Nos internamos en las callejuelas sin poner rumbo fijo a nuestros pasos. Las pocas personas que se cruzan con nosotras nos miran de reojo. En su momento, utilizar el velo para cuidarnos las manos me pareció una idea acertada. Ahora la veo como un completo disparate que debe ser resuelto. Es preciso que pasemos desapercibidas si queremos llegar a algún sitio. Una niña me apunta con el dedo. También a ella le desagrada nuestra inusual apariencia. A diferencia de los mayores, se expresa sin tapujos. Su madre, o quien quiera que sea la persona que le lleva del brazo, le tapa los ojos para que no sea testigo de la ignominia en forma de mujeres. El resto de los transeúntes nos tacha de mesalinas con las miradas y voltea la cara hacia otro sitio. Tal vez, hubiese sido preferible cubrirnos con la tela impregnada en resinas de la hiedra aunque las mejillas se nos llenasen de ronchas y eritemas. Los primeros pasos los he dado con la frente gacha. Andar sin el hijab se asemeja a llevar el cuerp
Caminando sin cesar ha transcurrido un par de horas. No comparto mis sospechas con Basima, pero estoy casi segura de que hemos pasado por el mismo sitio cerca de tres veces. Los hombres se asemejan unos a otros; en cambio, las edificaciones son diferentes. Había soñado durante mucho tiempo con salir de mi encierro y conocer la ciudad, pero ahora extraño la comodidad de mi mullido colchón y los manjares de la cena. La sed y el hambre atosigan mi estómago. El viento seco del desierto ha agrietado mis labios. Necesito agua, y hay allí, en la fuente; pero no puedo tomarla. Se vería sospechoso que dos mujeres se inclinasen a beber como lo hacen los perros callejeros. Todo lo nuevo que siempre he imaginado me suena a falacia, a espejismo de cristal. Alucino dentro de la vida real. Los últimos días han trascurrido tan aprisa que ya no sé si estoy en el interior de una pesadilla o si esta se ha salido de mis sueños. Comienzo a creer que soy la invención de un artista, el personaje de un libr
Al fin, al llegar a la fuente, me libero de mis trazas de humanidad y actúo como un animal. ¡Agua! Necesito ese líquido trasparente que se burla de mí. Debo atraparlo entre mis labios y empujármelo dentro del gaznate mientras aún las fuerzas me acompañen. Le propino un pellizco a Basima para instarla a que me imite. Cuanto antes dejemos de hacer el ridículo, menos personas nos señalarán con el dedo. Sin embargo, ella no me responde. Se mantiene extasiada, con la mirada fija en un punto lejano. Me preocupa que un bicho del desierto se le haya introducido en el oído y carcomido el cerebro. Ya sé que esas cosas no son frecuentes, pero luego de mi estrecho contacto con la naturaleza tengo puesto el canal de documentales a todo volumen en mi cabeza sin seso. Sigo la mirada de Basima hasta toparme con esos ojos grises que bien conozco. Su dueño luce la misma sonrisa desmañada que la tarde anterior, pero hoy parece un ser humano. Al menos, no viste como un pirata desalmado. Lleva un thawb d
No le persigo aunque atisbo los resquicios de su sombra desapareciendo tras un sicomoro. Mi orgullo me impide protestar o suplicar, pero debo aprender a reprimirlo si pretendo sobrevivir. —Aún tenemos un objetivo que cumplir —me recuerda Basima—, te ciega la ira. Eso nos hará mal. Elevo la mandíbula, aprieto los dientes detrás del velo y camino tras ella mientras mascullo a quien viva en el cielo una oración desestructurada. Aunque he aplacado la sed, los dragones que habitan en mi estómago pugnan por desencadenarse y tomar el control de mi voluntad. Eso se llama Hambre y tiene Hipoglucemia y Desfallecimiento por apellidos. Si no me echo algo rápido a la boca, me convertiré en la «novia cadáver». En un intento por controlarme, encamino mis reflexiones bien lejos de mis problemas. Pienso en aquellos lejanos momentos en que Ghaaliya cuidaba de mí. ¡Parecen tan distantes de mi presente! Apoyo los dedos en las paredes de piedra para impulsarme a seguir adelante. Y así, como una sombra,
