02

El ascensor se detiene y abre sus puertas en el living de la empresa, suelto un suspiro y empleando mi actitud seria, empiezo a caminar con seguridad y sin mirar a nadie. En estós últimos años entendí porqué la actitud de Damián con sus empleados, sus aires de grandeza, de altanería cuando estaba frente a ellos.

Y es que no era para nada fácil llevar las riendas de una empresa de tal magnitud como para que encima tener que estar pendiente de cada cosa que hacían los empleados para que no arruinanse las cosas importantes. Yo trataba de ser amable, de ser gentil y no una jefa autoritaria y detestable, pero cuando me dí cuenta que muchos de los empleados se aprovechaban de ello, tuve que recurrir a las forma de la bestia y no tener con ellos ninguna otra relación que no fuera la de jefe/empleado. Suena feo, incluso a mí misma me causaba algo de molestia esa normalidad, pero me sostenía de la idea de que debía acrecentar lo que mi bestia dejó en mis manos, debía hacer que se sintiera orgulloso de mí dónde sea que estuviera, y dejando que los empleados hicieran de las suyas conmigo no lo iba a conseguir.

Gracias a mi actitud hoy en día puedo decir orgullosamente que estoy dejando la empresa muchísimo más arriba de lo que de por sí ya estaba.

Mis tacones negros resuenan por el living del edificio con seguridad, mis pasos son seguros, como si fuera una maldita reina a la que le importa muy poco las personas a su alrededor. Puedo sentir las miradas que me dedican, quizás las mismas que le dedicaban a Damián cada vez que hacía el mismo recorrido que yo.

Sin detenerme ni un solo segundo y sin desviar la mirada en ningún momento, salgo de interior del edificio y el cálido sol de primavera acaricia mi piel delicadamente, echo un vistazo a mi alrededor; autos que transcurren con serenidad, personas caminando, algunas van rápido otras van tranquilas, edificios por dónde salen y entran personas cada dos minutos.

Lo normal...

Sin más distracciones acorto la distancia que me separa del auto y me introduzco en él para luego encender el motor y marcharme rumbo a casa de Amy. Estoy sobre la hora, a penas logré desocuparme a tiempo para ir por los niños.

Conduzco en silencio, con la mente en los recuerdos y pensamientos que me abordan cuando no hay nada más ocupando mi cabeza. Los minutos empiezan a transcurrir y con ellos sonrisas nostálgicas, otras más tristes. Recuerdos que hacen que en mis ojos las lágrimas se acumulen, las mismas lágrimas que me obligo a dejar allí.

Su voz inunda mi cabeza y mi corazón se aprieta, puedo sentir su tacto, sus besos, sus abrazos, puedo sentirlos pero al mismo tiempo se sienten tan lejanos, tan distantes, tan... Tan nada, no siento nada, hace mucho que no siento nada porqué todo está en mi mente, en mis recuerdos, Damián no está.

Golpeo el volante en un pequeño intento de liberar la frustración, la importancia, el dolor latente... El dolor que tal parece que nunca me a abandonar.

—Ya basta, Ámbar— me regaño a mí misma con enojo mientras adentro el auto al vecindario de Amy.— ya no más— susurro y suelto aire por la boca.

Avanzo unos minutos más y estaciono el auto detrás de el Liam, apago el motor y me quedo unos segundos sentada sin más, tratando de recuperarme,   tratando de relajar mi corazón. Giro la cabeza al lado derecho y a través de la ventana del copiloto puedo ver la casa de Amy. La misma que visité con Damián en víspera de navidad hace más de cinco años.

Lie estuvo mucho tiempo tratando de convencerla para que fuera a vivir con ella, pero mi querida Amy se negaba rotundamente a abandonar el vecindario que vió a sus pequeños crecer. Ahora la casa sin dudas era una de las más bonitas y grandes de esté y todos los demás vecindarios cercanos.

Cuando la puerta de la casa se abrió y pude ver a Melany salir con sus dos pequeñas en brazos, me decido a bajar del auto. Suelto aire y dibujo una sonrisa en mis labios antes de cerrar la puerta y rodear el vehículo. Una sonrisa tierna se dibuja en los labios de Melany al verme, sonrió de vuelta y a medida que ella avanza hacia el auto de su esposo y yo al interior de la casa nos vamos acercando.

