—¡Por las barbas de Merlín, no descansaré hasta que esa arpía dorada muerda el polvo!—exclamó Bastian, con el dedo tembloroso sobre el gatillo, apuntando a la bestia mitológica. La Quimera, hinchada de ira y con los ojos inyectados en sangre, se preparaba para lanzarse sobre el desdichado humano, cuando de repente, un aliado monstruoso, un camarada de sombras, se deslizó junto a él.—¡Alto ahí, compadre!—La voz del recién llegado era un susurro grave que se deslizaba como la niebla entre los árboles. Su figura era alta y esbelta, una silueta que se recortaba contra la luz mortecina que se filtraba a través de las ramas desnudas.El grito inesperado congeló a la bestia y a Bastian, que voltearon al unísono hacia la nueva sombra. La Quimera, con sus fauces babeantes y sus múltiples ojos parpadeando con desconcierto, parecía medir al intruso, sopesando si era un nuevo enemigo o un simple estorbo.—Este mortal ya tiene dueño, un licántropo lo ha reclamado.—La criatura que hablaba no era m
De repente, el pequeño guardián de madera en el bolsillo de Beltaine comenzó a agitarse con urgencia, como si quisiera comunicar una advertencia crítica o estuviera abrumado por el estrés de la situación. Era un baile frenético, una danza de pellizcos y tirones que no dejaba lugar a dudas: algo andaba mal.La pelirroja soltó un exabrupto, frunciendo el ceño ante la insistencia del pequeño bastón. "¿Qué demonios te pasa ahora?" murmuró, sintiendo cómo el objeto golpeaba su pierna con insistencia. Era como si el guardián intentara despertarla de un sueño profundo, alertándola del peligro inminente.—¿Líder?—la voz de su compañero, Andrés, temblaba como hoja al viento, cargada de un pánico que amenazaba con desbordarse en cualquier momento. Sus palabras eran un hilo delgado, a punto de romperse bajo el peso de la locura que se cernía sobre ellos—. Agente Escurra, ¿está...?Beltaine soltó otra maldición. Si sus sospechas eran correctas, no podría contar con Andrés en un estado tan vulnera
En el corazón de un almacén olvidado, donde las sombras jugaban con la luz mortecina, la batalla entre Beltaine y las criaturas de pesadilla se desplegaba como un lienzo de violencia y arte. La Quimera, con su cuerpo retorcido de bestia y pesadilla, se movía con una gracia perversa, sus múltiples ojos brillando con una inteligencia malévola. El compañero de la Quimera, una abominación de tentáculos y dientes, se retorcía en el suelo, su sangre formando charcos de un líquido que desafiaba la naturaleza.—¿Qué abominación de fuerza es esta?—rugió el compañero de la Quimera, su voz temblaba mientras su cuerpo se desmoronaba, víctima del feroz contraataque de la guerrera de cabellos de fuego.El monstruo tosió, un estertor gutural, mientras un líquido viscoso y alienígena brotaba de sus entrañas. La espada de Beltaine había desatado un ataque letal.—No debía ser así...—susurró con un hilo de voz, ahogándose en el río carmesí que fluía de su boca—. ¡Esto traiciona toda predicción!Beltain
Beltaine abrió los ojos desmesuradamente, un grito mudo se desgarró en su garganta al sentir el abrasador dolor del plomo en su brazo. Se desplomó al suelo, su mirada se clavó en Bastian, quien se llevaba las manos a la cabeza con un gesto de confusión y comenzaba a farfullar:—¿Qué te he hecho? —exclamó con un gesto de incredulidad, negando con la cabeza mientras se sujetaba las sienes—. ¡Vale, vale, entendido! —apretó el arma aún humeante entre sus dedos—. ¡Prometo que haré lo que me pidas!El charco carmesí que se expandía bajo él era testimonio de su derrota ante la Quimera.—Si es la muerte lo que buscas, será un placer concedértela... —Bastian esbozó una sonrisa desquiciada mientras fijaba su mirada en Beltaine. Sus ojos danzaban frenéticos, como si en lugar de a ella, viera una mera fantasía.Avanzó con paso de muerto viviente, cada movimiento le costaba un mundo, apuntando con la pistola a la pelirroja ya malherida. La tos le arrancaba borbotones de sangre, pero eso parecía no
