XXXIV

Desde que mis ojos se posaron en ella supe que me pertenecía, no solo por su olor, era a toda ella, mi mujer, mi compañera.

Comprendo que para ella no sería fácil de entender muchas cosas por ser humana pero la haría amarme como yo la amaba, le enseñaría que yo no soy un monstruo como cree y le mostraría que solo quería hacerlos felices, tanto a ella como a nuestro cachorro.

Ninguno de los dos dijo nada al separarnos pero Verónica se apartó, me pidió llevarla a donde estaban sus cosas como si nada hubiera sucedido hace segundos, como si no hubiéramos estado a punto de follar en la sala sin importarnos quien pudiera vernos, y cuando vio sus maletas sacó una manta que usaba para darle a Nick pecho en la calle.

Yo la miré con curiosidad pero no le hablé, continuamos nuestro camino que nos llevó al jardín donde estaba mi padre y nuestro pequeño que comenzaba a llorar para reclamar su comida.

—Tiene hambre —afirmó mi padre al vernos llegar mientras acunaba al bebé entre sus grandes brazos—
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