—¡Georgia! —gritó Stephen al verla tiritar y caminar con sus piernas desnudas en plena nevada. Corrió hacia ella con un abrigo en sus manos y le cubrió con rapidez.
—Es-es-está he-helando —dijo ella con voz temblorosa. Apenas acababa de salir del auto y sentía como el frío penetraba en sus huesos.
—Ven, vamos adentro —pidió Stephen y no tuvo que abrir la puerta para entrar, pues Annie y Tommy estaban a la espera del retorno de su mamá.
—¡Mamita! —gritó Annie y se lanzó a los brazos de Gia, apenas entró a la casa.
Georgia tembló, definitivamente, no estaba acostumbrada al frío y en esa zona tan cercana al polo, eso era lo que predominaba.
—¿Qué pasó? ¿Por qué volviste? —preguntó Tommy.
—No hay paso, debido a la nevada un arce cayó sobre la vía —explicó ella, mientras su hija se aferraba con más fuerza a su cintura.
—¿Te quedarás? —preguntó Annie con ilusión, pero Georgia tensó su cuerpo.
—Hija, deja que mamá se cambie la ropa —pidió Stephen.
—Mami, ¿dónde está tu equipaje? —preguntó Tommy, mientras estiraba su cabeza, intentando ver el morral de su mamá, pero hizo una mueca.
—Lo dejé en el auto —se lamentó Gia, mientras se abrazaba a sí misma, frotando sus brazos, intentando calentar su cuerpo.
—Yo iré, esperen adentro y si quieren, enciendan la chimenea —propuso Stephen y los niños asintieron emocionados —. Por favor, Gia. Ve a quitarte esa ropa mojada… Ya te alcanzo tu equipaje —le pidió Stephen y ella, aunque se habría querido negar, no lo hizo, pues moría de frío y en sus planes no estaba enfermar para las festividades.
—Gracias… Toma —contestó y le estiró la mano con las llaves del auto.
Georgia no miró atrás, sino que caminó hacia el baño del servicio, que estaba cerca de la sala. Cuando Stephen vio hacia donde se dirigía, se quedó callado por un momento, pero era como si su lengua le picara, hasta que las palabras salieron sin controlarlas.
—Ve al principal, allá te puedes dar un baño, Gia, es lo mejor —dijo y se quedó en silencio cuando su exesposa se detuvo en el camino, aunque no se giró —. ¡Ya regreso! —expresó acelerado y salió corriendo de la casa, cubriendo bien su cuerpo con un abrigo.
Georgia no quería tener que ir al baño de la habitación de Stephen, pero al abrir la puerta del baño auxiliar, se dio cuenta de que no tendría más alternativas, pues necesitaba darse un baño con agua caliente y sacar el frío de sus huesos, cosa que no podría hacer en ese sencillo baño.
—¿Necesitan ayuda con la chimenea? —les preguntó a sus hijos, pero ambos negaron, aunque estaban un poco enredados con lo que tenían que hacer para lograrla encender.
—Ve a bañarte, mami, no vayas a enfermar —le pidió Annie y meneó sus pestañas con inocencia.
—Ya regreso…
Gia subió las escaleras de madera con pasos rápidos y cortos, la casa era pequeña, apenas contaba con dos habitaciones y un baño mediano, con una tina cómoda, la ducha, lavabo e inodoro; todo limpio, pero con una decoración típica de un hombre.
Sin pensarlo más y dejando de mirar cada esquina con ojos analizadores, abrió la llave de la ducha, habría deseado darse un baño en la tina, pero sería muy abusivo de su parte, además no era apropiado seguir mojada por mucho tiempo. Apenas el agua empezó a salir caliente, se quitó el vestido y su ropa interior con rapidez, para entrar.
Mientras su exesposa se bañaba, Stephen entró a la casa con el morral, el bolso y el teléfono celular de Georgia, el cuál vibró en su mano. No era su teléfono y no debía contestarlo, sin embargo, fue tarde cuando se dio cuenta de que estaba mirando el nombre en la pantalla: Arthur. Stephen dejó rápidamente el teléfono sobre la mesa del comedor, ya sería Georgia la que se encargara de llamar a su novio.
