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Gracias a la hiedra
La madera de la puerta es bastante resistente, al igual que los goznes. Deberíamos ganar algo de tiempo antes de que el desconocido la abra.

Echo a correr escaleras abajo. La falda de la abaya me estorba, se enreda con los peldaños de mármol. Dejo trozos de mis uñas en la verja y un pedazo de la piel del codo en la fuente del jardín. Aunque me esfuerzo, no avanzo tan rápido como Basima. Ella tiene más práctica que yo en el arte de la carrera con obstáculos, pues suele pasar los días yendo a toda prisa de un lado a otro.

Vocifero cuando las espinas de un rosal se me clavan en la piel. Mi amiga me echa la bronca con la mirada. Ambas estamos conscientes de que ser la niñata, hija de mami y papi, no funciona. Tengo que recorrer exactamente veinte metros hasta llegar al muro. Mientras, debo crecer a paso acelerado. Ya no es tiempo de andar con remilgos.

El pecho se me aprieta. Freno en seco y me inclino hacia delante en un intento por tomar aire, o quizás para camuflarme con las yerbas q
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