—Por cómo has reaccionado al verme, parece que has acumulado mucho resentimiento —dijo Vittorio y Andrea resopló con incredulidad ante su sarcasmo que solo le provocaba golpearlo con un candelabro en la cabeza.
—Si no supiera que tienes una familia, pensaría que eres un humanoide carente de todo sentimiento o escrúpulo, fabricado en un laboratorio por unos científicos de la Nasa que ni siquiera creen en Dios – el Ogro – así llamado por Andrea – ni siquiera pestañeó.
—Si me ves así es cosa tuya, pero si fuera tal y como me describes, ¿por qué habría intentado impedir que me dejaras? – la pregunta hizo que su tracto emocional tambaleara de nuevo.
—¡Para demostrar tu poder por supuesto! – puso los ojos en blanco reponiéndose de las sensaciones — En realidad nunca te casaste conmigo, solo firmaste unos papeles para impedir que diera nuestra fatídica relación por terminada; y para continuarla bajo la falsa etiqueta de “matrimonio” - el hombre abrió la boca sin poder creer lo que esta mujer pensaba de él y sonrió con descaro.
— ¿Crees que evité que me dejaras en dos ocasiones para demostrar mi poder? – dijo sin dejar de sonreír.
A Andrea le dieron ganas de lanzar el florero que adornaba la pequeña mesita esquinera.
—Creo que pretendes que todo el mundo esté a tu disposición y cumpla tus órdenes... – expresó insolente.
— ¡Qué interesante! — Vittorio se rascó el mentón, como si reflexionara. Luego alzó la mirada hacia su ex mujer – aunque no lo diga en voz alta – admirando su belleza —. Esa es una buena descripción de cómo soy, pero esos no eran mis motivos por aquel entonces. Solo confiaba en que, con el tiempo, se te pasara la pataleta y volvieras. – es la tercera vez que se encogía de hombros y ya a ella le daba por hacer una de esas pataletas que mencionó.
— ¿La pataleta? – el grito salió ahogado — ¿Eso era para ti? ¿Y entonces, qué pasó, te despertaste un día y decidiste que ya no necesitabas a la niñata? – masculló rabiosa, tratando de guardar la compostura — Ni siquiera eras tú el encargado de acosarme. Para eso ya tenías a tu abogado. – emitió un sonido igual a un gruñido.
—Seguro que tienes una teoría de por qué me di por vencido.
—Supongo que porque te aburriste. - Vittorio solo la miró y ni siquiera tuvo la delicadeza de negar o afirmar.
Tampoco ofreció una explicación de por qué, súbitamente, al cabo de seis meses, había firmado los papeles del divorcio. Estaba segura de que se había aburrido o había encontrado a una sustituta.
—Tienes razón —oír a Vittorio decir eso, desconcertó a Andrea. Pero él siguió—: No he venido a hablar del pasado, aunque me da la sensación de que eres tú quien se aferra a él.
—El rechazo que despiertas en mí no tiene nada que ver con el pasado – aclaró.
— ¿Entonces? – indagó con el ceño fruncido y ella pensó que no se podía ser más atractivo lo que la hizo resoplar mentalmente.
— ¿De verdad que no lo sabes? – responde con las cejas alzadas.
—No. Explícamelo – ella asintió.
—Joseph te llamó en su lecho de muerte, pero tú no te molestarte en acudir. Ni siquiera viniste al funeral. - Por toda respuesta, Vittorio parpadeó lentamente antes de volver a clavar sus ojos grises en ella, como si esperara que continuara. Andrea sintió la rabia hervir en su interior. —Vino todo el mundo, hasta sus enemigos. Todo aquel que sabía que Sarah lo era todo para mí y que Joseph se había convertido en el hermano que nunca tuve.
<Solo faltaste tú. Tu insensibilidad hizo que mi percepción de lo que había entre nosotros empeorara aún más. Hasta entonces, siempre me había sentido avergonzada de la facilidad con la que me había entregado a ti, y me culpaba de lo que había sucedido después; pero aquel día llegué a despreciarme por haber estado con alguien tan... perverso. Cuando no acudiste a la llamada de tu amigo moribundo, ni acudiste tan siquiera a dedicarme unas palabras de consuelo, me di cuenta del crimen que había cometido contra mí misma. Hasta entonces nunca había odiado a nadie. Pero desde ese día, te odio.
El hombre parpadeó de nuevo y, por un instante, pareció conmovido. Pero cuando miró a Andrea había recuperado su habitual indiferencia.
—No pensé que quisieras verme. – Andrea lo miró boquiabierta.
— ¿Pretendes hacerme creer que no viniste porque yo no deseaba que estuvieras a mi lado? ¿por deferencia a mis sentimientos?
—Me limito a decir lo que pensé. Pero esa no fue la razón de que ni te llamara ni fuera a verte – dijo sin siquiera inmutarse ante la estupefacción de Andrea.
