Luego de haber recibido un masaje por espacio de media hora con una mistura de azahar y champaka de Borneo, me hubiese encantado relajarme y disfrutar del baño, pero no se puede tener todo en la vida. Los inexpertos dedos de Basima en lugar de reconfortar mi cansado cuerpo, me producen escozor. No debería sentirme así. Estoy acostumbrada a que varias manos femeninas descubran mis carnes e invadan mi intimidad, pero no dejo de pensar en mi prometido. Imagino que es él quien traspasa las barreras de mi espacio y siento miedo.
El agua de rosas impregna su fragancia en mi piel. Ya he olvidado mi olor natural. Entre esencias y aceites ha transcurrido mi niñez y mi juventud, y aun así, mi madre afirma que mis labores de embellecimiento han fracasado.
Esto es solo el principio de mis penas. Habrá depilación con cera en todos los sitios peludos del cuerpo humano. Según he escuchado decir, a mi prometido le dan grima las mujeres velludas.
—Estoy segura de que debe ser calvo.
Las palabras de Basima interrumpen la línea de mis pensamientos. Esa chiquilla bullanguera tiene el don de leer mi mente. Me es imposible detener la risa. Es la primera vez que gozo de unos segundos de felicidad desde que mi madre me soltó la pésima noticia de mi inminente matrimonio.
—Calvo, gordiflón, orejón y desdentado. El ave negra del infortunio acompaña a mi sombra —asevera mientras imita el caminar de un paquidermo.
Trago saliva para ahogar una exclamación de asombro. Le sigo el juego y esbozo una sonrisa despreocupada aunque por dentro me arde el alma. A pesar de que no me considero una persona con grandes estándares de belleza, me imagino a mi prometido con el escultural cuerpo de un Heracles y la hermosa perfección de un Adonis. Algo bueno debe sucederme en la vida. No siempre llevaré atada la mala suerte a mi cintura con una gruesa cadena.
De repente, Basima se detiene. Mira hacia todos lados para cerciorarse de que no es cierto que las paredes tengan oídos. Desde hace algunos días le noto un tanto rara. A veces se queda con la mirada suspendida en el vacío e ignora mis comentarios picantes. ¡Ella, la misma persona que suele espantar los miedos con sus chistes! Algún virus del desierto le ha afectado.
Se me aproxima y murmura unas palabras cerca de mi oído. Su voz me hace cosquillas en el pabellón auricular. No le espanto porque, dada la seriedad de su rostro, debe tratarse de algo importante.
—He estado hablando con un predicador. Me ha dicho que conoce un camino para salir de este infierno —me confiesa con las mejillas arreboladas por una razón desconcertante.
Ya me he topado con clases de teología. No espero que Basima me espete un discurso acerca de la vida eterna. Como concepto, me agradaría pasar el resto de mi existencia en el paraíso. Pero necesito una solución inminente para no morir dentro de seis días.
—Espero que nadie te haya visto.
—Solo Dios.
El tono de su voz habla más alto que sus palabras. Ahí hay gato encerrado.
Es muy peligroso toparse con personas que no pertenecen a nuestra cultura. Cada una de las esclavas que sale de casa a hacer mandados sabe que lleva una soga invisible atada al cuello. Ante el menor resbalón que ella dé, el amo le aprieta el nudo hasta que deja de respirar.
Ella suspira, ¡y sé lo que eso significa! Ha dejado de pensar porque ha comenzado a sentir.
—¿Acaso tu predicador es ese joven rubio barbudo, de casi dos metros de estatura y ojos claros que retratas en tus bocetos?
Mi pregunta halla una rápida respuesta en las mejillas enrojecidas de mi amiga. Ella ha nacido con el don de pintar como los ángeles. Siempre que encuentra una hoja y un lápiz, sus manos se mueven sin rumbo fijo y convierten lo ordinario en majestuoso. Detrás voy yo, destruyendo las pruebas de su alegría. A pesar de que me duele romper sus dibujos, prefiero que no caigan en manos malévolas. Velo por su integridad física. Su impulsividad exacerba la sangre caliente de los amos.
—No vayas por ese rumbo —me responde sin mirarme a los ojos—. No solo busco una solución para mis problemas. También pienso en los tuyos.
—Deja de preocuparte por mí. Aunque en el matrimonio de mis padres tampoco hubo amor, con el tiempo…
Me muerdo la punta de la lengua. El sentimiento que media entre ellos dista de ser positivo. Linda con el respeto, las buenas costumbres y con la apatía rutinaria de una vida aburrida. Nada más lejano del amor.
