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Marzo, 15

-¡Mamá!- grita por milésima vez en los últimos diez minutos. Suelto un pequeño suspiro.

-¡Que!- respondo por milésima primera vez, mientras mantengo el equilibrio en mi mano para pasar con éxito el delineador por mi ojo derecho.

Siempre es el más difícil.

Unos largos segundos pasan y no recibo respuesta de la pequeña rubia y aunque eso me preocupa un poco, lo dejo estar, pues de seguro no es nada importante ya que de lo contrario hubiese salido de su habitación a decirme lo que sucede.

-¡Mamá!- el chillido repentino y lleno de reproche me hace saltar en mi lugar, y el casi perfecto delineado se alarga hasta mi sien en una línea curva y desastrosa.

Hago una mueca de desagrado al mirarla en el espejo y tomó una toallita húmeda para quitar la línea negra de mi cara. Doy una semi vuelta en mi lugar hasta poner los ojos sobre la pequeña rubia de cuatro años parada bajó el umbral de la puerta con las cejas fruncidas y las mejillas sonrojadas.

Viste el tierno uniforme del colegio y las dos colestas que hice en su rubia y abundante melena hace a penas quince minutos se encuentra despeinadas y flojas.

-¿Que pasa, Mía?- pregunté mirando los hermosos cielos iguales a los de su padre.

-¡Mi zapato rosa!- grita enojada con su dulce voz infantil y tierna.

-¿Que hay con tu zapato rosa, hermosa?- pregunto volviendo a mirarme en el espejo para continuar con lo que dejé a medias.

-No lo encuentro- responde dando pequeños saltitos en su lugar para llamar aún más la atención.

Dejo nuevamente el delineador en el tocador de mi armario y vuelvo a mirar mi reflejo por unos segundos antes de girarme nuevamente hacia ella.

-¿Y para qué quieres el zapato rosa si vas a ir al colegio y debes usar los del uniforme?- pregunto con calma.

Frunce sus rubias cejas y mi pregunta parece hacer incrementar su enojo.

-Dijiste que después del colegio iría a casa de la abuelita Amy- refuta con la voz enojada aunque ese tono sólo hace que se mire más tierna, es algo parecido a un conejito con el ceño fruncido- y quiero llevar mis zapatitos rosas.

Asiento con lentitud.

-Tienes muchos zapatos rosas, amor, ve y busca otros, luego y cuando tengamos más tiempo buscamos el compañero de ese- digo señalando el pequeño zapato en su manita.

Más saltos de berriche mientras empieza a soltar balbuceos en desacuerdo.

-¡Mamá! Yo quiero usar estos.- Dice en voz alta y vuelvo a suspirar.

Caminó hacia ella y extiendo mi mano, ella sonríe complacida, una sonrisa tan idéntica a la de mi bestia que mi corazón se encoge y una débil sonrisa se desliza en mis labios.

-Vamos a buscar el zapato.- susurro y ella toma mi mano. Juntas salimos de mi armario y cruzamos por mi habitación hasta salir de ella y entrar al pasillo.

Su habitación está del lado contrario de la mía, a unos tres metros de mi puerta se encuentra la suya y otros pocos metros después de esa está la de Carmen. Cruzamos el pasillo hasta llegar a su puerta y abrirla para luego entrar en la habitación infantil.

El rosa pálido de las paredes me reciben enseguida, las largas y gruesas cortinas blancas están corridas y permiten que la luz del sol entre por los ventanales que son tan largos y anchos como una pared. Hay osos de felpa tirados por todos lados, muñecas, peluches incluso los autitos de Noah yacen esparcidos en ciertos lugares de la habitación.

Hasta en eso era igual a su padre, Mía Webster era capaz de desordenar una habitación como sí en lugar de una niña de a penas cuatro años fuera él peor de los huracanes.

Sin más avanzamos hasta su armario y sí antes dije que era un huracán, puedo dar fe que se convertió en terremoto, tsunami y un millón de fenómenos más, cuando quiso dar un paseo por su armario.

-¿Que ha sucedido aquí?- pregunté impresionada por el desastre que había hecho en menos de veinte minutos.

-Estaba buscando el zapatito- responde con inocencia.

-Si cuando estaba ordenado no encontraste nada, dudo que ahora sí lo hagamos- susurro más para mí que para ella.

Y es que estaba todo hecho un caos; la ropa sucia tirada en el piso, mientras el cesto estaba más limpio y vacío que cualquier otro lugar. Juguetes, más ropa, zapatos, accesorios para el cabello, todo esto tirado en el piso, las puertas de los closets abiertas y allí dentro la ropa estaba desordenada...