—¿Vas a llevarle las cosas a mami? —preguntó Tommy, llamando su atención.
—Le subiré su ropa y bajo a ayudarles con eso —comentó al ver que sus hijos se habían gastado toda una caja de cerillos y la chimenea permanecía apagada.
Annie se puso roja y cubrió su rostro con sus manos, mientras que Tommy se rio al quedar en evidencia. Eran muy pocas las vacaciones que habían pasado en la nieve y nunca habían tenido la necesidad de ser los encargados de encender la chimenea, eso era algo de lo que sus padres o abuelos se habían encargado.
Stephen llevó consigo solo el morral, esperando que ahí Gia encontrara lo que necesitara para cambiar su ropa, subió las escaleras lentamente y caminó por el pequeño pasillo como si temiera despertar a alguien dormido, solo que la única en el segundo piso era su ex.
—Gia… —murmuró al llegar hasta su habitación, que estaba con la puerta entrecerrada, sin embargo, no recibió respuesta de ella, así que, entró con cuidado.
La llave de la ducha seguía abierta, entonces decidió dejar el morral sobre su cama, así cuando Georgia saliera del baño, encontraría su ropa a la mano.
—¡Toalla! —exclamó cuando estaba saliendo, pues él no había caído en cuenta de ofrecerle una toalla para cuando ella saliera de la ducha. Con prisa fue a su armario y del rincón sacó una toalla limpia, dudó por un momento qué hacer, pero no podía dejarla sobre la cama junto al morral, pues ella la necesitaba dentro del baño.
Stephen respiró profundo y caminó hacia el baño, la puerta estaba dañada, por lo que, se abría sola y había querido arreglarla antes de la llegada de sus hijos, pero la entrega de su trabajo no le había dejado tiempo de nada.
—Gia… —nuevamente, llamó a Georgia, pero ella no contestó, se había relajado tanto dentro de la ducha, que su cerebro se había quedado en blanco y solo disfrutó la sensación del agua caliente sobre su piel.
Stephen entró al baño, su plan era durar tan poco tiempo dentro del baño, que no fuera detectado por Gia, finalmente, solo era dejarle la toalla a la mano, para que al salir la viera; solo que, no contó con que sus pies se enredarían con el vestido en el suelo, lo que lo llevó a agarrarse del lavamanos y levantó la mirada…
Georgia ya no era la misma adolescente de la que se había enamorado once años atrás, su cuerpo había cambiado, pero podía decir, que se veía más hermosa de lo que era a sus dieciséis. Stephen tragó saliva, se quedó pasmado por un breve momento, hasta que la mano de Georgia fue a la llave del agua para cerrarla. Sus ojos se abrieron y como si el mismísimo diablo lo siguiera, salió del baño con prisa.
Ella escurrió su cabello con cuidado y maldijo al percatarse que no había revisado si había una toalla con la cual secarse, hizo una mueca y salió de la ducha creyendo que tendría que improvisar, sin embargo, sobre la cisterna reposaba una toalla blanca impecable. Ella no la había visto, pero supuso que la pasó por alto cuando entró a bañarse.
No tardó en secarse y al salir del baño vio su equipaje sobre la cama, mientras abría el morral una mueca se marcó en su rostro. ¿En verdad esa era la ropa que había echado para volver? Sí, no había pensado en el frío que haría en Montana, pues el hotel contaba con calefacción, así como el auto y en menos tiempo del esperado, estaría de vuelta en Las Vegas, donde su vestuario sería más acorde…
—¡Niños! ¿Quién quiere chocolate caliente? —preguntó Stephen al bajar las escaleras, alejando de su mente la imagen reciente de Georgia.
—¡Yoooo! —gritaron los pequeños y corrieron a la cocina, para alcanzar a su papá y ayudarlo, además de tener control sobre la cantidad de malvaviscos que le echarían al chocolate.