Mis extremidades se paralizan durante unos segundos, luego recuperan sus movimientos, pero ya ha quedado sembrada en mi interior la llama de la rebeldía. Aunque dudo que una embestida de Basima logre detener la fuerza implacable de mi destino, las buenas intenciones pesan igual que los resultados. ¿Qué tanto habrá de cierto en las palabras del predicador? ¿Será un joven resuelto que combate en pro de los derechos femeninos o un embaucador dedicado a la trata ilegal de esclavas?
Si algo he aprendido durante mi corta vida es que las aguas turbias no se revuelven. Lucharé con mis propias fuerzas, sin involucrar a mi joven amiga.
Una montaña de pétalos sepulta mi nariz. Mientras aleteo sin coordinación, un buche de agua de rosas me cae dentro de la boca. Basima me ha salpicado intencionalmente. ¡A traición! Eso no se vale. Si se piensa que saldrá ilesa, entonces no me conoce.
Sin dudar, salgo de la bañera. Mis piernas son más largas que las suyas. Debería atraparle con facilidad, pero ella no se queda quieta. Es una gamuza alada. Salta alrededor mío hasta producirme mareo visual. Mis pies mojados resbalan en las frías losas de mármol del cuarto de baño. ¡Oh, Dios!, si corro a tontas y a locas, las modistas tendrán que diseñarme un traje de novia con yeso y otros aditamentos ortopédicos y me llevarán a la ceremonia montada en un sillón de ruedas.
Una parte de mí se desprende de las ataduras. Me río como lo haría una adolescente común junto a su mejor amiga. Englobo las preocupaciones con gas helio y les doy un puntapié hasta que vuelan bien alto. Podría afirmar que me siento casi feliz. Dicen que la risa es el remedio a todos los males, pero eso tampoco es cierto. Ella los pone en pausa, no los desaparece por arte de magia.
Antes de que me enajene por completo, se abre la puerta de la habitación y aparece Ghaaliya. Sí, ha llegado el escuadrón antimotines conformado por una única persona.
—¿Qué ruidos son estos? —Frunce el ceño con severidad.— Tienen suerte de que el excelentísimo señor Abdul Salem haya salido de la casa y la señora Fátima esté reposando en su recámara. Ustedes bien saben que a ellos les disgusta…
—Todo cuanto suene a colores, alegría y música —le interrumpo—. Ambos se han tragado una cucharada de vinagre en ayunas y son alérgicos a las risas.
Ella no es tan recia como parece. Su trabajo es bufar y echar humo por las fauces a igual que un dragón enfurecido, pero en el fondo es un pan con ojos. Sus amos le negaron tener hijos y le encomendaron criar a una niña ajena. Ha sido ella la encargada de limpiarme los m0e Basima.
También ella sufre con las decisiones de los dos seres que más ama en el mundo.
—¡Pero qué desastre es este! —Manotea con el fin de enfatizar el significado de sus palabras.— ¿Y esas fachas?
Muero de vergüenza. En primer lugar, porque me encuentro completamente desnuda y no he tenido un átomo de pudor. Además, aún no he logrado definir si el cuarto de baño se ha introducido en el dormitorio o este en la bañera. Mi cama está cubierta de espuma.
Me encojo de hombros como disculpándome y con las manos intento cubrir mis zonas expuestas. Es imposible. Necesito un par de brazos extras y solo cuento con dos disponibles.
Cuando trato de volver tras mis pasos, una minúscula partícula de jabón se interpone bajo mis pies. Mi pierna derecha se estira hacia delante y la izquierda se niega a seguirle. Caigo en cámara lenta sin atinar a sujetarme. Por favor, ¡qué alguien me traiga un mapa para recomponer mis huesos!
—Esto es lo que sucede cuando se olvidan de que ya no son un par de crías —refunfuña Ghaaliya.
Basima ríe de nuevo, pero ya no la secundo. Hay algo que me preocupa más que la explosión de una bomba atómica en la ciudad. En mi rodilla ha salido una elevación del tamaño del monte Everest. En lugar de tener nieve en la cúpula, está coronada por un manchón de sangre. No hay manera de disimularla. Cuando mi madre lo descubra, seré oficialmente una mujer muerta.
—Ideas —musito descoordinada.
Aceptaré cualquier cosa, incluso un viaje al planeta Plutón.
—Di la verdad —sugiere Ghaaliya sin dejar de retarme con una expresión hosca.
