Isabella entendió que se hablaba de ella, miró a Cameron enrojecer en segundos, su vena resaltó de su cuello y apretaba con fuerza el móvil.
―Bien, vamos para allá. ―y cortó la llamada, sentía que no podía controlarse, estallaría y no quería hacerlo delante de ella y mucho menos ahora que estaba embarazada, Isabella alcanzó su mano y la acarició.
―Tranquilo, ¿Qué pasa?―el auto ya estaba detenido en la parte trasera del edificio, esperaban órdenes.
―Privacidad, por favor. ―dijo Cameron a su personal, ellos asintieron y bajaron profesionalmente de sus lugares, custodiando la camioneta. Cameron se pasó ambas manos por su rostro y luego tiro de su cabello discretamente.
―Me estás asustando―confesó ella, Cameron reaccionó, lo que menos quiere es preocuparla pero no encontraba el modo de evitarlo. Él se giró a ella, atrapó su mano y besó sus nudillos.
―Los reporteros que estaban afuera del resta
Rody miró las noticias de chisme mientras salía de su cuarto de baño de su departamento de lujo, se detuvo frente a su televisor de sesenta pulgadas que se encontraba frentea su gran cama, los presentadores del programa daban la nota "El arquitecto más cotizado, atrapado por una prostituta" una sonrisa apareció en sus labios, por un momento lanzó una mirada hacia su móvil que estaba sonando, con la toalla ajustada a su cintura, descalzo y con una toalla en el cuello, fue hasta la mesa de noche, sus ojos se abrieron cuando vio un mensaje de un número privado:"Sé qué fuiste tú, ¿Creíste que ibas a tenerla de esta manera? ¿Mostrando al mundo quién era? Acabas de joderla y esto no se queda
Cameron dudaba mucho el que pudiese controlar la ira que tenía almacenada desde que un contacto le aseguró que Hanna Brook era su fuente para la noticia que habían dado ayer por la noche. Se ajustó la corbata y se enderezó.―Aquí tienes lo que les comenté...―dijo Naomi al entregarle un sobre. Ella lucía mejor que la última vez. ―Y será la última vez que me acerque a ti. Se lo prometí a tu esposa, aunque ella me dijo que no tenía que prometer nada, pero tienen mi palabra.Cameron se aclaró la garganta.―Grac
Isabella salió del baño cubierta con su bata de seda en color negro, mientras enrollaba una toalla en su cabello, buscó su crema para hidratar su rostro cuando escuchó que llamaban a la puerta.―Adelante.―respondió mientras terminaba de poner crema ahora en sus manos.Era Niles.―El maquillista está aquí.―Isabella detuvo lo que estaba haciendo, arrugó su ceño, intrigada.― ¿Maquillista?―Niles sonrió y afirmó a la pregunta de Isabella.―Sí, en unos minutos llega el que arreglará su cabello...Isabella se sintió confundida.―Espera, espera, espera. ¿Para qué quiero un maquillista y un peinador? Sé maquillarme y sé peinarme.Niles aclaró su garganta.―Lo siento, pero lo ha pedido el señor Beckett.Is
Cameron miró de nuevo aquel pastel frente a él, mientras todos cantaban "Feliz cumpleaños", se sonrojó al ver la emoción de aquel evento. ¿Quizás es por el pastel? definitivamente todos quiere pastel...―Bueno, ahora, tienes que morderlo.―Isaura, la madre de Isabella, aplaudió emocionada junto a los padres de Cameron, Masie aplaudía entre risas, emocionada, sabía lo que iba a pasar, Isabella solo sonrió, estaba preparando lo que vendría a continuación.― ¿Por qué morderlo? miren, está demasiado bello como para destruirlo.―Rody soltó una carcajada mientras abrazaba
Isabella había llegado a la ciudad de New York desde hace tres años, sus estudios en el arte culinario la habían llevado a muchos lugares y se había enamorado de la ciudad, pero lamentablemente en el área de cocina, gobiernan en su mayoría los hombres y su belleza peculiar le había traído bastantes problemas, así que buscar trabajo en restaurantes se había vuelto un infierno. Durante su tiempo en la ciudad, había conocido a Stacy, su rommie desde hace casi dos años y medio, ella se dedicaba a vender su cuerpo en las mejores esquinas de la ciudad y con ello podían pagar la mitad de la renta y servicios. — ¿Y qué piensas hacer?—preguntó Stacey antes de llevarse a la boca la cuchara llena de cereal, Isabella se sentaba del otro lado de la barra, esta soltó un largo suspiro, luego se mordió el labio. —Sabe
La brisa de otoño envolvió todo su cuerpo. Acomodó nerviosa su peluca lisa de color negro y metió una menta para refrescar su aliento. La minifalda de cuero negro con una pequeña cadena al costado derecho hacía ver sus piernas más largas, suspiró al sentir el cansancio de usar dos días seguidos esas zapatillas de tacón de aguja. La blusa leopardo con escote V realzó su escote. Algo que no le gustaba lucir. Pero era parte de su nuevo trabajo temporal. Se abrazó a sí misma. Era su segundo día en una de las esquinas neoyorquinas. Bajó la mirada a sus zapatillas y comenzó a mover los pies algo inquieta, seguía regañándose por no haberse puesto las lentillas, ya no tenía tiempo para regresa por ellas, así que se arriesgó a mostrar el color real de sus ojos. El corazón latió ansioso. No había tenido un cliente el día de ayer y hoy era el segundo día en esto. Ahora se había vuelto su último recurso para pagar la renta y enviar dinero a su madre que vivía en la ciudad
—No me ha preguntado cuanto cobro—dijo con la voz casi firme. El hombre cruzó la pierna y su mano se fue a su barbilla, sus labios eran carnosos y los humedeció. “¡DIOS MIO! ¡ESPERO NO SEA UN ASESINO A SUELDO!” La observó desde la oscuridad y la hizo sentir intimidada. Isabella acomodó su peluca lisa hacia su escote, los nervios llegaron con más fuerza, cruzó discretamente la pierna y las manos las dejó sobre su regazo, intentando controlar que su falda de cuero no subiera más. — ¿Eres nueva en esto?—su voz ronca y muy varoni
Habían llegado a la siguiente pista casi media hora después, una segunda limusina los esperaba en aquella pista solitaria que usualmente el hombre tenía siempre a su disposición, Isabella realmente estaba inquieta, pensó miles de cosas durante el viaje, los supuestos escenarios de lo que pasaría después de bajar, intentó controlar sus pensamientos y no arruinar esa noche. Otra media hora después, las puertas dobles de fierro forjado con adornos antiguos se abrieron ante ellos, Isabella pasó saliva con dificultad, siguió observando por la ventanilla las luces a lo lejos, sintió el aire aquella humedad, imaginó que podría estar cerca de la playa, aunque no alcanzó a escuchar olas romperse, entonces, se quedó maravillada con el gran jardín frente a una gran y hermosa casa de cristal. Las rosas rojas eran las que dominaban el lugar. —Hemos llegado. —anunció el hombre, el hombre ya tenía una identidad para Isabella: Señor Beckett. Al escuchar cómo se había presentado en el avión,