Ella esperó por un segundo a que le diera una explicación, pero en seguida se dio cuenta de que había vuelto a caer en la trampa de esperar algo de él, cuando este espécimen de Neanderthal bien proporcionado jamás daba explicaciones de sus actos, ni pedía la comprensión o la tolerancia de los demás. En ese sentido, siempre podía contar con su coherencia: él nunca mentía ni inventaba excusas porque los sentimientos ajenos le eran indiferentes.
Súbitamente se sintió cansada, exhausta. Llevaba demasiado tiempo luchando por mantenerse fuerte. Primero para su madre, luego para su hermana, después para Vera y Natalie. Pero ya no podía fingir que estaba a la altura de Vittorio, porque nadie lo estaba. Él era una batalla perdida que le robaba energía. Y toda la que tenía debía reservarla para su hija, la que ahora debía cuidar y proteger. Caminó hacia él sin importarle que viera su vulnerabilidad.
—Da lo mismo que no vinieras al funeral, Vittorio. Tu presencia solo habría empeorado las cosas. Por eso no entiendo qué haces aquí y te ruego que te marches – a modo de respuesta, este le tomó la mano y, tirando de ella, la sentó en su regazo. Andrea se sintió atrapada por su fuerza y su calor. Un zumbido que primero no reconoció pero que acabó por identificar como el teléfono de Vittorio, le ayudó a reaccionar. Hizo ademán de levantarse, pero él susurró:
—No, Il mio precioso – ella se estremeció al oírle llamarla «mi preciosa», tal y como solía hacer cuando estaban juntos.
Vittorio la mantuvo asida con uno de sus brazos y con la otra mano sacó el teléfono. Al ver quién llamaba, resopló y dijo: —Tengo que contestar. Pero lo retomaremos donde lo hemos dejado - logró liberarse de su brazo y de su hipnótica mirada y se sentó en el sofá, a una distancia prudencial.—No – el hombre se limitó a observarla con mirada ardiente al escuchar su negativa.Luego contestó la llamada y Andrea oyó que se trataba de Coppola. ¿Sería...? Luego dijo “Pietro”, confirmando lo peor. Se trataba del hombre que la amenazó con partirle las piernas, y cosas aún peores.Así había empezado todo entre el Vittorio Rossi y ella hacía seis años. Ella estaba con Malcolm en Roma para abrir una filial de su empresa. Estaban a punto de cerrar un trato cuando un grupo de matones los amenazó de parte de Pietro Coppola, el magnate local de la construcción. El mensaje había sido escueto: o se llevaban su negocio a otro lugar o no saldrían enteros de Roma. Pero antes de que pudieran hacerles una
Andrea se puso en pie de un salto con los ojos muy abiertos ante las palabras de Vittorio. — ¿Qué tipo de broma macabra es esta? —preguntó, furiosa. Vittorio se levantó pausadamente y, mirándola fijamente, dijo: —No es ninguna broma. Cuando Jussepe me llamó... – comenzó a decir y ella lo interrumpió. —No acudiste – insistió. —No era eso lo que quería, sino... —Me da lo mismo para lo que te llamara. Natalie es mía y punto ¡ahora sal de mi casa por favor! – él la ignoró. —Natalia es de Jussepe – Andrea sintió el corazón latirle con tanta fuerza que temió que le fuera a estallar. — ¡Y de mi hermana! —gritó. Pero había trascurrido tan poco tiempo desde la muerte de Sarah y había estado tan abatida, que no había comenzado el proceso de adopción por falta de concentración en otra cosa que no fuera la niña y su trabajo para mantenerse a flote ante el dolor y el sufrimiento. Entre otras cosas, porque no había dudado ni por un segundo que fueran a concedérsela. —Joseph era hijo únic
Él la estaba observando fijamente, pendiente de cada gesto, registrando su reacción. Finalmente, dijo: — Si quieres, puedes verificar la autenticidad del testamento. — ¡Vaya lo dices como si fueras un falsificador profesional! – resopló enfadada y triste por la situación. — En este caso, se trata de un documento auténtico —concluyó— ¿Por qué habría de hacer todo esto si fuera mentira? —No lo sé. Serías capaz de hacerlo por vengarte de mí – le dijo ella con voz completamente plana. —En contra de lo que pareces creer, nunca te he guardado rencor ni he querido humillarte, aunque es evidente que no he sabido demostrártelo. — ¿Por qué será? – se burló evocando en su mente lo ocurrido hace cuatro años — ¡No consigo comprender que Joseph te confiara a Natalie en su testamento! —Así que ahora lo crees. — ¡Ojala fuera falso! — Andrea apoyó la cabeza en las manos—. Solo se me ocurre que fuera una situación que no pensó que llegara a hacerse realidad. Después de todo, era más joven
