— Tu mamá... no pudimos ayudarla. — El médico hizo una pausa y continuó — Estaba muy mal cuando llegó, hicimos todo lo que pudimos.
— ¿Qué quiere decir?— preguntó Bárbara sin desear comprender lo que le estaban diciendo— ¿qué le pasó a mi mamá?
— Tu mamá sufrió un infarto durante la cirugía, no sobrevivió. Tu mamá falleció; lo siento, intentamos todo lo posible pero...
El médico siguió hablando pero ya Bárbara no le escuchaba. Un sonido raro, estridente, sonaba en sus oídos, como si una alarma se hubiera encendido dentro de su cabeza y no le permitiera escuchar nada más.
Una sola cosa se repetía en su mente: ¡su madre había muerto!
Su amiga la abrazó, pero Bárbara aún no reaccionaba a la noticia. Algo dentro de ella, le decía que si no aceptaba lo que le decían, haría que no fuese cierto.
— Chiqui… — le decía Xiomara sin obtener respuestas— Bárbara, ¡dime algo, por favor!
La chica se volvió a mirar a sus hermanos que no se daban cuenta de lo que ocurría. Observó a Roselyn dormida y no supo cómo actuar.
— Eso no es posible — dijo por fin— mamá no puede estar muerta.
— ¿Hay alguien a quien quieras llamar? — le indicó el médico preocupado— alguien que se encargue de ustedes.
Bárbara se volvió a mirarlo con los ojos ausentes y fríos, con una expresión rara en su voz.
— Ya le dije que somos su única familia, no hay nadie más. — hizo una inspiración profunda y se volvió hacia los niños. Se acercó a ellos y cargó a Roselyn dormida. Le habló a los gemelos mirándolos de frente.
— Chicos —le costó comenzar a hablar — hubo un problema con mamá mientras nacía nuestra hermanita, y se puso muy enferma, así que para que no tuviera más dolor, Papá Dios la vino a buscar, y se la llevó al cielo, con los abuelos. Mamá no va a poder ir a casa con nosotros, sólo la bebita ¿me están entendiendo lo que les digo, niños?
— Mamá se fue al cielo. —respondió el inteligente Abraham, mucho más astuto que el inocente Agustín. Eran gemelos, pero el parecido sólo era físico. Por lo demás, no tenían nada en común en sus personalidades— Mamá se murió. —susurró el chico
—Bárbara, ¿es verdad eso que dice Abraham? ¿Mamá murió?— gimió Agustín con los ojos muy abiertos.
— No —dijo con voz dura la hermana mayor — Aquí nadie murió, sólo se tuvo que mudar al cielo porque aquí tenía mucho dolor y allá se lo pueden curar, ella va a estar bien, nosotros también y un día la vamos a ver de nuevo.
— ¿Y quién nos va a cuidar si mamá se fue?— preguntó el pequeño Abraham.
— ¡Yo! yo siempre los he cuidado y voy a seguir haciéndolo. — los abrazó y mantuvo los ojos abiertos para impedir que las lágrimas que amenazaban con salir, pudieran escapar. No podía permitir que sus hermanos la vieran llorar. Tenía que ser fuerte por ellos. Ahora estaban solos, más solos que nunca, pero ella no permitiría que los niños se sintieran abandonados.
— Xioma… ¿puedes llevarte a los niños ahora para tu casa?
— Sí, claro. — La chica abrazó nuevamente a su amiga— los llevo, se los dejo a mamá y me regreso, para acompañarte en lo que haya que hacer.
— Te lo agradezco, alguien tiene que quedarse con la bebé mientras arreglo las cosas de mamá— le fue imposible hablar de la muerte o el funeral.
— Regreso enseguida. Vamos niños. —tomó a Roselyn en brazos y se fue con todos, sin dejar de mirar a su amiga.
Cuando se perdieron de vista, Bárbara se volvió hacia la puerta por donde salió el médico que le había hablado y fue hasta allí.
