4. Wanda

—¿Wanda? —pregunta Stephen y la chica le sonríe avergonzada.

—Lamento interrumpir.

—No interrumpes, por favor, sigue —murmuró Stephen y ella se apresuró en pasar la puerta y cerrarla a su espalda.

—¿Te llamas Wanda? —insistió Annie, volviendo a atraer la atención de la chica.

—Sí, mi nombre es Wanda, mucho gusto. ¿Tú cómo te llamas? —le preguntó la chica, intentando controlar la vergüenza que estaba sintiendo.

—Yo me llamo Annie, mi hermano se llama Tommy y somos hijos de mi papito —explicó inocentemente, haciendo sonreír a Wanda, mientras ella señalaba a su papá —. Mucho gusto —dijo, estirando su mano y la chica le correspondió con su mano libre, dando por terminado su saludo.

—Papi, ¿ella es tu novia? —preguntó Tommy en un tono más bajo.

—Es una amiga… Vive a dos casas —explicó Stephen, mientras se acercó a Wanda y Annie, que seguían junto a la puerta.

—No sabía que tenías visita, puedo irme —se excusó la chica, pero Stephen negó.

—No es problema, por favor, sigue. Debes tener frío. —Wanda sonrió y asintió, porque de verdad sí estaba sintiendo que sus huesos se congelaban, había decidido salir en plena nevada a llevarle una tarta a su atractivo vecino, esperando compartir la cena juntos.

Georgia se había quedado en la puerta de la cocina, viendo desde la distancia lo que sucedía en la puerta de la casa. Era evidente que la chica había ido con la intención de ver a Stephen, pero no esperaba encontrarlo acompañado y eso, que todavía no la había visto a ella.

—¡Mamita, ven y conoces a Wanda, la amiga de papá! —gritó Annie, haciendo que la muchacha se tensara.

—¿Tu esposa? —preguntó en un murmuro, mientras sentía que su corazón se rompía a la mitad.

Annie la escuchó y se rio, al tiempo que negaba.

—Mis papitos no están casados… Bueno, ya no —explicó a medias e hizo una mueca, porque no entendía bien lo que había sucedido con sus padres —. Yo era pequeña.

—¿Ahora eres muy grande? —preguntó Stephen, conteniendo la risa y Annie asintió.

Georgia no quería salir de la cocina, se sentía extrañamente incómoda, además la chica lucía muy hermosa con su cabello rizado, botas altas y vestido tejido. Se había esmerado para venir a visitar a Stephen, sin contar que había preparado algo de comer; en cambio, ella estaba vestida con una pijama navideña prestada, su cabello desordenado, pues no lo peinó a tiempo y se había secado.

—¡Mami! —llamó Annie con insistencia.

—Ya voy, cariño. Espera termino acá —contestó y movió unos vasos que ya había terminado de arreglar.

Se movió hacia la ventana e intentó arreglar su cabello mientras se veía en el reflejo. Intentó verse lo más presentable posible, pues con la insistencia de Annie, sería imposible escapar de lo inevitable.

Stephen se acercó a Wanda y ella le entregó la tarta que había preparado. Se sentía cohibida bajo la atenta mirada de los hijos de Stephen.

—No debiste molestarte —contestó él y ella negó.

—Espero que les guste y alcance —dijo.

—¿Es de calabaza? —preguntó Tommy, estirando su cabeza, como si lograra ver el contenido de la bandeja recibida.

—Sí, ¿te gusta la calabaza? —interrogó Wanda y Tommy asintió.

—Mamá hace una tarta que nos encanta, ¿verdad, Annie? —La pequeña asintió.

—Oh, espero poder estar a la altura —comentó la Wanda y les sonrió a los niños.

—Estoy seguro de que nos gustará —dijo Stephen, mientras colgaba el abrigo de su vecina en el perchero junto a la entrada —. Podemos seguir, que este no es el lugar para recibir a la visita.

—Podemos ir a la chimenea —propuso Annie y no dio tiempo a nada más, sino que agarró a su hermano del brazo y se lo llevó hacia la sala.

Stephen le señaló el camino a Wanda y ella caminó a paso lento. Sus planes habían cambiado por completo y todavía estaba pendiente de la aparición de la mamá de los hijos de Stephen.

—¡Maaaamiiii! —gritó Annie con alegría al ver a Georgia salir de la cocina.

—Ya cariño, ya estoy contigo —le dijo ella, para calmarla.

Wanda se detuvo al ir llegando al sofá, sus ojos se clavaron sobre la mujer joven, rubia y bella que acababa de salir de la cocina, pero eso no era todo, estaba vestida con ropa de cama, lo que solo podía significar que se estaba quedando en casa.

—Hola, soy Georgia —saludó sin saber qué más decir y esturó su mano para estrechar la de la chica.

—Yo soy Wanda —hizo una pausa—, una amiga de Stephen —dijo, sintiendo la necesidad de aclarar las cosas.

Georgia miró a Stephen que permanecía en silencio, el pobre hombre ni sabía cómo se sentía en ese momento. Ni en su sueño más loco esperó tener a su exesposa y a la chica que le gustaba juntas, una frente a la otra. La mirada de Georgia fue del rostro a la mano de Stephen, donde tenía la tarta.

—Wanda trajo tarta —explicó él, sin saber qué más decir.