—Feliz cumpleaños, Ám— dice haciendo malabares para evitar que unos de los bolsos lilas de bebé se resbale por su hombro pero el éxito no llega a sus movimientos y la pañalera se resbala hasta la parte interior del codo.

Río con ternura y me acercó a ella para tomar a una de las mellizas de Liam en mis brazos y de esta manera ayudar a su ajetreada madre aunque sea hasta el auto en que se irán a su casa.

—Gracias, Mel— respondo entre risas al ver a la pequeña Elissa reír por verme.— ¿Como estás?— preguntó y acomodo a la bebé de un año en mis brazos— Hace mucho que no te veía ¿Y Liam?

Ella empieza a avanzar hacia el auto frente al mío y yo la sigo.

—Estoy muy bien, gracias por preguntar— ríe bajito— Liam está en el centro comercial con Lie— Asentí sabiendo de antemano que el chico trabajaba con su hermana— y yo he estado un poco ocupada con la universidad, ya sabes— abre la puerta trasera del auto y la mitad de su cuerpo se pierde dentro para dejar a Lissa en una de las dos sillas para autos que hay dentro.— estoy en exámenes finales y entre las niñas, el nuevo apartamento y Liam que también parece un niño, creo que voy a explotar— está tan apresurada que su tono es igual de rápido que los movimientos ansiosos en sus manos. Después de dejar los dos bolsos de bebé y asegurar a la otra melliza sale del auto y me sonríe— He visto a Mía— señala la casa a mis espaldas y yo sonrió— hace un par de meses que no la veía y parece que han pasado años; está enorme— añade y extiende sus brazos hacia Elissa, quién enseguida abandona los míos y va con su mamá.— se parece mucho a tí— sonrió y ella vuelve a girar para meterse nuevamente al vehículo y asegurar a su niña— pero sinceramente yo veo mucho más parecido a su padre— mi sonrisa se vuelve nostálgica y desvió la mirada por encima del auto.

—Si, seguro.— susurro para cortar ese tema y vuelvo a sonreír aunque ella ni siquiera me está mirando— Bueno, hasta luego, espero verte pronto— giro sobre mis talones— suerte con los exámenes.

—Hey— me llama y giro hacia ella— espera, te tengo un regalo— sonrío y avanzo los poco pasos que me había alejado. Cierra la puerta trasera del auto y abre la del copiloto, del asiento toma una pequeña bolsita azul y me la tiende con una sonrisa.— espero que te guste.

Tomo el regalo y me acerco a ella para darle un corto abrazo y un beso en la mejilla.

—Gracias, Mel, no debiste molestarte— ella ríe brevemente y hace un ademán con la mano para restarle importancia.

—No es nada.— sonríe y empieza a caminar para rodear el auto.— que pases un feliz cumpleaños, Ám.— dice mientras se despide moviendo su mano en el aire.

Levanto mi mano en su dirección y muevo mis dedos a modo de despedida, la veo subir al auto y continuamente arrancar llevándose consigo a las dos nietas pequeñas de Amy. Sin más vuelvo a girar sobre mis talones y empiezo avanzar nuevamente hacia adentro de la casa.

A medida que me voy acercando puedo escuchar la voz de Amy pidiéndole a los niños que sonrían a la cámara, y es que ella tenía una obsesión por tomarle fotos cada dos segundos a todos sus nietos. Una sonrisa se dibuja en mi rostro al recordar todo el cariño que esa mujer nos ha brindado a mi hija y a mí en estós años.

La puerta de entrada está levemente entonada, de seguro la pobre Melany no encontró forma de cerrarla con las niñas en brazos. Sin necesidad de tocar abro la puerta un poco más hasta que soy capaz de entrar.

Lo primero que llega a mi vista es el cuerpo de la abuela consentidora ya lista para irse a su consulta mensual con el doctor, en su manos trae una cámara digital la cual está llena de fotografías de sus adoraciones: Noah, Mía, Elissa y Lissa. Aún no se ha dado cuenta de mi presencia, está mirando con una sonrisa plasmada en los labios la pantalla de la cámara mientras poco a poco y sin girarse se aleja del pie de las escaleras.