Entró y se dirigió a las primeras enfermeras que encontró
— Quiero ver a mi mamá. — Dijo simplemente— acaba de morir, y también quiero ver a mi hermanita, acaba de nacer.
Las mujeres la miraron sin entender la calma tensa que se veía en el rostro de aquella jovencita.
— ¿Tú eres mayor de edad, niña?—preguntó una de ellas.
— Sí, tengo dieciocho. Quiero ver a mi mamá— respondió tercamente.
—Ven conmigo. — la guió hasta una sala en la que había una camilla y sobre ésta, un cuerpo cubierto por una sábana verde quirófano. Por un instante, Bárbara quiso dar la vuelta y salir, pero se regañó a sí misma y se obligó a acercarse. La enfermera esperó cerca de ella, para estar segura de que estuviera bien. Era un momento muy duro y nadie debería pasar por una situación así sola, menos aún, una chiquilla tan joven, pensó para sí la mujer.
Bárbara se acercó y con una mano levantó un poco la sábana para mirar el rostro de su madre.
Sí. Era ella. No había duda, estaba pálida, su rostro parecía de cera. No parecía que durmiera, como decían siempre que alguien moría—pensó la muchacha. — Era como una máscara del rostro de su mamá.
— Ay, mamá ¿qué voy a hacer ahora? ¿Cómo se te ocurre morirte y dejarnos solos? — Tocó su rostro que comenzaba a sentirse frío y lo acarició con cuidado, como si pudiera romperse— pero no te preocupes, yo voy a cuidar de todos, te lo prometo. Voy a trabajar duro, como tú nos enseñaste y los voy a sacar adelante, puedes irte tranquila, mami. Los niños y yo estaremos bien, te doy mi palabra, ahora, necesito ir a ver a la bebé, también cuidaré de ella. Se va a llamar como tú y siempre le voy a hablar de ti. Aunque no llegó a conocerte, va a saber que si hubieras podido, la habrías amado tanto como a nosotros. Jamás te vamos a olvidar, mamá, siempre te llevaremos en nuestros corazones.
La enfermera cerca de ella, no podía menos que sorprenderse por la actitud tan firme de esa niña. Mantenía una fuerza y una entereza que la impresionaban.
— Espérame un momento, mamá, voy a ver a Danielita y regreso para encargarme de todo.
Se volvió a mirar a la enfermera y ésta le pidió que la acompañara a donde se encontraba la bebé.
Fueron allí y la vio en la incubadora. Era tan pequeña, parecía que podría caber en su mano.
— ¿Por qué es tan pequeña?— interrogó a la enfermera.
— Es prematura, pero estará bien, con cuidados crecerá pronto y tendrá una talla normal. Necesitará que la atiendan muy bien. —agregó con duda en la voz
—Yo lo haré, siempre he cuidado de mis hermanos y también lo haré con ella. Necesito encargarme del sepelio de mi mamá ¿Cuándo podré llevármelas?
— De los trámites de tu mamá, te informarán en Servicios al Interno, allí te extenderán el certificado de defunción, la niña deberá permanecer al menos una semana aquí, por su condición de prematura.
— Mejor que así sea, debo enterrar a mi madre y no va a ser fácil.
—Puedes ir a Servicios Sociales, allí te orientarán en lo que debes hacer— bajó su voz y le dijo a la jovencita como en secreto — Si no tienes medios económicos, hay un programa de ayuda, pueden ayudarte a conseguir lo necesario para enterrar a tu mamá — tomó una mano de la chica compasivamente— Dile a la encargada que yo te dije que hablaras con ella, dale mi nombre— se señaló el gafete que llevaba en el pecho — Yo iré luego y hablaré con ella, te conseguiremos toda la ayuda posible.
— Gracias, es usted muy amable. — Quiso sonreír pero sólo pudo formar una mueca — Iré ahora mismo.
