Despierto sobre un mullido colchón de espuma. A habitación en que me encuentro no es amplia ni confortable, pero tiene unas ventanas sin rejas que permiten entrar los tibios rayos del sol. Basima o, mejor dicho, lo que queda de ella, duerme al lado mío. Me siento los ojos abotagados a pesar de que ya es de día. Para mi asombro, el cuerpo ya no me duele. Corro hacia el espejo que pende de la pared y me paso revista. Descubro en mí algunas manchas verdosas, casi mustias. El tobillo me molesta un poco, pero ya ha bajado la inflamación. ¿Y ese tinte amarillento de mi piel? Los días en el sótano me han afectado el cuerpo… y también el cerebro. ¿Qué raro está todo? Un mal sueño no he tenido porque esos moretones no se han hecho solos. Lo último que recuerdo es haberme desmayado en los brazos de Ahmed. Entonces, ¿él ha comprado a Basima? ¿Cómo pudiera agradecerle? Todo cuanto una mujer es capaz de hacer para satisfacer a un hombre me parece insuficiente. Estoy loca porque mi amiga despiert
—¡Amira, se te hace tarde para las clases de francés! Tus padres se enojarán con nosotros y me pondrán de castigo. Unas manos me toman de los hombros y vapulean de un sitio a otro. Temo que se me desencaje un hueso, pero no quiero despertar. Pretendo dormir durante cien años o más, como la Bella Durmiente del Bosque. Solo espero que un príncipe imprudente no me despierte con un beso de amor verdadero. Mis ojos pesan. Es un castigo levantarme ahora. ¡Qué alguien le diga a mi profesora de francés que se largue! Pero…. ¿De qué rayos hablo? Lejos están los días en que vivía en la torre de Rapunzel. Ahora, lo único importante es sobrevivir. Con rabia, me desperezo. ¡Cuánto hubiese dado por ser un vampiro y tener un confortable ataúd disponible en el que descansar a pata suelta durante mil milenios! Cojo una almohada y la tiro al vacío; con tan mala suerte que impacta en una lámpara y llena de cristales rotos el suelo. Nada, que además de mi vida y la de Basima, tendré que reponer un obje
Los amaneceres son un castigo. Tras las primeras dos semanas de trabajo, caigo en una aburrida rutina. Me levanto, no más cantan los gallos, me atarugo un trozo de pan con algo, un vaso de leche blanca, sin aditamentos y un buche de un brebaje estimulante. Luego, me coloco el uniforme de asistenta y corro a fregar los baños públicos de la primera planta. La Anaconda, no más me ha visto, me ha dado de regalo la fregona y un juego de estropajos. Tal vez sea porque he llegado de última a la fiesta de la limpieza en la mansión del español, pero me ha tocado jugar con la más fea. Esos retretes se ponen sucios, que dan asco, cada tres segundos. De ahí ni salgo amarrada con cadenas. A veces, se me acaban las fuerzas desde bien temprano en la mañana. No estoy adaptada a realizar tanto esfuerzo físico y, menos, luego de todo el tiempo que he pasado dotada. Es cierto que me he volado la etapa de los dolores en todo mi cuerpo, pero hubiese preferido mantenerme en estado de alerta, con mi conscie
Siempre le he pasado el seguro a la puerta desde que estoy en este sitio. He dado por sentado que los hombres de Ahmed Hassim son fieles a la causa que les une. Cada uno de ellos, tiene una historia atada al cuello, una historia relacionada con las personas que ha amado, las chicas de su casa: madre, hijas, hermanas, sobrinas, amigas, esposas o prometidas; personas que jamás volvieron a ver de la noche a la mañana por qué un tipo malo se las llevó consigo. En ocasiones, ese secuestrador no ha tenido nombre o rostro conocido; otras veces sí. Pero, igual, le han perdido el rastro en el mercado de esclavos. Cada uno de los hombres de que vive en esta mansión está unido al resto del equipo por el dolor, por una carga pesada que llegan al alma, el vacío que ha dejado lo que ha perdido. Sin embargo, tal vez esta ecuación no esté demasiado clara. Quizás, algunos de ellos, tengan sentimientos encontrados y se dejen llevar por las pasiones masculinas. Hay muy pocas mujeres en esta casa y demas
