La celebración estaba en pleno apogeo, y Gabriel iba guardando uno a uno todos los regalos. Marianne, que ya estaba un poco cansada, se sentó a descansar en el sofá. No le importaba que sus amigos la vieran así, con el vestido subido hasta las rodillas y los pies descalzos. Estaba feliz, y eso era lo único que importaba.Al rato, Lucio se acercó a ella con una sonrisa.—¿Cómo te sientes? —le preguntó, preocupado—. ¿No estás agotada?—No —respondió Marianne—, estoy bien. Ha sido un día largo, pero muy emocionante.—Eso me alegra —dijo Lucio—, porque tengo un regalo para ti. Bueno, no para ti, para el bebé.Marianne se incorporó un poco, intrigada.—¿De verdad? ¿Qué es?Lucio se sentó a su lado y le entregó una caja de madera pulida. Marianne la abrió y encontró una fina cadena de oro con una medallita.—Es precioso —exclamó, asombrada—. ¿Es para el bebé, de veras?—Lo encontré en Italia —respondió Lucio—. Hace mucho que quería hacerte un regalo, y pensé que este sería perfecto. Es una
—¿Y si lo llamamos como uno de nuestros amigos? —sugirió Marianne, dirigiéndole una sonrisa a Gabriel.—Me gustaría que así fuera —respondió él con voz risueña—. Pero ya viste cómo se pusieron con el asunto del padrino. ¿Quieres que nos crucifiquen?Marianne rio porque sabía que él tenía razón.—Bueno, pues para que no haya discusiones, ¿qué tal... Gabriel? como su papá... —sugirió.Gabriel se puso rígido y sus ojos se llenaron de lágrimas, pero negó con la cabeza.—¿Y si mejor le ponemos como su abuelo? El paterno, digo —aclaró Gabriel por si acaso—. Mi padre murió cuando yo era joven, pero siempre tuve muy buenos recuerdos de él, era un hombre increíble y me enseñó todo lo que sé.—¿Cómo se llamaba? —preguntó Marianne.—Jay.—¡Jay Cross! ¡Me gusta! —sonrió la muchacha acariciando la mejilla de su hijo—. Sí tiene cara de Jay.Se quedaron mirándolo por un momento y luego Gabriel se limpió las lágrimas y sostuvo a su hijo mientras Marianne descansaba un poco.—¡Te quiero mucho! —le sus
Si alguien le hubiera preguntado a Gabriel Cross cuál era la mejor parte de ser padre, definitivamente habría dicho que todas, desde ver dormir y despertar a su hijo, hasta compartirlo con su madrina y todos sus padrinos. Por fortuna Lucio tenía razón, no faltaban brazos para ayudar, porque siempre estaban ellos cerca.Sin embargo Gabriel sabía que cada día que pasaba, el caso contra Asli Grey... o contra cualquiera que hubiera tratado de envenenarlos, se enfriaba. Así que el capitán aprovechó uno de esos momentos en que Reed y Stela estaban acaparando al bebé, para cruzar la calle y hablar con Max.Su amigo le entregó una cerveza y los dos se sentaron el portón.—¿Pudieron avanzar algo en la investigación? —preguntó Gabriel.—Norton trabaja con la misma sospechosa, Asli, pero aún no podemos arrestarla —respondió Max—, necesitamos más pruebas... porque el caso de repente se expandió.—¿Se expandió? ¿De qué hablas? —quiso saber Gabriel.—¿Recuerdas los archivos que saqué de los servido
Gabriel sabía que estaba jugándose el cuello, porque a Marianne no le haría ninguna gracia lo que iba a decirle, pero la verdad era que no tenía muchas opciones.—Mocosa... espero de verdad que te tomes esto de la mejor manera posible... pero tengo que decirte algo que no te va a gustar —suspiró—. Tengo que volver a la acción.Marianne arrugó el ceño.—Aclárame "acción" —casi gruñó—, ¿Acción de "te voy a coger salvajemente encima de la mesa" o acción de "voy a meterme de nuevo una pistola en el cinturón"?Gabriel hizo una mueca y apretó los labios.—También te puedo coger salvajemente encima de la mesa...Pero Marianne sabía perfectamente qué significaba ese "también".—¡Maldición, Gabriel, me dijiste que ibas a estar a salvo! ¡Por nosotros! —espetó molesta.—¡Lo sé, mocosa, lo sé, pero entiéndeme! ¡No podemos seguir escondidos en esta casa esperando que de repente todo se resuelva! —replicó él—. Llevamos más de medio año como testigos protegidos, primero por los Marshall, luego por n