Una vez que su distancia es prudente enfoca la cámara hacia arriba y es entonces cuando decido girar mi cabeza a la izquierda y mis ojos se fija en los dos pequeños al inicio de las escaleras.

Mi sonrisa se borra de inmediato, mis ojos se abren y mi corazón da un vuelco al darme cuenta lo que planean hacer; Ambos tienen cacerolas de metal en la cabeza, en sus manos libres cada uno sujeta una espátula y las tienden al frente como si fueran caballeros medievales y ellas sus espadas. Ambos están sobre una alfombra afelpada y gruesa la cual está siendo sostenida adelante por ellos mismos.

—¡Ahora!— grita Amy con más entusiasmo que cualquiera.

—¡No!— grito yo al mismo tiempo que ellos se impulsan hacia adelante y la alfombra empieza a resbalar con ellos encima.

Mi corazón da un vuelco y reanuda su marcha aceleradamente con miedo de que les suceda algo. Ellos en cambio se carcajean ruidosamente mientras sus “Cascos” saltan sin parar en sus cabecitas. Amy no paraba de fotografiar o grabar el momento sin dejar de reír igual o más que ellos mismos.

Finalmente el recorrido acaba y la alfombra aterriza sobre un montón de almohadas situadas al pie de las escaleras; siguen riendo, fuerte y con diversión, las cacerolas se han movido de tal forma que ahora les cubren los ojos a ambos y eso parece causarles mucha más risa.

Sólo entonces me decido a sonreír y mi corazón empieza a calmarse.

—¡Mami!

—¡Tía!

Gritan al unísono cuando captan mi presencia y salen corriendo en mi dirección, me agacho para recibir los abrazos de bienvenida de mis pequeños bebés.

—Feliz cumpleaños, tía— dice Noah tomando mi cara y empezando dejar muchos besitos en mi rostro, río sin poder parar.—Te quiero mucho, mucho, mucho...

—¡Yo la quiero más!— grita Mía llenándose de celos.

—¡Yo la quiero más porqué soy más grande y por eso mi amor es más que el tuyo!— grita el pequeño pelinegro con tanta inocencia que mi corazón se llena de ternura.

—¡Mamá!— recurre a la ayuda porqué se siente atrapada, no tiene argumentos para contraatacar a su inseparable cómplice y al mismo tiempo más grande rival. Ella cree que Noah tiene razón, qué el amor se mide por el tamaño de las personas y por ello siente que está perdiendo.— ¡Yo te amo más!— afirma duramente, como sí en lugar de estar diciendome que me ama estuviera regañandome por haber hecho algo muy malo.

Igual que su padre...

Asiento hacia ambos, ella sonríe y Noah frunce el ceño contradictoriamente.

—Ambos me aman mucho— resuelvo— lo siento aquí,— señalo mi pecho y ellos sonríen abiertamente— el amor de ambos por mí es del mismo tamaño.

Y eso termina por convencerlos.

—Muy bien,— interviene Amy con una sonrisa— vayan por las mochilas.— y como sí estuviera anunciando el inicio de la carrera más épica del momento, ambos niños se echan a correr escaleras arriba.—Feliz cumpleaños, cariño— dice mientras me envuelve en un abrazo maternal.

—Gracias, Amy— susurro y ella se separa, con sus envejecidos dedos pone un mechón de mi cabello detrás de mi oreja y luego sus ojos vuelven a los míos

