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3. ¿Quién es ella?

Annie soltó a su mamá y salió corriendo hacia la habitación que compartiría con su hermano y donde ya habían dejado el equipaje. Con afán abrió su maleta, dejó un reguero sobre la cama, pero quedó feliz al encontrar su pijama al fondo de toda la demás ropa; sin pensarlo mucho, se quitó la ropa y se vistió para quedar como su mamá, hasta se le ocurrió buscar la pijama de su hermano, pero decidió no hacerlo, pues si Tommy quería estar igual vestido, que subiera e hiciera lo mismo que ella.

Después de mirarse en el espejo, salió con una gran sonrisa de su habitación y volvió junto a sus padres y hermano.

—Ahora sí estamos iguales, mamita —dijo emocionada.

—Ya me imagino el desorden que dejaste, Annie —comentó Tommy y movió de forma reprobatoria su cabeza.

Las mejillas de la pequeña se tiñeron de rojo y mordió su labio con nerviosismo.

—No es cierto… —mintió y Tommy la miró con los ojos entrecerrados.

—Iré a mirar.

—¡Noooo!

—¡Te lo dije! —se burló él y ella le hizo una mueca disgustada.

—Ahora vamos a recogerlo juntas, ¿verdad, mami? —dijo Annie, mirando a Gia, que estaba entretenida mirando la chimenea y agarrando un poco de calor. Su mente estaba tan distraída, que no se había dado cuenta del intercambio entre sus hijos —. ¡¿Mami?!

—Perdón, cariño. ¿Qué decías? —se disculpó.

—Annie quiere que la ayudes a recoger el desorden que dejó por quererse poner la pijama —explicó Tommy y Annie volvió a hacerle una mueca.

—Annie… —la llamó Gia con ese tono que los niños ya reconocían como regaño/advertencia de su parte.

—Está bien, mamita. Yo lo recojo sola —contestó resignada—, solo quería verme como tú —se lamentó.

—Te ves hermosa, hija, pero ¿qué les dije? —le preguntó ella.

—Que mantuviéramos todo organizado, para no darle más trabajo a papá —contestó Annie en un susurro y Gia asintió.

Stephen permanecía en la cocina, terminando de alistar el chocolate y unos sánduches para que todos comieran, pero había estado al pendiente de la conversación entre sus hijos y Georgia. Un nudo se le hizo en la garganta, él siempre había intentado estar lo más presente en la vida de sus hijos, pero no siempre había podido ser así, además la mayor responsabilidad había caído en los hombros de Gia, eso lo hacía sentir culpable, pero también muy orgulloso de ella, pues sus hijos eran excelentes niños.

—¿Están listos? —preguntó desde la cocina, sin dejar ver que había escuchado todo.

—¡Sííííí! —gritaron Annie y Tommy al tiempo, haciendo reír a Gia por el escándalo que hicieron.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Georgia, asomándose a la cocina.

—Gracias… —aceptó Stephen y cada uno agarró una bandeja con todo lo preparado.

—Huele delicioso —comentó ella, al tiempo que inhaló el aroma del chocolate caliente.

—Espero que sepa igual a como huele —espetó él, haciéndola reír.

—Seguro que sí.

—¡Huele riquísimo, papi! ¡Huele como el chocolate de la abue Aless! —gritó Annie, caminando hacia su papá, que iba con cuidado de no regar los pocillos.

—¿Podemos hacernos en la sala? ¿Frente a la chimenea? —preguntó Tommy, haciendo detener a sus padres, que iban directo a la mesa del comedor.

—Claro que sí, hijo —contestó Stephen y miró a Georgia, esperando que ella no se opusiera.

—Me parece bien, la tarde está muy fría —dijo y sus hijos saltaron emocionados. Ambos corrieron a la sala, abrieron espacio en la mesa para poner las bandejas y se sentaron en el suelo.

Georgia y Stephen acomodaron las cosas en el espacio que sus hijos habían adaptado para eso, afuera la nieve seguía cayendo sin tregua. Annie y Tommy no lo decían, pero estaban felices de estar reunidos con sus padres, solo ellos cuatro, compartiendo como una familia… Una clase de familia que no conocían y que muchas veces habían anhelado.