—Sigan, nosotros nos iremos a dormir —anunció Georgia y miró a sus hijos.

—Pero mamááá…

—Nada, Annie, vamos a descansar, que tuvimos un día pesado.

—Sí, Annie, vamos con mamá, ella tiene razón —dijo Tommy y bostezó, dándole más peso a la petición de su madre.

Los niños caminaron hacia ella y se despidieron de su padre y de Wanda con un movimiento de manos. Georgia no se sentía cómoda quedándose en la sala, pues sintió que ella era la que sobraba en ese momento, ese cuento de “amigos” no se lo había creídos, pues una amiga no iba a esa hora de la noche, tan bien arreglada y con comida para compartir.

—Buenas noches —se despidió Georgia—, fue un gusto conocerte, Wanda.

—Igualmente, Georgia.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Stephen, pero Gia negó.

—No, atiende a tu visita, nosotros vamos a descansar. Hagan de cuenta que no estamos —sugirió, aunque inmediatamente en su mente sonó un gran “Noooo”, pues sus hijos estaban en casa.

Gia no miró atrás, sus hijos subieron sin renegar al segundo piso y debido a que Tommy estaría solo en la habitación de su padre, decidió que dormirían los tres en la habitación que Stephen les había preparado. El niño no tardó en entrar al baño, al salir se puso su pijama y dejó la ropa organizada, mientras su mamá peleaba con Annie en el baño, para que se lavara bien los dientes.

Annie salió del baño y fue junto a su hermano, que ya se había acostado. Los dos bostezaron al tiempo y rieron, pero el sueño azotó sus cuerpos con fuerza, así que, se acomodaron, mientras esperaban a que Georgia los alcanzara.

Los ojos de Gia se quedaron fijos en el reflejo del espejo, nuevamente, los recuerdos se apoderaron de su mente y la imagen de ella usando su pijama años atrás le hizo estremecer. Era poco lo que quedaba de esa joven madre y esposa, que luchaba por ser una buena ama de casa y la esposa ideal. Tragó saliva y sacudió levemente su cabeza, intentando alejar los recuerdos.

Georgia no supo cuánto tiempo se quedó en el baño, pero al salir, sus dos pequeños estaban profundamente dormidos, uno abrazado al otro y una sonrisa se formó en su rostro. Por ellos lo valía, aunque no había sido nada fácil y cada día seguía siendo un reto.

Con cuidado apagó la luz y caminó de vuelta a la cama, se acostó en el borde, cubrió su cuerpo con las cobijas y cerró los ojos, pero pareció ser imposible conciliar el sueño. Cambió de posición, quedando de espalda a los niños y se acomodó en posición fetal, llevando sus manos bajo su rostro… Craso error… El olor de la pijama de Stephen penetró su nariz y un nudo se formó en su garganta.

¿Cómo podía estar pensando en Stephen y su pasado juntos, cuando él estaba en el primer piso, acompañado por otra mujer?

Stephen no había logrado concentrarse en la conversación con Wanda, por estar pensando en Gia y sus hijos. Una molestia en su pecho no lo dejaba en paz, sin importar que no había hecho nada malo.

—Supongo que ya cenaste —dijo Wanda al ver la hora. No se había dado cuenta del tiempo que se le había ido preparando su regalo, y una vez lo tuvo listo, salió directamente a la casa de Stephen.

—Gracias por la tarta, Wanda —comentó al ver la tarta sobre la pequeña mesa de centro —. ¿Deseas un poco? —se sintió obligado a preguntar.

—Tranquilo, Stephen, será mejor que me vaya, imagino que quieres pasar tiempo con tus hijos y yo acá te estoy distrayendo —se excusó.

—Lo siento —murmuró Stephen, pues no creyó haber sido tan evidente con su falta de atención, pero tal parecía que se había equivocado.

—¿Por qué lo sientes? —preguntó confundida, aunque, más bien, prefería aclarar las cosas.

—Por estar disperso… Mi cabeza está arriba. —Señaló hacia las escaleras.

—No te preocupes por eso. De haber sabido que estarías acompañado, no habría venido a interrumpir. Entiendo que estés pensando en tu esposa e hijos.

—Exesposa —aclaró, aunque lo hizo en tono bajo.

—Es raro…

—¿Te refieres a que esté acá? —Ella asintió —. Oh, se irá apenas pueda volver a Las Vegas, simplemente, vino a traer a mis hijos, pero la tormenta no la dejó volver a tiempo —explicó Stephen.

Esas palabras ocasionaron una pequeña sonrisa en el rostro de Wanda, por su mente había pasado la posibilidad de que Georgia hubiera llegado a pasar las fiestas con su exesposo y sus hijos; sin embargo, saber que volvería pronto a su ciudad, hizo que la esperanza volviera a estar presente.

—Nos estamos viendo —se despidió con una gran sonrisa.

Ambos caminaron hasta la puerta de la casa, la nieve había dejado de caer, pero todo estaba cubierto con una capa ancha, blanca, esponjosa y helada. Stephen como todo un caballero, tomó el abrigo de la joven y se lo ayudó a poner, después abrió la puerta hasta la mitad.

—Adiós, Stephen —se despidió y le dejó un profundo beso en la mejilla, tomándolo por sorpresa.

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