Así lo hizo. La encargada no fue tan compasiva como la enfermera y comenzó a ponerle trabas a la jovencita.
— Vas a tener que traer tu identificación, ¿Cuál es tu edad?
— Tengo dieciocho —en realidad aún no los tenía, hasta dentro de tres días, pero ellos no deberían enterarse o complicarían más las cosas— En este momento no tengo mi identificación conmigo, salí aprisa cuando me llamaron y no pensé en eso. Ahora estoy muy complicada para ir a por ella, pero estoy segura de que usted podría ir adelantando los papeles que hagan falta, mientras me encargo de mi hermanita recién nacida y de mi mamá muerta— le dijo con calma, para ganar tiempo.
— Voy a hacer lo que pueda, pero debes traerla.
— ¿Quién es la persona encargada de los Servicios Sociales?
— Es justo aquí al lado— señaló a su izquierda— la siguiente puerta.
— Gracias — dijo como toda despedida. La mujer no había sido agradable, pero iba a necesitar su ayuda para poder disponer el entierro de su madre.
No fue más sencillo con la encargada de Servicios Sociales, quien se ocupaba más de los niños que de lo que le preocupaba a Bárbara.
— Escuche, señora, mis hermanitos van a estar bien, yo lo que necesito es que me ayuden con el entierro de mi mamá; ella no tenía dinero, apenas alcanzaba para vivir y yo no tengo nada, necesito que me indique dónde puedo ir para que me ayuden con eso.
— Eso va a ser muy difícil porque el Estado a veces colabora con estas cosas, pero hay que demostrar enteramente que no puedes hacerlo por ti misma.
— ¿Y qué parte de que somos cinco hijos solos, sin ninguna otra familia, siendo yo, con dieciocho años, la mayor, no le está quedando clara? Por favor, mamá murió y ella era nuestro sustento, era quien trabajaba; ¡No tengo con qué enterrarla! Ni siquiera tengo un trabajo en este momento, necesito que me ayuden, al menos que me presten lo necesario, y en cuanto entierre a mi madre, conseguiré un trabajo, y pagaré todo. Por favor, no sé qué hacer — se sentó frente al escritorio de esa mujer y enterró el rostro entre sus manos, tratando de recuperar la calma.
— Verás, voy a enviar un informe para ver qué podemos lograr. —Dijo por fin la empleada— no puedo prometerte nada, pero ven en un par de horas y tendré alguna información.
— Y si no consigue ayuda, no sé qué voy a hacer.
— En ese caso, tendrías que dejar el cuerpo de tu madre en el hospital y aquí dispondrían de él, la universidad a veces necesita cuerpos para estudios.
— ¿Es la única opción? ¿Me está diciendo que no podré ni siquiera enterrar a mi madre? ¡Tiene que haber una forma! —dijo con voz baja pero, que sonaba desesperada.
— Vamos a hacer todo lo posible, ven en un par de horas.
Bárbara se puso de pie, respiró profundo y miró a la mujer.
— Se lo agradezco, aquí estaré en dos horas. Voy a ver a mi hermanita — salió y caminó sin fuerzas por el pasillo hasta la sección de maternidad. Se sentó cerca del área donde tenían a la niña y esperó.
