XXXIII

El aludido me sonrió con socarronería mientras que el padre de este me miraba con curiosidad.

Acto seguido me removí inquieta porque a decir verdad ese par de hombres me intimidaban.

—Eso, que le has puesto casualmente a nuestro cachorro el nombre de mi padre.

—No es posible —gruñí fastidiada sin poder evitarlo, ocasionando que Nicholas el padre de Acheron me mirara arqueando una ceja, a la vez que Acheron se reía posiblemente de mi rostro desencajado—, yo tratando de que mi hijo no tenga nada que ver contigo ¡Y vengo y le pongo el nombre de su abuelo paterno!

—Ya lo vez gatita, no puedes huir de mí, ni estando lejos—dijo con voz ronca.

Maldición, ¿Puedo ya dejar de babear por él cada vez que habla?

—Oh, cállate.

Acheron no quitaba su sonrisa de los labios y cuando quiso decir algo su padre lo interrumpió.

— ¿Se puede saber qué pasa aquí, Acheron? —gruñó su padre logrando que la atención de ambos regresara a él, por segunda vez en el día.

La sala se fue llenando de gente y de inmediat
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