Sus labios articulan involuntariamente mi nombre con un dejo cálido que me acelera los latidos. Es un susurro, algo tan volátil que casi me lo he imaginado; pero ES. Abro los ojos como dos platos y clavo en él una mirada de incertidumbre. Allí, sentado junto a la cama, no parece tan hosco e intimidante como cuando me toca alzarme en puntitas de pies para asomarme a sus hombros. ¡Perdón! ¿He dicho la cama? ¿De qué manera he llegado a este mullido y confortable colchón de esponja y a esta almohada de plumas que acaricia mi espalda? Giro la mirada alrededor y la detengo en pinturas valiosas, regios adornos y cortinas de color oscuro con un tono sombrío y puramente masculino. Me parecerá una pena moverme y regresar con Basima, pero estoy consciente de que este no es mi sitio. Él me ha llevado a su habitación. ¡A mí, una simple esclava que porta los genes de sus más odiados enemigos! El corazón se me corroe dentro. Siento que me voy a enamorar de este pedazo de hombre con sentimientos; y
(Narra Ahmed) El sol sale tras una montaña en el momento exacto en que descubro que el brillo de los ojos de Amira opaca su luz. El piropo se alza en mi garganta, se abre camino entre el orgullo y la introversión y se detiene en la punta de mi lengua. Por lo visto, hoy será uno de esos días en que me trago los sentimientos. Ella no puede ver mi alma y yo soy incapaz de mostrarla. Tanto usar mi disfraz de idiota debe haberme convertido en uno. Pero... ¿Por qué deseo fundirme a su espacio? ¿Cuál es la razón que mantiene mi dicha enredada en un sueño atemporal? Si tal como dicen, la sinceridad es el camino al corazón de una mujer, nunca podré alcanzarle. Reprimo una caricia dormida en el interior de mis anhelos y me conformo con la triste realidad. El mero roce de mis dedos con su piel, pone mis nervios en ascuas. Estoy casi seguro de que ella ha suspirado de placer. Sus labios se han entreabierto dando la bienvenida a la invasión de mis caricias. Su aroma ha embebido mis sentidos, me
(Narra Amira) He odiado al médico por ser tan imprudente. ¿Por qué no se demoró solo un tantito? ¿Qué le impulsó a no dar media vuelta y regresar dentro de un millón de horas? Después de que él me examinó exhaustivamente y dictaminó con voz profesional y apática que las luxaciones suelen ser procesos recurrentes, vino uno de los hombres de Ahmed con una silla de ruedas y me llevó directo a mi habitación. No hubo largas miradas, palabras entrecortadas ni dulces despedidas. Mi amo me echó de su dormitorio con una patada en el trasero y sin un «gracias por su visita». No puso ojitos de pena ni yo tampoco. ¡Qué se vaya a la m****a! No seré yo quien le llore un instante candente, repleto de besos y caricias. Hace mucho tiempo, he aprendido que la persona que no me acompañe, se lo pierde. En esta historia, seré yo la campeona. Nada de suplicar y doblar la rodilla porque soy de nadie ni lo seré en alma y espíritu. El cuerpo poco importa sí solo es un medio para obtener un fin. Solo para i
Las palabras en boca de Ahmed son un agravio a mis cansados oídos. ¡Cómo se empeña en recordarme mi clan cada vez que tiene una oportunidad! Lo hace con premeditación, para afianzar una barrera emocional entre nosotros. —Creo que las normas de buena educación dictan que uno debe devolver el saludo. He dicho buenas tardes, Amira Salem. —Repite con aparente indiferencia. Navego en el contraste de sus ojos grises con su piel dorada por el sol. Recuerdo que la primera vez que le vi, creí que me había topado con un árabe, no solo por las ropas que vestía, sino también debido a su aspecto físico. Pasa demasiado tiempo a la intemperie, recibiendo directamente los rayos del sol. Es lógico que ya no parezca un español. Me concentro en mirarlo de frente mientras mis anhelos ocultos le suplican que me regale una sonrisa. A pesar de que mis palabras se atascan en mi garganta, quiero continuar luchando; pero su cercanía me deja sin defensas. Hago un esfuerzo sobrehumano para balbucear una frase