Suelto un suspiro y me adentro con ella al interior del armario.

-Lo buscaremos por diez minutos ¿Bien?- digo empezando a rebuscar entre el desastroso lugar. Ella arruga su nariz en desagrado por mis palabras y cuando está a punto de rechistar vuelvo a hablar:- Diez minutos, Mía, no más. Debemos llegar a tiempo.- a regañadientes asiente y juntas empezamos a buscar el hijo de puta zapato rosa.

Estuvimos buscando por un largo tiempo y cuando los diez minutos pasaron le dije que debía elegir otros zapatos, enojada tomó una muñeca y la lanzó hasta que cayó bajó la cama y allí encontramos el zapato que nos había quitado gran parte de la mañana. Finalmente la pequeña copia femenina de Damián obtuvo lo que quería, y con el tiempo agotado volvimos a intentar estar listas.

Hice mi maquillaje tan rápido como nunca antes, volví a peinar el cabello de Mía hasta dejarla lista, y luego cogí su bolso del colegio, el que contenía sus zapatos y el resto de las cosas necesarias para que estuviese cómoda en casa de Amy y finalmente mi bolso negro.

Salgo del apartamento haciendo malabares para no dejar caer nada mientras sostengo la mano de mi hija. El ascensor se tarda un par de minutos en descender hasta dejarnos en el recibidor del edificio y apresurada empiezo a caminar hacia las puertas de cristales.

-¡Hola Kenny!- saluda con efusividad mi pequeña al chico encargado de atender el recibidor del edificio.

Kenny pone los ojos sobre ella y su sonrisa de dientes blancos se ensancha al mirarla.

-¡Hola pequeña Mía!- saluda igual de eufórico el chico que no ha de tener un par de años más que yo. Kenny se acerca y me ayuda con las cosas en mis manos- Buenos días para ambas.

-¡Buenos días, Kenny!- decimos ambas al unísono haciendo que el chico ría tiernamente.

-He enviado por su auto hace unos minutos- dice sin dejar de sonreír. A pesar de tener mi edad o posiblemente la de Cam, él seguía refiriéndose a mí con mucho respeto, como sí fuera una anciana.- La espera frente al edificio como todas las mañanas.

-Muchas gracias, Kenny.- sonrío en su dirección.- Hey, ya sabes, vendrán los chicos de...

-Muy bien- interrumpe asintiendo frenéticamente-debo estar atento y firmar por usted- río y asiento mientras salimos del edificio.

Y como bien dijo el eficiente chico; mi auto estaba estacionado frente a la acera del edificio. Kenny me entrega las llaves y después de subir a Mía y asegurarla en su silla de autos, subo los bolsos al vehículo y me despido del chico con un beso en la mejilla antes de rodear el auto y subir en el asiento del piloto para luego ponerme en marcha.

Entre preguntas curiosas, canciones infantiles, risas, recuerdos y añoranzas nostálgicas, veinte minutos después estaciono el auto frente al kinder. Apago el motor del vehículo y está vez no me molesto en tomar más que los bolsos de Mía. Salgo de mi lugar y abro la puerta trasera para liberar a mi pequeña de los cinturones de seguridad que la atrapan.

Su sonrisa se ensancha al ver el edificio en el que están todos sus compañeros. No puedo evitar soltar una pequeña risa al recordar su primer día; todo lo que hacía era llorar y llorar, mientras pedía que no la dejara aquí, que quería venir conmigo, y quizás sí no hubiese sido por Amelie hubiera tomado a mi bebé de regreso y la hubiera llevado a casa para nunca más volver a separarla de mí.

Cuando finalmente la libero, la ayudo a salir del auto y una vez afuera cierro ambas puertas. Doy un vistazo a mi alrededor y el auto de Lie estacionado frente al mío abarca mi vista.

-¡Adentro!- grita eufórica mientras señala la entrada del lugar con una manita. Río con ternura y asintiendo empezamos a caminar al interior del edificio.

-¡Buenos días, señor Roberts!- saludamos amablemente al portero y él nos sonríe abiertamente mientras hace una pequeña reverencia quitándose el pequeño sombrerito y con su mano libre abre la puerta.

-¡Buenos días, señoritas Webster!-Saluda igual que todas las mañanas pero Mía ríe como si fuera la primera vez.

Sin más seguimos avanzando sin detenernos hasta llegar al salón repleto de niños de la misma edad que mi bebé, la tutora me saluda amablemente y tiende su mano para tomar la mochila rosa y de princesas, sin objetar se la entrego y ella vuelve a entrar dejándome sola con la pequeña en el pasillo.