Para Georgia, usar el vestido limpio no era una opción, pues sus medias habían quedado empapadas, así que, solo tomó su ropa interior, se la puso y volvió a mirar el vestido que había llevado, se lo puso, pero era solamente momentáneo, mientras solucionaba el tema de su vestuario.
—Teph… —murmuró Georgia desde la parte baja de las escaleras, mientras doblaba sus piernas e intentaba cubrir su cuerpo, pues se sentía muy expuesta con ese pequeño vestido y nada más.
Stephen giró desde la cocina y por poco se atraganta al verla, pero gracias a la presencia de sus hijos, logró controlar lo extraño que se sentía.
—¿Necesitas algo? —preguntó y Gia asintió incómoda.
—No tengo ropa… —explicó.
—Mami, yo te presto mi abrigo —dijo Annie. Gia sonrió, al igual que lo hizo Stephen.
—Gracias, cariño, pero no creo que me quede bien. —Annie hizo un puchero y después asintió. Ella había tenido toda la intención de ayudar a su mamá, pero esta tenía razón, era imposible que su ropa le quedara buena.
—Vamos, debo tener algo que te sirva —comentó Stephen y se acercó a ella —. Tommy, estás pendiente de apagar el chocolate —le pidió y el pequeño asintió.
Gia y Teph subieron en completo silencio hacia la habitación, ella caminaba detrás de su ex, sintiéndose más tranquila al no ser observada por él. Podía parecer una bobada que no quisiera ser vista por él luego de haber estado casados y tener dos hijos, pero se sentía cohibida completamente.
Él buscó en su armario, realmente era poca la ropa que tenía que no fuera de trabajo, así que, buscó detenidamente hasta dar con una pijama.
—Esto puede servirte, mientras miramos qué hacer con tu ropa —comentó y le extendió las prendas.
—Gracias, siento molestar —se excusó y él negó.
—No molestas, Gia… Te espero abajo con los niños —dijo y se retiró, dándole privacidad.
Georgia miró la pijama navideña entre sus manos y un nudo se formó en su garganta. Si no estaba mal, esa pijama era la misma que Nicolas, su padre, le había regalado a juego para la primera navidad que pasaron como esposos. Ella ya no recordaba hace cuánto tiempo había regalado la suya.
Con calma se puso el conjunto, guardó el vestido en su morral y había olvidado pedir unas pantuflas, pero esta vez sí se tomó el atrevimiento de sacar algo del armario y bajó para reencontrarse con sus hijos.
—Mami, te ves hermosa —la halagó Tommy.
—¡Me voy a poner mi pijama también! —gritó Annie, corriendo hacia su mamá y la abrazó —. Hueles como papi —comentó divertida, aunque a Gia no le causó tanta gracia.
Ocho años y el olor en la ropa era el mismo que se le había quedado grabado en sus recuerdos, unos recuerdos agridulces que parecían volver en estas vacaciones con violencia y de los que, bajo esas circunstancias, parecía imposible huir.
