—¡Imbécil! ¡Atrevido! ¡Mil veces idiota! —Leela se paseaba de un lado a otro dentro de su tienda—. ¿Quién se cree que es? ¡Príncipe de pacotilla! —se sentía indignada y a la vez emocionada. Sus pensamientos y sentimientos eran confusos, un caos total. Tenía miedo de como ella y el príncipe cruzaban esa línea peligrosa, de como ellos se necesitaban—. ¿Cómo se atreve a decirme que le gusto? ¿Por qué rayos me besó? Teníamos un trato, el muy imbécil me rechazó en nombre de ese trato —se sentó sobre su colchón y puso sus manos sobre su cabeza—. ¿Él sí puede, pero yo no? ¡Es un egoísta! Yo no seré la amante de nadie. Si él se va a casar con esa princesa que se olvide de mí —suspiró y bajó el rostro con tristeza&mda
El príncipe volvió al palacio con la victoria. Solo faltaba una cosa: ir por el rey del Norte y Dimitri. Durante la guerra: día 4—Padre, Dimitri nos espera a las afueras del Norte. —Kara entró a la habitación del rey.—¿Qué dices? ¿Por qué? —El rey preguntó preocupado.—Estamos perdiendo la guerra. El ejército del príncipe Jing nos dobla en número, además muchos de los gobiernos que nos apoyaban se unieron al rey del Sur.—¡No puede ser! —El rey golpeó una columna—. ¡Tanto sacrificio para nada!—No te preocupes, padre. —Kara esbozó una sonrisa—. Dimitri tiene un plan. Solo debemos espera
—Señorita Brown. —El príncipe estaba frente a ella con la mirada seria, quien estaba sobre sus rodillas en el patio del Dojo del maestro Lee—. ¿Por qué quiere ser una guerrera? —Jing preguntó atento a su repuesta, pero inexpresivo. Leela lo miró a los ojos con firmeza.—Quiero hacer justicia —respondió con mucha seguridad y entusiasmo—. Desde pequeña he visto como los más débiles han sido pisoteados por gente malvada y sin escrúpulos. Fui testigo del miedo de la gente de mi aldea, cada vez que se escuchaban rumores de que los rebeldes iban a atacar. Y después... —hizo una pausa—, ver la aldea destruida y encontrar a mi madre muerta... Quería venganza, pero, he aprendido que la venganza no iba a quitar el mal del mundo. Entonces, he entrenado duro para luchar contra los malvados y defender a los inocentes. Cre
Bruno estaba sentado en un banco que se encontraba debajo un árbol, ¿con una mujer?—¿Por qué no vamos a un lugar más privado, guapo? —La chica de cabello rojo acariciaba su mejilla con un dedo de forma provocativa.—Suena tentador, preciosa... ¡Rayos! —espetó de repente—. ¿Qué hora es?—Es medio día, yo ya tengo hambre —contestó mirándolo con lujuria.—Lo siento, cariño, pero será otro día. —Se levantó con rapidez para marcharse.—¿Me estás tomando el pelo? —La chica preguntó molesta.—No, preciosa. Es que mis amigos me deben estar esperando, ¡rayos, las chicas van a matarme!—¿Chicas? —La mujer cuestionó elevando una ceja.—No pi
Leela se despertó tarde ese día aprovechando las pequeñas vacaciones, puesto que el príncipe la tenía solo entrenando después de que ella capturó al rey del Norte.Se quedó pensativa un rato. Habían pasado tantas cosas en su vida que ni siquiera sabía qué camino sería el correcto. Por más enojada y decepcionada que estuviera con el príncipe, había una parte de ella que sabía que él la necesitaba. A veces creía que él sentía lo mismo, pero su comportamiento la confundía. Suspiró tratando de llevarse sus pensamientos con aquel suspiro.—¿Es posible que yo me robe al príncipe? —pensó en voz alta y rio ante su ocurrencia.Salió a buscar a Ulises para que le explique su extraño comportamiento con Eli. La mañana estaba nublada y fresca y ella sin
Ulises corrió desesperado a buscar a Anya. Todo el trayecto su cuerpo temblaba mientras las lágrimas mojaban su rostro. ¡Cómo pudo ser tan tonto! Por su culpa su amada amiga y hermana estaba en manos de Dimitri. La rabia le nubló la razón.—¡Voy a matarla! —espetó mientras se escabullía por el jardín que estaba frente al palacio.Anya vivía en una habitación de las viviendas que quedaban cerca del palacio, en la entrada donde empezaban los árboles que rodeaban sus límites. Esas viviendas eran habitadas por sirvientes y cargadores de mercancías para el imponente hogar de los reyes. Ellos se encargaban de los jardines que lo rodeaban y del mantenimiento de la sala de reunión. Tocó la puerta con violencia varias veces. Después de unos minutos lo recibió una Anya pálida y asustada. Él entró sin esperar la
El sol se colaba por las ventanas afectando sus ojos. Se despertó relajada y con una sensación de bienestar que le sacó una sonrisa. Miró a su lado y su corazón latió de la felicidad al ver el bello rostro de Edward frente a ella, quien dormía plácido y sonriente. Definitivamente, ese hombre la enloquecía y afectaba demasiado. El medio asiático tenía su encanto y claro, sabía lo que hacía en la cama. Conocía lo que le gustaba y entendía bien lo que ella quería en el acto sexual. Al parecer, ella también sabía qué le gustaba a él. Era extraña la manera tan intensa de conocerse y sentir que amaba a alguien en tan poco tiempo. A decir verdad, no recordaba haber estado con un hombre antes, hecho que le parecía extraño, puesto que cuando ella y Edward estuvieron juntos, no le pareció ser virgen y fue fácil seg
La brisa de la noche golpeó su rostro, así que se aferró al manto negro para combatir el frío. Las lágrimas mojaban sus mejillas y luchaba por no soltar aquel alarido que quería romper su pecho. ¡Lo había perdido! Su príncipe encontró a su complemento. Debía alejarse de allí, pero ¿por qué no tenía las fuerzas? Una corriente la atraía hacia la entrada del palacio, trató de saltar o correr, pero su cuerpo estaba pesado. Se ocultó tras unos arbustos del jardín que se encontraba frente a la entrada del salón de eventos para no ser vista. No entendía la razón de su pérdida de energía, no entendía que era esa corriente que la atraía hacia el salón, pero debía luchar con todas sus fuerzas para no ser descubierta. Se sentó sobre la grama y abrazó sus rodillas, mientras sollozaba lo m&
Los reyes escudriñaban incrédulos el cuello de Leela, entonces la reina se acercó a ella y la examinó suspicaz. Leela se sentía como gatito acorralado y la miraba de soslayo con extrañeza. —¡No puedo aceptar esto! —Movía la cabeza en negación y lamento—. Mi hijo, el príncipe, él... —miró a Leela con desprecio—, él no se puede casar con esta mujer. Yo no lo acepto, no acepto a esta mujer como esposa de mi hijo.—No es su decisión, señora. —El anciano replicó de mal gusto—. Más que asuntos de apariencia, títulos y diferencias sociales, está en juego la estabilidad de los mundos. Pero creo que esta unión será una gran lección para ustedes. Solo les importa sus títulos y sus clases sociales, pero no miran más allá de las apariencias. &i