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Capítulo 2. “¿Dónde te has metido Isabella?”

—No me ha preguntado cuanto cobro—dijo con la voz casi firme.

El hombre cruzó la pierna y su mano se fue a su barbilla, sus labios eran carnosos y los humedeció.

“¡DIOS MIO! ¡ESPERO NO SEA UN ASESINO A SUELDO!”

La observó desde la oscuridad y la hizo sentir intimidada. Isabella acomodó su peluca lisa hacia su escote, los nervios llegaron con más fuerza, cruzó discretamente la pierna y las manos las dejó sobre su regazo, intentando controlar que su falda de cuero no subiera más.

— ¿Eres nueva en esto?—su voz ronca y muy varonil, le provocó un fuerte escalofrío.

—No, bueno... no, yo... —comenzó a balbucear. —Sí, es mi segundo día. No soy una prostituta oficialmente, solo...—el hombre hizo un ruido con su boca para que no siguiera, era claro que era nueva, ¿Pero que la orilló a llegar a esa situación? Se preguntó el hombre. —Disculpe—Isabella murmuró, ¿Acaso había hablado mucho? La ventanilla que se encontraba a espalda de él, se subió lentamente, eso dio más privacidad.

—Quiero sexo oral—dijo el hombre sin más y el corazón de ella martilló con fuerza, aún más a sus palabras. “¡Maldición, no se me da bien! ¿Y si lo muerdo?”

La luz que iluminó el área dónde ella estaba sentada, -todo lo contrario dónde estaba el hombre- era muy pero muy baja, Isabella se mordió discretamente el labio, y cuando ella se dispuso a acercarse a él, el hombre la detuvo de manera brusca.

—Siéntate—ella arrugó su entrecejo confundida, pero cuando pasó un par de segundos, hizo caso, su respiración se alteró y lo ocultó bien. Una parte de ella se enfureció por cómo le dio la orden. —Acércate. Quiero mirar tus ojos—Isabella maldijo para su interior, y más a sus lentillas marrón, ahora, no tardaba en ver la rareza de sus ojos y en la próxima esquina, la bajaría sin duda.  Isabella finalmente se acercó un poco más, el hombre extendió su mano al techo y encendió una luz que bañaba estilo cono hacia los pies, ella se acercó lentamente más a la luz y abrió un poco más los ojos, El hombre se quedó maravillado al ver el color de ojos de la hermosa mujer, era la primera vez que veía ese color. — ¿Tiene motes dorados y unas líneas verdes por la orilla? —Isabella se sorprendió por la observación, asintió. —Hermosos ojos...—cuando ella bajó la mirada, ambos regresaron a sus asientos y él apagó finalmente la luz, quedando con la diminuta luz tenue, él notó que llevaba las uñas pintadas de color carne, discreta, eso le gustó a él, pero ella estaba usando la ropa de Stacy, una ropa que le  hizo sentir demasiado insegura, ya que no era su estilo ni estaba a acostumbrada a enseñar de más.

—Gracias—susurró.

—Bueno, —comenzó a decir el hombre. —Lo que cobres no importa, tengo para pagarte lo suficiente para que puedas ser mi compañía esta noche. —Isabella lo miró intentando descifrar como se vería su rostro. Todavía siguió mirando esa boca moverse.

Era tentadora.

Isabella dedujo desde que se subió, que era un hombre de dinero  a pesar de estar en las sombras, pero la pregunta que se hizo Isabella fue: “¿Por qué buscar una prostituta?” Isabella se aclaró la garganta.

—Tengo reglas—las palabras salieron firmes, quizás rindiéndose finalmente a su situación, tendría sexo y cobraría, tomaría parte para darle una ayuda a su amiga y luego prepararía sus maletas y se marcharía a México, empezaría de nuevo. No volvería a vender su cuerpo.

Jamás.

— ¿Cuáles son? —preguntó el hombre en un tono ronco.

—No beso en la boca, cobro por hora y la regla de oro: No te enamores. —Isabella supo que sonó tonto la última regla, pero tenía que dejarlo en claro. Eran las reglas. Stacey le había contado que había clientes obsesionados con las mujeres y era acoso que podría terminar hasta perder la vida, ya que lo habían pasado años atrás.

Levantó la mirada, pero no se movió. No dijo nada.

—Perfecto—dijo al fin el hombre en la oscuridad.

—Perfecto—dijo Isabella, respiró profundo y luego soltó lentamente el aire entre dientes.

El silencio reino por más minutos. Se detuvo el auto y el chófer abrió la puerta del lado de ella.

—Gracias—dijo Isabella, mientras que por el otro lado salió el hombre misterioso. Cuando ella se dio cuenta de dónde se encontraba, palideció, luego negó rápidamente llena de pánico.

El hombre se acercó a ella sin darse cuenta y tuvo que levantar su mirada hacia la de él  cuando se puso de frente.

“¡Madre! ¡Es demasiado alto!”

—Tengo que hacer un vuelo, pero necesito tu compañía. Serás bien pagada. Está a media hora de aquí—Isabella se quedó hipnotizada por sus hermosos ojos azules. La barba pareció de días, la voz tan masculina, el escalofrío de nuevo llegó a ella al poner su mano en su brazo, Isabella bajó la mirada a su mano.

“¿Era real ese hombre? ¡Madre mía! Era hermoso.”

— ¿Pero…? Pero míreme… —Isabella le hizo señas de su vestimenta. “¡Me subió en una esquina!”

—Eso lo arreglo cuando lleguemos—el corazón martilló amenazando con salirse de su pecho. Sin darse cuenta y sin dejar de ver el jet pensando en algo para no subir, él le acarició la mejilla con sus nudillos para calmar los nervios de ella.

Isabella se quedó congelada en su lugar, lo miró y arrugó el entrecejo. Los ojos del hombre se quedaron prendados en los de ella. —Sé ve a simple vista que no eres una prostituta. Se notó a primera vista. Por eso te elegí. Puedo pagarte muy bien, ¿Lo sabes?—ella no se movió, hasta sintió que por un momento no respiró, él siguió observándola.

—Está bien—Isabella finalmente dijo,  se cubrió tímidamente el escote. Extendió una mano, en señal para que se la entregara.

—Antes quiero saber el costo. Necesito saber si todo esto—señaló el avión y la limusina—será justo y no un engaño. ¡Podrías ser un trata de blancas!—dijo nerviosa.

—Te doy un cheque en blanco y pones lo justo. —abrió sus ojos con sorpresa “¿Escuché bien? ¿Un cheque en blanco?”

— ¿Así de fácil?—preguntó Isabella en casi en estado de shock.

—Sí, ¿Otro pretexto que quiera anexar?—dijo el hombre con una sonrisa. Ella entrecerró los ojos. No se iba a montar en el avión solo porque el hombre era realmente hermoso, atractivo y destilaba un hombre con experiencia en la cama.

Él volvió a levantar la mano, e Isabella ahora la aceptó. Si conseguía dejarle a Stacey para la renta y comprar el boleto de avión para marcharse a México, creía que era lo que importaba en esos momentos.

Ella se llevó la mano a su collar y acarició el collar con el símbolo.

“¿Dónde te has metido Isabella?”

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