—No te vas a liberar de mi tan fácilmente María Joaquina Duque —enfatizó casi gruñendo, respirando agitado—, estás en mi territorio, y no te voy a dejar ir, eres mi prisionera. Majo abrió sus ojos, separó los labios, inhaló aire, no le sorprendía su actitud, él era así, siempre conseguía lo que quería, entonces se puso de pie, no le iba a poner el camino tan fácil. —Pues será la única forma de tenerme a tu lado, a la fuerza, a la mala, porque luego de lo que hiciste, lo que habíamos construido se esfumó —declaró ella, lo empujó, requería salir, tomar aire fresco, pensar las cosas con calma, no dejarse llevar por sus emociones, y menos por sus sentimientos, aunque tenía el corazón latiendo a millón, y no sabía si era por su taquicardia, o porque estaba junto a él, a pesar de que estaba muy dolida. Arismendi la tomó del brazo, y luego la agarró de la cintura, la pegó a su cuerpo, la miró a los ojos, su cuerpo entero se estremeció al tenerla cerca. «¡Dios como ansiaba abrazarla, besa
Majo resopló, apretó sus puños. —No soy una mujer indefensa, sé cómo hacer las cosas —bramó. Salvador colocó sus palmas sobre una mesa, y luego inclinó la cabeza. —La desesperación me consume, no quiero que vuelvas a su lado, ya no me importa hacer justicia, ni descubrir sus crímenes —avisó y resopló—, ven conmigo, vámonos juntos a otro país, a un lugar donde empecemos de cero, donde esa gente no nos haga daño. —La voz le sonó irregular. Majo lo observó con seriedad, sin vacilar. —Yo no soy una cobarde, no pienso huir, me metiste en esto, y pienso llegar hasta las últimas consecuencias —enfatizó—, yo puedo hackear sistemas informáticos, puedo tener acceso a los archivos del fiscal, pero no me has dicho: ¿por qué ese hombre te odia? —Araujo está metido en esa mafia, es él quién ordena el paso de los camiones que se llevan a las chicas, el problema es que no tengo testigos —comunicó—, quien lo puede delatar es la mujer a la que fuimos a buscar y nos emboscaron, ella fue su amante.
Abel se aclaró la garganta. —No lo conozco, pero Majo sí, y parece que muy bien, ella me llamó la otra noche. —Observó a Malú. —¿Recuerdas que salí de la habitación a la terraza? —Sí, claro se me hizo bastante extraño. —Era Majo, me pidió hablar de forma confidencial, y luego me suplicó casi llorando que hablara con el presidente, que usará mi amistad con él para pedirle que sacara a Arismendi de la prisión donde lo llevaron de manera injusta, ella confía en ese hombre, y le importa demasiado. Joaquin giró su rostro y observó a su esposa. —¿Sabes algo María Paz? ¿Qué relación tiene Majo con ese hombre? —No lo sé, ella no quiso hablar, pero sí estaba bastante extraña desde que volvió —comunicó. En ese momento el móvil de María Paz sonó, miró que era un número extraño, un código internacional, frunció el ceño. —Hola mamá. —¡Majo! ¿Estás bien? ¿En dónde estás? ¿Qué te hizo ese hombre? —Tranquila mamá, no te angusties, estoy bien, no sé en dónde pero bien. —Pero… ¿Ese h
—Desde hace algún tiempo he querido charlar contigo acerca de Sebas. —Malú se acomodó junto a su esposo en la hamaca. Abel dejó a un lado el libro que estaba leyendo, abrazó a Malú por la cintura, inhaló una gran bocanada de aire, miró a su mujer a los ojos. —No puedo hablar de alguien sin tener pruebas que lo incriminen, sabes bien que luego de lo que nos ocurrió con Luz Aída, no volví a acusar a nadie, sin embargo, tengo sospechas. Malú sintió un estremecimiento en el corazón, rememorar que él se acercó a ella solo por venganza, creyendo que su adorada madrina Luz Aída era buena, sacudió su corazón, pero no venía al caso rememorar a esa infeliz, lo que importaba era Sebas. —¿Sospechas? ¿A qué te refieres? —Siempre he pensado que Sebastian sigue enamorado de ti, y que usó a Majo para estar a tu lado. Malú frunció el ceño. —¡Es una locura! —rebatió—, yo jamás le he dado motivos, lo quiero como a alguien de la familia, como a Eduardo, lo veo como mi cuñado. Abel la tomó
