Mr. Blaze
Mr. Blaze
Por: Paola Arias
Petición

SOFIA

Desde que mis padres se fueron de la ciudad por cuestiones que hasta el día de hoy desconozco; mi abuela se ha hecho cargo de mí y de mi hermano menor. Tanto así, que todo el sacrificio que hizo con el pasar de los años, su salud se vio afectada, enfermo poco a poco hasta que hace un par meses descubrieron un tumor en sus pulmones.

Suelo pensar y me digo a mí misma que mi futuro se vio truncado por todo aquello que sucedió, pero la comida no llega sola a la mesa y el pagar las cuotas de la hipoteca de la casa, nos llevó al borde del abismo. Además están los gastos de la universidad de Jhonny; mi hermano.

No me importa si me estoy sacrificando, pero mi abuela me necesita, el banco no nos puede quitar lo único que tenemos y mi hermano merece tener un buen futuro; ser alguien en la vida.

— ¡Sofia! — exclama Ximena, una chica que lleva trabajando cinco años en el sensuel —. Hoy es tu día de suerte, mujer. El Sr. Blaze, esta en su oficina.

Abro los ojos y sonrío nervosa. Llevo menos de un mes trabajando en este bar, y nunca je visto al famoso y atractivo dueño del establecimiento.

— ¿Enserio? — asiente con una sonrisa en sus labios —. ¿Crees que me atienda? Realmente necesito hablar con él.

— No pierdes nada con intentar — sonríe y me da una mirada que no logro descifrar —. Con lo ambicioso que es, seguro no se va a negar.

Suelta una ligera sonrisa y frunzo el ceño muy confundida.

— Si acepta, no te hagas ilusiones — hago una mueca, da media vuelta y se va hacia los vestidores.

¿Que quiso decir con eso? Cada día me sorprende lo versátil que es este lugar. A pesar de que solo soy una camarera, no soy tonta y mucho menos ciega, para no darme cuenta que algunas de las chicas ofrecen sus servicios.

— Espero que no este pensando que haré lo mismo que ellas — susurro para mí y empiezo a limpiar las mesas.

Al terminar de realizar la limpieza y de organizar una que otra botella en la bodega; me decido a hablar con jefe. Lo mínimo que me puede decir es no.

Miro las escaleras y limpio mis manos sudorosas en el costado de mi falda. Levanto la cabeza y empiezo a subir cada escalón. Todo me tiembla y no sé por qué. No conozco a Dominic Blaze, pero he escuchado de varias chicas lo atractivo y lo salvaje que es en el sexo, también lo cruel que se comporta después de estar satisfecho.

Un bastardo completo, me grita mi mente.

Sacudo la cabeza ante mis pensamientos, me detengo frente a la puerta, suelto el aire lentamente y toco dos veces en ella.

— Adelante — ordena una potente y ronca voz. Paso saliva, agarro la perilla y giro de a poco —. Les dije que no quería ver a nadie ¿Que parte no entendieron?.

— Lo siento, Sr. Blaze — doy un paso al frente y me encuentro con el hombre más atractivo que haya visto en mi poca vida.

No estaban diciendo mentiras cuando describieron la belleza de este ser masculino; visiblemente musculoso, cabellos negros como la noche, que caen en desorden por su frente. Unos inquietantes y profundos ojos de color gris. Unos carnosos y rosados labios. Una mandíbula cuadrada y un aire de superioridad.

— ¿Te piensas quedar  ahí? — paso saliva y cierro la puerta tras de mí.

Camino hasta llegar frente al escritorio, sin quitar mi vista de él, puedo notar su semblante cansado; debajo de esos ojos tan atrayentes se vislumbran unas opacas bolsas.

— ¿Qué quieres? — dice molesto. Sus ojos chocan con los míos y me pierdo por un instante en ellos —. Hoy no estoy de humor para tener sexo con alguna de ustedes, así que vete.

Abro los ojos y frunzo los labios.

— No vine para eso, señor — contesto molesta y sonríe ladeado —. Jamás tendría sexo con mi propio jefe, y menos con un hombre tan petulante...

Cierro mi boca de golpe y paso saliva. Estoy muerta, sin dinero y además sin empleo.

— Trabajas aquí — se levanta de la silla. Que hombre tan imponente, con semejante altura.

Estrecha los ojos y empieza a dar pasos largos pero lentos hacia mí, sus ojos adquieren cierto brillo y sin borrar la sonrisa de sus labios; rodea el escritorio y se sienta en un orilla.

— Sí, señor. De hecho empecé hace poco — cruza los brazos y escanea mi cuerpo por completo.

— Se nota, al parecer debes aprender a respetar — dice tranquilamente.

Me va a despedir.

— Le pido una disculpa, señor. Yo solo soy una camarera, y vine para pedirle un favor — todo me tiembla y más con esa mirada tan fija sobre mí. Las palabras apenas si salen de mi boca.

— La escucho — pronuncia lentamente. Vuelvo a pasar saliva y me lleno de valor.

— Señor, yo sé que llevo poco tiempo trabajando para usted — tomo aire y muerdo mi labio —. ¿Usted podría hacerme un préstamo de dinero? Claro esta, si quiere hago turnos dobles, o puedo hasta limpiar su casa, para minimizar la deuda... Entonces ¿Qué dice?.

Descruza los brazos y me mira nuevamente el cuerpo; este uniforme de camarera es tan pequeño y ajustado, que me siento sin nada ante semejante hombre. Se levanta y camina hacia mí.

Levanto la cabeza una vez esta frente mío y empieza a caminar a mi alrededor; como si yo fuera una pequeña presa y él el hambriento león.

— ¿Para qué necesita el dinero? — pregunta a mis espaldas. Me quedo totalmente quieta, con el pulso y el corazón a mil —. ¿Estaría dispuesta a pagarme de la forma que yo le exija?. No necesito una sirvienta, ya tengo muchas. Tampoco que doble turnos, hay suficientes camareras.

Cierro los ojos y su olor a hombre altera el poco razonamiento que me queda.

— Bueno... yo lo necesito para pagar unas cosas — sus manos tocan mi cintura y jadeo por sorpresa —.  ¿Entonces como puedo pagarle?.

Mi respiración se corta y mi pecho empieza a subir y a bajar con pesadez. Su nariz roza mi oreja, sus labios medio tocan mi cuello y sus dedos se hunden con fuerza sobre mi ropa.

Mierda, es como si estuviera tocando directamente mi piel.

— Me sirves para un trabajo que tengo en mente desde hace tiempo — susurra y su aliento a alcohol se alcanza a percibir. Cierro los ojos y mi vientre se calienta al sentir sus dientes rozando el lóbulo de mi oreja.

— ¿Qué tipo de trabajo? — logro decir y me gira rápidamente. Me sostengo de sus brazos por el susto.

— Harás todo lo que yo te pida — no contesta mi pregunta. Sus largos dedos escalan por mi espalda hasta llegar a mi cuello —. Te voy a enseñar, para que hagas un excelente trabajo.

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