Capítulo 4

El día de su cumpleaños llegó sin ningún significado para ella, más allá de ser la mayoría de edad, que era esencial para que le permitieran quedarse con sus hermanos.

Ya hacía mucho rato que había llegado al hospital, luego de dejar a los pequeños en el colegio. Esperaba la llegada del pediatra que le diría como evolucionaba la bebé. Quería llevarla a casa, para comenzar a resolver las cosas. Necesitaba darles una sensación de normalidad a los niños.

Al ver llegar al médico, se acercó a él y lo abordó.

—Buenos días, doctor, ¿ha visto ya a mi hermanita? Daniela Vivas.

— Sí, ya la examiné y está muy bien, de hecho, creo que ya voy a darla de alta,  hoy mismo podrás llevarla a casa, pero necesito que la traigas a control, al menos una vez al mes. Es esencial comprobar su evolución.

— Sí, la traeré, se lo aseguro, entonces ¿puedo llevármela?

— Así es, te haré todo lo que necesitas. Ven conmigo para entregarte sus indicaciones.

Una hora después, caminaba a casa con la niña en brazos, y fue hasta ahora, cuando notó el enorme parecido de la criatura con su madre. Ningún otro se le parecía tanto. Todos eran distintos entre sí, demasiado parecidos a sus respectivos padres. Bárbara, alta, piel blanca y cabello negrísimo como sus ojos enormes, los gemelos, con ojos castaños rasgados, facciones finas y de talla pequeña; Roselyn absolutamente rubia y de ojos verdes. Sólo esta pequeña se parecía a la madre que no llegó a conocer.

El destino era así.

Tan pronto instaló a la bebé en la cunita que los había visto crecer a todos, la tía Engracia y Xiomara vinieron a conocerla.  Conversaron un rato, tomando café, mientras los pequeños jugaban con su nueva hermanita, y Bárbara le pidió a Xiomara que los viera un momento mientras hablaba con don Juvencio. Fue hasta allí, y llegaron al acuerdo de que la joven trabajaría medio día, mientras sus hermanos estaban en el colegio, y durante la mañana, podría tener a la bebé con ella. No ganaría un gran sueldo, de hecho, era muy poco, no sería suficiente para mantenerse, pero era algo. Ya vería cómo hacer para ganar algo más. Cuatro niños requerían muchos gastos.

Así comenzó Bárbara a ser ayudante de pastelería en el negocio de don Juvencio. Y descubrió que le gustaba realmente lo que hacía y con su jefa inmediata, aprendía cada día los secretos de la pastelería. Daniela, crecía rápidamente, y ya casi llegaba a la talla normal para su mes y medio de nacida. Esa tarde, Bárbara llegó a casa con los niños y encontró a aquella mujer alta y  delgada, con un maletín en sus manos, y gafas de lentes muy gruesas,  parada frente a su puerta.

— ¿Eres Bárbara Vivas? Soy trabajadora social, y vengo a verificar el estado de tus hermanos.

— Todos estamos muy bien ¿por qué no nos dejan en paz? Quiero que mis hermanos comiencen a tener normalidad en sus vidas y superen lo de nuestra mamá.

— Porque el Estado debe cuidar de que tengan lo necesario.

— Si es así, por qué no se ocupan de proveerle ayuda. ¡Sólo les interesa quitármelos! Y yo soy quien les da lo que necesitan, soy su única familia.  ¿Cuál es el afán por separarnos? ¿Creen que estarán mejor en un refugio, con gente extraña que conmigo? ¡Por favor! ¿Es que sólo les pueden dar de comer si se los llevan? Pues, déjeme decirle que están bien, comen cada  día, van al colegio, duermen en sus propias camas, visten limpio, yo me ocupo de todo, y trabajo para darles lo que requieran.

— Y la bebé ¿con quién está mientras trabajas?

— Conmigo, me permiten tenerla allí, no les falta nada.

— Eso no es sano para una bebé prematura, no podrás seguir llevándola contigo. Las condiciones de tu trabajo no son las mejores.

— ¿Cómo sabe usted eso?— preguntó recelosa.

— Ya he averiguado sobre tu trabajo y creo que con lo que ganas no podrás sostener a los niños.

Ya ella sabía eso, y sabía también que debía hacer algo al respecto.

— Lo sé, y pronto tendré otro trabajo que me pagará mejor. Mi vecina va a cuidar de los niños mientras lo hago.

— ¿Y dónde será ese trabajo?— dijo con dudas la mujer — ¿Cuándo comienzas?

— Pronto, aún no sé dónde va a ser. Me van a avisar.

— Volveré en una semana, por esa nueva información — la miró seria a través de los gruesos anteojos. — Más vale que la tengas.

— La tendré— respondió secamente y con seguridad. —Más les vale que nos dejen en paz.

La mujer la miró con curiosidad. Era una chica valiente.

— Escúchame bien, Bárbara, no somos tus enemigos. Nosotros...

— Sí lo son, mientras pretendan llevarse a mis hermanos— la miró de frente— No se los voy a permitir, son mi familia y no me la van a quitar. Voy a darles toda la guerra que sea necesaria pero no me los van a quitar, lo que sea que deba trabajar, no me importa: mis hermanos se quedan conmigo.

— Veremos, nos vemos la próxima semana.

