(Narra Amira) Me he quedado de piedra cuando he visto a Basima atacando a Ahmed Hassim. Ella no entiende que gracias a él ambas tenemos una vida mediocremente aceptable. Le ha visto como un enemigo desde que ha abierto los ojos y recobrado la consciencia. Se empeña en colocar su rostro en el del predicador que le ofreció ayuda. Por eso, le odia de manera gratuita. Los hombres han entrado a mi habitación en estampida. Apenas me ha dado tiempo de tirarme encima una sobrebata. No me he peinado ni he tenido tiempo de calzarme las chinelas. La primera impresión que tendrá Ahmed al verme será desastrosa. Eso, si se llegase a fijar en mí. Corro tras los hombres que van rumbo al baño. Ellos han decidido apaciguar sus fuegos con agua helada. No me parece una buena idea. ¡Y no lo permitiré! —¡Detente! —Uno de mis gritos para en seco la mano del doctor. Quiero a su jeringuilla bien lejos del cuerpo de mi amiga.— A Basima le controlo yo —le digo. Son mis manos suaves, acariciando sus mejill
La Anaconda Venenosa nos ha reorganizado el horario de trabajo. Ahora, hacemos turnos rotativos durante doce horas seguidas para que el señor Amo no se quede sin comer ni se ensucie las manitas preparándose un tentempié. Ella me ha condenado a ser una lechuza en vela, pero eso no es del todo malo. Me agrada la soledad de la cocina cuando cae la noche. Y de paso, continúo aumentando mis caderas de grosor porque el aburrimiento solo se mata con un pedazo de algo comestible dentro de la boca. Estoy convencida de que hoy veré a Ahned Hassim y no sé si, como de costumbre, fingirá que soy invisible, o si me regalará un saludo huraño. Ya ni conversamos, siquiera nos ofendemos. Nos ignoramos a falta de algo mejor que hacer. Ambos dejamos pasar de largo una oportunidad casi única la otra noche. Ahora, la distancia entre nosotros se ha ido tornando gigantesca a medida que transcurre el tiempo. Aprovecho el rato de inactividad para pelar los ajos. Así, al día siguiente, las chicas tendrán meno
El pasillo se torna demasiado largo. Me impulsa una incertidumbre desconcertante que me impide mirar hacia atrás. No camino ni corro. Ando a un paso comedido, con la cabeza erguida y la postura de una dama. Estoy consciente que ni Ahmed ni nadie me aplastará como si yo fuese un insecto zumbón. Si él no se guarda sus odios, que se quede con ellos por compañía. Creo que le he respondido de una manera inadecuada, pero también tengo miedo. Miedo de que el orgullo cave una zanja más profunda que el amor. ¿Qué estoy diciendo? Esa palabra no es admisible para describir esta situación. No puedo usarla y tampoco lo deseo. Las gotas de sudor corren por la juntura de mis senos. Son los nervios los que me escuecen la piel en un frenesí perturbador. De eso, estoy segura, porque la temperatura ambiente ha descendido de manera significativa. Abro el zíper del suéter para que el aire refresque mis carnes mientras me empleo a fondo en mantener mis ojos secos. Me prohíbo llorar por los desplantes de A
Con una mano, sin dejar de sembrar sus caricias en mi cuello, Ahmed abre la puerta de su dormitorio. No niego que llevo conmigo un arsenal de temores y esperanzas. A la vez que deseo lo inevitable, tiemblo porque desconozco cómo reaccionará mi cuerpo luego de haber sido abusado por André. Siento la presión del colchón bajo mi espalda y los pinchazos intrascendentes de las presillas que han caído de mi trenzado. Mi pelo pugna por ser parte de una fiesta a la que no ha sido invitado. Se escapa sin permiso y danza entre los dedos de mi amado. Es entonces cuando sus labios se detienen en los míos y me invitan a reciprocarle con sutileza y sin presiones. Extasiada por sus caricias, abandono mis aprensiones. Cedo ante su lenta invasión y, con ansias crecientes, entreabro la boca para recibir una lengua potente y voluptuosa. La emoción agolpa la sangre en mis mejillas, las colorea de rojo encendido, de ilusiones insospechadas, de frenesí y de sueños resoñados. Los dedos de Ahmed incursiona
