A Gabriel se le detuvo el corazón al ver el cuerpo de Marianne frente a él, con aquellos dos disparos en el pecho, mientras su hermanastra parecía sacada de un manicomio de tan alto como reía.—Tú... que decías que la querías tanto... ¡pero en cuanto tuviste oportunidad te fuiste a jugar de nuevo a la guerra y la dejaste desprotegida!Por los ojos de Gabriel pasó un brillo de odio, pero en su rostro se dibujó una sonrisa.—¿Y quién dijo que la dejé desprotegida? —siseó mientras miraba por la ventana de la habitación—. Asli, te presento al Sargento Damian Scott, más conocido como "el fantasma en el ático".Lo único que Asli vio fue aquella línea de luz roja que venía del vacío hacia su cabeza. La última expresión de su rostro fue de espanto y de odio, pero antes de que levantara el arma de nuevo los labios de Gabriel formularon una sola palabra:—Hazlo.El vidrio de la ventana se hizo añicos y el ruido de cristales cayendo sobre el suelo de madera duró más de lo que tardó el cuerpo de
Gabriel estaba muy feliz, aunque aún no podía creer que todo aquello fuera real. Marianne y él habían pasado por tantas cosas juntos, y ahora, después de todo, estaban allí: en un avión rumbo a Suiza para empezar una nueva vida.La verdad era un poco difícil de asimilar, pero estaban listos para lo que fuera.Después de casi medio día de vuelo, finalmente llegaron a Suiza y fueron directamente al apartamento que Stela les había preparado.Cuando abrieron la puerta, quedaron sorprendidos al ver cuán bonito era todo. Era mucho más grande de lo que esperaban y estaba amueblado con mucho gusto.—¡Es perfecto! —exclamó Marianne mientras recorría el lugar.—Sí, realmente es hermoso —convino Gabriel, sonriendo.Poco después llegó Lucio con el pequeño Jay, y Marianne y Gabriel se deshicieron en besos y mimos para su hijo.—¡Dios! ¡Si parece que creció en solo unos días! —Marianne hizo un puchero y Gabriel sonrió.Viendo la expresión de felicidad en su rostro, supo que había hecho la elección
Dos días después Gabriel y Reed regresaban de la tienda con el anillo, y el capitán estaba que no cabía en él de la felicidad.—¡Ahora ya sé tu secreto! ¡Tienes que elegirme como tu padrino! —sentenció Reed.—¡De eso nada!—¡Oye, oye! ¿No voy a ser alguien importante en tu boda? —refunfuñó Reed.—Sí, claro, pero te lo tienes que ganar.—¿Y el resto de los tarados no?—El resto de los tarados no está aquí para quedarse con su adorado sobrino mientras yo le pido matrimonio a la mocosa —replicó Gabriel con un gesto sugerente y Reed asintió.—¡Entonces sí! ¡Yo me brindo! ¡Yo me quedo con Jay—Jay! Yo soy el padrino que más quiere, ¡que se jodan todos los demás! —se pavoneó Reed y luego señaló el anillo—. Bueno ¿y qué hay de Marianne? ¿Crees que le gustará?—Sí, creo que sí —aseguró Gabriel, convencido—. Es el anillo correcto para ella.Ya tenía a los niñeros para Jay, así que el capitán solo necesitaba la cena perfecta y el momento perfecto.—¿Y qué tal si cocino yo? —sugirió Gabriel.—¿Tú
—Tú y yo tenemos que hablar. Ahora.Gabriel asintió y, sin decir una palabra, siguió a Lucio hasta que salieron del salón, hasta un rincón del corredor donde nadie pudiera escuchar su conversación.Marianne los vio marcharse y sintió un escalofrío, no sabía qué podía ser, pero tenía un mal presentimiento.—¿Qué ocurre? —preguntó Gabriel, frunciendo el ceño apenas se quedó solo con Lucio.—Lo siento, capitán, pero parece que tenemos una visita indeseable —dijo Lucio, y vio cómo las cejas de Gabriel se arrugaban en preocupación—. No te preocupes, no dejé que nadie lo viera, sé que es un asunto muy personal para Marianne, pero tampoco iba a dejar que le arruinaran el día de su boda. Ven.Lucio y Gabriel se dirigieron a la oficina de Lucio. El hombre abrió la puerta y Gabriel respiró profundo al ver el rostro demacrado y ansioso de Hamilt Grey. ¿Y ese hombre cómo se había enterado de la boda?—Te dejo con él...—No —le pidió Gabriel—, es mejor que te quedes, no quiero malos entendidos y p