La trabajadora social se marchó y Bárbara entró con los niños a la casa. Sólo para darse cuenta de que los gemelos, que habían estado muy callados mientras volvían del colegio, tenían fiebre alta. La joven les dio un baño tibio y medicación para la fiebre. Habría que vigilar que no subiera más. Atendió a las pequeñas y se dedicó a poner paños frescos en las frentes de los niños. Un par de horas después se dio cuenta de que no bajaba la temperatura y se decidió a llevarlos al hospital.

Dejó a las niñas con la vecina y se fue con los varones. Allí los revisaron y dijeron que era un virus, y les recomendaron reposo y antipiréticos.

Los llevó a casa y se preguntó qué haría con los niños mientras trabajaba. La tía Engracia no podría cuidarlos, porque estaría en su trabajo atendiendo un puesto de verduras en el mercado y Xiomara estaría en clases. Tendría que faltar al trabajo, y no podía darse el lujo de perder su empleo.

Mientras pensaba en eso, sentada en la cocina, escuchó que llamaban a la puerta. Al ir a abrir, se encontró con su vecina del frente, Fabiana. Una linda chica, con un cuerpo hermoso que todos los jóvenes del vecindario admiraban. Vivía bien, su casa era una de las mejores del barrio y trabajaba como enfermera particular. Cuidaba de su madre minusválida y de su hermana menor.

— Hola, Fabi, pasa — invitó extrañada, porque no era común que la visitara, siempre parecía estar muy ocupada.

Le sirvió café y se sentaron a la mesa en la cocina.

— Qué extraño tú por aquí.

— Vi a la mujer que vino, estaba en la sala de mi casa y escuché lo que decían. Lo siento, no fue mi intención, pero eso me hizo venir. Quería hablarte de algo, espero que no me tomes a mal y que entiendas que lo hago por ti y tus hermanos.

— No comprendo.

— Te conozco hace tiempo y aunque no seamos muy cercanas, te aprecio, y a tu familia. Hace algún tiempo pasé por una situación similar, cuando mi mamá tuvo aquel accidente. La pasamos realmente mal, pero conseguí una salida. Un trabajo.

— ¿Qué tipo de trabajo?— preguntó extrañada.

— El que te puede permitir conservar a tus hermanos.

— Tú eres enfermera, yo no tengo un título.

— ¿Crees que con mi sueldo de enfermera podría haber costeado la operación de mi mamá? Imposible— negó con la cabeza y miró a los lados sin desear mirar a la cara a Bárbara — Es otro trabajo. Uno al que cuesta acostumbrarse, pero cuando te ves obligada a sacar dinero de donde no hay para salvar a alguien a quien amas, lo haces y ya. Bárbara, yo trabajo con un servicio  de acompañantes, para hombres.

— Pero yo no soy...— empezó a decir Bárbara sin saber cómo terminar sin ofender a su amiga. —...no puedo.

— Yo tampoco era y sí puedes.  De hecho, puedes decidir hasta dónde estás dispuesta a llegar.

— No entiendo, discúlpame, es difícil aceptar lo que me estás diciendo.

— Sí, y también es difícil comenzar, pero cuando alguien que te importa depende de lo que hagas, algo te impulsa y lo haces. Por favor, entiende que no se trata de que desee llevarte por el camino fácil, como dirían los demás, como si fuera tan sencillo tomar esa decisión. — Movió la cabeza con tristeza—  Es que no quiero que sufras la angustia que yo viví.

— Fabiana, yo no creo que haga falta que llegue a eso. De verdad, te agradezco que te preocupes y te juro por la memoria de mi mamá que jamás se lo comentaré a nadie, pero...

— Te conozco, sé que puedo confiar en ti y ojalá no sea necesario, pero la experiencia me ha enseñado a las malas que nunca es tan fácil. Sólo quiero que sepas que puedo ayudarte, recuerda que la gente pretende tener derecho a meterse en tu vida y critican, pero cuando se trata de ayudarte, allí es cuando nadie te conoce. Si fuera necesario, no quiero que cometas los errores que yo cometí y que corras riesgos innecesarios, hay cosas que puedo enseñarte y te llevaría con una persona que te va a ayudar. Espero que no lo requieras, pero a veces la desesperación nos orilla a cosas: no dejes que se aprovechen de ti. Si te decides, tendrás el control de tu vida. En ese mundo es muy fácil perderse y perderlo todo, porque hasta allí hay gente buena y mala.

— Fabiana, no sé qué decirte.

— No digas nada. No tienes que decidir ahora, sólo quiero que sepas que puedes confiar en mí, como yo lo estoy haciendo al contarte esto. — Se puso de pie —Sabes dónde encontrarme, aunque sinceramente espero que no lo necesites— caminó hacia la puerta— Tienes una opción, quizás logres conseguir ayuda. Yo no la tuve.

— Lo lamento, Fabi, en serio.

— Yo no lo siento, pude salvar a mi mamá y aunque ya no puede trabajar, está viva, con nosotras. Si tuviera que volver a hacerlo, no lo dudaría ni por un segundo. Sólo sería más cuidadosa. Habría cometido menos errores y es lo que te ofrezco: apoyo.

— Gracias, Fabiana, lo tomaré en cuenta.

La joven se fue a su casa y Bárbara quedó pensando lo duro que tuvo que haber sido para su amiga tomar esa decisión, y lo bien que lo había hecho, porque nadie en el barrio había dudado jamás de que era sólo una enfermera.

Se fue a acostar y lo hizo con sus hermanas. Aún no sentía deseos de estar en el cuarto de Daniela.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo