Capítulo 05

Vítor

Me acerqué a la silla y tiré de ella para sentarme. Pensaba que todo estaba perdido, empezaba a aceptar mi muerte, porque no iba a estar hospitalizado y tumbado en una cama tomando un cóctel de medicamentos, enfermo y calvo para quizás curarme de esta puta enfermedad. ¡Ni hablar! Pero parece que estoy teniendo suerte. Este doctor dijo que hay otra manera.

- Estoy sentado aquí, doctor. ¿Ahora me lo explicará mejor? - pregunté echándome hacia atrás en mi silla mirándole.

- Sí. Hay otra alternativa, pero... -en ese momento mi hermano se acercó y sacó una silla para sentarse. Yo prestaba atención a lo que decía el médico.

- ¿Es eso cierto? - preguntó Bernardo al médico. Miré a mi hermano.

- ¿De verdad, Bernardo? ¿Estás dudando del médico, tú más que nadie? - le dije irónicamente, y entonces volvió la cara para mirarme. Le sonreí.

- Esto es serio, Vitor, ¿y tú crees que es gracioso? - Me señaló.

- Señores, sé que en este momento están alterados y también nerviosos, pero puedo decirles que lo que voy a decirles puede ayudarles", dijo el médico, haciendo un gesto con las manos en el aire.

- Así que habla y no sigas con este misterio, porque no tengo mucho tiempo, ¿sabes? - Me recosté en la silla y le dediqué una sonrisa libertina.

- Sí, lo haré. Pero, ¿te has casado antes? - me preguntó. Me eché a reír.  - ¿Puedo preguntar qué te hace tanta gracia?

- De ti... ¿preguntando si estoy casado? Broma, ¿verdad? - Seguí riendo. Me puse la mano en el pecho y lentamente dejé de reír. 

- Pero, ¿qué tiene que ver esto con la enfermedad de mi hermano? - preguntó Bernardo al médico. Detuve la sesión de risitas, me enderecé en la silla y le miré.

- Mi hermano pequeño tiene razón, ¿qué demonios tiene que ver con mi problema? - pregunté.

- Hace tiempo que los pacientes no reciben quimioterapia, porque... -dejó de hablar y se dio cuenta de que le miraba fijamente-. - En fin, este método es a través del cordón umbilical.

- ¿Cordón umbilical? ¡Es cuando nace el bebé! - exigió Bernardo al médico. 

- ¡Un momento! ¿Estás diciendo que para ayudarme, para salvarme, necesito un hijo? - Me incliné hacia delante, apoyando los codos en la mesa. Mirándole.

- Sí, hay casos en los que este procedimiento ha salvado la vida de pacientes que no tienen donantes familiares. - El médico miró a mi hermano, que se reclinó en la silla encogiéndose de hombros. Luego me miró a mí. - Y también en casos de falta de compatibilidad debido a la diversidad de la población brasileña.

Me levanté de la silla con la mano en la cabeza. No dejaba de pensar en lo que acababa de decir el médico.

- Pero, ¿funcionaron realmente estos casos? ¿Cuál es el porcentaje de eso? - le preguntó Bernardo, y yo me di la vuelta, acercándome a la silla y mirándole. Esperando una respuesta.

El médico se reclinó en su silla y soltó una bocanada de aire. Luego volvió a mirarnos.

- Más o menos 90℅ seguro. - dijo el médico.

¡Santo cielo! ¿Así que necesito tener un hijo para curarme?

Sophia

Estaba tomando los pedidos para una mesa cuando unos hombres entraron en el restaurante. Eran dos hombres. Uno es alto, moreno y con el pelo corto y negro; el otro es bajo, moreno y barrigón. Tiene el pelo castaño oscuro. Se dirigieron a una mesa que estaba vacía en la esquina de la derecha y no tardaron en sentarse, mientras yo terminaba de anotar los pedidos de la pareja que tenía delante. Me di cuenta de que los hombres llevaban un rato mirándome.

- ¿Has apuntado lo que hemos pedido? - preguntó la rubia que estaba a su lado y también me miraba fijamente.

- Sí... Lo llevaré a la cocina. - Puse la libreta y el bolígrafo en el bolsillo de mis vaqueros. - ¿Quieres algo más? - pregunté.

- Tráenos dos latas de coca cola", dijo el tipo que estaba con la rubia.

- Sí, se lo llevaré. - Salí de allí y me dirigí a la cocina, pero antes de entrar, miré hacia el lado donde estaban sentados los hombres y no dejaban de mirarme. 

Giré la cara y abrí la puerta que daba a la cocina. Tenía los ojos cerrados y no vi quién estaba delante de mí. Acabé chocando con él. Por suerte caí encima de él sin hacerme daño.

- Jesús, ¿estás bien? - preguntó alguien, pero parece que conozco esa voz. Abrí los ojos y quien estaba debajo de mí era Tomás.

- Sí... estoy bien... -dije, un poco avergonzada. - ¿Y a ti?  ¿Te he hecho daño?

- No, no, no. Eres bastante mono... - dijo. Luego me guiñó un ojo. 

- ¿QUÉ ES ESO DE HACER EL PAYASO EN LA COCINA? - Oí gritar a alguien y salí. 

Me di la vuelta y era Joaquim, mi jefe. Me bajé inmediatamente de Tomás. Entonces él también se levantó.

- Lo siento... Fue un... 

- ¡No quiero oír tus excusas! Qué coño, todo hecho un asco, además mira tu talla, ¡así de gorda! - Me cortó y señaló mi cuerpo.  

Me di la vuelta y oí la risita del ayudante de Tomás. En ese momento bajé la cabeza.

- ¡Eh, no hables así de ella!  - Tomás llamó la atención de nuestro jefe. Acercándose a él.

- ¿Por qué no? ¿La miras o estás ciego? ¡Está tan gorda que es enorme!

- Voy a terminar... - agarré el brazo de Thomas.

- ¡Intenta ganarme y te irás de aquí! - amenazó mi jefe, mirando fijamente a mi amigo.

- ¡Si haces eso llevarás a este basurero a la bancarrota! Sin mí no tendréis clientes. - Miré a Tomás. Luego me soltó.

- Por favor, no lo hagas. - le susurré. Joaquín se quedó un rato mirando a Tomás.

- ¿Sabéis qué? No voy a hacer eso, porque es difícil encontrar empleados. Voy a dejarlo pasar. - le dijo mi jefe a Tomás. Él me miró. - Y tú, tú... 

Mi amigo le miró fijamente y renunció a cómo iba a llamarme.

- Entonces ven a mi despacho - advirtió.

Luego me dio la espalda y salió de la cocina. Dios mío, ¿de qué quiere hablarme?

¿Me despedirá? No puedo perder este trabajo...

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