Annie soltó a su mamá y salió corriendo hacia la habitación que compartiría con su hermano y donde ya habían dejado el equipaje. Con afán abrió su maleta, dejó un reguero sobre la cama, pero quedó feliz al encontrar su pijama al fondo de toda la demás ropa; sin pensarlo mucho, se quitó la ropa y se vistió para quedar como su mamá, hasta se le ocurrió buscar la pijama de su hermano, pero decidió no hacerlo, pues si Tommy quería estar igual vestido, que subiera e hiciera lo mismo que ella. Después de mirarse en el espejo, salió con una gran sonrisa de su habitación y volvió junto a sus padres y hermano. —Ahora sí estamos iguales, mamita —dijo emocionada. —Ya me imagino el desorden que dejaste, Annie —comentó Tommy y movió de forma reprobatoria su cabeza. Las mejillas de la pequeña se tiñeron de rojo y mordió su labio con nerviosismo. —No es cierto… —mintió y Tommy la miró con los ojos entrecerrados. —Iré a mirar. —¡Noooo! —¡Te lo dije! —se burló él y ella le hizo una mueca disgu
—¿Wanda? —pregunta Stephen y la chica le sonríe avergonzada. —Lamento interrumpir.—No interrumpes, por favor, sigue —murmuró Stephen y ella se apresuró en pasar la puerta y cerrarla a su espalda.—¿Te llamas Wanda? —insistió Annie, volviendo a atraer la atención de la chica. —Sí, mi nombre es Wanda, mucho gusto. ¿Tú cómo te llamas? —le preguntó la chica, intentando controlar la vergüenza que estaba sintiendo.—Yo me llamo Annie, mi hermano se llama Tommy y somos hijos de mi papito —explicó inocentemente, haciendo sonreír a Wanda, mientras ella señalaba a su papá —. Mucho gusto —dijo, estirando su mano y la chica le correspondió con su mano libre, dando por terminado su saludo. —Papi, ¿ella es tu novia? —preguntó Tommy en un tono más bajo. —Es una amiga… Vive a dos casas —explicó Stephen, mientras se acercó a Wanda y Annie, que seguían junto a la puerta. —No sabía que tenías visita, puedo irme —se excusó la chica, pero Stephen negó. —No es problema, por favor, sigue. Debes tener
—Nuevamente, gracias por la tarta —dijo Stephen y Wanda negó. —Espero que la disfruten y que sea del agrado de Tommy… Tienes unos hermosos hijos —comentó la chica. —Son increíbles —admitió él, mientras ella abría más la puerta. —Adiós, hablamos luego, tal vez tus hijos quieran jugar con mis sobrinos —propuso la chica y Stephen asintió y se quedó viendo como Wanda salía de la casa. Él vio la cantidad de nieve que había afuera y pensó que la chica se hundiría en esta, pero se sorprendió al verla caminar con agilidad y práctica. Definitivamente, se notaba que Wanda era de Glasgow, MT, ese era su hogar, estaba adaptada al clima, a la zona, a la tranquilidad y se notaba que lo amaba, pues desde que se habían conocido, ella se había encargado de hacerle conocer los escasos lugares llamativos de la ciudad y sus alrededores. Stephen volvió al interior de la casa, fue a la sala y organizó los cojines del sofá. Se sintió mal al caer en cuenta de que no le había ofrecido nada a Wanda en el t
Georgia se quedó inmóvil, su plan era haber tenido un tiempo a solas, en el que pudiera alejar los recuerdos de pasado, pero con Stephen al frente, era imposible. —Tuve un mal sueño —mintió y dio unos pasos al lado, alejándose de su exesposo. —¿Quieres tomar algo? Estaba por prepararme una infusión de hierbas —confesó él. Gia miró el mesón de la cocina y efectivamente, Stephen había sacado algunas hierbas, que, de hecho, le daban un olor delicioso al ambiente y también tenía una tetera eléctrica lista. —Eres todo un amo de casa —bromeó ella y él sonrió levemente. —He tenido que aprender, Gia —respondió, mientras un nudo se le formó en su pecho. Stephen tampoco había logrado conciliar el sueño. Tal parecía, que tener a sus hijos y exesposa en la habitación del lado no permitía que su mente se tranquilizara y los recuerdos de no lo dejaron conciliar el sueño. Ambos se miraron fijo por unos segundos, que se hicieron eternos e incómodos, por lo que, Stephen se giró hacia el mesón.