-Muy bien- susurro agachándome para llegar a su altura.- Ya sabes ¿No?- asiente con una sonrisa se labios cerrados.-Debes portarte bien y obedecer a la maestra- asiente- la tía Lie vendrá por tí.- sonríe más-Nos vemos en la tarde, muñeca- susurro besando su frente y recordando las veces que su padre le decía de la misma forma.

Las veces que me lo decía a mí...

Cierro los ojos con fuerza y me obligo a recomponerme, a estar bien por mi hija, por mí. Separo los labios de su cabecita y esbozo una sonrisa radiante antes de chocar con su mirada, me pongo sobre mis pies y la veo girar sobre sus talones para entrar al salón.

La tutora la espera en la puerta del aula y sólo cuando la veo tomar su mano, me dispongo a girar para empezar a caminar de salida.

-¡Mami!- su voz hace que me detenga de inmediato y giro para mirarla. Me sonríe igual que lo hacía su padre antes de decirme:- ¡Te amo inmensamente!

Mi corazón da un vuelco furioso al mismo tiempo que en mis labios se dibuja una sonrisa genuina y nostálgica.

-Te amo muchísimo más, preciosa- respondo y complacida ríe y entra finalmente al aula junto a la maestra.

Una vez me escuchó decirle de aquella manera a una de las miles fotografías de Damián que decoraban la casa con el único fin de que ella jamás olvidara el rostro del hombre que la amó más que a nada en el mundo. Al escucharme decir aquello me preguntó porqué le decía de aquella forma, y después de darle una pequeña explicación me sonrió.

Desde entonces ella también empezó a usarlo, pero sólo conmigo, creí que quizás también lo usaría con Carmen, Hansel, Amelie o Amy, pero no, al igual que con su padre, aquello era algo sólo entre ella y yo.

-Hey- la voz de Amelie saliendo del pasillo alterno al mío me hace levantar la mirada para verla. Una completa hermosura; maquillaje sultil y hermoso, viste un traje de falda ajustada que llega hasta un poco más arriba de las rodillas, una delicada blusa y tacones a juego.- Pensé que tendría que esperarte- se queja achicando los ojos.

Rio y retiro de mi hombro el bolso rosa de bebé en su dirección, ella lo recibe y se posiciona a la par mía mientras lo cuelga en su hombro, todo esto sin dejar de caminar tan rápido como nuestras piernas nos lo permiten.

-Mía me hizo perder diez minutos buscando un zapato- explico y ella ríe divertida. Salimos fuera del instituto infantil no sin antes despedirnos del amable señor Roberts.

-¿A qué hora termina tu reunión?- pregunta.

Miro el reloj en mi muñeca.

-Dependiendo- muevo la cabeza a ambos lados.- pero lo más probable es que me desocupe entre las dos y tres de la tarde ¿Por qué?

-Mamá debe ir al doctor a las tres- dice mirando su reloj- yo a penas tendré tiempo de venir por ellos y llevarlos con ella, después de eso tengo una reunión con Clipson- explica al mismo tiempo que ambas llegamos a nuestros autos.

A Hansel le ha estado yendo muy bien en la empresa de España pero hace tres años compró la mitad de las acciones de una cadena de centro comerciales muy reconocidos en Seattle y gran parte del país, pero mientras él se ocupa de la empresa española Amelie se hace cargo de los centros comerciales.

-Trataré de quedar libre antes de las tres para ir por ellos- soluciono- y sí no, enviaré a alguien de la empresa para que los llevé conmigo.- ella asiente tranquila y vuelve a mirar su reloj.

-Hansel debe estar aterrizando en la ciudad a esa hora aproximadamente- responde algo apurada porqué al igual que yo, de seguro también llegará tarde.- pero de todas formas le dejaré mensajes de texto en el celular para decirle que pase por ellos antes de ir a casa, por si a caso.

-Perfecto, Lie- digo con una sonrisa y preciono del botón del mando del auto para que desbloquee las puertas.-Nos vemos en la tarde- abro la puerta del piloto y hago ademán para entrar.

-Ám- llama y me detengo a medio camino para mirarla por encima de la puerta blanca de mi auto.-Felices veintiséis, hermosa- una gran sonrisa se dibuja en mi rostro al igual que en el de ella.

Mi corazón se pone chiquitito.

-Gracias, Lie.- susurro y trás un asentamiento, ambas subimos a nuestros vehículos y nos perdemos en direcciones diferentes.

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