Me obligué a trabajar, puse a Rata a y Cebolla a correr con informes de las muchas empresas que tengo, de las negociaciones lícitas e ilícitas bajo mi mando. No se atrevían a hablarme, entré más pasaba el tiempo, más incertidumbre tenía dentro de mí.Verónica no me había llamado, ¿para qué llamarla?, no tenía ánimos para que saliera con alguna de sus estúpidas filosofías de «ponte en mi lugar» —Cebolla escribía por celular con alguien—. Al mirarlo se percató.—Lo siento Patrón, me escribió Raúl. —extendió su celular.—¿Crees que si estuvieras hablando con algún número no identificado estarías ahí sentado?Habló el jefe de seguridad, mi personal estaba estrictamente vigilado, nada se le pasaba a Rata en cuanto a la inteligencia.—Estamos trabajando —Fue mi comentario.—Cebolla, déjame con el Patrón un momento.—¿Acabas de desautorizar una de mis órdenes? Debía entregarme el informe.Simón miró a Cebolla, quien se levantó encogiéndose de hombros.—No me pongan a escoger, qué gonorrea de
Fue una súplica y el corazón parecía a punto de salirse de pecho, era una maldita escoria, desde pequeño me lo restregaron en la cara, nunca había tenido miedo de nada, y ahora estaba a punto de cagarme en los pantalones, ¿por esperar la respuesta de una mujer?Ella no habló, afirmó. Sus ojos brillaron, me lancé a besarla, la alcé, sus piernas se enrollaron alrededor de mi cintura. Cerré con el pie la puerta de la calle y la llevé hasta su habitación sin soltar un segundo sus labios. La dejé en la cama, no quería rozar mi verga, solo necesitaba abrazarla.Me quité la camiseta, el pantalón, ella se metió debajo de las cobijas, al imitarla, la cama estaba tibia. La abracé, enroscó sus pies con los míos, como lo había hecho en días pasados desde que se quedó en la casa. Incrusté la cabeza en la espesura de su delicioso cabello.—De todas formas, el apartamento es hermoso.Comentó, le di un beso en el cabello sonriendo, nuestro enemigo en discordia.—Es tuyo, Verónica —susurré, los ojos m
Llegué a la casa con una sonrisa que no pude borrármela por más caras de asombro por parte del personal que me cuida. El recibimiento de Cebolla fue muy explícito.—Al menos hoy no nos dejarán trabajando sin alimentarnos. —fingí seriedad—. Lo siento Patrón. —bajó la mirada.—Patrón. —llamó Rata—. En el despacho dejé la encomienda, debe probársela. Es agradable verte esa cara, pensaba si venías igual al día de ayer te daría una paliza.—¡No jodan!Contesté, fui al despacho. Al ingresar, en el escritorio se encontraba un maletín, lo abrí y ahí reposaba la fortuna invertida en un traje antibalas.—Debes ponerte esto.Me entregó un bóxer y un enterizo delgado, el interior tenía un velcro en donde estarían mis bolas. Me quité la ropa para remplazar por la entregada, el enterizo tenía el hueco para que mis bolas estuvieran libres.» El enterizo llega hasta el cuello y a un lado tienes la capucha.Me la puse, se veía muy nítido a través de la malla, me vi en el espejo del baño del despacho,
Los hombres se quedaron callados ante mi orden.—¿Pasa algo?¿Me temes? Sonreí, arqueé una ceja. Mejor no preguntes una mierda, porque vas para el matadero.—¿Debería pasar algo? —Le respondí, negó con premura—. Necesito hablar con mi gente.—Sí señor.—¡Señoras y señores! —No sé quién hablaba por el micrófono—. Tenemos una presentación, los invitamos a que miren a dichas ricuras.Recordé la mañana del ensayo con las putas, deben ser ellas. Debió de ser alguna de ellas quien le comentó lo del cumpleaños. Cuando enfoqué a Rata su rostro estaba muy rojo. Algo pasó, caminé en su dirección. La gente se fue acercando a la tarima, seis viejas estaban de espalda… ¡Seis!, Verónica dirigía a cinco…—Patrón…La música sonó, la canción de Enrique Iglesias comenzó, la gente soltó silbidos de euforia. Al enfocar la tarima mi novia marcaba la pauta del grupo de baile. Me dieron ganas de bajarla. La razón me decía métela en un auto y mándala de regreso. Sin embargo, no fue eso lo que sentí. Ella me
Verónica lloraba, Rata la jalaba para meterla en el túnel de hojas, pero esos ojos era una súplica.—Rata…—No hay nada que hacer. —Ella no escuchaba la conversación.—El Negro.Lo llamé era uno de los hombres en el interior de la casa.—¡Patrón está mierda, está que arde!—Lo sé, sal de ahí, están matando a todo el mundo, si de camino ves a Lorena sácala por favor.La voz de El Negro se escuchaba agitada y los tiros seguían sin detenerse. Estábamos en una casaría.—Lo haré.—¡Pero sal tú gonorrea! —Le ordené—. Rata, el trayecto es de medio kilómetro y mientras estemos aquí no creo que nos vean. El peligro lo tendremos al salir. Debemos hacerlo, debemos perdernos.Verónica había salido descalza, sus pies le sangraban igual que el brazo izquierdo, fue ahí cuando me percaté de las enredaderas que eran con espinas. También tenían ramas partidas y se podían convertir en armas para ella, al llegar al final Rata se detuvo.—Patrón, debemos correr. —Me quité la máscara un momento.—Hermosa.
