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Capítulo 02: Mi Ángel Mi Doctor

No estuve consciente por algunas horas. Después del procedimiento, me quedé dormida porque ya era de noche, y desperté hasta la mañana siguiente. Cuando abrí los ojos me decepcioné de aún continuar con vida. Quería cerrar mis ojos y volver a dormir, pero mi cuerpo ya no podía hacerlo, ya había dormido por varias horas.

Opté por permanecer absorta mirando al techo blanco. Traté de no pensar en nada, pero pronto, las malas noticias comenzaron a llegar hasta mí. Primero una enfermera intentó hacerme comer algo. Yo no tenía el más mínimo apetito, pero como yo no deseaba comer, ella fue a buscar al doctor arrogante, que aparentemente, me estaba atendiendo.

Mientras la enfermera regresaba con el doctor, fingí que me quedaba dormida de nuevo para que no me molestaran. Pero, se dieron cuenta.

—Muy bien señorita… Veamos, ¿por qué no quiere comer? ¡Debe hacerlo para tener fuerzas y atender la situación de su padre! ¡Eso no se va a resolver solo! —gritó el doctor, mientras yo tenía los ojos cerrados.

Yo sabía perfectamente a lo que él se refería. Quería echarme del hospital para que fuera a atender los trámites del funeral de mi padre. Y, como yo no estaba de humor para todo eso, me negué a abrir los ojos. Creo que él lo notó porque abrió mis párpados a la fuerza, y comenzó a iluminarlos con la lámpara. Eso me hizo reaccionar y apreté los ojos muy fuerte.

—¡Vamos señorita! ¡No gana nada con estar en la cama! ¡Usted ya se encuentra bien y debe retirarse pronto! ¡Despierte y levántese! ¡Deje de estar jugando como una niña caprichosa! —me ordenó de mal modo.

Furiosa, desperté y ni siquiera los miré. Me volteé en la cama, dándoles la espalda, para hacer evidente mi molestia y mis pocos deseos de hablar con ellos.

—¡No puede estar haciendo sus berrinches aquí! ¡Usted ya es una adulta y debe responsabilizarse de la situación! Imagino que debe estar dolida, pero es necesario que siga con el proceso de duelo. ¡Nadie la va a consentir aquí! —aseguró el doctor, ignorando que mi dolor era más fuerte que yo misma.

Yo no estaba haciendo berrinche, estaba deprimida. Nada podía sacarme de ese dolor y de mi falta en las ganas de vivir. Así que nuevamente no contesté nada.

—Muy bien señorita… En vista de su necio comportamiento y su falta de cooperación y respeto, este hospital no puede hacer nada más por usted. Usted ya no está en situación de urgencia, por lo que enviaré su alta cuanto antes. Le recomiendo que coma, pero si no lo quiere hacer, no la obligaremos. Sin embargo, ya no puede ocupar esta cama. Enfermera, por favor, brinde a la señorita sus prendas y luego indique a la señorita la salida —dijo finalmente el doctor arrogante y regañón, antes de retirarse molesto de la habitación.

Sin decirme nada, la enfermera no demoró en acercarme mi ropa, y el plato de comida. A continuación fue por mi alta cuando yo me vestía. Yo no podía hacer nada, más que irme cuanto antes. Quizás era mejor lidiar con mi depresión lejos de la gente, en la soledad de mi dolor. Cuando la enfermera trajo mi documento de alta, me indicó a dónde debía dirigirme para que se autorizara mi salida, y sin tocar el plato ni mirarla a los ojos, solo me fui en silencio.

Pasé a una ventanilla de atención, donde las malas noticias continuaron.

—De acuerdo señorita. Su alta de urgencias ya está autorizada, pero usted no puede retirarse hasta cubrir los gastos médicos del hospital —dijo la mujer de la ventanilla.

—Pero… ¡Yo sabía que las urgencias eran un derecho gratuito de la ciudad! —repliqué.

—Así es, pero no lo mismo con el servicio de autopsia de su padre y los gastos de hospitalización posterior a la urgencia —aseguró, como si se tratara de algo evidente.

—Pero… Yo estaba inconsciente cuando me trajeron… De haber sabido que me cobrarían, no hubiera permitido que nos trajeran a mí y a mi padre, ni me hubiera quedado después de la urgencia… —alegué.

—Son políticas del hospital. Para que usted pueda continuar con los trámites de su padre, debe liquidar su cuenta primero.

—Pero, yo no tengo nada de dinero conmigo… —advertí.

—Llame a algún familiar, que le traigan el dinero —sugirió.

—Solo éramos mi papá y yo… No tengo más familiares —aclaré.

—Bueno, pida prestado a su trabajo… Al banco… ¡No sé! ¡Pero, algo debe hacer! —opinó, con un tono despectivo y violento.

—Es que yo… No puedo… No creo que pueda… Bueno, aún me queda algo de dinero en casa, pero para eso tendría que ir a mi casa —declaré, buscando terminar con la situación, aunque dentro de mí, sabía que el dinero en casa, no sería suficiente.

