Durante nueve noches, André me visita. Por horas, me mantiene jugueteando entre los barrotes. A cambio, ha cumplido su promesa de no molestar a Basima. Ella casi se ha repuesto de la golpiza. Cada día le noto más desarticulada y amarillenta y, a pesar de que sabe lo que me cuesta mantenerle alejada de su dueño, evita conversar del tema. «No soy de nadie», me digo cuando él incursiona en mi anatomía. «No soy de nadie», me repito en el instante en que mi cuerpo se olvida de que no soy una cosa y responde a sus exigencias. Cada día logro dormir luego de que amanece mientras los jefes pasan revista a las esclavas. Ellos también han notado el estado de mi abaya; pero lo único que les importa es que me mantenga en óptimas condiciones para ser subastada. Si de paso me convierto en una experta satisfaciendo a un hombre con la boca, será un punto a mi favor en la descripción de la venta. Hoy me han tomado las medidas para la ropa que llevaré en la subasta. Me han hecho andar desnuda por el p
Cada vez estoy más cerca del inicio de la fila. Debatiéndome entre los temores, me arden los jirones del alma. Para colmo, la cuerda trenzada ha entorpecido mis sentidos. Me siento mareada, la cabeza me da vueltas sin detenerse. Nunca he presumido de mi estómago. Copiosos goterones de sudor ruedan por mi frente mientras un calambre me apuñala la barriga. El vómito, que sale en estampida, decora mi vestido de látex y cuero. Estoy segura de que me castigarán con furia, pero a ninguno de los hombres parece importarle. De la nada, aparecen varias mujeres y ponen manos a la obra. En pocos segundos, me desnudan en frente de todos, limpian mi piel con tollas húmedas sin alcohol, del tipo que utilizan los bebés, y reemplazan mi traje por uno idéntico. —Se encarga media docena por esclava, por si son útiles en caso de imprevistos —me explica una de las muchachas que me precede. —Ella da pasos de un sitio a otro con visible turbación.— Es mi tercera subasta —me dice—, mi última oportunidad de
—Luego de tantos inconvenientes, ¿me permitiría hablarle a solas? Intento interpretar el motivo de la interrogante, que Ahmed le hace a Seth, sin conseguirlo. ¿Qué se trae él conmigo? Me ha mirado con la curiosidad despectiva con que se mira a un perro callejero, desnutrido y lleno de pulgas. Ya sé que estoy golpeada y medio desnuda. ¡Perdón! Casi sin ropas... Pero lo que veo en sus ojos no es deseo morboso. ¿Será lástima? Estoy un tanto perdida. ¿No es que éramos enemigos? Necesito una explicación coherente antes de que mi cabeza comience a girar a un ritmo acelerado. El aludido asiente sin estar del todo seguro. Imagino que apenas conoce al hombre que está parado en frente suyo. Ignora si es un pervertido que apretará mi cuello hasta la muerte o si tiene buen corazón. No es que le importe mucho mi destino, pero sí el de su dinero. Si Ahmed me hiciese daño, yo dejaría de valer una buena plata. Es difícil para él tomar, en cuestiones de segundos, una decisión sabia que haga prosper
Despierto sobre un mullido colchón de espuma. A habitación en que me encuentro no es amplia ni confortable, pero tiene unas ventanas sin rejas que permiten entrar los tibios rayos del sol. Basima o, mejor dicho, lo que queda de ella, duerme al lado mío. Me siento los ojos abotagados a pesar de que ya es de día. Para mi asombro, el cuerpo ya no me duele. Corro hacia el espejo que pende de la pared y me paso revista. Descubro en mí algunas manchas verdosas, casi mustias. El tobillo me molesta un poco, pero ya ha bajado la inflamación. ¿Y ese tinte amarillento de mi piel? Los días en el sótano me han afectado el cuerpo… y también el cerebro. ¿Qué raro está todo? Un mal sueño no he tenido porque esos moretones no se han hecho solos. Lo último que recuerdo es haberme desmayado en los brazos de Ahmed. Entonces, ¿él ha comprado a Basima? ¿Cómo pudiera agradecerle? Todo cuanto una mujer es capaz de hacer para satisfacer a un hombre me parece insuficiente. Estoy loca porque mi amiga despiert