Cuando Xiomara llegó, aún se encontraba sentada allí, con las manos sobre sus rodillas, sin saber qué iba a hacer.—Chiqui, ¿qué te han dicho?Bárbara levantó la mirada, se puso de pie y se abrazó a la chica y por primera vez, lloró. Silenciosamente, dejó correr las lágrimas hasta que sintió que su alma se había vaciado. Trató de recuperar la calma y le contó a su amiga la situación.— Por ningún motivo pueden saber que aún no tengo los dieciocho años, van a querer quitarme a los niños y no puedo permitirlo; voy a necesitar que me ayuden con eso, si los Servicios Sociales preguntan, tienen que decir que van a ayudarme con los niños, sobre todo tu mamá, que es un adulto y la van a tomar más en serio, tan pronto entierre a mamá, buscaré un trabajo y me haré cargo de todo.— ¿Pero tú crees que podrás sola con todo?—Tengo que hacerlo ¡No voy a dejar que se lleven a mis hermanos! De la forma que sea voy a cuidar de ellos.|—Te ayudaremos, Chiqui, no te preocupes, mamá me dijo que puedes
En el cementerio, no estaban más que los encargados de la sepultura y ella. Era un día nublado y ella esperaba allí, de pie al lado del lote donde enterrarían a su madre. Una vez que terminaron de preparar todo, sacaron el ataúd de la carroza fúnebre y lo colocaron junto a ella. Lo abrieron por un instante para que Bárbara se despidiera de su madre. Casi no la reconoció allí, y dio gracias por eso, porque sentía que no era su madre a quien iba a sepultar. De esa forma podría imaginarla viva.Les hizo una seña a los trabajadores, y cerraron la caja. La bajaron al agujero y Bárbara miró cómo enterraban a su madre y se hacía real su muerte. Hasta ese momento se sentía como una pesadilla de la que despertaría en cualquier momento, pero ahora era cierto. Su madre estaba muerta de verdad y el mundo se le vino encima. Sintió deseos de llorar, pero se contuvo. No era llorando como iba a resolver sus problemas. Y eso era lo que tenía que ocupar su mente. No había tiempo para lágrimas.Cubriero
El día de su cumpleaños llegó sin ningún significado para ella, más allá de ser la mayoría de edad, que era esencial para que le permitieran quedarse con sus hermanos.Ya hacía mucho rato que había llegado al hospital, luego de dejar a los pequeños en el colegio. Esperaba la llegada del pediatra que le diría como evolucionaba la bebé. Quería llevarla a casa, para comenzar a resolver las cosas. Necesitaba darles una sensación de normalidad a los niños.Al ver llegar al médico, se acercó a él y lo abordó.—Buenos días, doctor, ¿ha visto ya a mi hermanita? Daniela Vivas.— Sí, ya la examiné y está muy bien, de hecho, creo que ya voy a darla de alta, hoy mismo podrás llevarla a casa, pero necesito que la traigas a control, al menos una vez al mes. Es esencial comprobar su evolución.— Sí, la traeré, se lo aseguro, entonces ¿puedo llevármela?— Así es, te haré todo lo que necesitas. Ven conmigo para entregarte sus indicaciones.Una hora después, caminaba a casa con la niña en brazos, y fu
Amaneció demasiado pronto para el gusto de Bárbara, pero se levantó igualmente y fue a despertar a sus hermanos. Tocó la frente de los gemelos, y la de Abraham estaba fresca, no así la de Agustín. Aún tenía fiebre, a pesar de las medicinas. Lo dejó dormir y llevó a los otros al colegio y pasó a decirle a don Juvencio que no podría trabajar ese día. Al jefe no le agradó la noticia y se lo hizo saber.— Porque es la primera vez, voy a dejarlo pasar, pero no quiero que se repita. El negocio no espera por nadie, esta vez no te descontaré el día de tu sueldo.— Lo sé, lo siento mucho— ya ganaba muy poco, no podía darse el lujo de que le descontaran parte del sueldo. — Trataré de que no se repita.Volvió a casa y con la bebita en brazos llevó a su hermanito al hospital de nuevo.Allí lo examinaron y le hicieron estudios más profundos que el día anterior hasta que los médicos se sintieron seguros del diagnóstico.— Verás...— comenzó diciendo el médico— Tu hermano presenta una infección rena