—¿Han visto mi teléfono? —preguntó Gia —. Debo llamar a mis padres.

—Está en la mesa del comedor —le informó Stephen y ella sintió.

Gia se levantó un momento, todavía no les había avisado a sus padres que no podría volver en el vuelo que tenía previsto.

El teléfono estaba boca abajo en la mesa, así que, lo levantó y cuando activó para llamar, vio la llamada perdida de su novio. Con lo ocupada que había estado con el viaje, el cambio de planes de último momento y sus hijos, había olvidado por completo llamarlo y decirle lo sucedido, todavía no se acostumbraba a contarle sus cosas a alguien más, apenas llevaban tres meses juntos, su noviazgo estaba iniciando y ella se sentía tan fuera de práctica, pues desde Stephen no había salido con nadie más, solo se había dedicado a sus hijos, sacar su carrera adelante y después trabajar junto a su padre, aprendiendo todo lo que pudiera.

Mientras pensaba en eso, su teléfono volvió a sonar, la pantalla se iluminó y el nombre de Arthur parpadeó. Gia mordió su labio y tras mirar a la sala, donde sus hijos hablaban amenamente con su padre, contestó.

—Hola, Arthur.

—Hola, Geo. Estaba esperando tu llamada, bella. ¿Está todo bien?

—Lo siento… No pude volver a Billings.

—¿Qué? ¿Qué sucedió? ¿Los niños están bien?

—Oh, sí, ellos están felices con su padre. El problema es que está nevando sin parar y en pocas horas se vio afectado el camino de vuelta.

—Oh, Geo, lo siento. ¿en qué hotel estás?

—Ehm, no estoy en ningún hotel… Estoy con Annie y Tommy donde su padre —le informó y se hizo un silencio total al otro lado de la línea —. ¿Arthur?

—Acá estoy… perdóname, solo que, no imaginé que te quedaras en casa de tu ex.

—No tuve más alternativa, sabes bien que el plan era otro. Apenas pueda volver te aviso.

—Cuídate, Geo. Dales mis saludos a los niños. Espero tenerte pronto de vuelta —se despidió.

—Gracias, Arthur. Nos vemos pronto.

Georgia colgó, se sintió un poco incómoda durante la llamada, porque se encontraba en la casa de su exesposo, mientras hablaba con su novio. El solo pensamiento le hizo hacer una mueca y sacudió su cabeza. Sin darle más largas al asunto, llamó a sus padres, para avisarles lo sucedido.

—Oh, mi amor… Disfruta el tiempo con tus hijos, acá estaremos bien con tus hermanos. Si los planes cambiaron debe ser por algo, así que, deja de pensarlo y disfruta de la nieve y del sol —le aconsejó Alessandra.

—Los niños les mandan un gran abrazo —dijo ella.

—Los amamos mucho. Recuerda los regalos de Navidad, que no los vayan a abrir antes —le recordó la abuela Aless.

—Te amo, mamá. Dale un beso a papá de mi parte y saluda a mis hermanos —pidió.

—También te amo, hija. Saludos a Stephen, me alegra saber que se encuentra bien. Cuídate, mi pequeña gigante —se despidió Alessandra, llamando a su hija por el apodo que le había puesto desde que había madurado siendo aún una jovencita.

—Adiós, ma.

Georgia se quedó mirando la pantalla de su teléfono hasta que se apagó, sintió un poco de melancolía, porque estas fechas siempre las había pasado al lado de sus padres y hermanos, quienes eran felices consintiendo y malcriando a Annie y Tommy, pues son los únicos nietos y sobrinos de la familia Rogers Wallace. Volvió al lado de sus hijos.

—La abue Aless les manda saludos —les informó y ambos sonrieron —. Mi madre te envía sus saludos, le alegra saber que estés bien —le dijo a Stephen y él asintió.

—Muchas gracias. Espero que estén bien.

—Están felices.

—¡Mami, come! —interrumpió Annie. Ese sánduche en la bandeja, no dejaba de ser una tentación para ella.