—¡Amira, se te hace tarde para las clases de francés! Tus padres se enojarán con nosotros y me pondrán de castigo. Unas manos me toman de los hombros y vapulean de un sitio a otro. Temo que se me desencaje un hueso, pero no quiero despertar. Pretendo dormir durante cien años o más, como la Bella Durmiente del Bosque. Solo espero que un príncipe imprudente no me despierte con un beso de amor verdadero. Mis ojos pesan. Es un castigo levantarme ahora. ¡Qué alguien le diga a mi profesora de francés que se largue! Pero…. ¿De qué rayos hablo? Lejos están los días en que vivía en la torre de Rapunzel. Ahora, lo único importante es sobrevivir. Con rabia, me desperezo. ¡Cuánto hubiese dado por ser un vampiro y tener un confortable ataúd disponible en el que descansar a pata suelta durante mil milenios! Cojo una almohada y la tiro al vacío; con tan mala suerte que impacta en una lámpara y llena de cristales rotos el suelo. Nada, que además de mi vida y la de Basima, tendré que reponer un obje
Los amaneceres son un castigo. Tras las primeras dos semanas de trabajo, caigo en una aburrida rutina. Me levanto, no más cantan los gallos, me atarugo un trozo de pan con algo, un vaso de leche blanca, sin aditamentos y un buche de un brebaje estimulante. Luego, me coloco el uniforme de asistenta y corro a fregar los baños públicos de la primera planta. La Anaconda, no más me ha visto, me ha dado de regalo la fregona y un juego de estropajos. Tal vez sea porque he llegado de última a la fiesta de la limpieza en la mansión del español, pero me ha tocado jugar con la más fea. Esos retretes se ponen sucios, que dan asco, cada tres segundos. De ahí ni salgo amarrada con cadenas. A veces, se me acaban las fuerzas desde bien temprano en la mañana. No estoy adaptada a realizar tanto esfuerzo físico y, menos, luego de todo el tiempo que he pasado dotada. Es cierto que me he volado la etapa de los dolores en todo mi cuerpo, pero hubiese preferido mantenerme en estado de alerta, con mi conscie
Siempre le he pasado el seguro a la puerta desde que estoy en este sitio. He dado por sentado que los hombres de Ahmed Hassim son fieles a la causa que les une. Cada uno de ellos, tiene una historia atada al cuello, una historia relacionada con las personas que ha amado, las chicas de su casa: madre, hijas, hermanas, sobrinas, amigas, esposas o prometidas; personas que jamás volvieron a ver de la noche a la mañana por qué un tipo malo se las llevó consigo. En ocasiones, ese secuestrador no ha tenido nombre o rostro conocido; otras veces sí. Pero, igual, le han perdido el rastro en el mercado de esclavos. Cada uno de los hombres de que vive en esta mansión está unido al resto del equipo por el dolor, por una carga pesada que llegan al alma, el vacío que ha dejado lo que ha perdido. Sin embargo, tal vez esta ecuación no esté demasiado clara. Quizás, algunos de ellos, tengan sentimientos encontrados y se dejen llevar por las pasiones masculinas. Hay muy pocas mujeres en esta casa y demas
Sus labios articulan involuntariamente mi nombre con un dejo cálido que me acelera los latidos. Es un susurro, algo tan volátil que casi me lo he imaginado; pero ES. Abro los ojos como dos platos y clavo en él una mirada de incertidumbre. Allí, sentado junto a la cama, no parece tan hosco e intimidante como cuando me toca alzarme en puntitas de pies para asomarme a sus hombros. ¡Perdón! ¿He dicho la cama? ¿De qué manera he llegado a este mullido y confortable colchón de esponja y a esta almohada de plumas que acaricia mi espalda? Giro la mirada alrededor y la detengo en pinturas valiosas, regios adornos y cortinas de color oscuro con un tono sombrío y puramente masculino. Me parecerá una pena moverme y regresar con Basima, pero estoy consciente de que este no es mi sitio. Él me ha llevado a su habitación. ¡A mí, una simple esclava que porta los genes de sus más odiados enemigos! El corazón se me corroe dentro. Siento que me voy a enamorar de este pedazo de hombre con sentimientos; y