— ¿Está netamente seguro, señor Forrest? – Andrea elabora la pregunta con la esperanza de que le ofrezca alguna oportunidad.— ¡Completamente! – dijo sin titubeos — El señor Rossi es el elegido como padre de Natalia en el testamento y nada de lo que usted pudiera argumentar cambiaría las cosas – expuso con la mayor crueldad posible o al menos eso es lo que ella piensa — Lo más que podemos hacer es solicitar que usted tenga derecho a ver a la niña, y aun así, la decisión estará en manos del señor Vittorio Rossi y del juez - Andrea tuvo que contener un resoplido.Forrest no tenía ni idea de lo que significaba pelear con Vittorio Rossi porque había sido su hija, Julianna, quien había llevado su divorcio. Ella había cumplido estrictamente con la discreción
—Cariño, cariño mío... – todo el amor que sentía por Natalie, el bebé que había llevado en sus entrañas nueve meses y que era lo único que le quedaba de Sarah, la asaltó. Corriendo hacia ella la tomó en brazos y la estrechó con fuerza. La bebita dio un gritito de alegría y se abrazó a su cuello, mientras Naomi aspiraba el aroma de su piel y de su cabello con el corazón palpitante. Vera se levantó lentamente con una amplia sonrisa, que se borró de su rostro en cuanto vio la expresión de Andrea. Manteniendo un tono animado para evitar alterar a Natalie, preguntó: — ¿Qué pasa, Cariño mío? – expresó utilizando la misma expresión de afecto — ¿Tiene que ver con la visita del señor Rossi? – Andrea se planteó decirle la verdad, pero no tenía sentido preocupar a Vera cuando no podía hacer nada por ayudarla. —Es solo que verlo me ha hecho recordar el accidente y la muerte de Sarah y de Joseph como si acabara de suceder —dijo, forzando una sonrisa. Vera suspiró. —Es lógico, y te pasará a m
Fue como una explosión, un tsunami de deseo, tan intenso que le hacía suplicar, rogar. Pronto estaba gimiendo al sentir la invasión de su lengua en la boca, ocupándola, poseyéndola. Por un segundo, Vittorio rompió el beso, pero solo el tiempo necesario para empujarla contra la pared y recorrer su cuerpo ansiosamente, desnudándola en su recorrido. Sus ojos se oscurecieron cuando cubrió sus senos desnudos con las manos; tras dedicarles una breve atención, se arrodilló, le bajó las bragas y la tomó en su boca, ya húmeda y lista para él. Andrea supo que una caricia más de su lengua le provocaría el orgasmo. Pero no era eso lo que quería; lo quería a él. —Por favor... - como siempre, el Rossi supo lo que le pedía. Incorporándose, atrapó su súplica en un beso ardiente a la vez que la levantaba y sujetaba sus piernas alrededor de su cintura, antes de liberar su sexo en erección. Una nueva súplica escapó de los labios de ella cuando Vittorio le hizo sentir su miembro en su delicado núcleo y
Inquirió fríamente Vittorio y Andrea estaba a poco de desmayarse ¿Dónde demonios estaba su otro zapato? La chica cojeaba por la habitación buscándolo. Aunque lo tuviera delante, no lo vería, porque estaba ciega de furia. Lo necesitaba para huir de aquel monstruo. —Está debajo del sofá – informó él con fastidio ante su silencio. Ella se volvió y vio a Vittorio observándola con calma. Andrea se lanzó hacia donde le había indicado y encontró el zapato, que había buscado allí mismo infructuosamente unos segundos antes. En cuanto se lo puso, tomó el bolso y, maldiciendo entre dientes, fue hacia la puerta, pero no contó con que él le bloquearía la salida. —Por favor, déjame salir, no compliquemos más las cosas —dijo convencida del error que acababa de cometer. —Entiendo que con todos estos aspavientos tu respuesta es no – cerró los ojos evitando a toda costa lanzarse hacia la yugular del imbécil. —¡Aspavientos! —exclamó ella, pero se contuvo. Ese hombre era un provocador profesional. H
Andrea llegó al despacho al día siguiente sin haber pegado ojo y con las últimas palabras de Andreas todavía resonando en su cabeza: «Pienses lo que pienses de nuestro matrimonio, terminarás accediendo a mis términos. No pienso dejarte ir». , pensó indignada ante sus palabras. — ¿Qué se habrá creído? Pero lo intuye es que no me dejaré arrebatar a mi niña ¡Por qué es mía! – detuvo el sollozo que pugnaba por salir de su garganta amenazándola con destrozarla. Lo primero que hizo fue llamar a su abogado, que solo confirmó lo que ya le había dicho, que no tenía nada que hacer en su contra respecto a la custodia de Natalie. Después de una hora de angustia en la que barajó una y otra vez las posibilidades que tenía de evitar el chantaje de Vittorio, tuvo una idea. Cuanto más la consideró, más se convenció de que era su única esperanza. Tenía que conseguir un aliado tan poderoso como el propio Rossi, alguien que tuviera poder sobre él. Y solo un hombre cu