El tiempo se había detenido ante la espera de que los paramédicos hicieran su trabajo.—¡Volvió el pulso!Gritó un paramédico, pegué mis labios en su frente, me quedé así hasta que aterrizamos en la azotea de la clínica. Nos esperaban, me quitaron de su lado, Rata intentó retenerme, me zafé y seguí como sonámbulo la camilla donde la transportaban. La metieron en el quirófano, ahí no pude entrar.—Don Roland. —Era la segunda vez que el doctor Mendoza atendía a Verónica—. No puede entrar, señor.—Escúcheme doctor, si ella muere, usted, su familia y la de todos los que la atienden, morirán, me importa un culo que no esté en sus manos, de igual forma los mataré a todos.—Patrón… —Rata puso su mano en el hombro.—Hay cosas que solo Dios puede solucionar, señor. —refutó el médico.—¡A la mierda con ese señor Dios!Una imagen de la mujer llamada mi madre inundó el pensamiento, mientras el doctor entraba al quirófano y cerraban las puertas en las narices. Ella en mis recuerdos decía; «el seño
Me senté en el sillón de la sala de espera, al frente mío una vez más vi el anciano que se sentó ayer al lado de Raúl. No dejaba de moverme. Por mi culpa tendrá una horrible cicatriz en su bello cuerpo.—¿Por qué le pasan cosas a ella?Hablé en voz alta, me movía a delante y atrás en el mueble. Como si me meciera.—Confía en Dios.Habló el anciano, lo miré con ganas de matarlo. Qué sentido tenía escuchar a todo el mundo, mencionar al ser más malvado del universo. No se habían dado cuenta de que era lo más mezquino que la iglesia se ha podido inventar.» Todo tiene un propósito.—Pues que se olvide de tomar a mi novia como conejillo de indias. A ella su Dios me la deje a un lado, si necesita algo que me lo pida, pero a ella ¡qué no la toque!El anciano sonrió, era la misma sonrisa de Verónica, esa expresión evitó el partirle la cara.—Me sorprende la inteligencia de mi Señor.—Mire… como se llame, usted parece haberse entregado a la destrucción mental del mundo, y ese es el fanatismo d
Todo era surrealista, parecía estar en un lugar desconocido. —Ven conmigo hijo.La voz del anciano tenía más firmeza que la mía, eso fue lo único que solo habló, tal vez fue el estado de somnolencia, dejé de resistirme, Rata me soltó sin bajar la guardia. Me acerqué a don Fausto.—Por favor no la desconecte.Supliqué. Las enfermeras atendían a Cebolla y a Santiago.—No sé mi hija que vio en ti.Quise contestarle que yo tampoco lo sabía, pero algo estaba logrando desde mi pecho.» No dejaré a mi niña consumirse en ese estado.—Pagaré todo, si es por dinero…—No conoces nada que no sea dinero, ¿cierto? ¿Quieres calmar tus remordimientos con mi hija? —don Fausto me miraba con enojo. Tal vez parezca un loco.—Es hora de caminar Roland. —intervino el viejo de nuevo. —¡Yo tampoco sé por qué Verónica me ama!, pero algo está haciendo conmigo, por favor no la desconecte.—Mi tiempo se agota. —¡ese señor es irritante!—¡Ya voy! —Le grité al viejo—. Por favor… —Le supliqué a mi suegro.—Mañan