Capítulo 4

El tipo abre los ojos de par en par, me mira completamente sorprendido al verme molesta o tal vez que le parece increíble que alguien tan bajita como yo le hable de esa forma. En cualquier caso, está sorprendido, pero esa sorpresa desaparece siendo reemplazada por una enorme sonrisa seguida de una estruendosa carcajada. Estoy tan enfrascada en mi situación con este hombre, que no estoy segura si el viejo barquero ya llegó.

Siento un ligero golpe sobre mi cabeza, enseguida volteo a ver de qué se trata y una gran sonrisa se posa sobre mis labios al ver a Caronte parado a mi lado, se nota confundido por la risa del invitado no deseado.

— ¡Caronte! — Exclama feliz. — ¿Te lo puedes creer? Me acaban de decir que estoy loco— Unas lágrimas de alegría se le escapan de los ojos y le cuesta mucho hablar, incluso respirar le parece una tarea difícil.

Ahora el viejo me mira con los ojos abiertos de par en par, ladeo un poco la cabeza por su reacción; no entiendo porque se sorprende, sabe que soy honesta con lo que pienso. Sin previo aviso, el vejestorio me jala con fuerza de la oreja, haciendo que suelte varios quejidos de dolor.

— ¡Jovencita que grosera eres! — Me reprocha con severidad.

Trato de hacer que el viejo me suelte la oreja, pero me tiene muy bien agarrada y cada intento es en vano, de hecho, me aprieta con más fuerza. Muy seguramente mi pobre oreja va a quedar roja.

—Dejala Caronte, ella tiene razón— Su risa va cesando poco a poco, hasta estar completamente calmado, de momentos toma grandes bocanadas de aire. —Cuando vine a este mundo por primera vez, me pareció un lugar bastante solitario, teniendo en cuenta de que las personas mueren todos los días, los Campos Elíseos eran un simple prado lleno de flores, muy bonito, pero bastante solitario.

Caronte deja de jalarme la oreja, mira al hombre con asombro mientras le da unas suaves palmaditas en la espalda; ¡Yo todavía sigo confundida! ¿¡Quién es ese hombre?! Resoplo con fuerza y me sobo mi oreja, dedicándole un puchero al barquero.

—Sigue con esa labor tan fantástica que haces, ninfa, tú le das vida a este lugar tan triste— Me dedica una cálida sonrisa. —Sabes... me causas mucha curiosidad, creo que, a partir de ahora, vendré más seguido.

Sin darme tiempo a reaccionar o de decirle algo, él se aleja de nosotros, dejando una estela de misterio y confusión atrás. Ladeo un poco la cabeza y frunzo el ceño, todavía me sigo sobando... el viejo se pasó de fuerza conmigo esta vez.

— ¿Quién era ese tipo tan raro? Me dio un poco de repelús— Me froto los brazos con algo de fuerza mientras regreso la vista a la larga cola.

— ¿No te dijo quién era? — Pregunta sorprendido.

—No, por eso te pregunto a ti— Suelto una queda risa.

—Bueno, no importa, sigamos con nuestra labor—

Con el día terminado, decido irme a descansar, estoy muy cansada de tanto ir y venir por el río, pero, sobre todo, por estar entregando óvalos a las almas.

A la mañana siguiente, me arreglo como todos los días, en esta ocasión, he decidido usar una guirnalda dorada, mi hermana mayor me hizo el favor de peinarme esta vez... bueno, en realidad me peina todos los días.

—Minte, no sabes cómo adoro tu cabello verde… me das un poco de envidia—

Me carcajeo con bastante fuerza y miro de reojo a mi hermana; ella no tiene nada que envidiar. Me levanto de mi banquito y le doy un fuerte abrazo.

—Tu cabello dorado es hermoso hermana, no veo porque tenerle envidia a mi cabello, además tú eres la más hermosa de todas las Cocitias—

Ambas salimos de la cueva y nos vamos a hacer nuestros deberes. Llego hasta donde se encuentra el viejo Caronte y miro con atención la ausencia de almas.

— ¡Parece que las cosas arriba se han tranquilizado! — Grito entusiasmada.

Caronte pega un brinco en su lugar para luego reprenderme como de costumbre, yo no puedo evitar reírme a pesar de que me están regañando.

— ¡Chiquilla traviesa! —

Curiosa e intrigada, miro en dirección hacia la entrada del Inframundo, un pequeño suspiro se me escapa y una sonrisa se dibuja en mis labios. Por mi mente se pasan miles de preguntas.

—Viejo, ¿Nunca te has preguntado que hay ahí arriba? —

—No, no es un lugar para mí, nací para estar resguardando este lugar—

Su respuesta me deja enojada, incluso algo indignada. Resoplo y me cruzo de brazos, frunciendo el ceño y arrugando la nariz; a veces, el viejo puede ser muy amargado, como ahora, pero hay veces que es muy amable.

—Eres muy amargado Caronte— 

—Y tú eres una chiquilla muy inquieta—

Su mano huesuda se posa sobre mi cabeza y me despeina sin piedad, esto hace que resople con fuerza, esperando que con esto me deje tranquila, pero no ocurre y sigue haciéndolo. Trato de alejarlo, pero me es imposible.

—Parece que se divierten mientras trabajan—

La voz del hombre de ayer nos interrumpe de forma repentina, haciendo que Caronte aleje su mano y de un paso atrás; gracias a los dioses que me ha dejado tranquila... mi peinado se ha ido al Inframundo.

—Y a ti te gusta interrumpir a las personas— Le reprocho un poco enojada. — ¿Qué haces aquí? ¿No tienes nada que hacer? — Me cruzo de brazos y curvo los labios enojada.

—No mucho, no como ayer— Suelta una estruendosa carcajada. —Tranquila pequeña ninfa, no he venido a molestarte ni interrumpir tu día, sólo quería ver como estaban las cosas por aquí, es todo—

Ambos nos miramos directo a los ojos, él tiene una expresión serena y relajada, yo por mi parte me encuentro un tanto molesta por su presencia, parece que quiere mantenernos vigilados y no sé porque.

—En fin… iré a revisar el río— Me acerco a la orilla del río con algo de flojera. —Nos vemos luego viejo, si encuentro algo interesante te aviso— 

Me tiro al río y empiezo a andar por él como siempre lo hago. Para aquellos que no estén hechos para esta labor, meterse en este río es demasiado peligroso ya que hace desaparecer las almas de aquellos que se meten, además de que está muy oscuro, no logras distinguir nada de lo que tienes enfrente de ti, pero como estoy hecha para esto no me da miedo y soy inmune a sus efectos dañinos.

—Sabes, deberías esperar a que te contesten antes de irte, es de mala educación dejar a tus invitados—

Me detengo en seco al oír la voz de aquel hombre, miro hacia mi lado izquierdo y veo aquel hombre, asustada salgo a la superficie del río mientras lo tomo del brazo para luego llevarlo a la orilla.

— ¿¡Que haces aquí?! Estar en este río es peligroso—

El hombre me mira curioso mientras se tiende sobre la orilla, su cabello escurre agua dándole un toque sexy y sensual.

—Te lo acabo de decir, me dejaste ahí parado con la palabra en la boca—

Suelto un bufido de enojo mientras miro al hombre furiosa, me acerco a él lista para meterle una buena bofetada ya que por su culpa podría meterme en problemas con mi padre.

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