03

Después de la llegada de Hansel, los cuatro nos dirigimos al centro comercial donde estaba Amelie trabajando, una vez allí los cinco fuimos al área de comida para tomar el almuerzo que ninguno de los tres adultos habíamos tomado, al contrario de los niños que gracias a la dulce abuelita Amy habían comido tan pronto como salieron del colegio.

Así que sólo se dispusieron a tomar su helado mientras nosotros comíamos entre risas y charlas triviales. Cuando el reloj marcó las cinco de la tarde decidimos regresar a casa con la idea de descansar un poco para salir por una cena de cumpleaños a las siete y media de la noche.

Hansel había dejado su auto en la casa de Amy, por lo que a su regreso subió de piloto en el vehículo de su esposa, la pequeña familia Smith y nosotras tomamos la misma ruta rumbo a nuestros hogares, y es que ellos vivían en el penthouse del edificio continuó al mío, uno de los edificios que también eran de Damián.

Los ví adentrarse al estacionamiento subterráneo y tras un bocinazo que hizo que Mía riera, nosotras seguimos avanzando hasta que un par de minutos después estacioné frente a nuestro edificio. No había necesidad de llevar el auto al estacionamiento subterráneo si de todas formas volvería a salir en unas dos horas aproximadamente.

Bajo del vehículo y cierro mi puerta de inmediato para luego abrir la de Mía, ella me sonríe y levanta sus piecitos al aire para mostrarme que en algún momento del camino se quitó los zapatos rosas que tanto había insistido en buscar.

—No te voy a cargar— advierto mientras le inclinó al interior para liberarla de los cinturones.— así que vuelve a colocarte los zapatos.

—Mami— refunfuña moviendo las piernas de arriba a bajo— Estoy cansada...

—Yo también.— refuto dejándola en libertad— Sólo son unos minutos más, mi amor— le sonrío pero ella no se convence— has estado todo el día brincando de un lugar a otro, un par de minutos más no es nada.

—Pero tengo sueño— se cruza de brazos y me mira con súplica, no puedo evitar sonreír, verla hacer berriche es como mirar a Damián, usa las misma tácticas sin ni siquiera haberlo conocido.

Río un poco, tomó la pañalera rosada y la cuelgo en mi hombro, mi cartera negra en la parte interior de mi codo y la mochila rosa en mi otro hombro, con una mano tomo los dos zapatitos rosas en el piso del auto y luego sonrío en su dirección.

—Andando— su sonrisa se ensancha y rodea con sus bracitos mi cuello y con sus piernas mi torso. Uno de mis brazos la sujeta y salgo del auto cerrando la puerta trasera para luego empezar a caminar al interior del edificio.

A medida que avanzo ella se acomoda hasta que su cabeza se recuesta en mi hombro y esconde su carita en la piel de mi cuello. Voy cargada, también estoy cansada, quiero llegar y darme una ducha larga para luego dormir un poco antes de la cena.

Cristian, el portero, me sonríe y trás un asentamiento de cabeza en mi dirección a modo de saludo, abre la puerta de cristal para permitirme el paso al interior del edificio. Kenny me mira y sonríe, quiere venir para ayudarme, pero está atendiendo a una señora, le sonrío para que no se preocupe, estoy cargada pero puedo con todo lo que llevo.

Me acerco a él a paso seguro y espero unos minutos a que termine de disipar las dudas de la mujer mayor a mi lado.

—¿Vinieron?— pregunto cuando algo enojada la señora se retira y camina al elevador— ¿Todo bien?

Asiente poniendo sus ojos unos segundos en Mía, pero ella parece estar quedándose dormida.

—Todo bien, señorita Ámbar.— sonríe— Vinieron en la mañana como siempre y todo estuvo perfecto.

—Muchas gracias, Kenny— su sonrisa se ensancha pero luego parece recordar algo y me mira dudoso unos segundos.

—¿Pasó algo?— pregunto frunciendo el ceño, él lleva su mano hasta la parte trasera de su cuello y rasca.

—Es que no supe que hacer— empieza a a explicar y yo me confundo más— usted me dejó el penthouse abierto, yo estaba a cargo de cuidar su casa y no quería tomarme atribuciones que no me corresponden.

—¿A qué te refieres?— pregunto nuevamente algo preocupada y ansiosa.

—Es que el señor...

—¡Hermosa!— su voz cortó la de Kenny y algo sorprendida giro para encontrarme con su rostro.

Viene vestido con uno de sus trajes, caminando con seguridad, una sonrisa de dientes blancos y perfectos decoran su atractivo rostro.

—Le ofrezco una disculpa, por hacerlo espera aquí en lugar de permitirle el paso a su casa, señorita Ámbar— completa Kenny en voz baja detrás de mí, mientras él sigue atravesando el recibidor del edificio para llegar a mí.

