Malú dio vuelta salió del despacho, y él como un desesperado corrió tras de ella, la agarró del brazo, pero María Luisa se sacudió. —Perdón. —Se disculpó él por ese atrevimiento—, nuestra amistad no puede terminar, Malú, tú me conoces bien, yo no fallé, fue ella, preguntale, por favor confía en mí, no dudes, no lo soportaría. Malú en ese momento, pensó en las palabras de Abel, y en que Sebastian tenía dos caras, y que quizás su hermana estaba en peligro, así que pensó que al enemigo era mejor tenerlo cerca, y que sí él estaba enamorado de ella, iba a cometer un error. —Estoy muy alterada, déjame poner en claro mis ideas, como dices, debo hablar con Majo, escuchar su versión, y luego la tuya. Buenas tardes. Sebastian sintió que el alma le volvió al cuerpo, soltó un suspiro. —Gracias. —La miró con ternura hasta que ella desapareció por el elevador, regresó al despacho—, debo pensar bien, no puedo quedar mal ante Malu, ante la familia, me conviene tenerlos de mi lado —resopló—. Algo
Majo caminaba de un lugar a otro, miraba su reloj con impaciencia, escuchó el helicóptero, entonces sintió que el corazón se le quería salir de la emoción, era cuestión de minutos para ver a su hermana. Quince minutos después las hermanas Duque se fundían en un fuerte abrazo, Malú miró la casa en la cual se refugiaba Majo, y aunque el estilo era sencillo, había lujo, notó que se veía muy radiante, feliz, y que estaba bien cuidada. —¿Estás bien? ¿Ese hombre te trata mal? —Sí estoy bien —respondió—. Salvador… imposible tratarme mal. —Sonrió recordando su travesura. —¿Y tú? ¿Cómo están todos en la hacienda?—Muy angustiados por ti, y todo lo que está ocurriendo, quiero una explicación Majo, por favor —suplicó. Majo asintió, miró a su hermana a los ojos, la agarró de las manos y la llevó a tomar asiento. Una de las mucamas apareció, y María Joaquina como si fuera la señora de la casa ordenó café y galletas. Malú observó que en casa la trataban con respeto, las dudas rondaban su mente
Malú regresó a su casa sana y salva, sin embargo tenía la duda anclada en el corazón, quería saber que escondía Sebas en ese casillero, pero ¿cómo iba sin tener la certeza de que no la estuviera siguiendo? —Necesito saber qué escondes —susurró, caminaba por su alcoba, ansiosa, requería pensar con calma, y la única manera era usar a su hermana gemela y que la suplantara, suspiró profundo, y entonces su móvil sonó, se sobresaltó, miró que era Sebastián, y sintió un escalofrío, además era tarde, frunció el ceño, dejó pasar varios timbrazos y respondió—. Buenas noches. —Perdón por llamarte a esta hora, es muy tarde, no quiero ser atrevido, pero no estoy tranquilo, te fuiste muy enojada conmigo… —Sebas esta conversación no podemos tenerla por teléfono, pero tienes razón, tú siempre has sido un hombre correcto. —Puso sus ojos en blanco—, y ese abogado no me da confianza, seguro sedujo a mi hermana, se aprovechó que Majo no tiene experiencia, sin embargo repruebo que la dejaras como una z
Majo sintió una opresión en el pecho, se quedó sin aliento por milésimas de segundos, y luego su corazón empezó a latir a prisa, sintió un escalofrío, como si un mal presentimiento le recorriera la piel. Facundo el hombre que se quedó a cargo, fiel a su patrón no había hablado, y ella no podía sentirse tranquila con esa sensación de incertidumbre. De pronto miró que los hombres de Salvador corrían de un lado a otro, que alistaban las camionetas, Facundo entró a la casa desaforado. —Tenemos que sacarla de aquí —ordenó—, agarre sus cosas, lo indispensable, tiene quince minutos. —¿Por qué? ¿Qué ocurre? ¡Exijo saberlo! —gritó con precisión—. Si no hablas tendrás que ejercer la fuerza bruta para sacarme, y no creo que a tu jefe le agrade, porque no me moveré. Facundo se detuvo, la garganta se le secó, miró a Majo a los ojos. —El doctor Arismendi sufrió un atentado, no sabemos si está vivo. Las piernas de Majo fallaron, palideció por completo, sintió que la sangre se le fue a l