—¡Imposible!—gritó Beltaine con una voz quebrada por el dolor, desafiando el tormento de sus propias heridas para alcanzar a su amigo inerte en el suelo. La pelirroja se encontraba en un mar de confusión, incapaz de discernir si la sangre que formaba aquel lago carmesí pertenecía a su camarada o a ella misma—. ¡Bastian! ¿Qué demonios te cruzó por la mente? ¿Por qué? ¡Maldita sea, tú, el más tonto de los tontos!La pelirroja avanzaba tambaleante, pero su espíritu indomable se negaba a flaquear. No ahora, no cuando la eternidad parecía acechar.—Era... era mi única salvación... mi último recurso para salvaguardarte... para evitar un destino fatal—articuló Bastian con los ojos sellados por el peso de la muerte, mientras un río de sangre brotaba con cada estertor.—¡Has perdido la razón!—Beltaine ya no contenía sus lágrimas, que se desbordaban como cascadas mientras increpaba a su amigo—. ¿Entonces esa era tu 'genial' estrategia? ¿Convertirte en tu propio verdugo?Un suspiro que pretendía
—Beltaine...Bastian no dijo nada más. Sus palabras se quedaron suspendidas en el aire, reemplazadas por una acción que ella jamás habría anticipado. En un movimiento decidido y cargado de emoción, acercó el rostro de Beltaine al suyo y, sin previo aviso, la besó. El beso fue un torbellino de sensaciones. Beltaine, completamente sorprendida, abrió los ojos de par en par. Su corazón comenzó a latir frenéticamente, incapaz de procesar lo que estaba sucediendo. El sabor metálico de la sangre de Bastian se mezcló con la suavidad de sus labios, creando una extraña y potente mezcla que la dejó sin aliento. Por un instante que pareció eterno, todo su mundo se redujo a ese beso inesperado, a la proximidad de Bastian, y a la turbulencia de emociones que la invadían.(...)El almacén abandonado en el corazón del parque estaba sumido en la oscuridad. Las luces intermitentes de las ambulancias destellaban, iluminando el caos que reinaba en el lugar. Policías, bomberos, rescatistas y paramédicos
Con un empujón que parecía cargar el peso del mundo, Bastian la lanzó lejos, antes de desplomarse, sus rodillas golpeando el suelo con un eco sordo que resonaba en los confines del silencio. Su cuerpo se convulsionaba, sacudido por un llanto que rasgaba el silencio, lágrimas que fluían como ríos desbordados en una tormenta de desesperación, cada gota un reflejo de un alma rota.Beltaine, atrapada en el vórtice de la confusión, intentó recomponer su uniforme, sus dedos temblaban como hojas al viento, cada movimiento un esfuerzo titánico. Retrocedió, sus pies incapaces de levantarla del suelo, como si estuviera anclada al mismo abismo que consumía a Bastian, su corazón latiendo al ritmo de un tambor de guerra.—¿Bastian? Tu terror me contagia, ¿acaso te ha mordido el alma algún demonio? —su voz era un susurro, un hilo de sonido en la vastedad del caos.El sollozo de Bastian se convirtió en un lamento ancestral, sus manos estrangulando su propio cuello en un intento frenético por liberar
—Comprendo, si el oficial Bastian despierta, serán los primeros en saberlo —la enfermera respondió, su atención desviada por un pitido insistente de su comunicador. Con una mirada apresurada a los dos hombres que la interrogaban, se excusó con prisa—. Disculpen, pero me requieren en otra sala.La revelación cayó sobre Beltaine como un manto de plomo, aplastando el aire en sus pulmones. La enfermera, con su comunicador zumbando como un enjambre de abejas impacientes, se excusó con una prisa que resonaba con urgencia. Se alejó, dejando a Beltaine atrapada en la sombra de la puerta, su corazón latiendo al ritmo de un tambor de guerra.—Agente López, además de Bastian y Beltaine, hay un paramédico que también sobrevivió, ¿cierto? —la voz del hombre perforó el silencio con la precisión de un bisturí.—Sí, por pura fortuna... —la respuesta flotó en el aire, cargada de un milagro no pronunciado.Beltaine sintió cómo su estómago se retorcía. ¡Eran sus colegas! No simples oficiales, sino agent