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Mi Ángel Mi Salvador
Mi Ángel Mi Salvador
Por: DaysyEscritora
Capítulo 01: Decir Adiós

Las cosas no marchaban bien en mi vida, y ya no era de extrañarse. Desde años atrás, ya me había acostumbrado a las malas noticias en mi casa y a depender únicamente de mi padre. Él era un empleado de la servidumbre de un lujoso apartamento al que nunca tuve la oportunidad de ir, situado en una de las mejores zonas residenciales de la ciudad.

Por esa razón, papá nunca tuvo la posibilidad de darme una buena vida ni estudios, desde que mi madre nos abandonó cuando yo era solo una bebé yo tuve que apoyar a mi papá en todo. Nosotros vivíamos en un poblado rural muy alejado de la ciudad, y la escuela se encontraba bastante lejos, por lo que decidimos que mejor yo aprendería a leer y escribir en casa.

Con la ayuda de papá y de algunos libros, aprendí a leer y escribir muy bien, y aprendí algunos conocimientos básicos sobre la vida, como hacer cuentas, entre otras necesidades. Sin embargo, podría decirse que crecí con los ojos cerrados al mundo.

Cuando yo comencé a crecer, comenzando mi adolescencia, mi padre contrajo una rara enfermedad. Supuestamente, en las ocasiones que lo llevé de urgencias al hospital, los médicos no encontraban un origen a sus síntomas, por lo que lo trataron por varios años únicamente con medicamentos que disminuyeran su sintomatología, pero sin garantizar su supervivencia, al no conocer un tratamiento para dicha enfermedad.

Durante esos años, papá seguía yendo a trabajar a pesar de sentirse muy mal. Honestamente, no sé cómo lo lograba. Se esforzaba demasiado, lo que terminó repercutiendo en su salud. Poco a poco, ya no tuvo las fuerzas de seguir trabajando, y se comenzó a quedar en cama.

—Papá, mírate… Ya no tienes fuerzas para levantarte —comenté al verlo cada vez más decaído.

—Me recuperaré pronto hija… No quiero ser una carga para ti… Lo que lamento es no poder ir a trabajar hoy tampoco. No tengo cara para ver a mis patrones y disculparme por tantas faltas —insistió mi papá…

—Creo que lo mejor es que yo vaya a esa residencia y les explique a esas personas que estás muy enfermo —opiné con lógica.

—¡De ninguna manera, mi pequeña Rachel! Jamás has ido a la ciudad y podrías perderte. ¡Es muy difícil llegar! Mejor hagamos esto… Ve a la tienda donde solemos comprar todo. Recarga saldo a mi celular y hazme el favor de marcar a mis patrones. Como la tienda está retirada, por favor déjame agua cerca, hijita… Estoy muy sediento —exclamó mi papá, con una evidente agitación y dificultad para respirar.

—Está bien papá, así lo haré… Toma también tus medicinas, te las dejaré aquí cerca porque en treinta minutos debes tomarlas —indiqué, preocupándome por él.

Al salir de casa y dirigirme a la tienda, que se encontraba cerca de una hora de distancia caminando, llevaba mi mano en el pecho, angustiada por el estado de salud de mi padre, ya que en esos últimos días no podía ni pararse de la cama.

Aún con ese sentimiento que estremecía toda mi alma, me apresuré a realizar el encargo. Estaba lista para solicitar la recarga del celular, cuando noté un letrero que decía que no había servicio. ¡No lo podía creer! Era como si el destino me estuviera jugando una mala racha.

Tuve que regresar a casa sin cumplir con mi encargo. Quizás si regresaba al día siguiente a la tienda, tendría mejor suerte.

Al fin llegué a casa, bastante agitada por la larga caminata y por el sol que me acompañó durante todo el camino y mi papá ya estaba dormido.

Pensé que sería buena idea comenzar a preparar la cena mientras mi papá descansaba, así que me ocupé en la cocina. Para mí no era raro que mi papá durmiera mucho últimamente por su enfermedad, así que no quise molestarlo y traté de no hacer ruido.

Cerca de una hora después, yo ya estaba terminando de cocinar, y noté que era hora de que mi papá tomara sus siguientes medicinas. Fui hacia su cama por el vaso, y noté que no había tomado sus medicinas anteriores.

No sé cómo describir lo que sentí en el preciso instante en que volteé a mirar a papá con la intención de despertarlo. Una especie de fuerza escalofriante comprimió mi corazón como si quisiera destrozarlo en mil pedazos. Mi alma se separó de mí por unos segundos, haciendo que mi cuerpo se sintiera por completo vacío. Una especie de señal misteriosa me hizo percatarme de una situación que no había notado: mi padre no estaba respirando.

