—¡Imposible!—gritó Beltaine con una voz quebrada por el dolor, desafiando el tormento de sus propias heridas para alcanzar a su amigo inerte en el suelo. La pelirroja se encontraba en un mar de confusión, incapaz de discernir si la sangre que formaba aquel lago carmesí pertenecía a su camarada o a ella misma—. ¡Bastian! ¿Qué demonios te cruzó por la mente? ¿Por qué? ¡Maldita sea, tú, el más tonto de los tontos!La pelirroja avanzaba tambaleante, pero su espíritu indomable se negaba a flaquear. No ahora, no cuando la eternidad parecía acechar.—Era... era mi única salvación... mi último recurso para salvaguardarte... para evitar un destino fatal—articuló Bastian con los ojos sellados por el peso de la muerte, mientras un río de sangre brotaba con cada estertor.—¡Has perdido la razón!—Beltaine ya no contenía sus lágrimas, que se desbordaban como cascadas mientras increpaba a su amigo—. ¿Entonces esa era tu 'genial' estrategia? ¿Convertirte en tu propio verdugo?Un suspiro que pretendía
—Beltaine...Bastian no dijo nada más. Sus palabras se quedaron suspendidas en el aire, reemplazadas por una acción que ella jamás habría anticipado. En un movimiento decidido y cargado de emoción, acercó el rostro de Beltaine al suyo y, sin previo aviso, la besó. El beso fue un torbellino de sensaciones. Beltaine, completamente sorprendida, abrió los ojos de par en par. Su corazón comenzó a latir frenéticamente, incapaz de procesar lo que estaba sucediendo. El sabor metálico de la sangre de Bastian se mezcló con la suavidad de sus labios, creando una extraña y potente mezcla que la dejó sin aliento. Por un instante que pareció eterno, todo su mundo se redujo a ese beso inesperado, a la proximidad de Bastian, y a la turbulencia de emociones que la invadían.(...)El almacén abandonado en el corazón del parque estaba sumido en la oscuridad. Las luces intermitentes de las ambulancias destellaban, iluminando el caos que reinaba en el lugar. Policías, bomberos, rescatistas y paramédicos
Con un empujón que parecía cargar el peso del mundo, Bastian la lanzó lejos, antes de desplomarse, sus rodillas golpeando el suelo con un eco sordo que resonaba en los confines del silencio. Su cuerpo se convulsionaba, sacudido por un llanto que rasgaba el silencio, lágrimas que fluían como ríos desbordados en una tormenta de desesperación, cada gota un reflejo de un alma rota.Beltaine, atrapada en el vórtice de la confusión, intentó recomponer su uniforme, sus dedos temblaban como hojas al viento, cada movimiento un esfuerzo titánico. Retrocedió, sus pies incapaces de levantarla del suelo, como si estuviera anclada al mismo abismo que consumía a Bastian, su corazón latiendo al ritmo de un tambor de guerra.—¿Bastian? Tu terror me contagia, ¿acaso te ha mordido el alma algún demonio? —su voz era un susurro, un hilo de sonido en la vastedad del caos.El sollozo de Bastian se convirtió en un lamento ancestral, sus manos estrangulando su propio cuello en un intento frenético por liberar
—Comprendo, si el oficial Bastian despierta, serán los primeros en saberlo —la enfermera respondió, su atención desviada por un pitido insistente de su comunicador. Con una mirada apresurada a los dos hombres que la interrogaban, se excusó con prisa—. Disculpen, pero me requieren en otra sala.La revelación cayó sobre Beltaine como un manto de plomo, aplastando el aire en sus pulmones. La enfermera, con su comunicador zumbando como un enjambre de abejas impacientes, se excusó con una prisa que resonaba con urgencia. Se alejó, dejando a Beltaine atrapada en la sombra de la puerta, su corazón latiendo al ritmo de un tambor de guerra.—Agente López, además de Bastian y Beltaine, hay un paramédico que también sobrevivió, ¿cierto? —la voz del hombre perforó el silencio con la precisión de un bisturí.—Sí, por pura fortuna... —la respuesta flotó en el aire, cargada de un milagro no pronunciado.Beltaine sintió cómo su estómago se retorcía. ¡Eran sus colegas! No simples oficiales, sino agent