Debe haber dormido la noche anterior con la espalda destapada. Ella, mejor que nadie, sabe que mis padres me cobran caras mis metidas de pata. Creerán que, de manera intencional, he elaborado un ardid para rebelarme contra la autoridad.
Aprieto los labios hasta que me duelen. Si hubiese nacido hombre, en este mismo instante, sería el macho alfa de la manada Salem y andaría por la ciudad sin tener que bajar la cabeza. Todo cuanto sufro se lo debo a la mutación de un cromosoma errado.
Hemos estado componiendo la habitación hasta las tantas de la noche. Entre el impacto de la caída, la larga estancia de pie probándome los trapos negros y las labores de limpieza tengo el cuerpo repleto de agujetas No hay sitio de mi anatomía que no proteste al moverse. Sin embargo, abro los ojos antes de que los rayos de sol hagan arder la arena del desierto. Me incorporo de golpe y, a mi pesar, le digo adiós a la pereza. Me tomaré un tiempo para pasar lista a cada detalle. Quiero que mi madre no se tope con algo fuera de sitio cuando venga a colocar mi día patas arriba. Observo con detenimiento cada rincón y arreglo dos o tres desperfectos hasta que hallo todo impecable en apariencias. En cambio, yo me he convertido oficialmente en un aura tiñosa aunque mi pijama sea de color rosado. Alrededor de mis ojos se han instalado dos redondeles violáceos. A pesar de que uso maquillaje, no tienen intenciones de aclararse. A Fátima le dará un soponcio cuando me vea. No habrá quien me libre d
El olor de la pólvora y del humo enrarece el ya viciado ambiente de mi habitación, ensancha las venas de mi nariz y se me agolpa en el cerebro. Mi respiración desbocada le impone un toque apagado a mi patética situación. Un chillido se escapa de mi garganta. Sé que no debo atraer la atención de los atacantes; pero bajo estrés no se piensa con el raciocinio, sino con las emociones. Un individuo fornido, de alta estatura y piel morena empuja hacia un lado el cadáver del empleado de la familia. Su mirada penetrante relampaguea cuando se topa con la versión más ajada de mí misma. La belleza sombría, casi inhumana que ostentan sus rasgos varoniles me paraliza. A pesar de que le temo a primera vista, no puedo dejar de observarle. Tampoco soy capaz de correr. Mis piernas se han quedado pegadas al suelo. Por un instante, él me detalla si emitir sonido. Debe estar juzgando si en realidad vale la pena exponer la vida y matar para apropiarse de un ser tan insignificante. Aunque me han llamado l
La madera de la puerta es bastante resistente, al igual que los goznes. Deberíamos ganar algo de tiempo antes de que el desconocido la abra. Echo a correr escaleras abajo. La falda de la abaya me estorba, se enreda con los peldaños de mármol. Dejo trozos de mis uñas en la verja y un pedazo de la piel del codo en la fuente del jardín. Aunque me esfuerzo, no avanzo tan rápido como Basima. Ella tiene más práctica que yo en el arte de la carrera con obstáculos, pues suele pasar los días yendo a toda prisa de un lado a otro. Vocifero cuando las espinas de un rosal se me clavan en la piel. Mi amiga me echa la bronca con la mirada. Ambas estamos conscientes de que ser la niñata, hija de mami y papi, no funciona. Tengo que recorrer exactamente veinte metros hasta llegar al muro. Mientras, debo crecer a paso acelerado. Ya no es tiempo de andar con remilgos. El pecho se me aprieta. Freno en seco y me inclino hacia delante en un intento por tomar aire, o quizás para camuflarme con las yerbas q
Nos internamos en las callejuelas sin poner rumbo fijo a nuestros pasos. Las pocas personas que se cruzan con nosotras nos miran de reojo. En su momento, utilizar el velo para cuidarnos las manos me pareció una idea acertada. Ahora la veo como un completo disparate que debe ser resuelto. Es preciso que pasemos desapercibidas si queremos llegar a algún sitio. Una niña me apunta con el dedo. También a ella le desagrada nuestra inusual apariencia. A diferencia de los mayores, se expresa sin tapujos. Su madre, o quien quiera que sea la persona que le lleva del brazo, le tapa los ojos para que no sea testigo de la ignominia en forma de mujeres. El resto de los transeúntes nos tacha de mesalinas con las miradas y voltea la cara hacia otro sitio. Tal vez, hubiese sido preferible cubrirnos con la tela impregnada en resinas de la hiedra aunque las mejillas se nos llenasen de ronchas y eritemas. Los primeros pasos los he dado con la frente gacha. Andar sin el hijab se asemeja a llevar el cuerp
