Los días pasaban y esa semana firmarían los papeles de la adopción. Gracias a las influencias de Arturo, los abogados habían logrado que los trámites se hicieran rápidamente. Los chicos estaban felices y Bárbara se dio cuenta de que su vida estaba en calma, todo marchaba sobre ruedas. Su nueva pastelería funcionaba maravillosamente, y la clientela crecía día a día. Ya se estaba haciendo de un nombre en el ramo por sí misma. Un par de sus recetas personales habían logrado un lugar de honor en un concurso al que entró por insistencia de su personal y eso la había puesto en la escena entre los mejores pasteleros.Andrés, su padre, estaba haciendo una rutina al cenar con la familia los viernes y se veía rejuvenecido y feliz y a Bárbara le hacía sentir bien tenerlo cerca.Siguiendo el consejo de su esposo, decidió que era el momento de crecer en el negocio, y fue con los administradores de las propiedades de Arturo, para escoger otro local para la nueva sucursal. Acababa de llegar al lugar
— Odio esas fiestas de caridad, son un montón de desobligados con demasiado dinero y muy poca inteligencia, y me enferman estas tontas trofeo que se cuelgan del brazo de algún gordo rico, como si fuera lo mejor que les ha pasado en la vida. — expresó Bárbara mientras se colocaba unos pendientes de zafiro como complemento a su vestido de terciopelo azul, que se ajustaba a su cuerpo con delicada gracia, mostrando sus curvas con el movimiento de la tela.— ¡Gracias por lo que me toca! Así que soy un desobligado — respondió divertido Arturo, mientras esperaba sentado en un sillón cerca de la peinadora donde Bárbara daba los últimos toques a su apariencia. La chica lo miró y sonrió a través del espejo y observó que Arturo levantaba una ceja al ver los pendientes. Se veía realmente guapo en su smoking, sentado con su pose característica: las piernas cruzadas, recostado cómodamente, una mano sosteniendo levemente su sien; siempre tan seguro de sí mismo.— ¿Zafiros? ¿Por qué no diamantes? Va
Los meses habían transcurrido casi sin advertirlo. Sus vidas eran agradables, sobre todo porque Arturo procuraba que siempre hicieran actividades como familia y los niños eran en extremo felices con ese padre que los trataba con verdadero afecto y era un ejemplo para ellos.Bárbara se sentía relajada en esa vida serena, compartiendo la custodia de los niños con Arturo, y sintiendo por primera vez la paz de saber que ya no corría el riesgo de perder a sus hermanos.El sentirse más tranquila le permitió disfrutar más de su pasión por la pastelería y consideró que era el momento de crear más sucursales, y se puso manos a la obra.Tras el arduo día de trabajo, bastante entrada la noche, Bárbara llegó a casa y vio con alivio que ya todos los chicos estaban en sus habitaciones.No solía llegar tan tarde, pero la nueva pastelería requería de muchos detalles aún y las horas se le fueron tratando de resolver todo los pendientes.Se sentía realmente cansada y sólo deseaba darse una ducha, meter
Un par de meses habían transcurrido desde ese día en que Arturo se había presentado ebrio en su habitación y ya el dolor del momento estaba olvidado, sobre todo porque la chica comprendía la frustración que debía sentir ese hombre que habiendo entregado todo y siendo el apoyo que era para todos, ella aún no sintiera lo mismo que él, o eso era lo que pensaba, porque en su mente había una gran confusión, y por primera vez, Bárbara no podía explicar sus sensaciones ante él. Siempre fueron afines en la intimidad, pero ella no podía entender su negativa a estar en su cama, y si ella sentía eso, mucho peor sería lo que sentiría Arturo.Aquel día, Bárbara decidió pasar por la oficina de Arturo a consultarle algunas cosas sobre el negocio y si fuera posible, almorzar juntos. Al no ver a nadie en la antesala, le extrañó y fue directo hacia la puerta de Arturo, la cual estaba entreabierta. Se asomó apenas y su pecho se agitó al ver a Arturo en su silla y Angelina, parada a su lado, masajeando e