—No te preocupes, Kenny, no pasa nada— susurro tranquila sin dejar de mirarlo.

—¿Que pasa con tu celular?— pregunta al detenerse frente a mí— he estado llamándote desde hace un buen rato.

—Pensé que estabas en Los Ángeles, Tristán— su semblante cambia y hace una mueca para luego encogerse de hombros.

—Ya sabes...— suelta un suspiro y luego me sonríe— lo mismo de siempre, además, no quería perderme tu cumpleaños— mostrando sus dientes nuevamente en una hermosa sonrisa extiende en mi dirección una gran bolsa de regalo— feliz cumpleaños, hermosa— se inclina y deja un casto beso en la comisura de mis labios.

Al escuchar el sonido del beso, Mía saca su cara de mi cuello y mira a su alrededor con los ojitos cansados.

—Tengo las manos ocupadas— le recuerdo cuando aún sigue extendiendo el regalo en mi dirección.

Él ríe tiernamente.

—Te ayudo— se ofrece y estira los brazos en dirección a Mía— ven princesa— la llama, pero ella no hace más que mirarlo por unos segundos y sin decir nada vuelve a tomar su posición inicial.

No es que no le agrade Tristán, es decir; tienen una buena relación, pero Mía es hija de Damián; la antipatía y los celos, lo lleva en la sangre.

Tristán suelta una respiración algo cansada y yo le sonrío forzadamente.

—Mejor ayúdame con estó— digo bajito dándole mi cartera y luego el bolso de bebé. Él los toma sin ninguna objeción y trás despedirnos de Kenny, empezamos a caminar rumbo al ascensor.

Desde aquel día en el cementerio hace ya tres años, Tristán se volvió más que el hombre que casi me atropella; Si bien, él no se molestó en ocultar su interés por mí desde el momento uno que subí a su auto aquella tarde fría y dolorosa, no fué hasta hace unos meses o quizás un año qué acepté entrar en una relación con él.

Le tenía mucho cariño, de alguna forma me ayudó mucho, fué una gran distracción, sin dudas. Él era muy dulce, atento y tierno con ambas, más que eso también era un buen amigo, sabía escucharte y entenderte a la perfección, Tristán Reeves era el hombre que cualquier mujer moriría por tener, el hombre que sin dudas pensarías que era y sería eternamente el amor de tu vida.

Pero yo no, yo ya sabía quién era el amor de mi vida, y obviamente era muy diferente a Tris.

—¿Dónde has estado?— pregunto cuando las puertas del ascensor se abrieron y me dejaron en el interior de mi casa.— He estado allá abajo desde las tres de la tarde.

Mía vuelve a levantar su cabeza y al igual que yo inspecciona el lugar con la mirada. De la nada su cansancio se disipa y se mueve bruscamente en mis brazos para que la deje en el piso y eso hago.

Ella empieza a correr con alegría mirando todo lo que ahora decora la sala de estar de nuestra casa. Con una sonrisa también empiezo a andar y acaricio  los arreglos florales enormes y hermosos que recibo desde hace cinco años en está fecha. Una tarjetita blanca en medio de las rosas rojas llama mi atención y la tomó entre mis dedos antes de seguir avanzando hasta los sofás.

—Es lunes, Tris— digo con obviedad dejando caer los zapatitos de Mía en la alfombra y su mochila en el sofá blanco.— Llevé a Mía al colegio, luego fuí a la oficina y de allí fuí a almorzar con Amelie, Hansel y Noah.— digo con calma.— ¿Y tú? ¿Que sucedió?

Él suelta un suspiro algo desanimado y camina hasta dejar los bolsos que traía en el sofá y sentarse para luego pasar las manos con frustración por su cara.

No le ha ido para nada bien en Los Ángeles, se nota.

Se toma su tiempo para hablar y yo decido entonces abrir la tarjetita. Mis dedos se vuelven más ansiosos, y mi corazón late desesperado como si fuera la primera vez.

Feliz cumpleaños, muñeca.

Te amo inmensamente.

Damián Webster.

Es todo, tres líneas, las misma tres malditas líneas que vienen impresas en las tarjetas desde hace cuatro años, desde mi segundo cumpleaños sin él. La única que tuvo más de tres líneas fué la primera, aquella dónde me repetía que no escaparía de él.

Y joder, sé que ya no es él, sé que estas flores, estos regalos y estas malditas tarjetas llegan a mi casa porqué el hijo de puta de alguna manera sabía lo que pasaría y dió mucho dinero a varias tiendas, entre ellas infantiles, con el único fin de que las malditas tiendas enviaran los mejores regalos cada año para Mía, Noah y para mí.

