descansar en el sofá. No le importaba que sus amigos la vieran así, con el vestido subido hasta las rodillas y los pies descalzos. Estaba feliz, y eso era lo único que importaba.Al rato, Lucio se acercó a ella con una sonrisa.—¿Cómo te sientes? —le preguntó, preocupado—. ¿No estás agotada?—No —respondió Marianne—, estoy bien. Ha sido un día largo, pero muy emocionante.—Eso me alegra —dijo Lucio—, porque tengo un regalo para ti. Bueno, no para ti, para el bebé.Marianne se incorporó un poco, intrigada.—¿De verdad? ¿Qué es?Lucio se sentó a su lado y le entregó una caja de madera pulida. Marianne la abrió y encontró una fina cadena de oro con una medallita.—Es precioso —exclamó, asombrada—. ¿Es para el bebé, de veras?—Lo encontré en Italia —respondió Lucio—. Hace mucho que quería hacerte un regalo, y pensé que este sería perfecto. Es una
—¿Y si lo llamamos como uno de nuestros amigos? —sugirió Marianne, dirigiéndole una sonrisa a Gabriel.—Me gustaría que así fuera —respondió él con voz risueña—. Pero ya viste cómo se pusieron con el asunto del padrino. ¿Quieres que nos crucifiquen?Marianne rio porque sabía que él tenía razón.—Bueno, pues para que no haya discusiones, ¿qué tal... Gabriel? como su papá... —sugirió.Gabriel se puso rígido y sus ojos se llenaron de lágrimas, pero negó con la cabeza.—¿Y si mejor le ponemos como su abuelo? El paterno, digo —aclaró Gabriel por si acaso—. Mi padre murió cuando yo era joven, pero siempre tuve muy buenos recuerdos de él, era un hombre increíble y me enseñó todo lo que sé.—¿Cómo se llamaba? —preguntó Marianne.—Jay.—¡Jay Cross! ¡Me gusta! —sonrió la muchacha acariciando la mejilla de su hijo—. Sí tiene cara de Jay.Se quedaron mirándolo por un momento y luego Gabriel se limpió las lágrimas y sostuvo a su hijo mientras Marianne descansaba un poco.—¡Te quiero mucho! —le sus
Si alguien le hubiera preguntado a Gabriel Cross cuál era la mejor parte de ser padre, definitivamente habría dicho que todas, desde ver dormir y despertar a su hijo, hasta compartirlo con su madrina y todos sus padrinos. Por fortuna Lucio tenía razón, no faltaban brazos para ayudar, porque siempre estaban ellos cerca.Sin embargo Gabriel sabía que cada día que pasaba, el caso contra Asli Grey... o contra cualquiera que hubiera tratado de envenenarlos, se enfriaba. Así que el capitán aprovechó uno de esos momentos en que Reed y Stela estaban acaparando al bebé, para cruzar la calle y hablar con Max.Su amigo le entregó una cerveza y los dos se sentaron el portón.—¿Pudieron avanzar algo en la investigación? —preguntó Gabriel.—Norton trabaja con la misma sospechosa, Asli, pero aún no podemos arrestarla —respondió Max—, necesitamos más pruebas... porque el caso de repente se expandió.—¿Se expandió? ¿De qué hablas? —quiso saber Gabriel.—¿Recuerdas los archivos que saqué de los servido
Gabriel sabía que estaba jugándose el cuello, porque a Marianne no le haría ninguna gracia lo que iba a decirle, pero la verdad era que no tenía muchas opciones.—Mocosa... espero de verdad que te tomes esto de la mejor manera posible... pero tengo que decirte algo que no te va a gustar —suspiró—. Tengo que volver a la acción.Marianne arrugó el ceño.—Aclárame "acción" —casi gruñó—, ¿Acción de "te voy a coger salvajemente encima de la mesa" o acción de "voy a meterme de nuevo una pistola en el cinturón"?Gabriel hizo una mueca y apretó los labios.—También te puedo coger salvajemente encima de la mesa...Pero Marianne sabía perfectamente qué significaba ese "también".—¡Maldición, Gabriel, me dijiste que ibas a estar a salvo! ¡Por nosotros! —espetó molesta.—¡Lo sé, mocosa, lo sé, pero entiéndeme! ¡No podemos seguir escondidos en esta casa esperando que de repente todo se resuelva! —replicó él—. Llevamos más de medio año como testigos protegidos, primero por los Marshall, luego por n
—Tienes dos opciones muy simples: O me llevas a tu punto de inicio, al lugar donde cargas el camión, o te juro por todo lo que me importa que te dejaré en manos de los Marshall, para que disfruten encerrándote por un largo... ¡largo tiempo! ¿Me has entendido? -gruñó Gabriel.El hombre asintió en silencio con la cabeza, encendió el camión y salió del almacén. Tomó un camino aleatorio e iba aumentando la velocidad conforme se alejaban de allí. Poco después, se detuvo en una gasolinera en las afueras de la ciudad y giró a la derecha.—Vamos directo al depósito —dijo.El hombre giró otra vez y se metió en un camino de tierra que se adentraba en los bosques. El camión rebotaba al avanzar por aquel sendero tan irregular y pedregoso, pero el hombre parecía saber lo que hacía y no tardaron en llegar. Cinco minutos después, estacionaban en una granja desierta y abandonada. El conductor detuvo el camión frente a un viejo edificio de piedra que parecía estar a punto de derrumbarse.—¿Qué es este