Cuando mi alma regresó a mi cuerpo, caí en un shock terrible y dejé caer el vaso de cristal de mis manos, tornándose cerca de mis pies protegidos solamente por unas sandalias de cuero viejo y curtido.

Algunos vidrios rasgaron la piel de mis pies y piernas, haciendo que sangrara rápidamente, pero, yo era incapaz de sentir esas heridas en esos momentos. Mi conciencia estaba completamente absorta en el profundo dolor que acogía mi alma, al darme cuenta de que mi papá había muerto.

Me quedé paralizada unos minutos frente a su cama, y mis lágrimas ansiaban brotar de mis ojos, pero simplemente no lo conseguí. No pude ni siquiera reaccionar o pensar. Me quedé, literalmente, paralizada.

Cuando volví en mí, y minutos más tarde observando el pecho inmóvil de mi padre, traté de despertarlo. Me acerqué a su cama y lo sacudí con fuerza, gritándole lo más fuerte que pude, derramando cientos de lágrimas, con la intención de que se diera cuenta de todo el dolor que me estaba causando. Pero, evidentemente, todo fue en vano.

—¡No me dejes papá! ¡Por favor! ¡No me dejes! ¡Despierta! ¡Te necesito! ¡Te lo suplico! ¿No te das cuenta de que no soy nada sin ti? ¡Por favor papá! ¡Por favor, despierta! ¡Dios mío…! ¡Te lo suplico! ¡No te lo lleves, aún! ¡Por favor! ¡Por lo que más quieras, regrésamelo! Te lo ruego…

Era lógico que ya habían pasado varios minutos desde que papá se había ido y que nada me lo iba a regresar, pero mi trágico dolor no me dejaba ver con claridad, y aún tenía la esperanza de que todo eso fuera solo una pesadilla.

Cansada de gritar y de llorar con todas mis fuerzas sobre su cuerpo inerte, mi cuerpo se deslizó sin fuerzas, cayendo de la cama, sobre aquellos vidrios rotos. Miré mis manos y piernas cortarse con ellos y sangrar, pero no me importó. Ya nada me importaba.

—¿Por qué, papá? ¿Por qué me has dejado sola? ¡No te das cuenta que nunca aprendí a hacer nada, más que cuidarte! ¿De qué voy a vivir ahora? ¿Qué será de mí ahora? ¡No conozco a nadie! Estoy completamente sola en el mundo… ¿Qué será de mí?... Quizás lo mejor es… dejar de ser… Quizás lo mejor es irme contigo papá… Tal vez esta sangre debe correr y correr hasta no saber nada más…

En ese momento traté de escribirle al hombre que alguna vez conocí en internet, pero que nunca conocí en persona… Solía chatear con él en mis peores momentos, pero ya hacía muchos meses, él había dejado de escribirme. Pero aún así lo intenté, unas palabras de aliento o solo saber que no estaba completamente sola podía ayudarme en ese momento… Pero, no funcionó. El celular no tenía saldo y por ende no tenía servicio de internet… El mensaje nunca salió.

Mientras me encerraba mentalmente en mi depresión, el celular de mi papá comenzó a sonar, a vibrar y encender la luz de su pantalla. No sabía qué hacer. En realidad, no tenía ganas de hacer nada. Pero fuera de mí, alguien de allá arriba hizo que me arrastrara sobre los vidrios, casi sin fuerzas hasta alcanzar el celular que estaba sobre la mesita de las medicinas. Lo tomé y escuché.

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¿Señor Pedro? —preguntó una voz masculina y joven del otro lado de la bocina.

—Hmmm… No… él no… él ya no… ya no está —respondí con dificultad, rompiendo en llanto…

—¿Qué sucede? Eres su hija, ¿verdad?... ¿Por qué estás llorando? ¿Qué pasa? —insistió aquél hombre al teléfono.

—Él se ha ido… ¡Se ha ido para siempre! ¡Acaba de morir! —grité, molesta con el universo, y rompí en llanto de nuevo.

—¡Lo lamento mucho! ¿Cuándo pasó? —preguntó apenado.

—Solo hace unos… minutos —respondí en un suspiro de dolor.

—¿Hace unos minutos? ¡Ok! ¡Enviaré una ambulancia a tu casa! Por favor, espera… ¡Puede ser que aún esté con vida! Pediré tu dirección a mis empleados… ¡Espero que lleguen cuanto antes! Yo estoy bastante lejos, pero trataré de alcanzarlos… ¡Cualquier cosa, solo llámame! ¿De acuerdo?

