¡Chicas al poder!

Me sentía incómoda, perdida y desorientada. Veía que los muchachos molestaban a las chicas con descaro. Cuando pasaban, no era inusual que les levantaran la falda, pellizcaran las piernas o hasta les hicieran comentarios subidos de tono, a los que las chicas respondían con insinuaciones no menos vulgares. ¡Me había perdido de tanto en esos cuatro años que estuve en el internado! Y para rematar mi perturbación, estaba sentada al lado de Horacio, que no dejaba de acariciar la mano de Myriam, lanzarle besitos y actuar como un tonto enamorado. Al fin llegó el profesor y la clase ocupó sus puestos, frente a los computadores que teníamos en nuestro escritorio. Aunque estaba familiarizada con su uso, no había prendido una computadora desde los doce años y estaba nerviosa. 

—Buenos días, clase —salud&o

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