Annie abrió los ojos, los sentía pesados, pero moría de ganas por ir al baño, así que, se enderezó con cuidado en la cama, notando que estaba entre su mamá y su hermano. Se estiró por encima de Georgia, esperando ver si aún dormía. —Mamita… —susurró, pero Gia no respondió. Se había quedado dormida en la madrugada, cuando finalmente, su mente se había acallado y los recuerdos se habían convertido en una imagen en blanco. —Annie, deja a mamá descansar —murmuró Tommy, que seguía con sus ojos cerrados. —Tommy, quiero ir al baño y tengo hambre —confesó la pequeña en el mismo tono que le había hablado él. —Ve al baño. No eres una bebé, como para esperar a que mamá sea quien te lleve —la regañó y ella se mordió el labio. —Sé que no soy una bebé, pero… tengo hambre —refutó. —¿Y si mejor sorprendemos a papá y mamá? —preguntó Tommy, captando la atención de Annie, que lo miró fijamente. —¿Haciendo qué? —Preparemos nosotros el desayuno, antes de que despierten —propuso y Annie asintió con
Las mejillas de Georgia se encendieron, las palabras de Stephen la agarraron por sorpresa y no supo qué decir. Su corazón dio un salto y se le hizo un vacío en su estómago. Hace mucho tiempo no se sentía de esa forma, para ser más claros, hace más de ocho años y el culpable era el mismo.Stephen y Georgia se quedaron quietos en su lugar, sus ojos quedaron conectados por un tiempo que no supieron definir.—¡Papito! —gritó Annie, rompiendo la tensión entre sus padres —. ¡Ve a arreglarte! ¡Apúrate, que tenemos que salir pronto!—¡Ya voy! —contestó Stephen, mirando a su hija con diversión.—Yo termino de arreglar la cama —dijo Gia, acercándose.—No, si quieres acabo acá y ustedes vayan a bañarse —les dijo a sus hijos, Georgia estuvo de acuerdo y los niños asintieron.Stephen terminó de arreglar la cama, le ayudó a Gia a escoger la ropa que se pondrían Annie y Tommy, mientras que los niños se lavaban la boca y se metieron a bañar por turnos. Gia le ayudó a su hija a lavar bien su cabello y
—¿Ya seleccionaste lo que llevarás? —preguntó Stephen, rompiendo la tensión del momento. —Así es, llevaré esto —contestó Gia y dejó una montaña mediana de ropa sobre el mostrador. A la chica que los estaba atendiendo se le abrieron los ojos y se sintió emocionada por la venta que estaban logrando, pues así mismo sería la comisión. Con ánimos empezó a pasar prenda por prenda por el lector, mientras veía la cuenta aumentar. —Déjame comprar lo de Tommy y Annie —le pidió Stephen y ella no se negó, pues sabía lo importante que era para él poderles dar a sus hijos algunas cosas, ya que, no convivían a diario. Gia sacó tu tarjeta y canceló la cuenta de su ropa, después fue Stephen quien canceló lo restante y se dispusieron a esperar que todas las prendas fueran empacadas correctamente. —¿Ya nos devolveremos a casa? —preguntó Tommy con pocos ánimos de volver, por el momento y su tono no pasó desapercibido por parte de su mamá. —Podemos dar una vuelta, almorzar por acá y después volver —p
Capítulo 10. Nevada—Cuando sepa algo, te aviso —respondió Georgia, evitando tener una conversación más íntima con Arthur, pues se sentía muy incómoda teniendo a Stephen cerca. —Está bien, cariño. Recuerda que te quiero y espero verte pronto —insistió Arthur. —¡Mami! ¡Papi! ¡Entren a la casa que ya va a nevar! —gritó Annie desde la entrada de la casa. —Despídeme de los niños —pidió Arthur y Georgia asintió como si él la pudiera ver en ese momento. —Les daré tus saludos —contestó en voz baja, esperando que Stephen no escuchara. —Está bien, Geo, entiendo que no puedas volver como lo tenías planeado —dijo, su voz se escuchaba incómoda, casi forzada y Gia sintió una aguijonazo de culpa —. No haré ningún cambio, voy a seguir esperándote, tengo la confianza de que el camino pronto estará libre y volverás para pasar las fiestas juntos —añadió. —Gracias. Hablamos —se apresuró a contestar y colgó la llamada al ver como Annie tenía la intención de volver al auto. Su mirada fue hacia Stephe