Capítulo 80

—¡Por las barbas de Merlín, no descansaré hasta que esa arpía dorada muerda el polvo!—exclamó Bastian, con el dedo tembloroso sobre el gatillo, apuntando a la bestia mitológica. La Quimera, hinchada de ira y con los ojos inyectados en sangre, se preparaba para lanzarse sobre el desdichado humano, cuando de repente, un aliado monstruoso, un camarada de sombras, se deslizó junto a él.

—¡Alto ahí, compadre!—La voz del recién llegado era un susurro grave que se deslizaba como la niebla entre los árboles. Su figura era alta y esbelta, una silueta que se recortaba contra la luz mortecina que se filtraba a través de las ramas desnudas.

El grito inesperado congeló a la bestia y a Bastian, que voltearon al unísono hacia la nueva sombra. La Quimera, con sus fauces babeantes y sus múltiples ojos parpadeando con desconcierto, parecía medir al intruso, sopesando si era un nuevo enemigo o un simple estorbo.

—Este mortal ya tiene dueño, un licántropo lo ha reclamado.—La criatura que hablaba no era m
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