—Eres tan joven,— susurra y sonrío tiernamente— el dolor no va a estar allí siempre, nena— entendiendo por dónde van sus palabras mi sonrisa se desvanece y mis ojos dejan de mirar los suyos y posan la mirada en el suelo.— Cuando el padre de Amelie y Liam murió, ellos estaban un poco más grandes que Noah y Mía.— mis ojos se humedecen pero pongo todo de mí para no soltar ni una sola lágrima— Sentí mucho dolor, por mucho tiempo pero entendí que tarde o temprano la ausencia se hace más llevadera y la felicidad de alguna forma regresa— acaricia mi rostro y baja el dedo índice por mi mejilla hasta dejarlo bajo mi mentón y levantar mi cara; mis ojos llorosos vuelven a encontrarse con los suyos y me dedica una débil sonrisa.— Talvez no sea ahora pero en algún momento la sonrisa que te esfuerzas por mantener todo el día va a llegar a tus ojos. Era más fuerte de lo que piensas, nena. —No, no lo soy.—Todo va estar bien— vuelve a abrazarme, deja un beso en mi mejilla y se separa para darme otra sonrisa y empezar a caminar a la puerta— asegúrate de cerrar bien la puerta antes de salir, cariño.— dice y sale de la casa cerrando detrás de ella.

Han pasado cuatro años y aún no puedo.

Quizás nunca logre ser enteramente feliz sin él.

Quizas nunca pueda superar su maldito final.

Quizás yo no quiero hacerlo, quizás sea yo la que no quiera superarlo, porqué simple y llanamente me rehuso a olvidarlo, a dejar de amarlo. Él me amó, a su maldita manera pero lo hizo, yo debo retribuirle todo ese amor, por lo menos para alivianar la culpa por haberlo dejado solo, por no quedarme con él.

No quiero ser feliz con otra persona sí eso significa dejar de amar a mi bestia, no quiero y no querré nunca amar de la misma forma a alguien que no sea él.

—¡Voy a llegar primero!— la voz de Noah hace que de un pequeño saltito en mi lugar. De inmediato seco mis lágrimas y dejo salir aire por mi boca.

Sonrío y giro para mirarlos.

—Con cuidado.— digo alto para que me escuchen, entre risas y sosteniéndose cuidadosamente empiezan a bajar.— No tan rápido Noah, puedes caerte...— la puerta se abre y al ver a la persona que aparece por ella los niños dejan de obedecerme y bajan como sí en lugar de escaleras fuera un tobogán.

—¡Tío!

—¡Papi!

Gritan al unísono llegando al primer piso y corriendo en dirección a Hansel. Sonrío sincera al verlo agacharse con una enorme sonrisa en su rostro para recibir a los niños. Hace tres semanas que no lo veíamos, y es que desde que la empresa en España empezó a crecer más, también empezó a robar mucho más el tiempo de Hansel.

Ahora prácticamente vivía en el continente europeo; tres semanas allá y una aquí, esa era su rutina mensual y por más que se le complicase nunca se saltaba la semana únicamente dedicada para su familia. En un par de ocasiones pidió a Amelie, incluso a mí irnos con él a España, pero aunque sabía que Hansel y Amelie nos veían a mi hija y a mí como su hermana y sobrina, yo no quería vivir en medio de ellos, eran una familia y debían disfrutarse sin intrusos, por más que ellos no nos vieran así. Por otro lado, Lie rechazo su oferta alegando que aquí no sólo estaba su trabajo sí no también su familia y que no podía dejarlos.

Él entendió perfectamente y se resignó a nuestra ajetreada vida, no obstante Lie y yo también sacabamos tiempo de nuestras apretadas agendas para ir a visitarlo junto a los niños uno de los fine de semana en los que él solía pasar solo en España.

—Los extrañé, tanto, tanto, tantísimo— les dice cuando los tiene en brazos y los carga a ambos sin ningún problema. Los mira sonriente y alza las cejas haciendo una cara divertida que hasta a mí me hace reír—y supongo que ustedes a mí ¿No?— pregunta con los ojos chicos mientras pasa la mirada del niño a la niña.

—¡Si! ¡Mucho! ¡Mucho! ¡Mucho!— dice Mía besándole la mejilla.

—¡Pero yo más!— interviene Noah besando la otra mejilla de Hansel quién se ríe de la pequeña e infantil disputa—¡Por qué soy más grande y en mi hay más amor!— repite y mi hija frunce el ceño enojada.

—¡No es cierto!— se queja y me busca con la mirada— también amamos igual al tío ¿Verdad mami?— pregunta y yo asiento sin más.