He dormido apenas un par de minutos en el mejor colchón del planeta: el cuerpo desnudo de Ahmed. Su hombro me ha servido de almohada; y su respiración, de arrullo. Pero ya casi es de día, y, mientras el ángel demonio reposa con la candidez de un bebé de teta, me coloco, con pereza, el estrujado uniforme. Viéndole así, tan frágil y desprotegido, no se asemeja a sí mismo. Ahora es necesario que me apresure y ponga cada cosa en su sitio antes de que llegue la Anaconda Venenosa a la cocina y comiencen los procesos diarios. Podría irle con la mejor excusa de todas, decirle que tengo un salvoconducto por haber satisfecho sexualmente al jefe, pero yo no soy de esa manera. Primero cumpliré con mi deber de guardia culinaria y, luego, con mis nuevas obligaciones con Ahmed. Aunque el sueño me vence, debo mantenerme en vilo. Aún soy una esclava con importantes obligaciones incumplidas que le teme a la Anaconda Venenosa. Ahmed tiene una vida demasiado agitada. No siempre me servirá de escudo. Co
Si algo he aprendido durante estas últimas semanas es que cuando la situación se complica, una no debe suplicar. Los miedos se guardan en pausa porque no llevan a sitio alguno. De mí se dirá cualquier cosa, menos que he bajado la cabeza. —¡Sujétenla! La Anaconda Venenosa me señala con el dedo. —Creo que se te está yendo la cabeza, Sabrina. —Le aconseja el médico. Él se lleva la mano al sitio afectado y habla con un hilo de voz, pero no se queda callado. Ella hace caso omiso de sus palabras. La furia ensordece sus razonamientos. En este instante, su único objetivo es producirme sufrimiento. —Ya verás lo preciosa que lucirás con el rostro quemado. Hasta el jefecito dejará de babearse delante de ti. Se me acerca peligrosamente. Sin embargo, los hombres no me sujetan. Esta vez, la bruja se ha quedado sin seguidores. Echo una rápida ojeada alrededor mío sin encontrar algo con que defenderme. Solo tengo a mano mi valentía. De repente, la puerta de la habitación se abre de par en par
Cuando abro los ojos me topo con una mirada ceñuda. Ahmed no se ha quedado del todo satisfecho con mis descalabros matutinos. Me incorporo a tientas porque el pie me duele un montón. He tenido deseos de arrancármelo. De poco me sirve en los momentos críticos; pero mientras cumpla una función estética, que se quede en su sitio. ¿Qué cosas digo? Lo que me ha inyectado el médico me tiene la cabeza bailando entre las estrellas. A través del ventanal se cuela el aire fresco de… ¿La noche? He hibernado como una osa en pleno período invernal. La única buena noticia es que no llevo un yeso en el pie, sino una férula. —¿Qué ha dicho Mauro acerca de mí? Pregunto a Ahmed para apartar de mí su mirada sombría. El pronóstico lo conozco de memoria: «La luxación es una entidad recurrente que…» Blablablá. Es algo de lo que solo me acuerdo cuando me ocurre. Un regalito que me ha legado André y del que no me deshago con facilidad. —Afirma que eres una chiquilla malcriada. Dudo que esas hayan sido l
Aquí estoy, en el interior de mi mente, con tres dedos de André en el orificio anal y su miembro en mi boca. Deseo escapar, huir a la esquina de mi jaula, pero la posibilidad de que él dañe a Basima es superior a mis miedos. Abro y cierro los ojos varias veces con el objetivo de echar de mi pensamiento la imagen que me tortura. Aunque me he creído a salvo en la casa de Ahmed, ahora tengo dudas. Tal vez, sean ciertas las enseñanzas de Ghaaliya: Todos los hombres son unos salvajes que usan a las mujeres para conseguir placer. No me resisto a los embates de Ahmed. Por peores cosas he pasado en el mercado negro de esclavas. Solo que aquí me he permitido soñar, y él ha alimentado mis sueños. Sin embargo, no soy tan fuerte para mantenerme impasible. Quiero llorar y lo hago. Dentro de mí, germina una llama de rebeldía a media asta. —Amira… Ami, mi niña. Por Dios, no te pongas así. Hay angustia en su voz, una pesadez tan honda que me empuja a cuestionarme mis miedos. La sensación que me pr