El alfa acariciaba suavemente la espalda de Beltaine, cada roce un bálsamo para el alma. —¿Hay más heridas que deba conocer?—preguntó con una voz que era un murmullo protector. Las lágrimas de ella, aunque humedecían su ropa, no eran nada comparadas con la tormenta que ella había enfrentado sola. Ahora, en sus brazos, ella estaba en el refugio más seguro del mundo.Beltaine tragó el nudo de sus emociones, luchando contra la marea de lágrimas.—No—susurró, hundiendo su rostro en el pecho del Lord licántropo—. solo aquí, en mi hombro y brazo.—Gracias a los cielos—el alfa exhaló, su alivio envolviendo a Beltaine como una manta cálida mientras continuaba meciendo su cabeza ardiente contra su pecho.De repente, Beltaine se sacudió, volviendo a la cruda realidad. Un calor de vergüenza se extendió por su rostro. ¡Demonios! ¿Cómo podía alegrarse? ¡Ella estaba furiosa y él la había abrazado para apaciguarla! Ahora, la vergüenza la inundaba, deseando poder esconderse bajo tierra como un avest
Kyrios se desplazaba con una agilidad sobrehumana, no por los pasillos, sino por los techos de los edificios del hospital, como un espectro en busca de venganza. Sus movimientos eran un baile frenético entre las sombras y las luces de la noche. Cada salto era un desafío a la gravedad, cada carrera sobre las azoteas una huida de sus propios demonios internos.De repente, un obstáculo emergía, cortando su camino como un presagio oscuro. Sin vacilar, Kyrios descendía en un salto audaz, sus pies apenas tocando el suelo antes de lanzarse por los callejones estrechos, donde los ecos de sus pasos se mezclaban con los susurros de la ciudad. Luego, con la misma determinación, encontraba su camino de regreso a las alturas, cada ascenso un acto de desafío, cada techo conquistado una victoria efímera en su carrera contra el destino. Con un gesto de desprecio, lanzó un escupitajo al suelo, su rostro torcido por la repulsión.—¡Es inconcebible! —exclamó, su voz un trueno entre el eco del ambiente.
Kyrios emergió en la azotea, su silueta recortada contra el cielo nocturno. Un viento helado soplaba, llevándose consigo las últimas dudas que pudiera tener. Ante él, se erguía el edificio, ominoso y silente, tal como Beltaine lo había descrito con una voz que aún resonaba con ecos de advertencia.—Aquí... tiene que ser aquí —murmuró, su voz apenas un susurro arrastrado por el viento—. Descenderé a las entrañas de este lugar.Sus movimientos eran una coreografía de sombras y luz, un parkour que desafiaba la muerte mientras se aproximaba a la ventana, su única entrada al abismo.—Verá el desastre, el caos... y me iré. No hay más que hacer—se convenció a sí mismo con un mantra interno.Con dedos temblorosos por la anticipación, abrió la ventana y...—¡Por todos los cielos! —exclamó con un rugido de frustración, su voz retumbando en las paredes vacías. La habitación estaba desierta, un santuario para los cables y monitores que ahora parecían lápidas en un cementerio tecnológico. Un escal
—¿Dónde se esconde la curandera que me prometiste?—La pregunta del Lord licántropo surgió de las sombras, un susurro que se convirtió en un estruendo, envolviendo a Lylo en un torbellino de miedo y oscuridad. No vio más que un destello antes de sentir su presencia, una tormenta hecha carne y furia, su aliento como un viento gélido en su oído. Su voz era un trueno, bajo y ominoso, que retumbaba con promesas de dolor—. Si tanto te jactas de ser la llave de nuestra salvación, ¿dónde está la curandera que debía estar aquí?El terror se apoderó de ella, una serpiente enroscándose en su corazón. ¿Acaso su señor había descubierto su oscuro secreto? No, eso sería su fin.Kyrios, con su mano ensangrentada, la tocó en el hombro, y Lylo sintió la llamada del abismo, un deseo irrefrenable de huir de la muerte que la acechaba.—La protección de nuestro refugio se desvanece, se debilita como la luz de la luna—rugió él, su voz un eco de la destrucción que traía consigo—. Dondequiera que encuentro br