Después de darse un largo baño juntos, Marianne se puso un camisón blanco y avergonzó a Gabriel acostándolo desnudo frente a ella para empezar a pintarlo lentamente, con detalle, mientras él permanecía inmóvil y concentrado en no reírse, pero fue imposible no hacerlo cuando Marianne sustituyó el lienzo y empezó a pintarlo a él.—¡Oye... oye...! —protestó al sentir las pinceladas sobre su piel.—¿No te gusta? —preguntó Marianne intentando no reírse.—¡Estás pintándome!—¿Y qué? tú me has pintado a mí muchas veces, ¿no?Gabriel respiró hondo tratando de conservar un poco de cordura, pero con ella siempre era imposible. Cada fibra de su piel parecía despertar ante su tacto.—Pero... pero... ¡No es lo mismo!—Oh, claro que es lo mismo—dijo ella soltando una carcajada—. ¡Esto va a ser una obra de arte!Gabriel se mordió los labios y se quedó muy quieto, mientras ella hacía correr ese pincel húmedo por la mitad de su cuerpo más rebelde.—¡Auch! Alguien se emocionó —dijo Marianne mientras se
—¡Por favor dime que me puedes contratar! —casi suplicó Reed, juntando las manos.Estaban en la nueva oficina de Gabriel y el doctor estaba a punto de llevar aquel dramático acto a un nivel superior y ponerse de rodillas.—¡Te lo suplico! ¡Me estoy muriendo del aburrimiento!—Tampoco creas que aquí será muy diferente. Esta gente es de naturaleza amable, el último homicidio fue hace dos semanas y ya atrapamos al asesino —dijo Gabriel encogiéndose de hombros—. Pero lo bueno es que aquí sobra el presupuesto, y Homicidios tiene dinero asignado para un consultor externo, no me vendría mal tener un psiquiatra en el equipo... ¡Siempre y cuando no me vuelvas locos a los detectives!—¡Entendido, Capitán! —saludó Reed llevándose la mano a la frente.—Bueno, pues estás contratado, ahora búscate una oficina, aprópiate de ella y ve a aburrirte allí.Y Gabriel lo decía en serio. La ciudad era tranquila y próspera, así que el crimen estaba bajo un relativo control. A su división le entraban a lo sum
Marianne se había cansado de gritar, maldecir, y llorar. Sentía que estaba agonizando, y esos abrazos de Gabriel eran lo único que le daban un poco de fuerza para continuar.Toda la policía se había movilizado para buscar al bebé secuestrado. El caso se consideraba de primer orden en la ciudad. Todos los aeropuertos, estaciones de trenes y de ómnibus tenían la fotografía de Hamilt Grey, y en los noticieros también pedían ayuda para encontrarlo. Pero habían pasado dos días y no habían hallado ni una sola pista.—Tenemos que encontrarlo, Gabriel —sollozó Marianne apoyando la cabeza en su pecho.—Lo sé, amor. Lo sé —murmuró él acariciando su cabello.—No puedo perder a mi hijo... no puedo...—Yo tampoco lo voy a permitir —dijo Gabriel con fiereza.—Nada va a pasarle a Jay — les dijo Reed y tanto Marianne como Gabriel le prestaron atención—. Tienen que entender algo: Hamilt Grey no tiene intención de lastimar a Jay, el niño es muy importante para él. Según ustedes me dijeron, hay algo que
El programa de reconocimiento facial había llevado a Max hasta una rentadora de autos, donde por supuesto Hamilt Grey había dado una identificación falsa; de ahí a hackear el número de serie del coche que había rentado Hamilt y de ahí a una autopista que se alejaba de Ginebra hacia el oeste.Las camionetas no se detenían, pero Gabriel contaba con que Hamilt sí tuviera que hacerlo.—Hay algo de todo esto que no acaba de cuadrarme —murmuró Lennox.—¿A qué te refieres? —preguntó Gabriel mientras conducía.—Este hombre, Hamilt Grey, en todas las ocasiones que hemos tenido contacto con él, salta a la vista que tiene su problemita mental, pero siempre pareció un cobarde —dijo Reed.—Estoy de acuerdo contigo —apuntó Lennox—. Además ¿no se suponía que estaba en la ruina? ¿Cómo pudo venir aquí y hacer todo esto?—Exacto, y una identificación falsa como la que dio en la rentadora de autos, no es precisamente barata —aseguró Max—. Jodido debe haberle costado unos seis o siete mil euros. Sin cont