Esa tarde su vida cambiaría para siempre. Ya Fabiana le había puesto en antecedentes de lo que tendría que hacer. Y cuando llegaron a ese lugar que se veía como una agencia de empleos de alto nivel, como cualquier otro servicio para los ricos, Bárbara se sintió confundida. Fabiana la guio a una entrada lateral y le sonrió tristemente intentando darle ánimos.Al entrar vio que el lugar era hermoso. Escritorios elegantes, personas con uniformes impecables. Fabiana la guió a una oficina ubicada en el fondo del local. Llamó a la puerta y una voz profunda y agradable la autorizó a entrar.— Hola, Michelle, ella es Bárbara, la amiga de la que te hablé.— Pasa, Bárbara, por favor, siéntate aquí conmigo —le señaló el puesto a su lado en el elegante sofá que dominaba el lugar.Fabiana la empujó suavemente para animarla y cerró la puerta al salir. Bárbara respiró profundo y se enderezó para darse fuerzas, mientras observaba a la elegante dama que le habían presentado. Al verla tuvo la sensación
— Me encanta que hayas venido tan pronto, Sonja. Hoy comienzas a trabajar, tu preparación ha sido muy fácil. Has avanzado muchísimo durante estos casi dos meses y creo que estás lista.El corazón de Bárbara dio un vuelco. Ahora todo sería real. Hasta ese momento, sólo había estado dedicada a aprender la multitud de cosas que le enseñaba Michelle. Había llegado a pensar que sería la prostituta más culta de la tierra, porque las exigencias de Michelle nunca terminaban. Y ella aprendía con avidez todo lo que le enseñaban. De esa manera aprendió a comportarse como toda una dama en público y como la mejor compañera de cama que cualquier hombre podría soñar en privado. Por ahora, la parte íntima se limitaba a la teoría, pero en ese momento todo cambiaría.— Sonja, te prometí que haría que este momento fuera el mejor que pudieras tener aún en estas circunstancias. Si tú has mantenido tu palabra, yo te daré una oportunidad única de perder tu virginidad con un cliente muy especial.— Mantuve
La vida continuaba y el tiempo transcurría. Bárbara se adaptó a su rutina, y aprendió a llevar su doble vida. Los clientes que conseguía Michelle para Sonja eran todos iguales. Todos iban por lo mismo, y ella aprendió a poner una sonrisa en sus labios, independientemente de lo que ocurriera en su familia y dentro de su cabeza. Sus mundos estaban separados y así debían permanecer.El día comenzó como cualquier otro. Cuando Bárbara terminaba la jornada de trabajo en la pastelería sonó su teléfono y supo que tendría que atender un servicio esa noche.Como siempre lo hacía, fue a casa, atendió a los chicos y luego los dejó al cuidado de la tía Engracia. Se duchó y vistió su uniforme y partió hacia la agencia.Al llegar, le informaron que Michelle la esperaba en su oficina. Se dirigió allí y llamó a la puerta. Al escuchar que Michelle le autorizaba a entrar, abrió y entró.Allí estaba Michelle, perfecta como siempre y le regaló una gran sonrisa a Bárbara, señalándole una silla cerca de ell
La joven subió al auto y se dedicó a armar su historia sobre el asalto, mientras el chofer conducía. Cuando estaban a un par de calles de su casa, Leandro se detuvo como hacían siempre, ya que Sonja no permitía que el auto llegara hasta su puerta, para que su familia no lo viera. Bajó del auto y se despidió de Leandro, no sin antes agradecerle el haberla ayudado.Caminó hasta la casa y entró con su llave. Esperaba que todos estuvieran dormidos. Generalmente, regresaba casi al amanecer, así que no la esperaban aún. Caminó hacia la cocina y se sorprendió de encontrar allí a la tía Engracia, tomando café, sentada a la mesa, de espaldas a la entrada.La señora se dio vuelta al sentir que alguien entraba y pensando que sería alguno de los niños, comenzó a hablarle.— Más vale que tengas una buena razón para...— decía cuando vio a Bárbara y notó su cara maltratada— ¡Ay, niña por Dios! ¿Qué te ocurrió?— se levantó apresurada y derribó la silla, haciendo un estruendo que resonó en la casa sil