Pero aún así dolía, dolía mucho leer sólo tres líneas que indudablemente las escribían los empleados de las tiendas. Desde mi segundo cumpleaños sin él, esperé con ansias el próximo para ver sí la tarjeta de ese decía algo más, pero no; ni esa ni la del siguiente y mucho menos esta.

—Jennifer sigue complicando las cosas— la voz de Tristán, hace que dejé de mirar atentamente las letras cursivas escritas por una computadora.— No me dejó ver a los niños más de diez minutos.

Me entristece un poco su situación, pues sé perfectamente el gran amor que siente por sus hijos, y Jennifer que era su exesposa desde hace poco más de cuatro años, siempre le ponía trabas para negarle las visitas que por ley le correspondían.

Cuando conocí a Tristán, él estaba en pleno proceso de divorcio, y justo ese día acaba de enterrar a su madre. Tristán vivía en Los Ángeles desde los veinte años, por lo qué tuvo que volar solo desde allá hasta aquí. Desde ese día no perdimos comunicación, por lo que yo me volví algo así como su “confesora personal” me dijo que al llegar a su casa casa en Los Ángeles encontró a su esposa en pleno acto sexual con otro hombre en su propia casa. Eso de alguna forma aceleró el divorcio y tres meses después de conocernos se vino a vivir a Seattle, para hacerse cargo desde aquí de la cadena hotelera que su madre le había heredado.

—Yo no quería— sus ojos verdes se pusieron en mí— pero me enojé tanto que fuí a los juzgados y denuncié su incumplimiento— sonrío para transmitirle calma.

—¿Conseguiste verlos?— pregunto acercándome para sentarme a su lado.

Chasquea la lengua y niega.

—Su abogado intervino— explica— yo no quise llamar al mío ni escarbar más en el tema, porqué sea lo que sea y haga lo que haga ella sigue siendo la madre de mis hijos— se encoge de hombros algo enojado consigo mismo— le dije al abogado para llegar a un acuerdo, que no quería hacer el problema más grande porqué sí lo hacía ella tendría todas las de perder, pues, primero que nada los niños debían estar conmigo los fines de semanas completos, sin la supervisión de ella ni de nadie, y eso hace mucho que no pasa.

—¿Conseguiste el acuerdo?— él sonríe débilmente y asiente.

—El viernes iré en la tarde por ellos y los regresaré el domingo antes de las nueve de la noche— sonrío.

—Me alegra mucho— digo sincera.— ya lo merecías.

—¡Mamá!— la voz emocionada de Mía interrumpe lo que sea que estaba por decir Tristán.— ¡Papi te ha enviado muchos globos con luces!— viene corriendo hacia mí con uno de los globos y yo sonrío— ¿Me regalas uno? Por favor, por favor, por favor...

—Esta bien— asiento entre risas— pero uno solo, los demás son míos— ella asiente feliz.

—¡Ya quiero que sea mi cumpleaños— grita emocionada— Para que papá me envíe muchos regalos!

Una sonrisa algo triste se adueña de mis labios.

—Muy bien, preciosa— me levanto y tomo la manita con la que no sostiene el globo.— es hora de descansar, no quiero que después te duermas en medio de la cena— ella asiente y miro a Tris.— ¿Te quedaras aquí?

Asiente.

—Haré una llamada— saca su celular del bolsillo de su chaqueta de traje y lo mueve en mi dirección— Luego quiero darme una ducha ¿Hay algo de mi ropa aquí?

—Creo que en mi armario hay un par de trajes.— digo recordando las veces que se quedo a dormir y su ropa se quedó en casa.— Regreso luego.

—¿Ya hay planes de cumpleaños?— pregunta antes de que pueda marcharme y asiento.

—Hemos planeado una cena— digo— Los niños, Lie, Hansel y yo, bueno y ahora tú ¿No?— asiente con una sonrisa.— luego de eso partiremos el pastel aquí, o algo así.

—¿Eligieron el restaurante?— vuelve a preguntar y yo niego tranquilamente.— podemos ir a uno italiano...

—Depués todos elegiremos uno en el que estemos todos a gusto.— interrumpo y él asiente, está vez si me dispongo a caminar de la mano de mi hija rumbo a las escaleras.

—Adios, Tris— se despide Mía resignadose por fin a dirigirle la palabra a Tristán.

—Hasta luego, princesa— le responde él tiernamente y sin más detenimientos caminamos a su habitación.

Después de unos largos veinte minutos contestando las preguntas más fáciles de mi vida, y escuchando pequeñas fracciones de lo que su gran imaginación fantasea, la pequeña finalmente se duerme. Me muevo un poco para separarla de mi pecho y dejarla sobre las cobijas de su cama, cuando por fin lo hago doy palmadas en su espalda hasta que me aseguro que esté bien dormida y es entonces cuando decido salir de la cama.