Hansel baja a los niños y viene hacia mí, me sonríe como lo haría un hermano a punto de hacerle una travesura a su hermana y me abraza al mismo tiempo que revuelve mi antes perfectamente peinado cabello.

—¡Feliz cumpleaños, Ámbita!— grita como si fuera un niño, entre risas me separo y trató de quitar el cabello de mi cara.

Sí antes quería a Hansel, en estós últimos años lo he sabido amar como sí fuera mi hermano. Y es que el hijo de puta supo estar en cada momento para mí y mi hija que fué imposible no hacerlo. Hoy en día Hansel era lo más cercano que Mía tiene a un padre, él la trataba igual que como lo hacía con Noah, sin preferencias. Estuvo con ella en cada logro, cada llanto, se preocupaba por la hija de su mejor amigo cada vez que se enfermaba, aún estado en España siempre estaba al pendiente de ella, supo ser el padre que mi niña necesitaba.

—¿Tienes idea de lo mucho que me tarde para dejarlo perfecto?— pregunto con reproche pero sin dejar de sonreír.

—Nah— murmura y agarra un mechón de mi cabello sin ningún tipo de delicadeza— está igual de horrible que siempre— dice y mi puño aterriza en su brazo haciéndolo reír y desviar la mirada al pie de las escaleras, frunce el ceño al ver las almohadas y la alfombra allí— ¿Y eso?— pregunta con seriedad.

—Esos niños manipularon a la abuela para lanzarse desde inicio de las escaleras.— acuso esperando que les llame la atención para que no vuelvan a hacer algo así.

Pero en el momento exacto que una pícara sonrisa se desliza por sus labios me doy cuenta que eso será lo último que hará en su vida.

—¡Joder!— grita emocionado, como si fuera un niño recibiendo un dulce. Otro de mis puños va a parar a su brazo por la mala palabra frente a los niños.— lo siento— se disculpa en mi dirección y luego se gira hacia los niños que están muy entretenidos jugando a las palmas— ¡¿Como es posible que hayan hecho eso sin esperarme?!— los niños ríen y se acercan.

—Hansel, no.— sentencio detrás de él sabiendo de antemano lo que está pasando por su cabeza.

—¡Es divertido!— dicen ambos niños al mismo tiempo.—¡Hagámoslo de nuevo!— invitan a Hansel entre saltitos y no sé si es por seguirles la corriente o porqué en serio le emociona tanto como a ellos, pero el enorme pelinegro empieza a dar saltitos de emoción igual que ellos.

—¡Por supuesto!— joder.

—Hansel...

—Silencio Ámbar— me calla y se gira a mí.— no seas tan aguafiestas, pareces una anciana— se burla y saca de los bolsillos delanteros de su pantalón un celular.— ocúpate de grabar el momento más épico de la semana— dice de forma dramática y yo río.

—Te recuerdo que el de casi treinta y seis años aquí, eres tú— me defiendo alzando una ceja con suficiencia.

—Pero cuando el alma es la de un niño la edad no cuenta— ¡Ja! Me giña un ojo y toma la alfombra, seguido por los dos niños empieza a subir las escaleras.

—Debes ponerte estó—dice Noah a su padre ya cuando se encuentra sentados sobre la alfombra. Hansel se encorva más hacia él y el pequeño le pone la cacerola de Amy, en la cabeza.

—¿Pero y tú?— le pregunta Mía con seriedad mientras que con su manita evita que su “casco” caiga sobre sus ojos.

—¡Yo los protegeré usando mi espada!— Responde Noah alzando la espátula al frente y todos reímos.

—Entonces, todos estamos listos— dice el pelinegro con la cacerola en la cabeza— ¿Ya estás grabando, señora camarógrafa?— todos reímos.

—Desde que empezaste a subir las escaleras, señor alma de niño— me burlo.

—¡En sus marcas!— grita aumentando las carcajadas emocionadas de los niños— ¡Listos!— con sus brazos rodea los dos cuerpecitos— ¡Fuera!

Y con eso se impulsan hacia adelante y a través de la pantalla del celular puedo verlos caer con rapidez mientras que a las risas infantiles se unen las de Hansel y la mía.

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