Abel se acercó, la abrazó muy fuerte. —Hablé con Emiliano, él ya puso al tanto a la capitana Mendoza, recuerda que esa mujer quería a los cabecillas de la banda, no vamos a desamparar a Majo, así como encontraron a Lu, así mismo lo harán con ella. —Yo tengo las pruebas para hundir a Sebas —gruñó. Y de pronto la asistente de Malú, interrumpió, e informó que un misterioso hombre vestido de negro quería verla. Malú alzó la barbilla, sacó de su cajón su arma, ella siempre la tenía a mano, la puso cerca, pero escondida, y Abel se puso atento a lo que pudiera pasar. —Que entre. —Doctora María Luisa Duque, espero me recuerde, soy el hombre que…—Que me llevó el otro día a ver a mi hermana, ¿qué ocurre?—Imagino que se enteró que mi jefe ha muerto, pero nuestros planes siguen en pie, y requerimos eso que le iba a entregar. Malú parpadeó, suspiró profundo, su cabeza empezó a volar, y la de Abel también. —Comprendo, imagino que es para entregarle a mi hermana. —Claro, así es. —Bien, s
Majo no podía conciliar el sueño, deambulaba por el despacho, jamás había tocado las cosas de Salvador, pero ahora quería saber qué era lo que encontró en contra de sus enemigos, así que abrió los cajones, y encontró ahí unas fotografías, las agarró, y miró con ternura, en esas imágenes, aparecía él de niño, ladeó los labios, era un muchachito bastante flaco, sin ninguna gracia, su único atractivo era ese color de ojos que hacía contraste con su piel bronceada, suspiró profundo, ahí salía abrazado a su hermana, ella era una chica muy linda, de sonrisa amplia, mirada dulce. —La muerte de ambos, no quedará impune, lo juro. —Apretó los puños, entonces cuando encendió su computador, miró la alerta secreta, arrugó el ceño, abrió el mensaje. “A Salvador lo traicionaron, fue alguien de su gente, el agente Molina estuvo aquí, buscando lo que yo debía entregar, ese hombre no sabía que era, le di unos documentos, cuídate de él, no sé qué planean, trata de salir de ahí, es urgente” La piel d
María Joaquina Duque se ganó el respeto de todos esos hombres que antes trabajaban para Salvador, y aunque intentaba mostrarse fuerte, por dentro se estaba muriendo lentamente, sin Arismendi nada era lo mismo. Así pasó una semana más, ella trabajando hasta tarde armando el expediente para hundir a esos criminales, en el día se quedaba dormida, Malú le hizo llegar las pruebas que requería, pero ahora los necesitaba con las defensas bajas a esos corruptos. Además, que con los documentos que le dejó Malú a Molina, Sebas confirmó que ella supuestamente estaba de su lado, al no entregar la tarjeta, ni la clave, ni nada que pudiera hundirlo, no sabía que todo era un complot de las hermanas Duque. Claro que muy contento no estaba, ya sabía que estaba fuera del país con su esposo e hijos, y eso le tenía de mal humor, además que no lo descartaban como sospechoso de la muerte de Salvador Arismendi. Majo se comunicaba con sus padres, para no angustiarlos más, les decía que estaba bien en
—¡Lo que escuchas! —exclamó ella con la naturalidad que la caracterizaba. —¿Pensaste que haría un duelo eterno? ¿Qué escaparía como una damisela en peligro? ¿Qué me refugiaría en casa de mis padres? —rebatió con seguridad—. Pues no. —Miró a Salvador con seriedad—, esos infelices no me iban a ver derrotada, juré hacer justicia y empecé a mover mis piezas. Salvador la contempló con seriedad por segundos, mantenía sus labios separados, impresionado. —¿Qué hiciste? —preguntó, sintiendo un escalofrío—, dime que no cometiste algún delito. —Tú me enseñaste que a veces se debe hacer cosas malas, actuar de la misma forma que esos delincuentes —expresó, lo miró a los ojos—, pero no vamos a hablar toda la noche de las cosas que hice o ¿sí? —cuestionó, irguió la barbilla—, solo quiero que te quede claro que aquí, quien da las órdenes desde ahora en adelante soy yo, y eso te incluye. Salvador soltó un resoplido, negó con la cabeza. —Sabes que jamás me someto ante la voluntad de nadie. Majo l