Con un empujón que parecía cargar el peso del mundo, Bastian la lanzó lejos, antes de desplomarse, sus rodillas golpeando el suelo con un eco sordo que resonaba en los confines del silencio. Su cuerpo se convulsionaba, sacudido por un llanto que rasgaba el silencio, lágrimas que fluían como ríos desbordados en una tormenta de desesperación, cada gota un reflejo de un alma rota.Beltaine, atrapada en el vórtice de la confusión, intentó recomponer su uniforme, sus dedos temblaban como hojas al viento, cada movimiento un esfuerzo titánico. Retrocedió, sus pies incapaces de levantarla del suelo, como si estuviera anclada al mismo abismo que consumía a Bastian, su corazón latiendo al ritmo de un tambor de guerra.—¿Bastian? Tu terror me contagia, ¿acaso te ha mordido el alma algún demonio? —su voz era un susurro, un hilo de sonido en la vastedad del caos.El sollozo de Bastian se convirtió en un lamento ancestral, sus manos estrangulando su propio cuello en un intento frenético por liberar
—Comprendo, si el oficial Bastian despierta, serán los primeros en saberlo —la enfermera respondió, su atención desviada por un pitido insistente de su comunicador. Con una mirada apresurada a los dos hombres que la interrogaban, se excusó con prisa—. Disculpen, pero me requieren en otra sala.La revelación cayó sobre Beltaine como un manto de plomo, aplastando el aire en sus pulmones. La enfermera, con su comunicador zumbando como un enjambre de abejas impacientes, se excusó con una prisa que resonaba con urgencia. Se alejó, dejando a Beltaine atrapada en la sombra de la puerta, su corazón latiendo al ritmo de un tambor de guerra.—Agente López, además de Bastian y Beltaine, hay un paramédico que también sobrevivió, ¿cierto? —la voz del hombre perforó el silencio con la precisión de un bisturí.—Sí, por pura fortuna... —la respuesta flotó en el aire, cargada de un milagro no pronunciado.Beltaine sintió cómo su estómago se retorcía. ¡Eran sus colegas! No simples oficiales, sino agent
El alfa acariciaba suavemente la espalda de Beltaine, cada roce un bálsamo para el alma. —¿Hay más heridas que deba conocer?—preguntó con una voz que era un murmullo protector. Las lágrimas de ella, aunque humedecían su ropa, no eran nada comparadas con la tormenta que ella había enfrentado sola. Ahora, en sus brazos, ella estaba en el refugio más seguro del mundo.Beltaine tragó el nudo de sus emociones, luchando contra la marea de lágrimas.—No—susurró, hundiendo su rostro en el pecho del Lord licántropo—. solo aquí, en mi hombro y brazo.—Gracias a los cielos—el alfa exhaló, su alivio envolviendo a Beltaine como una manta cálida mientras continuaba meciendo su cabeza ardiente contra su pecho.De repente, Beltaine se sacudió, volviendo a la cruda realidad. Un calor de vergüenza se extendió por su rostro. ¡Demonios! ¿Cómo podía alegrarse? ¡Ella estaba furiosa y él la había abrazado para apaciguarla! Ahora, la vergüenza la inundaba, deseando poder esconderse bajo tierra como un avest
Kyrios se desplazaba con una agilidad sobrehumana, no por los pasillos, sino por los techos de los edificios del hospital, como un espectro en busca de venganza. Sus movimientos eran un baile frenético entre las sombras y las luces de la noche. Cada salto era un desafío a la gravedad, cada carrera sobre las azoteas una huida de sus propios demonios internos.De repente, un obstáculo emergía, cortando su camino como un presagio oscuro. Sin vacilar, Kyrios descendía en un salto audaz, sus pies apenas tocando el suelo antes de lanzarse por los callejones estrechos, donde los ecos de sus pasos se mezclaban con los susurros de la ciudad. Luego, con la misma determinación, encontraba su camino de regreso a las alturas, cada ascenso un acto de desafío, cada techo conquistado una victoria efímera en su carrera contra el destino. Con un gesto de desprecio, lanzó un escupitajo al suelo, su rostro torcido por la repulsión.—¡Es inconcebible! —exclamó, su voz un trueno entre el eco del ambiente.