Caminando sin cesar ha transcurrido un par de horas. No comparto mis sospechas con Basima, pero estoy casi segura de que hemos pasado por el mismo sitio cerca de tres veces. Los hombres se asemejan unos a otros; en cambio, las edificaciones son diferentes. Había soñado durante mucho tiempo con salir de mi encierro y conocer la ciudad, pero ahora extraño la comodidad de mi mullido colchón y los manjares de la cena. La sed y el hambre atosigan mi estómago. El viento seco del desierto ha agrietado mis labios. Necesito agua, y hay allí, en la fuente; pero no puedo tomarla. Se vería sospechoso que dos mujeres se inclinasen a beber como lo hacen los perros callejeros. Todo lo nuevo que siempre he imaginado me suena a falacia, a espejismo de cristal. Alucino dentro de la vida real. Los últimos días han trascurrido tan aprisa que ya no sé si estoy en el interior de una pesadilla o si esta se ha salido de mis sueños. Comienzo a creer que soy la invención de un artista, el personaje de un libr
Al fin, al llegar a la fuente, me libero de mis trazas de humanidad y actúo como un animal. ¡Agua! Necesito ese líquido trasparente que se burla de mí. Debo atraparlo entre mis labios y empujármelo dentro del gaznate mientras aún las fuerzas me acompañen. Le propino un pellizco a Basima para instarla a que me imite. Cuanto antes dejemos de hacer el ridículo, menos personas nos señalarán con el dedo. Sin embargo, ella no me responde. Se mantiene extasiada, con la mirada fija en un punto lejano. Me preocupa que un bicho del desierto se le haya introducido en el oído y carcomido el cerebro. Ya sé que esas cosas no son frecuentes, pero luego de mi estrecho contacto con la naturaleza tengo puesto el canal de documentales a todo volumen en mi cabeza sin seso. Sigo la mirada de Basima hasta toparme con esos ojos grises que bien conozco. Su dueño luce la misma sonrisa desmañada que la tarde anterior, pero hoy parece un ser humano. Al menos, no viste como un pirata desalmado. Lleva un thawb d
No le persigo aunque atisbo los resquicios de su sombra desapareciendo tras un sicomoro. Mi orgullo me impide protestar o suplicar, pero debo aprender a reprimirlo si pretendo sobrevivir. —Aún tenemos un objetivo que cumplir —me recuerda Basima—, te ciega la ira. Eso nos hará mal. Elevo la mandíbula, aprieto los dientes detrás del velo y camino tras ella mientras mascullo a quien viva en el cielo una oración desestructurada. Aunque he aplacado la sed, los dragones que habitan en mi estómago pugnan por desencadenarse y tomar el control de mi voluntad. Eso se llama Hambre y tiene Hipoglucemia y Desfallecimiento por apellidos. Si no me echo algo rápido a la boca, me convertiré en la «novia cadáver». En un intento por controlarme, encamino mis reflexiones bien lejos de mis problemas. Pienso en aquellos lejanos momentos en que Ghaaliya cuidaba de mí. ¡Parecen tan distantes de mi presente! Apoyo los dedos en las paredes de piedra para impulsarme a seguir adelante. Y así, como una sombra,
Escapar es una idea fija que me ronda por la cabeza. Pero, ¿cómo lo haré si apenas logro moverme dentro de esta jaula de hierro en la que me han tirado? En cerca de cuatro metros cuadrados hay un camastro sin sábana, un retrete y un lavamanos. Me dejo caer sobre el único sitio en que puedo sentarme. Las piernas me tiemblan, se niegan a sostenerme un segundo más. Una mezcla de miedo y ansiedad me convulsiona el alma. Siquiera me pregunto qué sucederá después por no escuchar mis pensamientos. Todo cuanto puedo aseverar es que me encuentro en un sótano poco ventilado, con un pasillo central y una hilera de celdas cuadradas a cada lado. Aunque la mayoría de ellas están vacías, en muchas hay jóvenes tan desesperadas como yo. Alcanzo a ver a Basima a unos tres metros de mí. Le hago una seña con la mano, pero no le grito para evitar llamar la atención de los dos guardias que nos vigilan. Un ratón es mi único compañero de infortunios. Comparto con él los mendrugos de pan que me tiran entre