Mientras me hacía el nudo de la corbata, vi a Valentina a través de la ventana. Salía, acompañada de uno de los celadores de la mansión, camino a su colegio. Se veía tan tierna, con su cabello recogido en una diadema, el uniforme del colegio…¡LA FALDA TAN ALTA!
De no ser por las medias que le cubrían todas las piernas, seguro se estaría congelando.
Le seguí con la mirada hasta que la vi salir y solo entonces caí en cuenta de que no llevaba una maleta, solo un bolso de mano, mucho menos sus útiles y libros escolares. Me sentí terrible, ¿cómo pude dejar que sucediera eso?
Ya de camino a la empresa, pensé en todas las cosas que necesitaba Valentina y de las que yo, como su padrastro y albace
Me sentía incómoda, perdida y desorientada. Veía que los muchachos molestaban a las chicas con descaro. Cuando pasaban, no era inusual que les levantaran la falda, pellizcaran las piernas o hasta les hicieran comentarios subidos de tono, a los que las chicas respondían con insinuaciones no menos vulgares. ¡Me había perdido de tanto en esos cuatro años que estuve en el internado! Y para rematar mi perturbación, estaba sentada al lado de Horacio, que no dejaba de acariciar la mano de Myriam, lanzarle besitos y actuar como un tonto enamorado. Al fin llegó el profesor y la clase ocupó sus puestos, frente a los computadores que teníamos en nuestro escritorio. Aunque estaba familiarizada con su uso, no había prendido una computadora desde los doce años y estaba nerviosa.—Buenos días, clase —salud&o
Me lavé la cara antes de entrar, convencida, como estaba, de que borraría de la cara la risa que cualquiera me dirigiera. Caminé, de regreso al salón, al lado de Myriam y, también juntas, con la cara en alto, entramos al salón. Lo hicimos con una expresión tan dura, que creo que, si lo hubiéramos hecho en una taberna del Viejo Oeste, nos hubieran tomado por dos peligrosas forajidas en cuyo camino era mejor no meterse, ni siquiera mirarlas y, mucho menos, sostenerles la mirada. Me senté sin siquiera mirar a Sebastián, que parecía guarecido la trinchera de su computador.—¿Te sientes mejor, Valentina? —preguntó el docente, cuadrándose los lentes en el puente de la nariz.—Nunca me sentí tan bien como ahora —contesté,
Regresaba a casa con una enorme sonrisa, satisfecho no solo por un día de trabajo satisfactorio (adquisiciones empresariales, alianzas comerciales, negociación en bolsa y adjudicación de franquicias) sino también, y lo más importante:¡¡CON DOS TIQUETES PARA UN CRUCERO DE LUJO POR EL CARIBE!!Estaba seguro de que Valentina se pondría muy contenta cuando se los mostrara. Solo estaba pendiente el detalle de quién sería su acompañante mayor de edad (por nada del mundo podía ser yo), pero ya encontraríamos a alguien.—Lo veo muy contento, señor, si me permite decirlo.Era… la chófer, la misma en la que no había r
Si no fue Camilo, ¿quién abrió la puerta de mi habitación?Opté por creerle, aunque una parte de mí deseaba que me estuviera mintiendo, pero no porque quisiera tener un hecho para pelear con él, no, no quería que eso volviera a pasar, sino porque me atraía la idea de que se fijara en mí y, como un chico travieso, me estuviera espiando mientras saltaba en la cama sin pantalones.Fue eso, y no otra cosa, lo que me motivó a mirar hacia el corredor después de que Camilo se hubiera marchado. Como supuse, había una cámara de seguridad en la esquina superior de la pared donde terminaba el pasillo y, por su luz intermitente roja, debía estar grabando. Ya averiguaría, después, quién era el dueño de las manos que giraron la perilla. P
Lo que más me llamó la atención de la habitación de Myriam fueron los estantes de libros que tenía junto a su cama. Me quedé absorta mirando los títulos. Tenía una colección enorme de libros de licántropos y vampiros.—¿Por qué te llama tanto la atención? —pregunté, señalando los tomos.Myriam había encendido ya su computadora para que empezáramos a estudiar.—Son muy buenos —dijo—, tienen historias de amor increíbles.—¿Historias de amor?—Sí, son novela romántica —contestó—. Con hombres lobo y va
Me atormentaba la idea de verme esa noche con Valentina. Regresé temprano a la mansión, para atender a unos invitados extranjeros que se estaban hospedando en la casa y con quienes esperaba concertar unos contratos importantes, pero también para poder cenar con mi hijastra y, en la comida, volver al tormentoso tema de los fideicomisos. ¡Cómo me arrepiento ahora de haberlos creado!Ya, igual, no tenían marcha atrás, ni aunque quisiera, porque, como lo hablé la noche anterior con el abogado Carrara, hospedado también en la mansión, las condiciones habían quedado estipuladas en testamento de Gloria, un documento de más de noventa páginas en el que los fideicomisos de Valentina tenían su propio capítulo especial.—Ahora que he verificado la vali
Entramos a mi habitación y noté que Valentina la admiraba con un brillo inusual en sus ojos. Recordé la última vez que ella estuvo aquí, cuando sacó espantada a la dependienta de la tienda de ropa, haciéndole creer que yo era algún tipo de multimillonario que se acostaba con jovencitas, como se descubrió, no hace mucho, que hacía un hombre en Estados Unidos. Jamás me hubiera imaginado que Valentina pudiera ser capaz de algo así, menos cuando la contemplaba en la ropa y actitud que tenía en ese momento, en el que desbordaba dulzura a inocencia.Había recuperado su chupeta y la paladeaba mientras observaba la habitación, seguro recordando cuando su madre estaba viva y compartía ese cuarto con su papá, siendo ella apenas una niña de seis o siete años que pasaba sus tardes
Temblaba. Estaba temblando y no dejé de hacerlo hasta que me dormí, lo que, por cierto, me tomó mucho tiempo.¿Qué había sido eso?Cuando me mostró su tatuaje quise tocarlo, porque había tanto ahí, en ese dibujo en apariencia juvenil, que lo sentí con solo verlo. Aparté mi mano sabiendo que sería profano y por el terror que me dio desencadenar lo que, de todas formas, se liberó.Estoy segura de que hay una historia mucho más profunda en ese tatuaje, no es solo la cobertura de un horrible dibujo anterior; no, la mujer lobo que yace a los pies de su pareja fue real y, el lupino que aúlla, no es otro que Camilo.Después solo nos quedamos mirando, en si