—Tienes dos opciones muy simples: O me llevas a tu punto de inicio, al lugar donde cargas el camión, o te juro por todo lo que me importa que te dejaré en manos de los Marshall, para que disfruten encerrándote por un largo... ¡largo tiempo! ¿Me has entendido? -gruñó Gabriel.El hombre asintió en silencio con la cabeza, encendió el camión y salió del almacén. Tomó un camino aleatorio e iba aumentando la velocidad conforme se alejaban de allí. Poco después, se detuvo en una gasolinera en las afueras de la ciudad y giró a la derecha.—Vamos directo al depósito —dijo.El hombre giró otra vez y se metió en un camino de tierra que se adentraba en los bosques. El camión rebotaba al avanzar por aquel sendero tan irregular y pedregoso, pero el hombre parecía saber lo que hacía y no tardaron en llegar. Cinco minutos después, estacionaban en una granja desierta y abandonada. El conductor detuvo el camión frente a un viejo edificio de piedra que parecía estar a punto de derrumbarse.—¿Qué es este
Habían pasado minutos, solo minutos desde que Jay se había dormido profundamente en los brazos de Stela.Marianne daba vueltas por aquella casa con desesperación, sin saber nada sobre Gabriel, y eso la estaba poniendo muy nerviosa. El silencio afuera era tan absoluto, que el sonido de aquella puerta abriéndose y cerrándose había sido demasiado evidente.Marianne se cruzó de brazos frente al enorme ventanal de la terraza, y suspiró haciendo acopio de entereza.—La última persona que me apuntó con un arma terminó muerta —siseó sin volverse—. Deberías haber aprendido de su error... ya que era tu madre.A su espalda Asli sonrió con desprecio.—Mi madre cometió un error, mi hermano también: los dos te subestimaron... pero yo no me equivocaré tanto.—¿De verdad? —susurró Marianne girando lentamente sobre sus talones para enfrentarse al rostro arrogante y frío de su hermanastra.Asli no le temía, eso estaba claro, pero estaba segura de que podía usar su arrogancia en su contra.—Los dos pens
A Gabriel se le detuvo el corazón al ver el cuerpo de Marianne frente a él, con aquellos dos disparos en el pecho, mientras su hermanastra parecía sacada de un manicomio de tan alto como reía.—Tú... que decías que la querías tanto... ¡pero en cuanto tuviste oportunidad te fuiste a jugar de nuevo a la guerra y la dejaste desprotegida!Por los ojos de Gabriel pasó un brillo de odio, pero en su rostro se dibujó una sonrisa.—¿Y quién dijo que la dejé desprotegida? —siseó mientras miraba por la ventana de la habitación—. Asli, te presento al Sargento Damian Scott, más conocido como "el fantasma en el ático".Lo único que Asli vio fue aquella línea de luz roja que venía del vacío hacia su cabeza. La última expresión de su rostro fue de espanto y de odio, pero antes de que levantara el arma de nuevo los labios de Gabriel formularon una sola palabra:—Hazlo.El vidrio de la ventana se hizo añicos y el ruido de cristales cayendo sobre el suelo de madera duró más de lo que tardó el cuerpo de
Gabriel estaba muy feliz, aunque aún no podía creer que todo aquello fuera real. Marianne y él habían pasado por tantas cosas juntos, y ahora, después de todo, estaban allí: en un avión rumbo a Suiza para empezar una nueva vida.La verdad era un poco difícil de asimilar, pero estaban listos para lo que fuera.Después de casi medio día de vuelo, finalmente llegaron a Suiza y fueron directamente al apartamento que Stela les había preparado.Cuando abrieron la puerta, quedaron sorprendidos al ver cuán bonito era todo. Era mucho más grande de lo que esperaban y estaba amueblado con mucho gusto.—¡Es perfecto! —exclamó Marianne mientras recorría el lugar.—Sí, realmente es hermoso —convino Gabriel, sonriendo.Poco después llegó Lucio con el pequeño Jay, y Marianne y Gabriel se deshicieron en besos y mimos para su hijo.—¡Dios! ¡Si parece que creció en solo unos días! —Marianne hizo un puchero y Gabriel sonrió.Viendo la expresión de felicidad en su rostro, supo que había hecho la elección