—¿Qué? —Salvador reaccionó, intentó soltarse gruñendo, estaba desnudo, sin poder agarrar una manta—. Majo no me agrada este juego, suéltame. —No dijiste eso hace minutos, así que asume las consecuencias, y por cierto esta llavecita se va por el excusado. Y así lo hizo, la mandó por el sanitario. —¡Te vas a arrepentir Majo! —advirtió. —No te tengo miedo, buenas noches. —Salió de la alcoba. Majo salió de la recamara, y Salvador se quedó vociferando, gruñendo, peleando con las esposas como una fiera salvaje, pero era muy orgulloso y no podía llamar a pedir ayuda a sus hombres, iba a convertirse en el hazmerreír de ellos, y encima lo verían desnudo. —¡Estás loca! —gritó. Majo caminó por el pasillo, y luego se aclaró la garganta, entró agitada a la cocina. —¿En dónde están los guardias? —preguntó a la cocinera. —Afuera señorita, ¿qué ocurre?—No lo sé. Majo salió corriendo, miró al hombre de confianza de Salvador. —Algo le pasa a Salvador está encerrado en la alcoba, y parece qu
La voz de Salvador sobresaltó a Majo, la pobre brincó del susto, palideció. —Nada. —Cerró su computador—, es tarde estoy muy cansada, ya no leo bien, quiero dormir. Salvador dejó a un lado la bandeja con el vaso con leche y galletas que le llevó a Majo, la miró con seriedad, con esa expresión inquisidora. —María Joaquina, ¿qué me estás ocultando?A ella la garganta se le secó, la respiración se le volvió irregular. —No oculto nada. —No quería decirle en ese momento, y que reaccionara mal y quisiera ir tras Araujo, requería preparar el terreno—, bueno… descubrí que el fiscal, tenía vínculos con Albeiro, el hombre que le hizo tanto daño a mi cuñada Luciana. Salvador inhaló profundamente, la respuesta de ella no era muy convincente. —Te traje leche para que te alimentes, es tarde, debemos dormir. —Gracias, tienes razón, estoy cansada. —Bostezó. —¿En dónde voy a dormir? —preguntó—, tus gorilas lanzaron la puerta de la recamara abajo. Arismendi resopló, se aclaró la garganta. —Bue
Malú dio vuelta salió del despacho, y él como un desesperado corrió tras de ella, la agarró del brazo, pero María Luisa se sacudió. —Perdón. —Se disculpó él por ese atrevimiento—, nuestra amistad no puede terminar, Malú, tú me conoces bien, yo no fallé, fue ella, preguntale, por favor confía en mí, no dudes, no lo soportaría. Malú en ese momento, pensó en las palabras de Abel, y en que Sebastian tenía dos caras, y que quizás su hermana estaba en peligro, así que pensó que al enemigo era mejor tenerlo cerca, y que sí él estaba enamorado de ella, iba a cometer un error. —Estoy muy alterada, déjame poner en claro mis ideas, como dices, debo hablar con Majo, escuchar su versión, y luego la tuya. Buenas tardes. Sebastian sintió que el alma le volvió al cuerpo, soltó un suspiro. —Gracias. —La miró con ternura hasta que ella desapareció por el elevador, regresó al despacho—, debo pensar bien, no puedo quedar mal ante Malu, ante la familia, me conviene tenerlos de mi lado —resopló—. Algo
Majo caminaba de un lugar a otro, miraba su reloj con impaciencia, escuchó el helicóptero, entonces sintió que el corazón se le quería salir de la emoción, era cuestión de minutos para ver a su hermana. Quince minutos después las hermanas Duque se fundían en un fuerte abrazo, Malú miró la casa en la cual se refugiaba Majo, y aunque el estilo era sencillo, había lujo, notó que se veía muy radiante, feliz, y que estaba bien cuidada. —¿Estás bien? ¿Ese hombre te trata mal? —Sí estoy bien —respondió—. Salvador… imposible tratarme mal. —Sonrió recordando su travesura. —¿Y tú? ¿Cómo están todos en la hacienda?—Muy angustiados por ti, y todo lo que está ocurriendo, quiero una explicación Majo, por favor —suplicó. Majo asintió, miró a su hermana a los ojos, la agarró de las manos y la llevó a tomar asiento. Una de las mucamas apareció, y María Joaquina como si fuera la señora de la casa ordenó café y galletas. Malú observó que en casa la trataban con respeto, las dudas rondaban su mente