Escapar es una idea fija que me ronda por la cabeza. Pero, ¿cómo lo haré si apenas logro moverme dentro de esta jaula de hierro en la que me han tirado? En cerca de cuatro metros cuadrados hay un camastro sin sábana, un retrete y un lavamanos. Me dejo caer sobre el único sitio en que puedo sentarme. Las piernas me tiemblan, se niegan a sostenerme un segundo más. Una mezcla de miedo y ansiedad me convulsiona el alma. Siquiera me pregunto qué sucederá después por no escuchar mis pensamientos. Todo cuanto puedo aseverar es que me encuentro en un sótano poco ventilado, con un pasillo central y una hilera de celdas cuadradas a cada lado. Aunque la mayoría de ellas están vacías, en muchas hay jóvenes tan desesperadas como yo. Alcanzo a ver a Basima a unos tres metros de mí. Le hago una seña con la mano, pero no le grito para evitar llamar la atención de los dos guardias que nos vigilan. Un ratón es mi único compañero de infortunios. Comparto con él los mendrugos de pan que me tiran entre
Somos espectros vivientes en un juego de locos. La muerte es un don que nos está vedado. Escucho el chirrido de la reja de la jaula de Basima. La bestia deshumanizada se encuentra a solas con ella y no puedo hacer nada por evitarlo. Mi amiga le sostiene la mirada mientras él se toma su tiempo para planear su ataque. Sus ojos brillan en un paroxismo de emociones desencadenadas cuando el deseo de venganza comienza a germinar en furia desmedida. A medida que el tiempo transcurre, un sudor frío brota de mi frente. Son los nervios del miedo. La espera es la peor etapa de la tortura. —Las reglas son simples. Yo soy tu amo. Haré de ti lo que quiera y de la manera en que se me antoje. Resistirte solo empeorará las cosas. Ahora, que todo está claro, ¡quítate la ropa! André saca una fusta de su cinturón y la acaricia con sorna. Me apoyo en los barrotes para sostenerme en pie. La cabeza me late. Ojalá estalle de un momento a otro y deje mis sesos regados en el suelo. Basima sabe que a casi
—No, por favor, André. Ya no sigan. Ella no lo aguantará. —Disimulando mi rabia, digo con fingida indiferencia: Ignoro cómo mi voz se abre paso entre las risas de ambos hombres, pero lo logro porque la fuerza del amor que siento por Basima llena mi cuerpo de energía. Él, sin vestirse, devora la distancia que nos separa. Se detiene algo alejado de la reja para echar una ojeada a mis mejillas enrojecidas y a mis ojos llorosos. Todo ha salido de la manera en que lo planificó. Se ha saciado con Basima y me tiene a su merced. —Estoy dispuesta a darte lo que me pidas. Cumpliré todas tus demandas, pero ya no le dañes. La matarás. —Me arrodillo en señal de sumisión. De repente se inclina hacia mí y me sujeta de los hombros. Por un instante pienso que me desencajará el cuello del cráneo; pero entonces suaviza el agarre y levanta mi mentón con la punta de sus dedos. Huelen a traición y vileza, a engaño y crueldad. Sin embargo, introduzco dos de ellos dentro de mi boca y los chupo para mostr
Durante nueve noches, André me visita. Por horas, me mantiene jugueteando entre los barrotes. A cambio, ha cumplido su promesa de no molestar a Basima. Ella casi se ha repuesto de la golpiza. Cada día le noto más desarticulada y amarillenta y, a pesar de que sabe lo que me cuesta mantenerle alejada de su dueño, evita conversar del tema. «No soy de nadie», me digo cuando él incursiona en mi anatomía. «No soy de nadie», me repito en el instante en que mi cuerpo se olvida de que no soy una cosa y responde a sus exigencias. Cada día logro dormir luego de que amanece mientras los jefes pasan revista a las esclavas. Ellos también han notado el estado de mi abaya; pero lo único que les importa es que me mantenga en óptimas condiciones para ser subastada. Si de paso me convierto en una experta satisfaciendo a un hombre con la boca, será un punto a mi favor en la descripción de la venta. Hoy me han tomado las medidas para la ropa que llevaré en la subasta. Me han hecho andar desnuda por el p