—Gracias…

Yo sabía que ya no había esperanza alguna, pero de todas formas, la muerte de mi padre debía ser certificada por un médico. Colgué el teléfono y me dejé caer sobre los vidrios del piso, aunque ya todos estaban por todas partes de mi cuerpo. Cerré mis ojos y escapé de la realidad por unos minutos.

Más tarde, sin percatarme del paso del tiempo, escuché la sirena de la ambulancia y algunas personas tocando a la puerta. Pero, yo no tenía fuerzas para levantarme e ir a abrir. Volví a cerrar mis ojos y de alguna forma, las personas de la ambulancia entraron a mi casa. Ya no desperté, pero aún podía escuchar lo que decían.

—Ha perdido mucha sangre… Súbela a la camilla.

—No tiene signos vitales, señor…

—Llevemos el cadáver, para realizar la autopsia…

—Parece que la presión de esta chica es muy baja…

—Conecten el suero… El impacto debió ser muy fuerte… No responde…

De esa manera, me llevaron a urgencias y a mi padre a la autopsia. Cuando recuperé el conocimiento, abrí los ojos y me di cuenta de inmediato dónde estaba. Pero, honestamente, yo no deseaba estar ahí. No quería que me salvaran. El dolor en mi ser era tan grande que cuando desperté comencé a llorar sin poder contenerme.

—¡Oh! ¡Ya despertaste! Te colocaré más anestesia para que no te duela la extracción de los cristales —dijo un doctor, mientras auscultaba mis ojos llorosos con una lámpara.

No logré verle el rostro, ni tampoco me interesaba. Después de la anestesia, de nuevo comencé a quedarme dormida, mientras escuchaba algunas palabras de la conversación.

—Ya se ha quedado dormida, doctor —dijo la enfermera.

—De acuerdo… Sigamos con el procedimiento —indicó el doctor a cargo…

—¡Ricardo Jaime! ¡Vine lo más rápido que pude! ¿Cómo está ella?

—De salud, va bien… Los cristales no viajaron lejos, la mayoría se quedaron de forma superficial… Pero emocionalmente parece trastornada… Despertó llorando, pero hemos vuelto a dormirla…

—Pobre… Me gustaría ayudarla… Sabes que yo estimaba a su padre…

—Tú, siempre mezclándote con la servidumbre… No puedes ir por ahí rescatando a todo el mundo…

—Amigo, no tiene nada de malo tratar de hacer algo por los demás… Además esta chica requerirá ayuda para el funeral de su padre…

—Sabes que el gobierno tiene un subsidio para estos casos… Tú ya no tienes que responder por ese hombre… No es tu obligación ni la de tu familia…

—Quiero hacerlo… Le debo mucho al señor Pedro Baker, quien siempre fue muy atento y servicial con nosotros… y tú también lo sabes…

—Piénsalo bien… Podrías meterte en un lío con Rosa… Podría prestarse a un malentendido… Una cosa es la amistad con el padre y otra es ayudar a la hija…

—De ninguna manera… Ya sabes que yo no soy como tú, jajaja… Rosa no tiene por qué encelarse porque yo ayude a esta chica desamparada… Además ella y yo aún no somos nada… Salgo con ella ¡solo porque tú me lo pides!

Después de eso, no escuché más. Al parecer alguien deseaba ayudarme con los gastos del funeral de mi padre, o algo así… Y al parecer ese alguien conocía a mi padre. Pero yo no los conocía, y no había ninguna clase de confianza como para que buscaran ayudarme. Yo tampoco estaba dispuesta a generarle problemas a alguna persona por mi causa… ni quería que me tuvieran lástima.

De hecho, yo ya no quería saber nada del mundo. Rogaba por que yo ya no despertara en esa ocasión. No quería saber del funeral de mi padre, de los resultados de la autopsia, de los trámites… Simplemente no quería pensar en mi futuro ni en lo que pasaría conmigo.

Yo no tenía a nadie más en el mundo. No tenía estudios ni trabajo. No existía ni una sola oportunidad para mí. Era imposible abrirme paso sin tener nada. Además, nunca fui lo que se considera una “belleza”... Siempre fui una mujer de lo más ordinaria, y sin recursos ni talentos… Estaba completamente desamparada y mi futuro no auguraba nada prometedor.

Mi padre ya había dicho adiós y yo quería ir con él. Quería morir. Yo también quería decir adiós, y un adiós para siempre…

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