Kyrios emergió en la azotea, su silueta recortada contra el cielo nocturno. Un viento helado soplaba, llevándose consigo las últimas dudas que pudiera tener. Ante él, se erguía el edificio, ominoso y silente, tal como Beltaine lo había descrito con una voz que aún resonaba con ecos de advertencia.—Aquí... tiene que ser aquí —murmuró, su voz apenas un susurro arrastrado por el viento—. Descenderé a las entrañas de este lugar.Sus movimientos eran una coreografía de sombras y luz, un parkour que desafiaba la muerte mientras se aproximaba a la ventana, su única entrada al abismo.—Verá el desastre, el caos... y me iré. No hay más que hacer—se convenció a sí mismo con un mantra interno.Con dedos temblorosos por la anticipación, abrió la ventana y...—¡Por todos los cielos! —exclamó con un rugido de frustración, su voz retumbando en las paredes vacías. La habitación estaba desierta, un santuario para los cables y monitores que ahora parecían lápidas en un cementerio tecnológico. Un escal
—¿Dónde se esconde la curandera que me prometiste?—La pregunta del Lord licántropo surgió de las sombras, un susurro que se convirtió en un estruendo, envolviendo a Lylo en un torbellino de miedo y oscuridad. No vio más que un destello antes de sentir su presencia, una tormenta hecha carne y furia, su aliento como un viento gélido en su oído. Su voz era un trueno, bajo y ominoso, que retumbaba con promesas de dolor—. Si tanto te jactas de ser la llave de nuestra salvación, ¿dónde está la curandera que debía estar aquí?El terror se apoderó de ella, una serpiente enroscándose en su corazón. ¿Acaso su señor había descubierto su oscuro secreto? No, eso sería su fin.Kyrios, con su mano ensangrentada, la tocó en el hombro, y Lylo sintió la llamada del abismo, un deseo irrefrenable de huir de la muerte que la acechaba.—La protección de nuestro refugio se desvanece, se debilita como la luz de la luna—rugió él, su voz un eco de la destrucción que traía consigo—. Dondequiera que encuentro br
Lylo, con su mirada fija en el vacío que dejó el Lord de los licántropos, sintió cómo el aire de la biblioteca se cargaba de una electricidad palpable. Las sombras parecían susurrar, llenando el espacio con un coro de secretos antiguos.—Si Lord Death hubiera sido mi verdugo... —la voz de Lylo era un hilo de seda que se deslizaba por la piel, provocando escalofríos—. No habría habido palabras, solo la fría finalidad de su toque... él habría desgarrado mi existencia sin un segundo pensamiento. Pero usted, mi señor, no es más que un eco de poder, algo tan débil... —la lucha interna entre su naturaleza vampírica y su espíritu lobo creaba una tormenta bajo su piel, una danza macabra de espasmos y distorsiones que deformaban su belleza en algo casi irreconocible—. ¡Es por eso que rechazo su corona, porque no necesito un monarca inútil y absoluto como usted!El rugido de Lylo se elevó, una sinfonía de ira y desafío que resonó en los confines de la biblioteca, haciendo temblar los cimientos
Bastian aún no había terminado su monólogo, ni remotamente. Apretó los cachetes de Lylo con una mano, deformando su rostro de una manera cómica y cruel.—¡Vi que cuando la lycan de un mate muere, el lazo de mates desaparece! —su voz era un susurro cargado de veneno—. ¡Por eso quise matarte!Lylo se estremeció bajo el firme agarre de Bastian, el miedo y la curiosidad bailando en sus ojos. La realidad parecía desvanecerse a su alrededor, los bordes de la habitación desdibujándose.—¿Quisiste matarme? —preguntó, su voz un hilo tembloroso en el aire cargado de tensión.Bastian movió la cabeza de Lylo de un lado a otro, sus ojos buscando respuestas en las profundidades de su alma.—Sí, quise matarte. Pero ni siquiera pude intentarlo correctamente. ¡Siempre te transformabas en Beltaine! —su tono se volvió casi melancólico—. ¡Así como lo estás haciendo ahora mismo!Lylo gruñó, la rabia burbujeando en su pecho. Ese humano, siempre obsesionado con esa pelirroja, ¡siempre ella!—¿Por qué, Basti