Cubro su cuerpecito con una manta y miró nuevamente la desordenada habitación infantil, suelto un suspiro y niego levemente, el globo transparente con luces dentro yace amarrado al pie de su cama sonrío y me dispongo a caminar fuera de la habitación. Voy directo al interlocutor de la segunda planta y pido a Kenny que envíe a alguien de mantenimiento para que ordené los regalos en la planta inferior y de pasó limpié la habitación de Mía.

El chico da una afirmación y luego de eso caminó a mi habitación. El cuerpo de Tristán saliendo de mi baño con una toalla alrededor de su cintura es lo primero que me recibe. Su cuerpo está todo mojado, las gotitas de agua adornan su torso desnudo y de su cabello castaño caen aún más.

—¿Dejaste mi bolso la sala de estar?— pregunto avanzando hacia él.

Niega.

—Está allí— señala el sofá individual del pequeño living de la habitación.

—Gracias— y lo hago a un lado para entrar en el armario, él sigue mis paso y yo me quitó los zapatos altos para luego tomarlos y dejarlos en su lugar.

Él empieza a rebuscar los traje que le mencioné entre los closets del lugar y yo sin más me aproximo hasta el tocador y abro una de las primeras gavetas para sacar el pequeño cofre color perla, lo abro y me quedo mirando el interior por unos largos segundos.

Con mis dedos a penas toco el vegvisir de su cadenita, la sortija de matrimonio con mi nombre y la fecha de nuestra boda grabadas en la parte interior. Siento mi corazón hacerse pequeñito y suelto un suspiro silencioso para dejar la tarjeta de cumpleaños más reciente junto a las otras cuatro que también están dentro.

Cinco tarjetas.

Cinco cumpleaños sin él.

Cinco años desde que se fué.

Cierro el cofrecito rápidamente y lo devuelvo a su lugar con la misma rapidez haciendo que la gaveta suene con fuerza al cerrarse. Siento la mirada de Tristán en mí, pero no me detengo ni un segundo para devolverle la mirada. Él sabe lo que sucede, lo tiene muy claro y es por eso que en ningún momento intenta seguirme, sabe que sí lo hace terminaremos igual que las veces anteriores que lo hizo.

Lo oigo soltar un suspiro y salgo a paso veloz del interior del armario cerrando la puerta de un portazo. El dolor se mezcla con la ira, rabia hacia mí misma por dejarme caer, por permitir que sus cosas sigan afectandome de está manera, por no poder controlarme y hacer caer el muro de seguridad que he construido a mi alrededor para que nadie vea lo mucho que realmente sigue afectandome su ausencia.

El timbre de mi celular empieza a sonar y de inmediato voy a mi cartera y lo saco de allí, la llamada de Cam termina y la puedo ver en notificaciones junto a las llamadas perdidas de Tristán. Una nueva llamada de Cam entra y trás un suspiro y una sonrisa descuelgo.

Necesito relajarme.

—Señor abogado— saludo alegremente, como si hace tan solo unos segundos no hubiera querido lanzarme a llorar al piso como lo hacía Mía.— es un placer para mí recibir su llamada, ya hasta había pensado que se había olvidado de la chica que más lo ama en el mundo.

Su risa del otro lado de la línea me hace reír a mí también.

Señora empresaria— utiliza el mismo tono que yo— es un placer oír su voz, y no se preocupe, yo no olvido lo que amo.— sonrío tiernamente.— Siento mucho no haber llamado antes— vuelve a su tono serio pero amable y tierno— pero en mi defensa he de alegar que pasé toda la mañana de cabeza entre papeles y juzgados— río— y luego de eso en una clínica de maternidad para decirte el día exacto de la llegada de mi hija junto a tu ¡Feliz cumpleaños!— lo escuché gritar junto a la vocecita de Jesserd.

—Gracias, gracias, señor abogado— respondo burlona con una pequeña risa— pero dígame ¿Que ha sabido de mi pequeña Camille?

Un gran suspiro sale de sus labios, un suspiro alegre, de felicidad. Feliz por su familia, por la vida que tiene ahora, porqué ha logrado mucho más de lo que se propuso. Por esa parte yo soy tan feliz como él.

Está muy bien, grande y sana— la risa de Jesserd me hace sonreír, está feliz con su nueva hermanita— el doctor ha programado la cesárea para dentro de un mes.

—Entonces, en un mes estaré contigo en Nueva York— aclaro.

Aquí te espero.— ríe— ¡Hey! ¿Dónde está mi princesa? No la he escuchado.

—Está dormida.— respondo viendo a Tristán salir del armario mientras arregla las mangas de su camisa blanca.— Saldremos en la noche, y ya sabes, no quiero que esté cansada.

Está bien, está bien— dice— Espero que pases un cumpleaños genial, saludos a Tristán y besos para mi pequeña Mía.—  trás eso nos despedimos y dejé el celular en el sofá para luego meterme al baño.

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