—Bueno, déjeme hablar con el director, para preguntar si autoriza su salida para que usted vaya a su casa por el dinero…

La mujer habló por teléfono con el director, y al terminar, me entregó un pase de salida temporal que me daba solo tres horas para regresar, advirtiendo que a partir de las tres se me cobrarían cargos adicionales por concepto de permanencia de mi familiar difunto. Tomé mi pase y salí del hospital.

Comencé a caminar por la carretera porque no tenía una moneda para pagar el transporte público. Mi pueblo estaba tan alejado, que llegaría caminando a casa en un mínimo de tres horas. Mis sandalias viejas se rompieron a los dos kilómetros y medio de caminar. Además, no tenía ningún caso llegar a casa, por solo unas cuantas monedas. No había nada que yo pudiera hacer en esos momentos.

Como ya no podía avanzar porque mi calzado estaba roto, me lo quité de los pies y lo arrojé con fuerza contra el veloz tráfico de la carretera. Un auto iba pasando a toda velocidad y vi cómo arrojó con mucha fuerza mis sandalias fuera de la carretera, y las destrozó por completo. Me quedé ahí parada y descalza, pensando lo peor que podía hacer en ese momento.

Mi mente comenzó a tramar un futuro de sufrimiento y a idear que sería mejor no vivirlo. Una especie de fuerza magnética me jaló hacia la carretera, y me detuve casi a la mitad, cerrando mis ojos. Todo sucedió en un segundo o menos.

Un auto me dio un fuerte golpe. Yo no sentí dolor en ese momento. Todo se puso blanco para mí, y mi cuerpo voló por el aire como si fuera un bulto de materia inerte. Una especie de liberación y paz llegaba a mí. Finalmente caí al piso unos metros después con una sensación de felicidad.

Abrí los ojos por una milésima de segundo y vi ante mí el rostro más bello y angelical que jamás haya visto, con una intensa luz radiante que lo iluminaba por detrás. Sonreí tras cerrar mis ojos, porque creí que un ángel había aparecido para llevarme al cielo. Pensé que mi final al fin se había presentado y estaba agradecida por llegar al lado de mi padre, quien me estaba esperando allá arriba.

Antes de perder la consciencia completamente, escuché algunos sonidos a mi alrededor. Varios murmullos de personas, sirenas que se acercaban y una voz angelical a mi lado que me decía que todo estaría bien.

Logré sentir una mano cálida acariciando mi frente y mi mano. Fue la sensación más amorosa que jamás haya sentido en mi vida. Sentir ese toque me hizo sentir tranquila y bendecida. Era como si una fuerza divina me estuviera dando ese regalo para que yo pudiera despedirme llena de amor y de paz.

Después sentí que me subían a la ambulancia y que rompían mis ropas con unas tijeras. Sentí que metían tubos por mis fosas nasales e inyectaban algo en mi brazo. La voz angelical aún me acompañaba.

—Voy con ustedes —dijo preocupado el ángel —soy el responsable…

—Deberá dar su declaración a la policía en el hospital —dijo otro hombre.

—Lo entiendo… Estoy dispuesto a afrontar los cargos… Lo único que quiero, es que ella se salve —repitió la voz, que ya me parecía familiar.

Mi conciencia aún seguía ahí, pero fuera de mí, al mismo tiempo. Fue algo muy raro y extrasensorial. En momentos arbitrarios, yo era capaz de escuchar y sentir lo que me hacían, pero no era capaz de despertar ni abrir mis ojos. En ocasiones parecía un sueño y en ocasiones parecía que yo podía verme a mí misma fuera de mi cuerpo.

También, había momentos en los que no presenciaba ni pensaba absolutamente en nada. De hecho, durante todo ese tiempo, yo no pensaba ni reflexionaba por mí misma, tan solo presenciaba lo que pasaba a mi alrededor. Traslados en camilla, tomografías, radiografías, médicos a mi alrededor, transfusiones de sangre… Yo estaba presente, pero al mismo tiempo estaba ausente.

Bueno, ya que ahora estoy contando estas palabras, se podrá adivinar que no morí en ese momento, y de hecho, aunque yo no deseaba despertar jamás, el destino me dio una segunda oportunidad.

Cabe señalar, que, ahora no recomiendo a nadie que haga una locura como la que yo hice. A veces el dolor puede ser muy fuerte y podemos sentir que el mundo se termina para nosotros. Pero no es así. Aunque parezca que no exista más salida, las puertas se abren tarde o temprano. Ahora puedo asegurarles que el cielo y el infierno no están en lugares lejanos a la hora de morir, sino que están en nuestras manos, y de nosotros mismos depende encontrar uno o el otro.

También, ahora puedo asegurar que los ángeles existen y que llegan en el momento en que uno más los necesita, tal como el bello ángel que apareció para mí, cuando creí que ya no habría ninguna salida.

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