Hacía rato que su madre, Daniela, había entrado a sala de partos y nadie salía a decirles nada. Los cuatro hermanos esperaban ansiosos noticias de su mamá y de su hermanito o hermanita. La mayor, Bárbara, de apenas dieciocho años, que cumpliría en tres días, cuidaba de los otros tres, los gemelos de nueve, Agustín y Abraham, y la pequeña Roselyn, de cuatro. Daniela era muy joven, con solo dieciséis años tuvo a su primera hija, fruto de la relación con el hijo de sus patrones. Siendo una chica venida de un pequeño pueblo del interior del país, prácticamente analfabeta, sin familia y sin recursos, se deslumbró con aquel joven de ciudad, y cuando supo que estaba embarazada, los padres del muchacho, la despidieron y con apenas un pequeño pago, la jovencita salió a rodar. Ayudada por el sacerdote de una parroquia en un barrio muy marginal, consiguió trabajo en otra casa de familia, que la aceptó con la pequeña. Era una joven ingenua, bonita y trabajadora como pocas, no se entraba e
— Tu mamá... no pudimos ayudarla. — El médico hizo una pausa y continuó — Estaba muy mal cuando llegó, hicimos todo lo que pudimos. — ¿Qué quiere decir?— preguntó Bárbara sin desear comprender lo que le estaban diciendo— ¿qué le pasó a mi mamá? — Tu mamá sufrió un infarto durante la cirugía, no sobrevivió. Tu mamá falleció; lo siento, intentamos todo lo posible pero... El médico siguió hablando pero ya Bárbara no le escuchaba. Un sonido raro, estridente, sonaba en sus oídos, como si una alarma se hubiera encendido dentro de su cabeza y no le permitiera escuchar nada más. Una sola cosa se repetía en su mente: ¡su madre había muerto! Su amiga la abrazó, pero Bárbara aún no reaccionaba a la noticia. Algo dentro de ella, le decía que si no aceptaba lo que le decían, haría que no fuese cierto. — Chiqui… — le decía Xiomara sin obtener respuestas— Bárbara, ¡dime algo, por favor! La chica se volvió a mirar a sus hermanos que no se daban cuenta de lo que ocurría. Observó a Roselyn
Cuando Xiomara llegó, aún se encontraba sentada allí, con las manos sobre sus rodillas, sin saber qué iba a hacer.—Chiqui, ¿qué te han dicho?Bárbara levantó la mirada, se puso de pie y se abrazó a la chica y por primera vez, lloró. Silenciosamente, dejó correr las lágrimas hasta que sintió que su alma se había vaciado. Trató de recuperar la calma y le contó a su amiga la situación.— Por ningún motivo pueden saber que aún no tengo los dieciocho años, van a querer quitarme a los niños y no puedo permitirlo; voy a necesitar que me ayuden con eso, si los Servicios Sociales preguntan, tienen que decir que van a ayudarme con los niños, sobre todo tu mamá, que es un adulto y la van a tomar más en serio, tan pronto entierre a mamá, buscaré un trabajo y me haré cargo de todo.— ¿Pero tú crees que podrás sola con todo?—Tengo que hacerlo ¡No voy a dejar que se lleven a mis hermanos! De la forma que sea voy a cuidar de ellos.|—Te ayudaremos, Chiqui, no te preocupes, mamá me dijo que puedes
En el cementerio, no estaban más que los encargados de la sepultura y ella. Era un día nublado y ella esperaba allí, de pie al lado del lote donde enterrarían a su madre. Una vez que terminaron de preparar todo, sacaron el ataúd de la carroza fúnebre y lo colocaron junto a ella. Lo abrieron por un instante para que Bárbara se despidiera de su madre. Casi no la reconoció allí, y dio gracias por eso, porque sentía que no era su madre a quien iba a sepultar. De esa forma podría imaginarla viva.Les hizo una seña a los trabajadores, y cerraron la caja. La bajaron al agujero y Bárbara miró cómo enterraban a su madre y se hacía real su muerte. Hasta ese momento se sentía como una pesadilla de la que despertaría en cualquier momento, pero ahora era cierto. Su madre estaba muerta de verdad y el mundo se le vino encima. Sintió deseos de llorar, pero se contuvo. No era llorando como iba a resolver sus problemas. Y eso era lo que tenía que ocupar su mente. No había tiempo para lágrimas.Cubriero