—Ya, cariño. ¿No me dejaron nada más? —preguntó, simulando estar indignada y se rio al ver las mejillas sonrojadas y las miradas esquivas de sus hijos.

—En la cocina dejé un poco más, pues supuse que este par de diablillos se comerían todo —anunció Stephen en voz baja.

—Gracias… —susurró Gia.

El sánduche estaba delicioso, Stephen había preparado una salsa que untó en el pan y les dio un atractivo olor y sabor a hierbas frescas. Georgia disfrutó de la comida, del calor de la chimenea y de la divertida conversación de sus hijos.

—Mami… ¿Te quedarás? —preguntó esta vez Tommy.

—Amor, si su papá me lo permite, me quedaré acá hasta que despejen el camino y pueda volver a Las Vegas —le explicó.

—Ojalá se demoren muchos días en eso —dijo Annie en tono bajo, pero no lo suficiente como para no ser escuchada, cuando se dio cuenta de eso, llevó sus manos al rostro, cubriendo su boca.

—Mamá tiene que volver con los abuelos y Arthur —le recordó Tommy y Annie asintió no muy contenta.

—Claro que te puedes quedar todo el tiempo que necesites —expuso Stephen, pasando por alto el intercambio de sus hijos. La verdad era, que no se sentía a gusto hablando de Arthur, aunque le agradaba saber que sus hijos se llevaban bien con el hombre.

—Gracias, Teph.

Apenas acabaron, Georgia se levantó para recoger las bandejas, las llevó a la cocina y empezó a lavar todo, ya estaba tan acostumbrada a organizar, que olvidó que estaba en casa ajena.

—Déjame ayudarte —le pidió Stephen.

—Ya voy a acabar… Los niños no demoran en caer dormidos y Annie dejó desorden en su habitación —comentó ella.

—Subiré a arreglar eso… Ehm, si deseas te puedes quedar en mi habitación y yo duermo en la sala.

—Ay, no me parece justo que te salgas de tu habitación por mi culpa, tal vez, podrían dormir Tommy y tú, mientras yo duermo con Annie —propuso ella —. Tampoco creo que sea por muchos días.

—Me parece bien… Les diré a los niños. Tú también debes estar cansada, no demores en subir.

—Gracias.

Stephen se llevó a Annie y Tommy consigo, apenas vio el reguero de ropa que su hija había dejado sobre la cama, volteó a mirarla sorprendido.

—¿De dónde salió tanta cosa si la maleta es pequeña? —preguntó sorprendido, haciendo reír a los niños.

—Annie casi se trae el armario completo —bromeó Tommy y la pequeña se rio.

—Bueno, vamos a organizar, que ustedes y mamá deben descansar —sugirió y esas palabras generaron un bostezo en ambos.

Entre los tres organizaron rápidamente la ropa de ambos niños en el armario de la que hasta hace poco sería la habitación que compartirían. Georgia estaba demorando en subir, pero todo tuvo respuesta cuando escuchó la lavadora funcionando, ella había metido a lavar su ropa, pues era lo único que tenía disponible, mientras lograba solucionar algo más.

El timbre de la puerta principal sonó, llamando la atención de todos en la casa, los niños voltearon a mirar a su padre, esperando que él les explicara quién había llegado, pero simplemente, negó. Ante esa respuesta, la curiosidad de Annie fue mayor, salió corriendo de la habitación, bajó las escaleras como si fuera un rayo, seguida de su hermano y padre, que iban más despacio.

Georgia se asomó, pero no le pareció correcto abrir la puerta, pues no era su casa, una forma de pensar muy diferente a la de Annie, que apenas llegó a la puerta, la abrió de par en par, encontrándose de frente con una mujer joven, muy bonita y que traía algo en su mano.

La niña frunció el ceño y la joven también estaba sorprendida, sin embargo, le sonrió.

—Hola, pequeña —la saludó, mientras Tommy y Stephen hacían acto de presencia.

—Papito, ¿quién es ella? —le preguntó, pero antes de recibir una respuesta, volvió su atención a la mujer —. ¿Eres la novia de mi papito? —interrogó sin anestesia. A la joven sus mejillas se le tiñeron de rojo carmesí y mordió su labio con nerviosismo.

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